sábado, 7 de diciembre de 2013

Renuncio



Esta noche te dejaré morir.
Cerraré los ojos y moriré contigo.
No habrá más llanto ni habrá más sueños.
El silencio invadirá mi vida
y en silencio me invadirá la muerte.
Poco a poco, día a día,
clausuraré los ojos para encontrarte dentro
del sarcófago de una existencia viva.
Que pudo ser.
Que debió ser.
Que es, existe, late y muere.

Me encerraré en ese mundo pequeño
de paredes estrechas, obscuridad y dicha.
Porque he de ser tan feliz como lo fui
cuando quise creer que era tuya.
Cuando quise creer.

Dejaré de querer y por fin enterraré la daga.
No habrá más ilusiones en falso,
ni finales felices.
No habrá fin…
La eternidad de tu mirada me impedirá cerrar los ojos
a la única y auténtica verdad que son tus labios.
Y escucharé en cada acto tu despedida diaria.
Y saludaré en cada gesto tu bienvenida inmortal.

Dejaré de latir, de sentir, de suspirar.
Me hundiré en un mar de emociones
y el huracán de mi vida acabará con todo.
Nada quedará en pie. Nada.

Y dejarás que pase.
En silencio me verás morir.
Sin atreverte a mirar mis ojos
y sin poder evitar clavar tu mirada en ellos.
Me dejarás morir porque me amas.
Porque vivirme sería matarme día a día
con la crueldad de un padre rencoroso
que desea ser más grande y más glorioso
que el amor que su hija le profesa.

Me dejarás morir.
Y yo con gratitud te amaré más, mucho más.
Te amaré con la eternidad en el espíritu
y con la resignación en cada célula.
Te amaré hasta que amar lo sea todo,
hasta que amar no sea nada.
Pues eso seré a partir de hoy:
un todo repleto ya de nada.

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