lunes, 17 de junio de 2019

La Ley lo autoriza: si tienen miedo, vuelvan a sus casas


Por primera vez hice un video con la oración. Así que lo pueden ver o leer. Bendiciones. 

“A los que estaban construyendo una casa, a los que se habían casado recién o acababan de plantar una viña, y a todos los que tenían miedo, les dijeron que se volvieran a su casa, tal como lo autorizaba la Ley. Después el ejército se puso en marcha y fue a acampar al sur de Emaús.” 1 Mac 3, 56-57

Voy a hablar en primera y segunda persona. Soy yo quien habla y al mismo tiempo soy yo quien me habla. Te hablo también a ti, que escuchas, porque necesito abrir mis labios y existir contigo. Se me ha dicho antes que soy una egocéntrica por necesitar hablar de lo que me pasa: “no todo gira alrededor tuyo”, me dicen, pero… quizá lo que me pasa te pase a ti o alguien que amas, y quizá no sólo hablo por mí. Quizá, si te das la oportunidad de hacer tuyas mis palabras, también hablo por ti y tu dolor, tu soledad y tu tristeza. Y si ese dolor está en tu vida, puedo casi apostar que mucho de tu ser gira alrededor de ese dolor, ya sea para enfrentarlo y superarlo, o para negarlo e ignorarlo con tal de no sentir. Sea cual fuera el caso, lo peor que puede pasar es que la experiencia sea catártica, y eso, no es tan malo.

Las últimas semanas han sido días particularmente difíciles para mí. Ya no lucho para caer en depresión. Estoy deprimida. Me he resistido mucho, pero por fin se instaló en mi alma este vacío y tengo miedo. He llorado demasiado, y aunque ha sido liberador, ha sido también doloroso. He pensado mucho en ese dolor al que tanto miedo le tenía, le sigo teniendo. El dolor más grande es verte sola. Y, sin embargo, tal y como la Ley nos lo dicta en la cita de hoy, nadie está obligado a acompañarme en mis batallas.

Cuando la gente que amas es la primera en soltarte la mano, se sufre en extremo. Y da coraje, te sientes… traicionado, y de algún modo lo has sido. Se te dijo: aquí estamos para ti, y luego, cuando los necesitas, no están.

Y es que, como nos dice la cita: hay quienes tienen obligaciones que cumplir –construyen una casa o acaban de plantar una viña-, viven felices su realidad inmediata –se acaban de casar-, o simplemente tienen miedo –porque les puedes robar la alegría, y ¿quién quiere eso?

Así que, a pesar de que dicen que te aman, corrieron –o te corrieron- porque… se puede ver el terror, la angustia, el coraje, la tristeza, en tu rostro. Y todo eso da miedo, en el peor de los casos, o es incomprensible en el mejor. Sea como sea, el juicio está presente y tú serás condenado.

De modo que, igual que Jesús le pidió a su Padre, a nuestro Padre, pide también para ellos perdón, y quizá algún día logres perdonarlos también tú. No saben que los necesitas y si lo saben, no quieren atravesar por ese dolor y esa obscuridad contigo. Da miedo. A ti te da miedo también. A mí me da miedo también. Y ese terror es paralizante. Lo es. Lo sabes y no puedes culparlos por no querer hacerlo. Tienes que ser sincero contigo mismo: si estuviera en tus manos, tú tampoco atravesarías por esto.

Pero… ese dolor, no es eterno y hay una salida.

Jesús está ahí, y ya ha pasado por esto antes y va a volver a pasarlo contigo. Y aunque la obscuridad no te deje ver la presencia de Dios, quiero que sepas que está contigo, y no sólo Él, también yo estoy contigo. Y todas las almas que alguna vez atravesamos ese largo y aparentemente interminable hoyo, estamos contigo.

Así que deja ir tu rencor y tu odio y tu tristeza al verte tan sola, tan solo. No lo estás. No puedes vernos, pero aquí estamos y estamos contigo. Y vamos a salir. Piensa mucho en eso: vamos a salir.

Así que, si necesitas llorar, no te detengas y llora. Si necesitas gritar, no te detengas, enciérrate en tu carro o tu cuarto o donde puedas, y grita. Si necesitas pegarle a algo, no te lastimes, ni lastimes a alguien, pégale a la almohada o a la cama. Si necesitas decirle al mundo lo mucho que los odias porque nadie tuvo el valor de tratar de sostenerte mientras caías, e incluso hubo quien te aventó con tal de no caer contigo, dilo aquí, en esta obscuridad, ahogando tus palabras en la almohada. Desahógate, libérate de todo eso, y dáselo a Dios, para que se quede en la obscuridad y no te acompañe a la luz que vas a recibir.

Esta obscuridad es una Cruz y es un infierno. Duele y hace que el odio que vive en ti, y que no es otra cosa que amor herido, salga por completo. Pero también te libera. Así que no te resistas y pídele a Jesús, quien está aquí contigo, que te clave en esa cruz para que no salgas a lastimarte ni a lastimar a nadie. Pide que te contenga y deje morir todo esto que vive en tu corazón, todo ese coraje de verte abandonado y adolorido, negado e ignorado por muchas de las personas que amas. “No saben lo que hacen”, exclamó Jesús. Y tenía razón. No saben.   

Sé que te sientes con el derecho de culpar a quienes no te han ayudado, pero si lo haces, si culpas a los demás, seguirás añorando estar donde estabas antes, incluso puede que busques estar donde nunca estuviste, y eso no es posible, tal y como no podemos hacer regresar el tiempo ni vivir hoy el mañana. Si no has sido llamado, aceptado, buscado, necesitado antes, no lo serás hoy y muy probablemente nunca lo serás. Eso también tienes que aceptarlo y no tiene caso esperarlo.

Así que no culpes a nadie por no querer ni poder acompañarte. Nadie quiere que le robes la alegría. Y si ya has sido tragada por la obscuridad, todo contacto contigo les reflejará su propia obscuridad negada. Y aunque no quieras, se las robarás, porque en ti hoy habita un agujero negro que te consume y les recuerda lo cerca que están de ser consumidos por su egoísmo también.

Y mira, yo sé que piensas que no es justo vivirlo solo. Pero recuerda, ha habido momentos en que tú también te has negado a acompañar a alguien en sus tormentas. Todos los días vemos a alguien sufrir en la calle, en las esquinas, en los supermercados, en todos lados. Y no logramos responder a todo el sufrimiento que nos rodea con una mano verdaderamente amiga. A veces, simplemente no podemos.

Así que, yo sé que no es justo. No es correcto. No es humano. Pero la justicia es un acto divino. Todo lo que nosotros hacemos y que llamamos justicia, no es más que un intento por ser justos. Así que llora tu dolor, sufre tu pena, y suelta tu odio. No resistas el mal que te acecha. Si has sido arrastrado por la fuerza de gravedad de la desesperanza, no dejarás de atravesar por la muerte y tendrás que luchar por tu vida, pero en cada enfrentamiento, Dios estará contigo. Y yo, desde mi trinchera, te acompaño también. Sufro para que no sufras solo. Sufre tú por mí también y dale sentido a tu dolor, por favor. Para que nuestras fuerzas sean una.

Eso, mi querido amigo, mi amada amiga, es ser Iglesia. Eso es vivir y morir por tus amigos. Porque para Jesús, no somos siervos, no somos convenientes, no somos objetos utilizables o inservibles, somos sus amigos. Y no hay amistad más grande que aquella dispuesta a acompañarte incluso en tus momentos de obscuridad. Así que, con miedo y terror y tristeza y dolor y todo lo que llevas encima, no te detengas y sigue adelante. No estás solo y hay salida. Jesús, y yo, y muchos estamos aquí a obscuras contigo, y sabemos que la luz tarde o temprano aparece en el horizonte y nos muestra la salida.

Gracias Jesús por tu Espíritu de Luz y la voluntad absoluta que tienes de acompañarnos. Gracias Dios mío por darte a ti mismo en Jesús. Te amo.


domingo, 2 de junio de 2019

Desenrollar el Libro de la Ley



“Se desenrolló el Libro de la Ley para hallar ahí respuestas, las mismas que los paganos pedían a sus ídolos.” 1 Mac 3, 48

Hallar respuestas. ¿Alguna vez has necesitado respuestas al grado de que las buscas con desesperación? ¿O eres de aquellas personas dichosas que nunca han necesitado ver para creer?

Si lo eres, te felicito y me alegro por ti. ¡Qué bonito debe ser! Debo reconocer que durante mucho tiempo te envidié. Yo quería ser feliz así de fácil, así de simple: cerrar los ojos y creer.

Pero si no lo eres, te felicito también, y no sólo me alegro por ti. Creo, en verdad creo, que esa testaruda necesidad tuya de “ver para creer” te llevará a una fe inquebrantable. Y no es que crea que la fe que pasa por la prueba de verdaderamente ver las heridas, tocarlas, meter la mano en el costado del dolor, sea mejor. La fe es fe, y mi fe o tu fe no son mejores, son distintas.

Lo que creo es que una vez que has tenido que pasar por eso, por la necesidad, incluso, la desesperación de buscar respuestas, de pedirlas a como dé lugar, de suplicar, de tirarte vencido en el suelo y levantar los brazos al cielo completamente derrotado y sin esperanza, y no sólo eso, sino que además, a pesar de todas tus dudas y toda la desesperanza en la que estás inmerso, las obtienes, entonces tu fe será inquebrantable. Tú podrás quebrarte una y otra vez, pero tu fe no.

Debo decir, sin embargo, que lo sorpresivo de haber encontrado esta cita no fue el hecho de que se haya desenrollado el “Libro de la Ley” sino que se reconociera que se buscaban las mismas que “los paganos piden a sus ídolos”.

¿Quiénes son los paganos? Los que son diferentes a mí y a mi grupo. Los otros. Y esta cita me colocó al mismo nivel de todo ser humano que sufre y busca respuestas.

Me hace comprender lo cercana que estoy de todos, lo equivocada que estoy si es que pienso que la mía es la única verdad posible, y que mi “Libro” es el único que puede pretender dar una respuesta posible.

Hoy fue domingo y fui a misa. Fue, además, la fiesta de la Ascensión, el día en que conmemoramos la ascensión de Cristo a la presencia de Dios. Fui a misa sola, como siempre lo hago. Mi esposo y mi hija no van porque ambos han decidido que no creen en la Iglesia Católica. Yo he hecho todo lo que puedo para acercarlos, pero debo decir que hoy, mientras estaba en misa, hubo un momento en que supe que no sólo no pertenezco a la comunidad de la Iglesia, de ninguna iglesia, sino que ya no quiero intentar pertenecer. Y que definitivamente nunca volveré a insistirles a ninguno de los dos que se acerquen a la iglesia.  

Mientras estuve en misa, me di cuenta de que muchas de las personas ahí son dichosos, y muchos, muchos de ellos creen sin haber visto, lo cual los hace completamente diferentes a mí. Comprendí que, para ellos, para muchos de ellos, quizá no para todos, pero sí para muchos de ellos, mi visión de Cristo les sería… incómoda. Ofensiva incluso. Así que, no tiene sentido intentar pertenecer a una comunidad de iglesia.

Hoy, soy capaz de decir: Reconozco que soy Iglesia, pero no porque forme parte de una comunidad, sino porque a pesar de no pertenecer, he sido capaz y seguiré siendo capaz, de verlos como mis hermanos. Y los amo, y porque los amo, comprendo que pertenecer implica arriesgarme a ser ofensiva, ¿y quién quiere ser ofensiva con personas a las que amas?

En la comunidad de la Ascensión tienen una frase muy hermosa fomentada por el Padre Fernando Liñán, que dice: “No nos dejemos robar la alegría.”

Yo nunca podré pertenecer a una comunidad así porque implicaría dejar de ver mucho de lo que he tenido que ver. Negar lo que existe en mi vida y que hoy comprendo, no debo negar. Si es verdad que quiero vivir, debo vivir a partir de mi verdad. La verdad es, después de todo, lo que nos hace libres.

¿Cómo le explicas a alguien que, si he llegado a caer en depresión o he sentido una angustia incapacitante y peligrosa, no ha sido porque “me dejé robar la alegría”? ¿Cómo explicas que el demonio te ha tenido tomada del cuello, viéndote a los ojos y exigiéndote que mates tu ser, y que has estado tan aterrada ante semejante enfrentamiento que lo has considerado seriamente?

El sólo hecho de hablar les robaría la alegría. El sólo hecho de decir lo que he vivido y me ha pasado sería enfocarme en lo negativo y feo y malo. Eso me convertiría en el enemigo también.

¿Cómo podría, por ejemplo, explicarles que fue Cristo quien ha estado a mi lado en el infierno de mi realidad personal, y que fue Él quien me enseñó lo que implica enfrentar al demonio? Vaya, ¿cómo decirles que he tenido que enfrentar al demonio?

Y enfrentarlo no fue algo sutil ni cordial. No fue pacífico. No fue con amor y dulzura. Fue con fuerza, enojo, furia incluso. Fue… fue muy parecido a lo que Juan describe en el segundo capítulo de su Evangelio (Juan 2, 13-17):

“(Jesús) Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos (los animales) fuera del Templo… derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo… (y dijo) saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado.”

Juan describe la imagen que forzosamente llegó a la mente de los discípulos cuando lo vieron hacer todo eso, de esta manera: “Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: «Me devora el celo por tu casa.»”

¿Alguna vez has estado frente alguien “devorado por el celo”? No es bonito, eso puedo asegurarlo.

Mis imágenes de Jesús no suelen ser bonitas. Y cuando él me habla, no siempre lo hace con imágenes dulces. El que me habla así es Papá Dios. Soy, después de todo, “su niña, su amor”. Pero Jesús… Jesús para mí es… firme, recto, duro, claro y directo. Jesús es una daga, un cuchillo, una espada. Jesús es la Palabra que corta, hiere, lastima y a veces incluso mata. Y sus respuestas son totales: “¿Qué se le dice al dios de la muerte? ¡Hoy no!”

Enfrentar al demonio fue así: Tuve que poner toda mi fuera y todo mi coraje en ello y tuve que, en mi caso, enterrarle una daga mientras le decía al dios de la muerte: “¡Hoy no voy a morir!”

Esa respuesta, esa imagen reveladora que me ayudó y hoy forma parte de mi repertorio de estrategias, no vino del Libro de la Ley, literalmente. Vino del libro del inconsciente colectivo, de la narrativa fantástica que siempre refleja verdades profundas en historias y personajes con los que logramos empatizar. Ese libro del inconsciente colectivo, creo yo, es la Ley que más cuenta. Concretamente, la imagen vino de la serie: Juego de Tronos (Game of Thrones) que vi, en la medida de lo posible, porque no la vi completa –demasiadas veces me quedé dormida -, con mi esposo.

Mi hija y él tienen su propia manera de entender el Libro de la Ley, y a través de ellos es que he descubierto lo increíblemente maravilloso que es Dios, y la manera tan hermosa que tiene de hablarnos a cada uno de nosotros con nuestras propias imágenes e historias.

Le agradezco a Dios la dicha que me ha dado. Y reconozco también que en este caminar he estado con otras personas cuyas historias de vida son aún más dramáticas y tristes y fuertes, y sé que mi valor no es nada a lado de los demonios, mucho más reales y absolutos, con los que han tenido que vivir otros.

Le pido que me dé el valor de aprender a escuchar y acompañar a quienes quizá me roben la alegría, pero que requieren escucha y compañía para encontrar la fuerza que necesitan para vencer a los demonios que los atormentan. Y quizá mi alegría se encuentre precisamente en poder acompañarlos y formar comunidad, porque ellos también lo necesitan. Porque yo también lo necesito.

Dios Padre-Madre, Jesús, Espíritu de Amor, gracias, gracias, gracias.

Te amo.