viernes, 27 de diciembre de 2013

Sonríe el frío

Sonríe el frío y no hay manera de alegrar el alma.
Contenerme es casi imposible
y el hielo hecho llanto se impone.
La lluvia no cesa y no hay impermeable
capaz de cubrir un recuerdo tatuado,
un engaño creído,
una fe hecha trizas cual hielo delgado que al pisarlo
te hunde y te roba el aliento.  

¿Sientes Tú el frío?
¿Sientes el dolor?
¿Estás Tú, como dicen,
sosteniendo mi mano en esta hora eterna y final?
¿Podría ser este el fin y no principio moral
que me ata las manos y me obliga a seguir?
¿Eres Tú quién propone?
¿Por qué entonces no siento poder disponer lo que pides?
¿Por qué vivo sin ser lo que pides de mí?
¿Por qué pides aquello que no hay forma de ser?

¿Sientes Tú el vacío?
¿Son Tus horas finales tan eternas y tristes
como el látigo clima de espinas sin rosas
que cubre los días, prolonga las tardes
y sumerge las horas en espesa neblina:
muralla infranqueable de los rayos cálidos
del amor que –dicen- me tienes, y no puedo ver
ni sentir… ni oler ni tocar ni vivir?

¿Debo escucharlos?
¿Dónde, dónde está tu voz que me llama?
No logro escucharte entre tanto murmullo,
ni creer lo que escucho.
¿Cómo puedes amarlos?
¿Cómo puedes estar de su lado también?
Quizá sólo cuentan lo que quiero oír:
que existes, que vives, que eres sin duda mi principio y mi fin.
Lo dicen y luego me arrebatan tu mano,
me avientan al suelo y me llaman locura.

¿Es verdad que estoy loca?
¿Es locura amarte tantísimo así?
Verte no en los rostros intachables y limpios
con que se saludan cual realeza de un templo.
Verte sí en el otro, el que es pequeño y sucio y torpe,
como lo soy yo.
El que es niño por dentro y no sabe a bien
cómo es que se hace eso que llaman crecer
y que no comprende cómo es que pretenden
que sea certeza sin ser nunca duda.

¿Tú dudaste también?
¿Te sentaste a escribir, recitar o pensar tus preguntas?
¿O naciste, como hay quienes afirman, con todo el saber?
Yo no puedo creer en un dios con minúscula, ¿sabes?
En un dios que no tuvo la necesidad de estirar su cabeza
por encima del mundo para asomarse a la creación que Es.
Y vivir.
Sí. Vivir como el ser que inventó en su mundo ideal y perfecto,
aunque eso implique no ser aceptado como el ser ideal y perfecto
que a todos les gusta imaginar es.

¿Te dolió darte cuenta de que pesa más el poder real de lo imperfecto
que la imperfección real del poder sobre sí,
que es perfecto, porque es real,
y que es real por imperfecto?
¡Cómo duele! ¿Verdad?  
Me duele hoy, me duele ayer, y me duele mañana.

¿Podrías quedarte conmigo en este dolor eterno?
¿Podrías quedarte y ser el Sol que hoy necesito,
el Sueño que me devuelva la fe?
Una fe, eso sí, no certera.
Porque no pienso volver a cerrar ya los ojos
y ponerme en sus manos.

¿Lo comprendes? ¿Me perdonas?
Ya no puedo volver.
Este ser que yo soy, ya no es la que fue.
Y una parte de mí está muerta.
Y la lloro.
La lloro con el corazón envuelto en un puño.
Dispuesto a golpear con tal de vivir.
Dispuesto a latir en la dimensión que eres.
Dispuesto a morir si así lo deseas.

¿Lo deseas?
Vamos, ya dime que sí.
Dime que me quieres tanto, tantísimo así,
que prefieres mi muerte que verme transformada
en un ser tan pequeño como aquellos que cuidan
la imagen que presentan al mundo,
porque son espejo de todo lo que dicen no ser.

Y con todo, ahí estás Tú.
Asomándote entre las repisas de tanta doctrina.
Y no hay manera de dejar de amar
incluso a quienes sin ser fiel reflejo,
fueron las palabras y el sentir primero,
que me revelaron el misterio eterno de tu
Hermoso Ser. 

¿Cómo es posible pronunciar Tu nombre
sin sentir el Verbo recorrer la vida, transformar el vientre
y nacer de nuevo en la convicción de que es inhumano
causar sufrimiento, lastimar al otro, prolongar el daño
y hacerlo además en nombre de todo lo Santo, Eterno y Divino
que es el Amor?

¿Cómo puedo yo, él, nosotros, todos ellos y Tú,
ayudar sin ser quien lastima?
Porque la verdad duele… Lo sabes, ¿Verdad?
Duele.

Muy bien. Sea pues Tu Verdad quien se imponga.
Tu Verdad… ¿es tuya en verdad? 

Sea pues la imperfecta verdad la que nazca
cual pequeño Sol que se asoma en mi mundo
desde un puño extendido para defenderme
siempre con palabras que son mi refugio,
siempre con Tu aliento que es mi única fe. 

domingo, 22 de diciembre de 2013

No me perdones


No. No me perdones.
No mueras por mí.
No te sacrifiques.
No sufras.
Mira que tu santidad
es ya mi condena.
Esa luz que dices tener,
esa luz que ciega,
es hoy voluntad que a obscuras
busca la salida de tanta dulzura
hecha amarga culpa,
hecho pan de hiel.

Entiéndelo bien: Te odio.
Te odio tanto como alguna vez
supe que te amé.
Te odio tanto como necesito
saber que me odias también.
Porque sólo así se explica
la crueldad y la ira con que me perdonas,
con que subes tu peldaño de
santísimo cordero
hecho hombre, hecho juez,
y desde tus alturas levantas la mano
para señalarme y decirme después
que mucho me amas,
que todo lo olvidas
y que he de ser una más
de las muchas, muchísimas almas
perdidas que has sabido a bien
dirigir sin que ellas sepan a bien
encontrar la luz
que has puesto a sus pies. 

Y en el suelo,
tendida y desnuda de todo mi ser,
no creas ni por un momento que le pido al Cielo
te bendiga y te tenga bajo su mirada.

No. Hoy no pido por ti,
ni por tu iglesia ni por todos tus santos.
Hoy he pedido por mí.
Hoy le he pedido a Dios que si existe
ya no pretenda que alguien me tienda la mano
y que sea Él, completamente Él,
y sólo Él,
quien baje de su nube
y camine conmigo sobre este mar
hipócrita de palabras vacías,
de espejismos desérticos,
de apariencias sin verdadera ley.

De modo que puedes ya bajar de tu altar
y pisarme si quieres,
tan abiertamente como siempre
lo has hecho cuando nadie te ve.

Y trágate el perdón que escupes sin sentido.
Pero hazlo con cuidado,
que es grande como el ego que llevas
cual cruz de utilería  
que sólo tú te impones,
y sólo tú te crees.

Y deja ya de ser el crucifijo que,  
con trompetas y a los cuatro vientos,
te encanta anunciar ser,
que aun engañando al mundo completo
no puedes ni debes engañarte solo:
Perdónate tú.
Y quizá entonces logres comprender
lo mucho que me amo,
lo mucho que te amé.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Renuncio



Esta noche te dejaré morir.
Cerraré los ojos y moriré contigo.
No habrá más llanto ni habrá más sueños.
El silencio invadirá mi vida
y en silencio me invadirá la muerte.
Poco a poco, día a día,
clausuraré los ojos para encontrarte dentro
del sarcófago de una existencia viva.
Que pudo ser.
Que debió ser.
Que es, existe, late y muere.

Me encerraré en ese mundo pequeño
de paredes estrechas, obscuridad y dicha.
Porque he de ser tan feliz como lo fui
cuando quise creer que era tuya.
Cuando quise creer.

Dejaré de querer y por fin enterraré la daga.
No habrá más ilusiones en falso,
ni finales felices.
No habrá fin…
La eternidad de tu mirada me impedirá cerrar los ojos
a la única y auténtica verdad que son tus labios.
Y escucharé en cada acto tu despedida diaria.
Y saludaré en cada gesto tu bienvenida inmortal.

Dejaré de latir, de sentir, de suspirar.
Me hundiré en un mar de emociones
y el huracán de mi vida acabará con todo.
Nada quedará en pie. Nada.

Y dejarás que pase.
En silencio me verás morir.
Sin atreverte a mirar mis ojos
y sin poder evitar clavar tu mirada en ellos.
Me dejarás morir porque me amas.
Porque vivirme sería matarme día a día
con la crueldad de un padre rencoroso
que desea ser más grande y más glorioso
que el amor que su hija le profesa.

Me dejarás morir.
Y yo con gratitud te amaré más, mucho más.
Te amaré con la eternidad en el espíritu
y con la resignación en cada célula.
Te amaré hasta que amar lo sea todo,
hasta que amar no sea nada.
Pues eso seré a partir de hoy:
un todo repleto ya de nada.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Anhelo


Helo aquí,
un vacío que te parte en dos
con coraje, con indiferencia,
con el cuchillo mortal de la tristeza
que desgarra el deseo y te hunde en un sol
que no vuelve a salir, pero quema.

Helo aquí,
un silencio que aniquila el alma.
Carnívoro con disfraz de cordero.
Aullidos de víctima-verdugo.
Alma en un grito, incapaz de mostrarse
y vivir cual suspiro.

Helo aquí,
un espacio que pide se despeje.
un cúmulo de sueños que al verse descubiertos
en su verdad humana, histórica y latente,
se muestran con garras y con dientes
con piedras en las manos,
con deseos de muerte.

Helo aquí,
ángel caído, ego enamorado de sí mismo,
fantasma de un hombre,
del padre que no es,
del hijo que aún llora su capricho,
y castiga y lastima,
agonizante en la vida cómoda y segura
de quien ha cortado las alas de su ser.

Helo aquí,
reflejo de mi existencia que ya no puede desear
porque desear es suicidio.
Que no sabe recorrer el camino de regreso.
Ni sabe decir adiós al Dios que ha permitido
tanto, tantísimo dolor
en esta dimensión de tan poco, poquísimo espacio.

Helo aquí,
hundido sinsentido de ser lo que no puedo ser,
de vivir lo que no puedo vivir,
de respirar el aire que no es aire,
de bautizarme en el agua que no es agua
y de beber la sangre que no es vino,
pero que es y existe en mí,
y reclama una existencia imposible
cual tigre con alma encarcelada.

Helo aquí,
Mi anhelo, mi vida, mi nunca más amor mío,
mi promesa de te amaré por siempre,
         por siempre,
                 por siempre…
                                 Dios mío.
Helo aquí.






sábado, 26 de octubre de 2013

Arcángel


Gracias por tus alas dulces y tu fortaleza desarmada.
Por tus labios tristes de besarme a ciegas,
sin que yo te vea, sin que tú me sientas.
Gracias por el soplo de un poema alegre,
que me dice siempre cuánto amor me tienes.
Gracias por mirarme acertadamente;
con ojos profundos, cual cielo, cual muerte,
cual vida que vuelve a latir,
porque en ti el valor de SER regresa a mi mente.
Y me sé amada, aunque nunca sepa lo que eso sea.
Y me sé escuchada, aunque nunca pueda decírtelo todo,
porque todo guardo, porque todo pesa.
Pesa sobre todo este amor ya hueco,
este amor desierto, este amor incierto.
Gracias a mi Dios que te hizo muro donde caminar,
que te dio paredes para sostenerme,
y te dio existencia para que te encuentre,
y así, pueda dar un paso firme hacia la morada de tus brazos fuertes,
que son mi refugio, mi vida, mi vacío de mí, mi existencia plena.
Pues sólo en ti la dicha de saberme tuya
es soplo de vida.
Y existo.
Aunque nunca sea lo que nunca fui,
lo que no he de ser, lo que aún no soy,
ante tu mirada SOY…
                                 simplemente amor.

lunes, 29 de julio de 2013

Una explosión de amor


Abigail es un nombre de origen Hebreo y significa “el padre salta de júbilo” o “la alegría de mi padre”. Cuando buscaba nombres para mi, entonces, futura hija o hijo, sentí algo brincar dentro de mí cuando leí el nombre de Abigail. Supe entonces que tendría una niña y que ese sería su nombre. Pero como yo soy una mujer incrédula, no salté a conclusiones ni me hice esperanzas que muy bien podrían ser falsas, pues aún no sabía si sería hombre o mujer. De modo que seguí buscando nombres y anotando diferentes posibilidades en un documento de Word, tanto de niños como de niñas.
Una vez que supimos que sería niña, la lista ya incluía varios nombres que nos gustaban. Empezamos a escoger este o aquel, sin embargo todos parecían tener un “pero”. Por fin dejé la incredulidad a un lado, y tanto Alejandro, mi esposo, como yo, nos decidimos por el primer nombre de la lista (oh sí, fue el primero): Abigail, “la alegría del padre”. Tenía que ser así, Dios estaba feliz de que Abby llegara a este mundo. Alejandro, su papá, estaba feliz de tener una pequeña en su vida. Y yo era feliz de poder darles semejante alegría a los dos.
Abby ha sido una bendición, pero también un dolor de cabeza. Sobre todo para mí, pues le dio por “estar enojada” conmigo. “¿Por qué siempre estás enojada conmigo?”, le pregunté una vez. “Porque tú siempre me despiertas”, fue su respuesta. “Que no sabes que las personas deben despertarse solas, cuando ya han dormido bien y pueden abrir los ojos sin problema”. “Lo siento”, le dije, “pero tienes que ir a la escuela.”
Hace poco me di cuenta de que ese “despertar” no sólo tiene que ver con el hecho de que la levante y la lleve a la escuela, sino que tiene mucho más que ver con la incredulidad que me hizo buscar y buscar nombres, cuando desde el principio se me dio el nombre correcto. Tiene que ver con ese afán de guiarme, y guiarla, únicamente con la razón y olvidar el juego, la magia, los cuentos, la alegría del Padre, es decir, la dicha de ser una niña con ilusiones y con asombro en sus ojos. Una niña, no una pequeña personita que “entienda” que mamá tiene cosas que hacer y que ella haría bien en ayudarla. Cada que pretendo que Abby deje de ser niña y se comporte como una personita madura, la despierto. Y como ella bien dice: las personas deben despertarse solas, cuando ya hayan dormido, soñado, vivido la magia de ser niños, lo suficiente.
¿Y cómo se logra ser madre sin despertar antes de tiempo a nuestros hijos? Abby me lo explicó como sólo un niño puede hacerlo: con un cuento.
Todo empezó con mi afán de ocuparla en algo porque yo tenía otras cosas que hacer y ella pedía y pedía atención. “Mira”, le dije, “tengo este incensario de madera que voy a poner en nuestro altar. ¿Podrías decorarlo con tus plumones para que se vea bonito?” Encantada se puso manos a la obra. Después de un rato me dijo: “Mamá, ya terminé. ¡Es una explosión de amor!”
En cualquier otro momento le habría dicho: ¡ah, qué lindo dibujo! Y listo, a buscar otra cosa más con qué entretenerla. Pero fue tal su entusiasmo que aquella explosión llamó mi atención y le pedí entonces que me explicara su dibujo. He aquí lo que me contó, reestructurado, claro, porque lo contó todo revuelto, como lo hace un niño. Entre paréntesis están mis interpretaciones de los símbolos usados:
Incensario-1La mamá y la hija estaban en el océano (un mar de emociones). La  hija tenía un flotador y la mamá nadaba. Pero un tiburón (problemas, preocupaciones, miedos que te consumen) llegó y mordió el flotador de la niña que se desinfló. La hija creyó que la mamá había sido quien le dijo al tiburón que rompiera el flotador, así que muy enojada, empezó a pegarle a su mamá. La mamá trataba de sostenerla mientras la niña le pegaba, pero le costaba mucho trabajo, y si la soltaba la niña se iba a ahogar, pero con los golpes de la niña tampoco podía nadar y así se iban a ahogar las dos. En un afán desesperado la mamá lanzó su corazón hacia el cielo (pidió ayuda a Dios). En el cielo el corazón se transformó y de él surgieron dos corazones más. Al mismo tiempo que el corazón subió, la niña empezó a elevarse al cielo también. Llegó hasta el sol (Dios). Uno de los corazones, el de arriba, “color fuscia”, enfatizó Abby (rosa intenso: amor profundo), subió hasta la niña y con la ayuda de un ángel y de María, la mamá de Jesús (por eso dice María hasta arriba del dibujo), Dios abrió su pecho y metió el corazón en la niña. Fue así que la niña dejó de estar enojada. Y el otro corazón bajó hasta la mamá que ahora caminaba sobre el mar (ya no se ahogaba en sus emociones), pero ese corazón entró en su pecho sin problema, porque ya era suyo, aunque ahora estaba transformado porque no fue el que se lanzó al principio al cielo. Y el tercer corazón, el de en medio, el que se lanzó al cielo, se hizo pequeño, pequeño, pequeño, “así, como una burbuja”. Entonces subió al cielo, donde estaba el sol (Dios), y ahí se hizo grande, grande, grande y se metió en el pecho de Jesús, porque Jesús es muy grande. De este modo los tres corazones encontraron su lugar: el de la niña, el de la mamá y el de Jesús. Todo esto sucedió en una ¡explosión de amor!
Esta explosión me cayó como un rayo encima. Volver a ser niña con mi hija es entrar en el cielo que es el lenguaje de Dios. Un lenguaje de símbolos, de magia, de corazones que salen del pecho para tocar el cielo y transformarse en perdón y perdonarse en el proceso. Para quienes estos símbolos no signifiquen nada, este texto no será más que un alucine más. Pero a Dios gracias el mundo está lleno de símbolos, representaciones, mitos y leyendas que le pueden dar forma a nuestros sueños y le pueden dar voz a nuestra alma. Abby usó los que tiene a la mano, los que conoce, escucha y vive.
Cito a Joseph Campbell, escritor reconocido por su trabajo en mitología y religión comparada. “La gente dice que todos estamos buscando el sentido de la vida. Yo no creo que eso sea lo que realmente buscamos. Creo que lo que lo que buscamos es la experiencia de estar vivos, de forma tal que nuestras experiencias de vida en el plano meramente físico tengan resonancia dentro de nuestro ser y nuestra realidad más interna, para que así realmente sintamos la euforia de estar vivos. De eso es finalmente de lo que se trata, y esto es lo que estas pistas nos ayudan a encontrar dentro de nosotros”. (Joseph Campbell, The Power of Myth, Anchor Books, p. 4 y 5 –la traducción es de esta servidora).
Las “pistas” de las que habla son los mitos. “Los mitos son pistas hacia las potencialidades espirituales de la vida humana”, afirma.
Son pistas que los niños entienden muy bien. Por eso, Jesús dijo: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18,3).
Volver a ser niños con nuestros hijos es vivir la verdadera alegría del padre. Un padre que es capaz de jugar con sus pequeños, que puede escuchar sus cuentos e imaginar sus aventuras, y que le ayuda a darle sentido a su existencia a través de magia, de símbolos, de sueños, de explosiones de amor y de vida. Así se deja de existir tan solo, y todo evento, por simple que sea, tiene una resonancia profunda. Vivir en esa resonancia profunda es entrar en el Reino de los Cielos. Es tocar a Dios con cada latido de nuestro corazón.
Y sí, aún me atacan los disparos de razón, lógica y sentido común que me dicen: ¡¿Qué locuras son estas?! ¿Por qué te afanas en creer que eres una princesa-guerrera-hija de Dios; un Tigre herido que clama en el desierto de un mar embravecido; un unicornio atrapado en un cuerpo de mujer cuya mirada se pierde en un océano de emociones pues busca una salida que pueda liberar y liberarse de un toro de fuego; un alma joven que nadie ve y que murió antes de tiempo, pero que como Jack Frost, encontrará su existir el día que otros también crean que existe la magia, la luz y la fe?
Esas son las benditas locuras con que Dios, mi Padre, alimenta a esta niña-mujer, que necesita recuperar la alegría de estar viva, y no podrá hacerlo sin la magia de la fe y sin la resonancia del Reino de los Cielos en su alma.












jueves, 16 de mayo de 2013

Mi yo no quiso levantarse hoy

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Mi yo no quiso levantarse hoy.
No quiso. No pudo.
Me tuve que vestir sin él. ¿O debo decir ella?
No sé.
Mi yo no es hombre ni es mujer.
Es vida y está vivo.

Con todo y que es vida, con todo y que está vivo,
no quiso levantarse hoy.
No pudo.
Vamos, vamos, arriba que hay mucho por hacer.
No quiso. No pudo.

Así que tomé el café sin mi querido amigo,
sin mi adorada hermana.
Y me serví cereal en un tazón sin fondo.
Arrastré mis “cosas por hacer” a través de la puerta,
y como pude, subí al autobús de la rutina.

Por la noche, cuando por fin logré tirarme en cama,
Mi yo se levantó y quiso, entonces, justo entonces,
“hablar de esto que nos pasa”.
Estoy cansada, le dije. Déjame en paz…
Deja que duerma ahora yo,
que si sigues empeñándote en no vivir conmigo
no podré levantarme YO mañana.
Y hay que levantarse…
Aunque no quieras…
Aunque no puedas…

Mi yo se acurrucó a mi lado
y me pidió perdón por no querer, por no poder.
Y yo le dije: mira, yo sé lo es que sentir
que el alma se te escapa…
que no hay manera de tomar el aire que respiras,
que no hay canción que te consuele
ni llanto que te cure…

Me interrumpió mi yo, y dijo:
¡No! No sabes lo que es.
Tú piensas que lo sabes porque me ves así,
porque te pesa el cuerpo,
porque ya no sonríes,
pero yo necesito que por una vez te desplomes
y te dejes sentir todo esto que nos pasa.
Que mientras siga aquí este dolor perdido
sin posibilidad alguna de vivirle,
no podrás dormir, ni querré yo levantarme.

Mi yo fue categórico: ¡No puedes enterrarme!
¡Soy vida! ¡Estoy vivo!

No supe qué decirle…
No supe.
No quise.
No pude.