domingo, 28 de abril de 2019

Habla tu verdad

Photo by Ricardo Mancía on Unsplash

El libro 1 de Macabeos narra la resistencia de algunos judíos ante el dominio helenístico del rey Antíoco y su intento por “unificar a la fuerza” los reinos que dominaba, imponiendo la cultura griega con su educación, sus prácticas y sus dioses. Hubo, sin embargo, quien se resistiera: el sacedote Matatías y sus 5 hijos. Es, sin duda, un momento de crisis. El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) al primer capítulo nos explica que esta crisis tiene dos aspectos: una crisis moral y una persecución organizada hacia quienes se resistían. Hablemos de la primera de ambos aspectos: la crisis moral. El comentario nos dice:

“Los judíos están en contacto con otra civilización más avanzada, pero pagana. ¿Puede uno adaptarse y aprovechar los beneficios de esta cultura sin abandonar su fe?

“En ese momento los judíos van a pagar el error que cometieron al marginarse del progreso cultural de los pueblos vecinos. Durante tres siglos habían enfatizado que todas las leyes y costumbres de Israel venían directamente de Dios y no se podían revisar. Así que, cuando llegó la corriente moderna, los más abiertos pasaron por una crisis de consciencia: ¿Acaso se podían cambiar las costumbres sin traicionar a Dios? Pero era tan difícil abrirse a la civilización griega sin pasar por (el) renegado de la fe, que los que querían ser modernos no solamente cambiaban su modo de vivir, sino que también abandonaban su religión.”

Era tal difícil abrirse a la civilización griega, tan rica en expresión de arte y ciencia. Sigue siéndolo, ¿no? Sigue siendo sumamente complicado abrirnos a la civilización, a la posibilidad de debate, a la igualdad de oportunidades, a la justicia, a la educación, al conocimiento, a la libertad que el conocimiento puede darnos, a la expresión artística como medio de transformación. Seguimos, como creyentes, queriendo aprisionar a Dios en líneas que negamos interpretar. No. Nos convencemos de que las cosas son como son, porque Dios quiere que así sean y seguimos siendo incapaces de ver lo que, en muchas ocasiones, a todas luces necesitamos cambiar. O por lo menos, necesitamos empezar a debatir, lo que implica escuchar. Verdaderamente escuchar.

Acabo de ver una película llamada “The Great Debaters” (Grandes Debates), dirigida y protagonizada por Danzel Washington (la encuentras completa en Youtube). Es un drama biográfico que gira en torno a la manera en que el profesor Melvin B. Tolson de la Universidad Willey College de Texas, influyó en el equipo de debate de dicha institución. Sus alumnos destacaron y vencieron, en la película, a la Universidad de Harvard, pero en la vida real a quien vencieron fue a la Universidad del Sur de California, que en ese tiempo era la campeona nacional en debate. Este triunfo se extendió a sus vidas y todos ellos –todos negros: dos hombres y una mujer-llegaron a ser líderes en diferentes ámbitos.

Cuando contamos una historia –como lo hace una película- podríamos intentar contar la verdad, pero la verdad nunca es sólo lo que veo, siento, creo, oigo, o percibo (como acabamos de mencionar, no vencieron a Hardvard, pero decir que así fue tiene más impacto). Si esto sucede con una película, ¿cómo podemos creer que no va a suceder con un libro bíblico? Las historias que se cuentan siempre tendrán como filtro el ojo de quien las narra, la gente a quien se dirigen, y la cultura en que surgen. En otras palabras, debemos siempre cuestionarnos no tanto su veracidad absoluta, cosa prácticamente imposible de verificar al cien por ciento, sino su verdad humana, que por ser humana, siempre implica la posibilidad de equivocarnos y la bendición de aprender de nuestro error.

Bueno, pero si he mencionado esta película, no es para que me sirva de ejemplo de cómo a veces contar una historia puede implicar hacer cambios para enfatizar la verdad que se quiere transmitir (en el caso de la película en cuestión, el mensaje es no darnos por vencidos y luchar por nuestros ideales, porque la vida es, efectivamente, injusta, pero puede cambiar si nos esforzamos porque así sea).

Menciono la película porque el profesor Tolson como parte del entrenamiento, hacía repetir a sus alumnos una serie de respuestas a preguntas que él les hacía, mientras sostenían algo con los dientes. No sabemos si esto realmente sucedió, pero las preguntas y las respuestas son relevantes, no sólo para la comprensión del espíritu de esfuerzo que fomentó en los alumnos, sino porque reflejan la moral y ética de todo buen debatiente:
  • ¿Quién es el juez? El juez es Dios.
  • ¿Por qué es Dios? Porque Él decide quién gana o quién pierde, no mi oponente.
  • ¿Quién es tu oponente? No existe.
  • ¿Por qué no existe? Porque es tan sólo una voz disidente ante la verdad que hablo.

Hay verdades que la Iglesia y la sociedad tiene que aprender a escuchar y debatir, pero sobre todo escuchar, de verdad escuchar. Porque a pesar de que nuestras vidas no son concursos de debate –algo que poco hacemos en este país y necesitamos hacer más- la inflexibilidad en la que estamos inmersos no nos permite cambiar para el bien de todos. La obediencia ciega a las reglas escritas y no escritas no es un camino deseable. No porque obedecer no sea correcto, sino porque la ceguera no es buena guía. Necesitamos abrir nuestros ojos, y estar dispuestos a conocer, al menos conocer, el dolor y el sufrimiento que hay detrás de esa “rebeldía” o esa incapacidad de “compromiso” tan latente en tantas personas en nuestra sociedad. Quizá si escuchamos y respondemos ante las necesidades reales, podamos cambiar para bien, en lugar de condenar y quedarnos sin miembros que tiene mucho que ofrecer a esta sociedad y a nuestra Iglesia.

Porque muchas veces no es que la persona sea, por decir algo, floja, mala, torpe, tonta, enojona, altanera, inconsciente o cualquier otra cosa. Ahí donde hay un pecado, Jesús reconoce una oportunidad de escuchar, apoyar, alentar y perdonar. Jesús reconoce a un ser humano que ha sido tocado por el dolor y que ha caído en la tentación de caminar el pasaje simple, porque el otro, el que le señalamos como correcto, está lleno de espinas, piedras, críticas, soledad, sufrimiento, esfuerzo sin sentido, limitaciones, pureza, perfección. Y porque muchas veces, demasiadas, ese “esfuerzo sin sentido” se presenta por que no hemos sido capaces de comprender que lo que pedimos y señalamos como correcto, no es, necesariamente, lo que Dios pide y quiere. Aunque a nosotros nos encante decir que sí.

Nuestra labor, creo, es empezar por escuchar, por ver el dolor ajeno, más que las imperfecciones que ante nuestros ojos se presentan. Después de todo:
  • ¿Quién es el juez? El juez es Dios.
  • ¿Por qué es Dios? Porque Él decide quién gana o quién pierde, no mi oponente.
  • ¿Quién es tu oponente? No existe.
  • ¿Por qué no existe? Porque es tan sólo una voz disidente ante la verdad que hablo.

De modo que atrevámonos a hablar con la verdad, a hablar de la verdad que vivimos y sufrimos, y atrevámonos también a escuchar la verdad de otros. Es cierto que no todo el mundo te va a escuchar y habrá también quien se oponga, pero las voces disidentes ante la verdad que hablas no tienen la última palabra. Esa, el alivio total, la Verdad, el Amor, la humanidad que eres, todo eso es asunto de Dios, y Dios siempre escucha, guía y ayuda. Así que no tengas miedo, ten fe.

Gracias Jesús por estar aquí y ayudarme a romper mis silencios. Dame la fuerza y la voluntad para hablar de las verdades que no quiero compartir con personas que considero incapaces de escucharlas.  Dame la sabiduría para hacerlo y dame el valor de enfrentar lo que eso implique. Y por favor, si puedes, si te lo permiten, toca su corazón para que no sean demasiado prontos en juzgarme y condenarme, como lo han sido otros en el pasado. Pero si sucediese que fuera yo condenada. Dame tus labios y ayúdame a guardar silencio ante la sentencia, porque ante oídos sordos y necios no hay nada que hacer ni qué decir. Y eso, también lo he aprendido a tu lado. Te amo.



domingo, 21 de abril de 2019

Atrévete a saberte frágil

Photo by Simeon Muller on Unsplash

“Las comunidades cristianas, así como la Iglesia en su totalidad, si quieren ser fieles al mensaje de la Biblia, tendrán que buscar su crecimiento en un abrirse y enfrentarse con el mundo.” Comentario al capítulo 13 de Nehemías de la Biblia Latinoamericana (2005)

Hoy es domingo de resurrección. Un día que sin duda es de alegría, y, sin embargo, estoy triste y enojada. Pero insisto, es día de resurrección y si he de levantarme de esta silla una vez que termine de escribir será para anidar una nueva esperanza. Por eso, he de escribir sobre esta hermosa resurrección de Cristo y sobre el precio que necesitamos pagar para tomar consciencia de cómo transcender la tragedia de la muerte.

Hablo de la muerte porque eso es la resurrección: trascender la muerte. Y porque… enfrenté la muerte este fin de semana. Y no quiero quedarme con ese vacío en mi pecho. He de abrazarme a Jesús, y decir lo que pienso y siento, ¡para que su resurrección tenga sentido y su ejemplo viva!

Viridiana era una joven llena de vida y alegría, esperanza y potencial, y murió a lado de otras dos de sus compañeras. Las tres recién egresadas de medicina y empezando su vida de médicos residentes. Las tres demasiado jóvenes para morir. 

La tristeza no es el hecho de que hayan muerto. No estoy triste por ellas. Mi fe me lleva a la convicción de que están bien, mucho mejor que nosotros.  Mi tristeza es por nosotros por lo que esta tragedia nos dice a gritos y por lo sordos que estamos.

En momentos en los que la tragedia llega y se lleva a nuestros seres queridos, solemos decir cosas como: “Es la voluntad de Dios.” Y eso me da tanto coraje, porque realmente creo que no somos marionetas de Dios y que él no busca enseñarnos, ponernos a prueba, llevarse a alguien sólo porque sí. Dios nos hizo libres, pero la libertad tiene un precio y el precio mayor es tomar consciencia de aquello que nos lastima como individuos y como sociedad para, en libertad, cambiarlo. Por eso, Jesús fue capaz de abrir sus brazos a la muerte y lo hizo en libertad: Jesús vivió para asumir la voluntad de su padre, que fue querer cambiar el mundo. Y Jesús nos enseñó que es así como se trasciende la muerte, que ese es el camino de resurrección, un camino que busca la Verdad y la Vida. ¡Bendito sea Jesús, Camino, Verdad y Vida!

La tragedia, toda tragedia, es una oportunidad para detenernos a reflexionar en la manera en que podemos hacer mejor las cosas, en la manera en que debemos cambiar. Sin embargo, lo que solemos hacer es decirnos: “Es la voluntad de Dios”. Y así, así de fácil, dejamos toda responsabilidad de lado y seguimos igual. Nada cambia. Nada.

¿Por qué digo todo esto? La muerte de estas jóvenes fue un accidente. La muchacha que manejaba se quedó dormida y tres de las cuatro personas que iban en el auto fallecieron.

Pero, sucedió porque se quedó dormida. ¿Y por qué manejó cansada? ¿Qué tiene este hecho que ver con la sociedad que somos? ¿Qué estamos obligados a reconocer, cambiar, entender para que este tipo de tragedias sean menos, o, mejor aún, no sucedan?

¿Conoces lo que implica hacer una residencia médica y lo que es tener jornadas de trabajo y guardias que exceden, con mucho, las posibilidades físicas de cualquier ser humano? ¡Jornadas que llegan a extenderse hasta 36 horas! ¿Conoces lo que es ser joven y desear, a pesar del cansancio, convivir, salir con amistades, conocer lugares nuevos? ¿Sabes que hay personas que aun después de jornadas de 10, 12 horas tienen que seguir con trabajo en casa tanto de su labor profesional como de su vida, que también implica esfuerzo? Claro que lo sabes. Te sucede. Nos sucede a una gran mayoría, una enorme mayoría.

Vivimos en una sociedad en la que la convicción más grande es que hay que trabajar y trabajar mucho. Decimos que la preparación es lo que nos sacará adelante, y consideramos que prepararnos implica sufrir desvelos y trabajar en exceso. Nos convencemos de que la preparación nos abrirá puertas y oportunidades, pero la realidad es que eso sucede poco en un país en el que los mejores puestos no son, necesariamente, para los mejor preparados, sino para los amigos, compadres, familiares y/o cualquier persona con quien se compartan intereses.

Cuando se es joven, se puede mucho, es cierto, pero también es más fácil desear olvidar los límites cuando estamos tan inmersos en una rutina de excesos. Así, terminamos negando nuestro agotamiento y buscando maneras de escapar de nuestras rutinas de excesos.

No digo que no haya que pedir esfuerzo, pero convertirlo en un exceso que no tome en cuenta también las otras necesidades de recreación, socialización, ejercicio y ocio es buscar las condiciones necesarias para que la tragedia y las crisis se presenten. Después de todo, una vida plena busca incluir estas cosas también y no puede sostenerse sólo con trabajo, sólo con esfuerzo, sólo con estudio, sólo con dedicación y obediencia.

Ese camino: el de la esclavitud al trabajo, es un camino de muerte. Nos morimos por dentro o de plano nos morimos del todo. Hay quienes dicen que el ocio es la madre de todos los vicios, pero eso no es cierto. Una dosis adecuada de ocio puede ser la madre de la creatividad. Hoy en día sabemos que el juego, la recreación, el descanso, el ejercicio, ayudan mucho más a que la mente funcione de manera óptima, y a que el cuerpo no termine deshecho en enfermedades y angustias, o en accidentes que podrían evitarse con un adecuado nivel de exigencia.

¿Y qué tiene que ver esto con la cita de hoy y con la resurrección de Cristo?
Parafraseando la cita: Las comunidades cristianas, así como la sociedad en su totalidad, si quieren ser fieles al mensaje de vida, bienaventuranza, paz y amor de toda doctrina humana, tendrán que buscar su crecimiento en un abrirse y enfrentarse con las realidades del mundo y de lo que implica ser un ser humano digno, completo y verdaderamente amado (es decir, reconocido como una persona valiosa y no como un objeto que es empleado para conseguir fines ajenos a sí mismo –de ahí el término “empleado”). 

En otras palabras, dejemos de lado todas esas tonteras de que necesitamos ser excepcionales y esforzarnos al máximo. No. Necesitamos ser humanos, ser comprensivos ante las necesidades humanas. Identificar esas necesidades y brindar las condiciones para que se den. Necesitamos desear no sólo el bienestar para nosotros sino para todos y comprender que eso implica diferencias humanas y de capacidad también.

Y para eso, para lograr eso, sí hay que prepararnos. ¿Pero quién va a querer leer un libro, sentarse alrededor de una mesa para reflexionar juntos mejores estrategias de vida, tomar un curso de desarrollo humano, ayudar en una pastoral, participar en una misión, desarrollar comunidades de apoyo, cuando tiene que trabajar tanto? ¿A qué hora? ¿Cómo vamos a convencer a nuestros niños y jóvenes de que invertir tiempo en nuestro desarrollo humano, en nuestros valores, moral y ética, es valioso cuando les robamos todo su tiempo en trabajos, tareas, esfuerzos, cursos, proyectos? ¿Dónde quedan sus intereses, sus deseos, su necesidad de descanso, juego, recreación, ejercicio?

¿En serio creemos que los vamos a convencer de lo atractivo que es vivir sólo para trabajar y esforzarnos? ¿Somos acaso nosotros ejemplo de vidas sanas, plenas, deseables? ¿Qué es lo que ven lo jóvenes y niños de hoy en nosotros que no sea seres humanos desgastados por el trabajo? ¿Acaso las personas con poder de decisión y con poder económico son, en verdad, las más preparadas, las que más trabajan, las más humanas, sensibles y éticas? ¿Acaso no vemos en muchas de las personas que ocupan los mejores puestos abusos y despotismo?

No. Lo siento. No puedo decir que todo esto es “voluntad de Dios”. ¡No lo es!

Dios no “provoca” tragedias para probarnos, para enseñarnos algo, para elevar nuestro espíritu, para obligarnos a doblar la rodilla. Dios nos acompaña en la tragedia para que “resucitemos” como individuos y como sociedad. Nos acompaña en el dolor de los excesos, los juicios, las traiciones, la pena, el dolor, los abusos, para que trascendamos todo eso y dejemos de lado el deseo, la creencia, la convicción de que, si yo sufrí y me esforcé al máximo, todos tienen que hacerlo. Tampoco lo hizo para que pensemos que la mejor manera de protegernos y proteger a los nuestros es evitar ser el crucificado y procurar ser quien esté en el poder y pueda, por lo mismo, sacrificar a otros y justificarlo con un: así son las cosas.

No. La tragedia existe porque la permitimos cada que nos lavamos las manos y decimos: “Así son las cosas”. ¿Quieres seguir a Cristo en su camino de cruz? Pues la única manera de verdaderamente acompañar a Cristo en su propia tragedia es comprender la tragedia de nuestros hermanos y convertirnos en un instrumento de cambio.

Yo también he querido una mejor vida para mí y los míos y he tenido que sucumbir al sacrificio en el exceso de trabajo que en su momento se me ha impuesto con la promesa de “una mejor paga”. No me morí, pero estuve muy cerca.

Aún hoy tengo frente a mí la tentación de no invertir tiempo en estas oraciones y en otras cosas que me son significativas e importantes, aunque no lo sean para nadie más. ¿Para qué leo y escribo? ¿A quién le importa lo que pueda reflexionar y la invitación que hago a que busques también tu propia reflexión y mejora? ¿A quién le interesa saber que como seres humanos necesitamos precisamente eso: humanidad; y no sólo falsas promesas de sacrifícate del todo hoy para un mañana que quizá no llegue porque estarás demasiado cansado para disfrutarlo o de plano muerto como para poder vivirlo?  

Pero, Jesús nos ha dicho: “Dice la escritura: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4, 4)

Entonces, me seguiré dando el tiempo de leer y escribir, buscaré tiempo para ejercitarme y descansar, buscaré tiempo para jugar y divertirme, y seguiré en mi búsqueda de una comunidad donde la fortaleza no sea ser más y mejor, sino la fuerza de la vulnerabilidad compartida.

Y sé que eso podría implicar perder lo poco que he ganado, porque he ganado poco. Después de todo, soy maestra y en nuestra sociedad ser maestra no es una profesión ni bien pagada ni bien valorada –a menos que seas sindicalizado y estés bien conectado; ahí sí puede que llegues a ganar mucho y hasta ser intocable y rico.

Pero si deseo participar en la resurrección de esta vida, necesito darle valor a lo que tiene valor. Necesito honrar la vida de tantas personas que se esfuerzan hasta el agotamiento –incluida yo- y aprender de sus historias. Necesito hablar con la verdad y buscar nuevas alternativas de vida que podamos compartir y que incluyan la enorme diversidad de personalidades que compone esta sociedad. Darle valor a cada una y alentar no sólo el trabajo, sino también la satisfacción de ser quienes somos y hacer también lo que disfrutamos.

En fin, ayer estuve muy triste todo el día. Lloré mucho, lamenté con toda mi alma lo sucedido, me sentí completamente impotente, temí por mí, por mis alumnos, por las muchachas que visito en el centro de internación de adolescentes –que es una cárcel, aunque no lo llamemos así-, y por mi hija, que a su manera también sufre y que ha tocado ya la apatía de la desesperanza, lo cual me rompe el alma y me alerta del peligro.

Pero seguir a Cristo en la cruz no significa levantar los brazos y lamentarnos nada más. Tampoco significa escondernos ni negar lo sucedido –ni tres ni dos ni una sola vez.

No es tampoco la resignación de “esta es la voluntad de Dios”. Porque bien visto, Jesús, al aceptar la voluntad de Dios, no dio la bienvenida a la muerte ni buscó someterse al sufrimiento. Jesús no es masoquista ni es Dios Padre un sádico.

La voluntad de nuestro Padre es que Jesús –y ahora nosotros- no nos convirtamos en revolucionarios hoy para ser tiranos mañana. La voluntad de Dios tuvo más que ver con la “no violencia” que con dejarse matar. Se requiere un alma verdaderamente fuerte para decir: me niego a seguir luchando cuando la lucha no es camino de vida.

Jesús no murió, lo mataron. Su muerte tuvo más que ver con las ideas de poder, ganancia y dominio –los ídolos del mundo-, que con el deseo divino de que busquemos crear una existencia en el que la hermandad sea la regla y no la excepción. Estas ideas del mundo, eran y siguen siendo las mismas: no hables con la verdad, no cures ni des esperanza a los enfermos y desalentados, no contribuyas a que los ciegos vean, ni procures animar a que los sordos escuchen, no cuestiones el poder en turno, calla, obedece y esfuérzate, no busques la paz y el bienestar de todos, no calmes tormentas ni expulses demonios –de qué otra manera podemos culpar a entidades externas a nosotros mismos y nuestras consciencias, de lo que no estamos dispuesto a hacer nosotros por cambiar.

El milagro es que, a pesar de haber muerto: ¡Jesús resucitó!

¿Por qué? ¿Cómo puede ser eso? Porque tal y como nos los dijo
en el sermón del monte, las bienaventuranzas llegan no ante la fortaleza, la riqueza ni el poder, sino ante la humildad, la pobreza y el verse vencido por la existencia. Es en el reconocimiento de toda esta fragilidad humana que se dan los cambios de vida capaces de trascender toda existencia.

Reconozcamos nuestra limitación y levantemos las manos, no para seguir luchando sino para rendirnos ante la humanidad que somos, ante las limitaciones que tenemos y frente al dolor que nos causa no ser capaces de seguir luchando. Derrotados enfrentemos la realidad: no podemos seguir abusando de la energía, la fuerza, las capacidades que queremos imponernos como camino de superación. Ser el más capaz, el más fuerte y el más poderoso no nos hace mejores. Aceptar nuestra vulnerabilidad y la necesidad que tenemos de aprender de nuestros errores sí.

Bienaventurados seamos todos nosotros, para que aprendamos a vivir no sólo para el futuro –que siempre puede sorprendernos demasiado pronto- sino sobre todo para hoy. Que hoy nos alegremos con Cristo, por Cristo y en Cristo, y que sea en su presencia que nos atrevamos a sabernos débiles y humanos, demasiado frágiles como para esforzarnos en extremo.

Gloria a Dios en los cielos y paz y vida a los hombres que ama el Señor.
¡Gracias Jesús por ser Camino, Verdad y Vida! Te amo.  


jueves, 18 de abril de 2019

Cruz, cruz, cruz

Photo by DDP on Unsplash

El capítulo 9 y 10 de Nehemías son un mismo evento de suma importancia en la vida de toda nación, pueblo, comunidad, familia e individuo. Es el momento de la recapitulación de una vida, una historia. Es incluso una estrategia terapéutica: narrar tu historia, pero no desde la amargura del dolor, sino desde la sabiduría de la perspectiva.

No se llega fácilmente a este momento, pero si somos perseverantes, llegaremos. Y tampoco es un único momento. En realidad, lo sano es que existan muchos momentos así. Instantes en los que nos detenemos, analizamos los hechos y aceptamos la manera en que nuestros actos contribuyeron a que las cosas se dieran como se dieron. Pero tengamos cuidado, porque es necesario que aceptemos nuestros actos, y no los justifiquemos con nuestras buenas intenciones. Mucho cuidado con eso de empezar a lavarnos las manos con nuestras buenas intenciones. Ese lavarnos las manos implica, siempre, siempre, siempre no asumir la responsabilidad propia y, por ende, sacrificar a alguien más, culpar a alguien más, señalar a alguien más, victimizarnos por alguien más, responsabilizar a otros o a las circunstancias, negarnos la oportunidad de aprender, de cambiar, de convertirnos en una mejor persona, un ser un poco más sabio, un poco más atento, un poco más humano.

Entonces, no debe existir un único momento de reflexión, pero siempre debe existir un momento en el que te detengas del todo y verdaderamente reflexiones en qué curso ha tenido tu vida, la vida de tu pareja, tu familia, tu trabajo, tus amistades, y tomes la decisión de dejar de ser un espectador de tu historia y pases a ser el actor principal.

El capítulo 9 de Nehemías narra precisamente esa recapitulación de la historia de Israel. De su llamado, de sus pasos, de sus penas, de sus terquedades, de sus errores, de sus aciertos, de lo aprendido y lo que se tuvo que desaprender, y de las consecuencias de sus actos. El capítulo 10 empieza con estas palabras: “Por todo lo anterior, contraemos un compromiso solemne y lo ponemos por escrito”. Ne 10, 1a

De todos los compromisos asumidos hay uno que me llama la atención especialmente y que he tenido que cuestionar, no porque crea que sea acertado, sino porque siempre había creído que no lo era, que era un error y que era una injusticia: “No daremos más nuestras hijas a la gente del país ni tampoco tomaremos más sus hijas para nuestros hijos.” Ne 10, 31

Al respecto el comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) al inicio del capítulo 9 nos dice: “Se insiste mucho sobre el pecado de los que se han casado con mujeres de otra raza y de diferente religión: la Biblia sabe que el matrimonio con personas de otra religión lleva, muy a menudo al alejamiento de su propia comunidad religiosa.”

Entonces, ¿está bien rechazar a otros, alejarlos, señalarlos, convertirlos en los enemigos a vencer o por lo menos en los “no deseados”? Como decíamos de niños: “Cruz, cruz, cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús”. ¿Es esa la actitud que tenemos que tener hacia los otros, los que no son como nosotros?

“Vaya, vaya… ¡Por fin una pregunta que vale la pena te respondas!” Esas palabras fueron de Jesús, a quien imagino justo ahora a mi lado, con una linda sonrisa juguetona y con una enorme curiosidad de a qué conclusiones he de llegar hoy. Sabe que la respuesta que me dé, será importante, y guiará mis pasos. Jesús quiere escucharme, es a través de la escucha que me guía. Jesús habla poco, pero escucha mucho, y cada que hablo con Él, para Él, sobre Él, descubro mucho de mí, para mí y sobre mí. Jesús es el mejor guía porque escucha mucho, y al escuchar nos permite expresar lo que realmente somos y descubrir su voz en nuestro ser.

Miro a Jesús y empiezo a hablar: La palabra clave aquí es “casarnos”. No debemos casarnos con ideas, creencias, actitudes, acciones, pensamientos, hábitos que nos alejen del Camino, de la Verdad y de la Vida.

Así que: ¡Sí! Bien visto, se trata de decir: “Cruz, cruz, cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús, porque Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.”

Ahora, no creamos que eso “justifica” nuestro deseo de rechazar a otros. No, no, no… Jesús no rechaza: cuestiona. Y nunca rechazó a una persona, rechazó las creencias que se le mostraban como verdades sin serlo. ¿Y cómo se rechaza una creencia? Se cuestiona. No te casas con ella, no te la crees nada más porque sí. La cuestionas, la pones a prueba.

Entonces, no es que los “otros”, los que no son como yo o no han vivido mis experiencias o no piensan como yo pienso, estén mal sólo porque no cumplen con mis creencias, mis expectativas y mis exigencias. Es que yo tengo que tener claras cuáles son esas creencias, expectativas y exigencias que me impongo y que le impongo a los demás, y debo cuestionarme si verdaderamente me acercan al Camino, a la Verdad y a la Vida.

El camino es la inclusión, definitivamente lo creo así, pero eso no significa que sea fácil. La verdad es que, el gusto se rompe en géneros y a veces simplemente no me gusta lo que al otro sí, no creo que esté bien lo que el otro piensa que sí. ¿Qué genera mayor vida? ¿Esforzarme porque a todo el mundo le guste y crea lo que a mí me parece bien? ¿Cerrarme en un círculo pequeño en el que sólo quepan quienes piensan lo mismo que yo, ven las cosas de la misma manera que yo? ¿O permitirme ver las cosas de la manera en que los otros lo ven? Dejar lo evidente de lado y tratar de “escuchar” al otro, al que está detrás de toda esa enredadera de acciones y emociones que me son desagradables.

Aclaro que escuchar no quiere decir que acepte y aplauda lo que hace, lo que vive o lo que siente. Implica humanizar al otro y separar sus, digamos, demonios, de la persona que los vive. Implica saber que detrás de toda esa enredadera de emociones, acciones, agresión, enojo, hay una persona, y, con toda seguridad, sufre. Escuchar es buscar a esa persona detrás del “poseso”, detrás de sus ideas, sus convicciones, sus creencias, sus barreras, y comprender que, si todo eso está ahí, es precisamente porque tiene miedo y sufre. Tal y como seguramente yo tengo miedo al enfrentarme a él porque no refleja lo que creo es y debe ser un ser humano.

Hablo de demonios y posesiones porque… pues eso suele ser todo lo que no comprendemos: si alguien es gay, si es un “enfermo mental”, es un criminal, si no cumple con nuestras expectativas de lo que es un ser humano sano y “normal”, entonces es una expresión de “maldad”, es un “poseso”. Hablo, por supuesto, de extremos, pero no siempre son extremos tan grandes: si es diferente a mí, si algo no me gusta de esa persona, a veces eso basta para no ver a la persona y mucho menos aceptarla. A veces eso basta para convertirla en blanco de burlas, críticas, juicios o indiferencia.

Pero, ¿qué pasaría si me diera la oportunidad de conocer al ser humano que hay detrás? No dije “casarme” con ese ser humanos, sino conocerlo. Conocer sus ideas, creencias o forma de ser, conocer su vida, sus alegrías, penas y sufrimientos. Sólo conocerlas de lleno, aceptarlas, escucharlas y empatizar con su dolor. ¿Qué pasaría si pudiera empatizar con alguien, sin convertirme en ese alguien?

Si hiciéramos eso, te puedo asegurar que sucedería lo que le sucedió al hombre poseso aquel que describen Mateo y Lucas (Mt 8, 28-34, aunque mateo habla de dos hombres, no uno, y Lc 8, 26-39). Estaría dispuesto a dejar escapar sus demonios, las ideas que lo atan, las creencias que lo limitan, para separar al hombre de la bestia (recordemos que la legión de demonios dejó al hombre y se abalanzó sobre unos cerdos que a su vez se dejaron caer a un abismo). Ese hombre recuperaría su vida porque recuperaría su dignidad.

Y ojo, cuando digo que ese hombre estaría dispuesto a dejar las ideas que lo atan, sus creencias, no estoy diciendo que dejaría de ser quien es para convertirse en lo que yo quiero que sea. No. Lo que yo digo es que estaría mucho más dispuesto a dejar ir sus ideas de odio, rencor, coraje, dolor y venganza precisamente porque habrá alcanzado a ver mi voluntad de dejar ir el odio, rencor, coraje, dolor y venganza que yo busco al querer cambiarlo. (Si nosotros tampoco somos blancas palomas.)

La paz siempre empieza con una verdadera expresión de voluntad hacia el respeto mutuo. Por eso es tan complicada de obtener. Generalmente queremos que nos dejen en paz, sin estar dispuestos a dejar en paz a nadie: O eres lo que yo quiero que seas, o eres nadie y vales nada.  

Cuando no validamos el sufrir del otro y queremos que únicamente responda a nuestra visión de lo que “tiene” que ser y hacer para ser aceptado, amado, reconocido y valorado; cuando condicionamos la pertenencia de otro como uno de nosotros a cumplir con nuestras normas, sin aceptar su humanidad, sus diferencias y sus limitaciones; entonces es muy probable que terminaremos frente a personas que llegarán a extremos peligrosos y no deseables para nadie.

Todos estos movimientos extremistas lo reflejan:

·        Feministas extremas, que son tan intolerantes como cualquier macho, y para quienes la equidad no es más que una bandera de “venganza” con la que quieren castigar a todos los hombres, por el sólo hecho de ser hombres, y que sólo quieren ser reconocidas “por ser mujeres” y no necesariamente “por ser capaces”. Porque seamos sinceros, no se trata sólo de que una mujer pueda hacer tal o cual trabajo, que sin duda habrá quien pueda. La equidad no es que “todas” las mujeres puedan hacer lo mismo que los hombres. La realidad es que incluso entre los hombres, hay quienes pueden hacer una u otra cosa, y no dejan de ser hombres. La equidad debería entenderse más como igualdad de oportunidades que como un “deber ser”. Dejar que quien quiera intentar hacer esto o aquello, lo intente y se preparé para hacerlo, y hacerlo bien. No sólo lo sea porque es mujer u hombre.

·        Movimientos lésbico-gays y libertad de género que buscan imponer sus reglas de aceptación sin estar dispuestos a aceptar límites en su expresión. Porque toda expresión, sobre todo una expresión verdadera, no existe para pisar, imponer ni escandalizar a otros. ¿Buscas expresar quién eres o quieres restregarle a los demás lo que no te han dejado ser, y así, mientras más escandalosa sea tu expresión, más lograrás ofenderlos? Hace falta cuestionarnos porque como suele decirse “el diablo está en los detalles”. Si tu expresión eres tú, exprésate, con la misma dignidad y respeto que quieres de otros. Si tu expresión es el deseo de venganza, ese no eres tú, ese es tu odio. El mismo odio que terminará por arrojarte por el acantilado y le restará fuerza a la verdad de tu ser.

·        Luchas de derechos humanos que parecen estar creados más para defender y justificar actos criminales que para garantizar la seguridad y humanidad de todos, tanto de quienes cometen actos criminales como de quienes los sufren. Hablamos mucho de los “derechos”, pero le damos poco espacio a las “obligaciones” que esos derechos conllevan. Olvidamos que derechos y obligaciones son lados de una misma moneda, y así, queremos cobrarnos nuestras penas, imponiendo penas en otros e ignorando el otro lado: la oportunidad de recuperarnos ante la pena. Así, queriendo engrandecer a la humanidad, la convertimos en una pequeña e indefensa víctima que terminará siendo victimaria de otros. Pero nuestra humanidad no está destinada ni a ser víctima ni a ser victimaria. Nuestra humanidad es dignidad: eso implica tener derecho y obligación.

En fin, “el demonio está en los detalles”, así que mejor cuidemos y busquemos “escuchar con detalle”. Aprendamos a desarrollar la empatía y descubramos el dolor que provocamos y la manera en que podemos evitarlo. Aprendamos a incluir, no sólo a decir que aceptamos a los demás. Reconozcamos que incluir implica esforzarnos en verdaderamente conocer al otro, en aprender y estar dispuesto a crear nuevas estrategias que les permitan desarrollarse siendo quienes son, y no sólo lo que nos conviene que sean. Aprendamos a desaprender y reaprender, porque cada ser humano es un único ser y lo que funciona con uno, no funciona con todos. Lo que ayuda a uno, no ayuda a todos. Lo que soy yo, no va a ser aceptado ni amado por todos. Pero cada que me doy la oportunidad de conocer a uno, aprendo algo de la humanidad de todos.

Carl Rogers, psicólogo humanista, asegura que la “cuando la personas se da cuenta de que se le ha oído en profundidad, se le humedecen los ojos… Es como si un prisionero encerrado en una mazmorra –o un sepultado vivo- consiguiera por fin comunicarse con el exterior. Simplemente eso le basta para liberarse de su aislamiento. Acaba de convertirse de nuevo en un ser humano.” (http://em-patia.blogspot.com/2009/08/dice-carl-rogers-acerca-de-la-empatia.html)

Yo sé que no es fácil ver al otro, al que es diferente, al que no piensa como yo, al que ha cometido tantos errores sin que parezca que aprende algo, a quien considero rebelde y necio porque no cumple con las expectativas que tengo de lo que es esforzarnos y mejorar; yo sé que es fácil, mucho más fácil, emitir un juicio y rechazarlo, regañarlo, señalarlo, corregirlo, pero Jesús, permíteme abrazar tu Cruz, tu dolor, tu sufrimiento, para tocar el mío y acercarme al suyo, para estar dispuesto a escuchar el suyo, para no ser demasiado pronta en el juicio y tratar con todo mi ser de escuchar lo que le sucede, lo que hay detrás, lo que vive, lo que implica caminar en sus zapatos, lo que significa ser él o ella. Y, desde esa Cruz, desde ese dolor, desde ahí, permíteme entender su humanidad, su enojo, su deseo de venganza, su insatisfacción, su miedo.

Jesús, no me dejes ser uno más entre los muchos a los que deberá perdonar “porque no sabe lo que hace”. Permíteme saber lo que hago, lo que le hago a ese otro que sufre. Permíteme sufrir con él su dolor y buscar soluciones reales, no fantasías de blancos y negros inflexibles. No me dejes lavarme las manos ni me permitas casarme con la idea de que yo soy buena. Dame el valor de “no ser buena” pero “sí ser humana, ser comprensiva y ser valiente” para enfrentar los detalles donde se esconde el demonio de nuestro ego… de mi ego, y derrotarlo.

Cruz, Cruz, Cruz… ¡Que se vaya el diablo y llegue Jesús! Así sea siempre. Te amo.


martes, 16 de abril de 2019

La necesidad de leer

Photo by Alexis Brown on Unsplash
El capítulo 8 del libro de Nehemías inicia con lo que se considera la primera lectura pública de la Ley. El pueblo, conmovido al escuchar la Ley, lloraba. Recordemos que es un pueblo que acaba de concluir importantes obras para reconstruir su ciudad, una ciudad que les fue arrebatada, y que, además, antes de este día, no había escuchado la lectura de la ley. El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) lo explica así: “hasta ese momento el pueblo de Israel vivía su fe rezando y participando en las ceremonias del Templo. Recibía de boca de los sacerdotes y profetas sentencias o prédicas, y no sentía la necesidad de leer una Biblia.” 

(Debo decir, que, la explicación describe muy acertadamente lo que aún pasa hoy en día en la Iglesia Católica. Quizá leemos la Biblia en las lecturas de la misa, pero, ¿las meditamos de manera personal? ¿Compartimos nuestros sentires y pensares con otros o nos limitamos a repetir lo que nos dice el Padre? El mismo comentario de la Biblia Latinoamericana asegura: “La fe cristiana no puede cobrar fuerza sino a partir de una Palabra de Dios leída y escuchada en forma comunitaria. En realidad, vamos muy atrasados; esta renovación debía haberse iniciado hace cuatro siglos, cuando empezaron los protestantes.”)

“En esa ocasión, su excelencia Nehemías y el sacerdote escriba Esdras, junto con los levitas que instruían al pueblo, le dijeron a éste: «!Este es un día santo para Yavé, nuestro Dios! ¡No estén tristes! ¡No lloren!» Pues todo el pueblo estaba llorando mientras oía las palabras de la ley.” Ne 8, 9

¿Por qué lloraba el pueblo? Voy a treverme a intentar ponerme por un momento en el lugar de este pueblo (al que, por cierto, pertenezco)  y pensar, analizar, imaginar, sentir, lo que debe ser estar fuera de tu hogar, sentir que no perteneces, saberte un extranjero que no logra, por más que lo intenta, integrarse a un pueblo en el que, quizá incluso nació, sin por ello ser completamente aceptado. Imagino lo que debe ser escuchar a otros hablar de tu patria, tu tierra, y desear ir a pisar su suelo, sentir su aire, que, por el sólo hecho de ser tuyo tiene que ser mejor que el de una tierra en donde eres considerado un usurpador de un espacio que no te pertenece.

Puedo imaginar lo que es tomar camino con la esperanza de volver a una tierra amiga, en donde puedas construir para ti, no para otros. En donde tus esfuerzos alimentarán tu hogar y a los tuyos, no serán vacíos intentos por construir un espacio que al final, no te pertenece y que nunca te considerará una parte importante y necesaria.

Y puedo, finalmente sentarme a lado de este pueblo, y escuchar por primera vez la ley, tal y como está escrita. No escucho lo que me cuentan de ella, no escucho lo que me quieren decir y quieren que yo interprete. La escucho yo, que, para quien pone atención es lo mismo que leerla. Me enfrento a una palabra que me habla de quién soy, de dónde vengo, cuál es mi destino. Que me dice que soy un pueblo elegido y por ende, valioso ante los ojos de Dios. Escucho las historias de esclavitud y liberación en las que puedo ver y sentir mis propias cadenas y mi propia sensación de libertad. Escucho hablar de alegrías y penas, del sufrir de otros y también de su satisfacción y alegría. Escucho que hay quienes han sido más grandes que yo, y también han cometido errores más graves, y aun así son amados. Dios los apoya y los guía, tal y como de ahora en adelante lo hace conmigo.

Imagino todo esto, escucho todo esto, y puedo comprender las lágrimas, no de tristeza, sino de absoluta gratitud. Y siento una dulce opresión en el pecho al saber que, ¡todo tiene sentido! La vida, el esfuerzo, la lucha, el dolor, la pena, la soledad, la tristeza, las manos amigas, la familia, incluso la pena de todo lo perdido, todo… ¡todo tiene sentido!

El comentario de la Biblia Latinoamericana nos explica aún más: “Esdras entiende que, en adelante, la comunidad judía se desarrollará en torno a la lectura, la meditación y la interpretación del libro sagrado.”

Al respecto, justo hoy, hace un momento, me topé con un video que mi primo Armando Leonides compartió en LinkedIn, una especie de Facebook que busca agrupar contactos de trabajo. El vídeo es del Rabí Manis Friedman, consejero, filósofo, educador, autor y profesor. El video está en inglés y venía acompañado de una historia que, en realidad, es prácticamente de lo que trata el video: el sin sentido del vivir para trabajar y no comprender que el trabajo es sólo una parte de lo que implica vivir. Y el hecho, de que toda vida que vale la pena, estudia, medita e interpreta su existir.

Les dejo ambos: el video –que lamentablemente está en inglés y no me daré el tiempo de traducir, pero se los dejo por si alguien por ahí quiere escuchar lo que lee en viva voz- y la historia que se narra en el video tal y como la posteo un Rabí al compartirlo.  

Se los dejo al final, y agradezco a Dios esta libertad que me ha dado de saberme digna de leer, meditar y escribir sobre todo lo que me explica, me dice, me presenta en mi diario vivir. Le agradezco la constante comunicación que tiene conmigo a través de tantos mensajes, textos, canciones, películas, programas, y, por supuesto, su Palabra. Su presencia es eterna, total y constante.

Le agradezco también que tranquilice mis ánimos cuando pasan días y no logro ni leer ni escribir porque simplemente “tengo demasiado que hacer”, sobre todo del trabajo, y luego mi hogar, familia y proyectos que no quiero que se queden en un “buen deseo”. Le agradezco que me haya hecho comprender que no puedo darme el lujo de trabajar de más. Simplemente tengo que dormir y hacer ejercicio. Eso ya no puede ser secundario.

Le agradezco que sea Él quien encuentre la forma de hacerse presente en todo, en todos. Y que sea Él quien no me deje sola. No hay un día en que no me llegue una rosa de su parte. Así me lo prometió y así ha sido: “Te llegará una rosa cada día, que salve entre los dos una distancia. Y será tu silente compañía, cuando a solas te duela la nostalgia.” (Alberto Cortés la cantó por él y la sigue cantando hasta el fin de la existencia ahora a su lado.)

Vivir una vida con sentido implica también darnos el tiempo de sentarnos a buscar ese sentido, a encontrarle un soplo de vida a nuestros actos. A ti que lees, te deseo que busques y encuentres el sentido de tu existencia, y lo renueves constantemente, tal y como día a día necesitamos nuevo oxígeno y buen alimento.

Te pido, mi Bien, que nos muestres el sentido de nuestro vivir, y nos des la capacidad de escuchar y leer tu palabra siempre y en todos lados. Ayuda al mundo a comprender que el trabajo sin el alimento de tu Ser, no es más que un enorme vacío lleno de actividades que no dan vida a nuestros ánimos.

Ayuda Espíritu de Bondad, a que quienes tiene la obligación de exigirnos resultados, comprendan que “pedir de más” no es sacar lo mejor de nosotros, sino exigirnos actuar sin darnos el tiempo de ser. Y eso, eso simplemente está mal, por muy “buenos” resultados que se busquen y se crean alcanzar. Así sea, en nombre de Jesucristo, quien es Verdad, Camino y Vida. Te amo.




Un Rabí le preguntó a uno de sus congregantes: “¿Tienes tiempo de estudiar el Tora?”
“No”, le respondió el congregante.
“¿Por qué?”. Preguntó el Rabí.
“Necesito ganar dinero para mandar a mi muchacho a la escuela”, dijo el hombre.
“Sabes,” dijo el Rabí, “todas las personas con las que hablo me dicen lo mismo, y yo no entiendo. ¿Quién es este muchacho al que todos están tratando de mandar a la escuela? Y cuando ese muchacho crezca, me va a decir que no puede estudiar el Tora porque tiene que mandar a su muchacho a Yeshiva (universidad de estudios de Tora).”

Es cierto que necesitamos trabajar para ganarnos la vida, pero si trabajamos tan duro que no tenemos tiempo de vivir, ¿cuál es el sentido de trabajar? Cuando llegamos a casa, no es para descansar y prepararnos para otro día de trabajo, es precisamente porque hemos pasado el día trabajando para que podamos llegar a casa. Necesitamos recordar para qué trabajamos. Trabajamos para poder vivir, no vivimos para poder trabajar.

El video termina con las siguientes palabras:
"Trabajas y luego llegas a casa. ¿Qué es «casa» para ti? ¿Un «break» de tu vida»? ¿El lugar donde puedes colapsarte y «pasar el rato»? O, cuando llegas a casa, llegas al lugar donde tu vida ocurre. El trabajo es donde tu existencia toma forma. De modo que, si no tienes tiempo, energía e interés en «la vida» porque le estás invirtiendo 22 horas a tu existencia, vas a deprimirte."

Tan cierto. Que tu vida nunca sea un trabajo del que te pueden correr, eliminar o sustituir. Que tu vida sea tuya.

lunes, 15 de abril de 2019

Reconocer la obra de Dios

Photo by Mikael Kristenson on Unsplash

“Se terminó la muralla el veinticinco del mes de Elul; se la había reconstruido en cincuenta y dos días. Cuando nuestros enemigos supieron eso, todas las naciones que están alrededor de nosotros tuvieron miedo y se acobardaron. Tuvieron que reconocer en eso la obra de Dios.” Ne 6, 15-16

Tener que reconocer en algo la obra de Dios equivale a bajar las rodillas y rendirnos ante su grandeza, sabiduría y voluntad. Ese es el “temor a Dios” que es gracia y don del Espíritu Santo y que, al serlo, nos transforma.

A veces luchamos con uñas y dientes ante algo, y pareciera que mientras más luchamos, menos logros tenemos.

Lo que muchas veces no alcanzamos a ver es que la lucha no es lo que se requiere. A veces lo que necesitamos hacer es caer de rodillas, decir no puedo, no sé cómo, no tengo los medios, necesito ayuda. A veces necesitamos someternos a la rigurosa realidad de que nada en nosotros basta. A veces tenemos que darnos por vencidos y dejar al otro ganar. A veces tenemos que abrir las manos y dejar ir todo lo que amamos y sentimos que no podemos perder, y perderlo.  

En este capítulo 7 de Nehemías, un tal Tobías y otros enemigos, le insistían e insistían a Nehemías que dejara su labor y enfrentara lo que otras personas decían acerca de las motivaciones que tenía para reconstruir la muralla: “Corre el rumor entre los extranjeros […] que tú y los judíos se están preparando para una rebelión; es por eso que reconstruiste la muralla, porque quieres ser rey.” Ne 6, 15-16.

Bien, pues Nehemías nunca fue a enfrentar los rumores ni a tratar de quitarles las ideas que otros tenían sobre quién era y cuáles eran sus intenciones. Nehemías dejó ir la lucha y se dedicó a reconstruir la muralla porque mientras esa muralla estuviera derrumbada, Jerusalén era vulnerable a los ataques reales, no a los rumores que son polvo en el viento. Además, reconstruir la muralla implica dar seguridad, unidad, sentido de pertenencia y ofrece la oportunidad de trabajar en conjunto para ser comunidad. Y eso es mil veces más importante que lo que sea que otros piensen, digan y hablen.

Y así, Nehemías dejó ir la lucha, y se dedicó a reconstruir la muralla. Hagamos lo mismo, dejemos de luchar con el mundo y dediquemos nuestro esfuerzo en construir la muralla: nuestra muralla.

¿Qué es reconstruir una muralla? Es dejar de salir de ti para enfrentar el mundo, para justificarte frente a los demás, para enfrentar las voces, los rumores, los chismes, las especulaciones de otros. Reconstruir una muralla, tu muralla, es ocuparte en ti y hacer lo que te toca hacer hoy. Es enfocarte en reconstruirte tú, tu entorno, tu familia, las relaciones con tus seres cercanos –esos que se quedan cuando todo en ti cae al abismo, los que saben que ahí estás, detrás de la mirada perdida, el enojo y la desesperanza, y no se dan por vencidos ni te culpan a ti de tus defectos. Reconstruir tu muralla es enfrentar tus propias voces, tu consciencia, tu ser. Es aprender a definirte a ti mismo por tus propios méritos, y no compararte con nadie.

Implica también arrodillarte, humillarte, reconocer que no puedes enfrentar a nadie ni hacer mucho más que esto que hoy haces. Por eso, para construir nuestra muralla necesitamos dejar ir nuestro ego y entregarlo a Dios.

Lo que sí puedo asegurar es que, una vez que empieces a mostrar avances o logres reconstruir mucho de lo caído, callarás muchas de esas voces –tanto las externas como las internas- y, lo más importante aún, habrás comprendido que la fuerza no se manifiesta en la lucha. La fuerza, lo verdaderamente difícil, fue someterte a la realidad de tu debilidad, de tu muralla derrumbada, y hacer algo al respecto.

Por eso Pablo, después de haberle pedido a Dios tres veces que le quitara un mal –que él describió como un aguijón clavado en su carne- sin conseguirlo, comprendió que esa negativa no era maldición sino bendición: “Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me dijo: «Te basta mi gracia, mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad».” 2 Co 8-9ª

Comprendámoslo bien: La fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad. Aprendamos, entonces, a responder como Pablo y Nehemías.

Nehemías, se enfocó a reconstruir la muralla, no a dar importancia a la necesidad inútil de defendernos de voces, chismes, elucubraciones propias y ajenas.

Pablo asegura: “Con mucho gusto, pues, me preciaré en mis debilidades, para que me cubra la fuerza de Cristo. Por eso acepto con gusto lo que me toca sufrir por Cristo: enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias. Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte.” 2 Co 12, 9-10

Dios nos ayude a ser lo suficientemente fuertes como para reconocer que no podemos con algo, tiremos la toalla, y busquemos ayuda y apoyo. Es en nuestra debilidad que Dios manifiesta su Espíritu de unidad, compasión y amor. Es en la rodilla doblada sobre el suelo que encontramos apoyo para levantarnos después. Que Dios nos de fuerza para derrotar nuestro orgullo: el verdadero enemigo.

Gracias Dios mío por ser la mano que nos sostiene y la luz que nos impide vivir en la obscuridad. Te amo.