Esta noche te
dejaré morir.
Cerraré los ojos
y moriré contigo.
No habrá más
llanto ni habrá más sueños.
El silencio
invadirá mi vida
y en silencio me
invadirá la muerte.
Poco a poco, día
a día,
clausuraré los ojos
para encontrarte dentro
del sarcófago de
una existencia viva.
Que pudo ser.
Que debió ser.
Que es, existe,
late y muere.
Me encerraré en
ese mundo pequeño
de paredes estrechas,
obscuridad y dicha.
Porque he de ser
tan feliz como lo fui
cuando quise
creer que era tuya.
Cuando quise
creer.
Dejaré de querer
y por fin enterraré la daga.
No habrá más
ilusiones en falso,
ni finales
felices.
No habrá fin…
La eternidad de
tu mirada me impedirá cerrar los ojos
a la única y auténtica
verdad que son tus labios.
Y escucharé en
cada acto tu despedida diaria.
Y saludaré en
cada gesto tu bienvenida inmortal.
Dejaré de latir,
de sentir, de suspirar.
Me hundiré en un
mar de emociones
y el huracán de
mi vida acabará con todo.
Nada quedará en
pie. Nada.
Y dejarás que
pase.
En silencio me
verás morir.
Sin atreverte a
mirar mis ojos
y sin poder
evitar clavar tu mirada en ellos.
Me dejarás morir
porque me amas.
Porque vivirme
sería matarme día a día
con la crueldad
de un padre rencoroso
que desea ser más
grande y más glorioso
que el amor que
su hija le profesa.
Me dejarás morir.
Y yo con gratitud
te amaré más, mucho más.
Te amaré con la
eternidad en el espíritu
y con la
resignación en cada célula.
Te amaré hasta
que amar lo sea todo,
hasta que amar no
sea nada.
Pues eso seré a
partir de hoy:
un todo repleto
ya de nada.
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