martes, 31 de mayo de 2011

El corazón no duele

woman-with-hands-over-heartHoy me ha dolido el corazón. Y ya sé que los médicos aseguran que el corazón no duele, pero a mí me ha dolido. Aún me duele.

Y no, no quieras explicarlo con un vacío en mis entrañas ni el eco de memorias perdidas. No. No duele lo que añoro ni lo que dejé ni lo que no tengo. Me dueles tú.

Me dueles, sí, me dueles mucho. Me dueles porque no logro pronunciarte, no encuentro la palabra que pueda igualarte. Me dueles porque quiero comprenderte, compartir tus miedos y acallar tus dudas. Y en el proceso, quiero aprender de ti, pues sé, bien sé que es mucho lo que de mí puedes decirme.

En fin, me dueles porque quiero ser tu amiga, tu hermana, tu alegría. Quiero estar ahí, contigo. Quiero conocer tu humanidad y hablarte de la mía. Me dueles porque no sé como acercarme y porque aún cuando lo logro, mi yo sale al rescate y con infinito miedo me aleja de tu lado. Me aleja, sí, porque mi yo me conoce y sabe que tarde o temprano te diré la verdad, la gritaré con toda mi existencia, y entonces sabrás que mi alma humana también tiene su lado más obscuro. Y sabrás que soy un hombre, como cualquier hombre, y que así como te amo también te he odiado, te veo con rencor, con envidia y con coraje.

Me duele el corazón, porque humano como es no puede comprenderse más que por leyes que le dictan lo que debe ser, lo que es correcto y digno y adecuado. Y no hay forma de ser todo eso que es correcto y digno y adecuado. Al pobre corazón nadie le ha dicho lo que es, y nadie le ha aceptado por ser exactamente eso: lo que es.

Me duele el corazón porque él no puede distinguir si eres creyente, ateo, amigo o enemigo. Y yo me veo explicándole que estamos divididos. Y no sé cómo decirle que en esta división, participamos todos. Que todos somos yo. Y todos somos tú. Y nadie es nosotros.

El corazón no duele, me dicen, aseguran. Pero yo te digo a ti que sí, que duele. Que duele cada palabra que me trago para no ofenderte y que después dejo ir porque al final eres tú quien me ha ofendido. Que yo tampoco acepto que seas tú quien eres. Y que no sé cómo romper el ciclo que me aleja de ti, que te aleja de mí.

El corazón me duele porque te amo, y no sé cómo amarte. ¿Acaso en el silencio, en el anonimato, en la lejanía? ¿O será mejor de frente, cercana, con el contacto de por medio, y tu mirada en la mía? ¿En el abrazo sincero? ¿En el saludo cortés? ¿Detrás de mi disfraz de indiferencia? ¿En el servicio sin mirar a quién? ¿O en el egoísmo de servirte a ti y sólo a ti?

El corazón no duele, me han dicho, aseguran. Pero a mí… a mí me dueles. 

sábado, 21 de mayo de 2011

Hay trastes que lavar

dirty dishesDe pronto se ha puesto de malas. ¿Por qué tener esa tendencia a vestirse con gestos ajustados e incómodos? No lo sé. Pero él se ha puesto de malas y ha aventado su alegría al cesto de ropa sucia. Para su mala suerte ha ido a caer al piso, lo que lo ha encendido aún más, y a mí me ha dado mucha risa. Claro que me he mordido los labios, y en lugar de dejar salir la carcajada, he salido del cuarto de puntitas. Cuando el señor se pone de malas, lo mejor es huir.

Y justo eso hice: salí en silencio del cuarto. De haber podido, me habría calzado unos tenis y me habría salido a dar una vuelta. Pero los tenis están en el closet del cuarto en cuestión, y a duras penas he logrado salir de ahí sin que lo notara. Ni loca vuelvo a entrar, y en chanclas no voy a ningún lado. Una también tiene su orgullo.

Mejor me escondí en la cocina. Hay trastes que lavar. ¡Va! No sé de qué se enoja si la que los lava soy yo. Ese ego mío se cree que porque puede escribir unos versos ya no debería molestarse en lavar ni un plato. Ya ves, al final, en su enojo, ha hecho añicos el papel.

Lo escucho refunfuñar y sé que mañana estará lleno de arrepentimiento. También por eso he decidido escapar, para que no me salpique con sus ofensas. A veces, para estar cerca, hace falta estar lejos.

Sí, a veces el silencio es mejor. No tiene caso discutir que si esto o aquello. Sobre todo si hay amor de por medio. Esta vez lo dejé gritando solo en el cuarto. Al rato se le pasa, se pone las pilas y me ayuda. Lo conozco. Le gustan las cosas bien hechas. Y para hacerlas bien, nadie como él.

Mi ego se ha puesto terco de nuevo. Se niega a creer que nació para esto de todos los días. Y mira que lo entiendo. No creas. Tiene su tajo de razón. Pero es sólo un tajo, a la realidad le pertenece el resto. Y yo formo parte de esa realidad. Una realidad que es mucho más dulce de lo que en momentos así logra reconocer. Una realidad que es la esencia de su poesía, la verdad de su fe.

De pronto se ha puesto de malas,  pero yo… yo me he puesto a cantar, y estoy riendo.