domingo, 30 de diciembre de 2018

Dame sabiduría


Photo by Faye Cornish on Unsplash
“Durante la noche se apareció Yavé a Salomón y le dijo: «Pide lo que quieras que te dé», y Salomón respondió a Yavé: «Tú hiciste con David, mi padre, gran misericordia, y a mí me has hecho reinar en su lugar. Ahora, pues, ¡oh Yavé!, se cumple tu promesa a David, mi padre, ya que me has hecho rey de un pueblo numeroso como el polvo de la tierra. Dame, pues, la sabiduría y el entendimiento para que pueda conducir a este pueblo, porque ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo?»” 2 Cró 1, 7 a 10

Según Wikipedia la sabiduría “es un carácter que se desarrolla con la aplicación de la inteligencia en la experiencia propia, obteniendo conclusiones que nos dan un mayor entendimiento, que a su vez nos capacitan para reflexionar, sacando conclusiones que nos dan discernimiento de la verdad, lo bueno y lo malo.”

También asegura que “la sabiduría y la moral se interrelacionan dando como resultado un individuo que actúa con buen juicio. Algunas veces se toma a la sabiduría como una forma especialmente bien desarrollada de sentido común.”

Un aspecto importante de esta definición es “la aplicación de la inteligencia en la experiencia propia”. Los seres humanos sabios llegan a serlo por la habilidad que desarrollan de usar su inteligencia para la comprensión de su experiencia. En otras palabras, tiene que ver con lo que se llama en inglés “self-awareness” o tener consciencia de uno mismo.

Esto es, por supuesto, algo increíblemente bueno, pero también puede ser una trampa enorme. Yo lo comprendí a partir de una plática de TED titulada: Aumenta la consciencia de ti mismo, con una simplemejora (“Increase your self awareness with one simple fix”). Y supongo que tendré que buscarme el tiempo para tratar de traducir esta plática (esperemos que ya alguien se haya puesto manos a la obra), porque realmente vale la pena que la vean. (1)

Tasha Eurich, psicóloga organizacional, es quien elaboró esta conferencia la cual inicia con una afirmación que causó risas, pero que yo me tomo en serio porque… estoy muy consciente de lo que me pasa. Ella dice:

“Alguna vez Tennessee Williams dijo: “Llega el momento en que al verte al espejo te das cuenta de lo que ves es todo lo que llegarás a ser, y entonces, lo aceptas o te matas.” Después de que el auditorio soltó una pequeña risa, Tascha Eurich nos dio otra salida, que es en realidad la que la mayoría toma: “O dejas de verte en espejos.”

Bueno, es verdad: tomar consciencia de uno mismo es, sin duda, una fuente de sabiduría. ¿Conoces personas que son muy buenos para ayudar, comprender e incluso dar consejo a otros, pero no parecen lograr todo eso consigo mismos? ¿Gente malhumorada o abiertamente enojona que es muy buena y entregada, o personas que parecen estar inmersos en una depresión, tristeza, o melancolía constante pero que tienen una gran habilidad para ayudar a otros a salir de sus tristezas y angustias? Bueno, pues estas personas son sabias, pero no necesariamente felices. Y las investigaciones que Tasha Eurich y su equipo, han realizado nos explican por qué y, mejor todavía, nos dicen qué hacer al respecto.

No voy a intentar explicarte la investigación y el procedimiento con el que lo llevaron a cabo. Lo que sí voy a hacer es hablarte de las conclusiones del estudio. El primer descubrimiento es que, en general el 95% de las personas cree tener consciencia de sí mismo, pero los datos indican que en realidad sólo entre el 10% y el 15% de las personas son realmente conscientes de sí. La mayoría de nosotros estamos ciegos.  

Ahora, resulta que, de ese pequeño porcentaje de personas conscientes de sí, eran aún menos las personas que era verdaderamente felices y se sentían realizadas. La mayoría de las personas con una alta consciencia de sí mismos eran, en realidad, personas con un alto nivel de estrés y depresión. Eso sorprendió mucho a los investigadores porque la creencia es que tener consciencia de uno mismo es una condición completamente necesaria para tener una vida plena. De hecho, mi experiencia indica que todo proceso terapéutico que se respete, busca precisamente eso: la consciencia de uno mismo.  

Ahora, lo relevante es que dentro de ese grupo de personas con altos niveles de consciencia de sí mismos, había un grupo -pequeño- de personas que sí vivían una vida plena y era realmente muy felices. Así que la siguiente pregunta era: ¿Cuál es la diferencia entre las personas con alto nivel de consciencia de sí mismos desdichadas y las que vivían plenas?

Y lo descubrieron. Entre el grupo de personas que estudiaron y que tenían un alto nivel de consciencia de sí mismos, había un grupo muy pequeño al que, cariñosamente le llamaron, los “unicornios de la auto-consciencia”.

A manera de paréntesis, los unicornios son símbolos hermosos. Hay viejas tradiciones cristianas que, según leí, consideran a Jesús el “unicornio espiritual” que encarna mansamente en el seno de una Virgen pura y que las fuentes donde se bañaban adquirían las capacidades curativas del agua de la vida. (2)  

Bien, pues estos unicornios de alta consciencia de sí mismos y dichosos hacían algo diferente a sus demás compañeros no tan dichosos: Su introspección los llevaba más a preguntarse “¿qué?” en lugar de quedarse en el “¿por qué?”

Es decir, sí se preguntaban cosas como: “¿Por qué me pasa esto?” Pero después se preguntaban cosas como: “¿Y ahora qué hago?”

Tasha Eurich nos asegura que la consciencia de uno mismo es, definitivamente, una cualidad deseable e indispensable para una vida plena, pero tal y como su investigación lo demuestra: Si has de investigar por qué sucede algo, que sea para encontrar qué es lo que tienes que hacer al respecto, y te des a la tarea de hacerlo.

También implica tenerte mucha compasión, porque la realidad es que, al vernos al espejo, mucho de lo que vamos a ver no nos va a gustar, y si te pones a escarbarle y tomas consciencia -y es muy importante que lo hagas, porque sin consciencia puede que logres ser “feliz” pero no necesariamente pleno- quizá descubras que es muy difícil cambiarlo o simplemente no se puede cambiar. Entonces la salida más usada es, tapar el espejo, pero es la que a la larga te hace más daño y lastima a los demás. La menos transitada es la toma de consciencia, pero cuando te enfrentas a una realidad aplastante, vivir con esa consciencia es una tortura, y la última, la que se puede convertir en el agua de la vida, implica aceptar esa “cruz”, esa “realidad aplastante”, esa “condición” y hacer algo con ella. Así que busca tus “¿qué?”

¿Qué hago con esto? ¿Qué puedo sacar de esto? ¿Qué quiero obtener de esto? ¿Qué puedo hacer por otros a partir de esto? ¿Qué puedo hacer por mí misma? ¿Qué herramientas tengo? ¿Qué acciones, actitudes, actividades me dan vida y alegría? ¿Qué personas quiero tener cerca? ¿Qué actitudes de otros me ayudan? ¿Qué actitudes me aplastan o lastiman? ¿Qué vale la pena conservar y qué es mejor eliminar?

En fin, preguntémonos: ¿Qué?

Jesús, mi adorado Unicornio Espiritual, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia.

Esta oración hoy tiene mucho más sentido.

Gracias mi dulce Bien. Mil gracias. Y gracias también a Tasha Eurich y su equipo de investigación que por no conformarse con el porqué de los resultados y buscar también; ¿qué es lo que arroja esos resultados? Su investigación es un ejemplo perfecto de lo que implica tomar consciencia -saber el “porqué” de algo- y encontrar el ¿qué puede hacerse al respecto?

Y gracias por la ciencia, fuente en la que el Unicornio Espiritual de nuestro ser puede bañarse para obtener agua de vida.

Te amo. 

(1) Eurich, Tasha. (2017, Noviembre). TED, Ideas Worth Spreading. Taken from: https://www.ted.com/talks/tasha_eurich_increase_your_self_awareness_with_one_simple_fix/transcript

(2) El Unicornio, Símbolo y Significado. (2018, Diciembre 30). Los Símbolos y sus Significados. Tomado de: https://simbolosysignificados.blogspot.com/2014/12/unicornio.html?showComment=1546182185145#c1988530993803825033


viernes, 28 de diciembre de 2018

Si lo buscas


“«Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón entero y con ánimo cariñoso, porque Yavé sondea a todos los corazones y penetra los pensamientos en todas sus formas. Si lo buscas, se deja encontrar, pero si lo dejas, él te arrojará para siempre. Mira ahora que Yavé te ha elegido para edificar una Casa que sea su Santuario. Sé fuerte y manos a la obra.»” 1 Crón 28, 9 y 10

Mi Bien, mi dulce Bien, entre lo que parecían interminables listas de nombres y puestos, apareció esta cita, y mi corazón saltó. “Si lo buscas se dejará encontrar.” Eso es tan cierto. Buscarte, buscarte, buscarte… buscar lo que es verdadero, lo que es bueno, lo que es bello. 

Me sorprende que una afirmación tan bella esté a lado de una realidad tan cruel: “Si lo buscas, se deja encontrar, pero si lo dejas, él te arrojará para siempre”. 

Ese “él te arrojará para siempre”, me parece… cruel. El tipo de cosas por las que muchos critican tu existencia de bondad: ¿Cómo es posible que Dios, siendo bueno, permita y, de hecho, genere el mal, el rechazo, el odio? ¿Cómo puede un ser de amor, arrojar a alguien para siempre? 

Es una pregunta difícil de contestar, pero quiero intentar contestarla. ¿Por qué? Porque eres bueno, y es importante tener la capacidad de comprenderlo. 

Pero dado que la presencia de Dios no puede más que experimentarse como una experiencia de vida, si he de encontrar una respuesta la he de encontrar en la experiencia de vida que he tenido. 

Aquí es donde escribí mucho, mucho, mucho, y luego lo borré. Eran demasiadas palabras que lo único que decían era: yo fui quien arrojó a Dios de mi vida. ¿Cómo? Creyendo que la manera en que los demás me definían, me diagnosticaban o me decían que era, efectivamente era la única manera en que yo podía ser definida. 

Recuperarme, y me he recuperado de situaciones muy peligrosas, implicó creer que, a pesar de todo lo que digan los demás, a pesar de los diagnósticos y de una evidente incapacidad para vivir, relacionarme con otros y funcionar, valgo la pena y sí puedo. Implicó creer que Dios está en mí. Que hay algo valioso en mí. Que no soy sólo una víctima, pero tampoco soy sólo un verdugo. Que yo no fui la culpable de mi vulnerabilidad y no estuvo bien que otros hayan abusado de esa vulnerabilidad, pero tampoco puedo sólo reconocer mi vulnerabilidad y sentarme a que desaparezca sola. Porque es muy importante saberlo y asumirlo: si bien no tiene nada de malo ser vulnerable, a veces, tampoco tiene nada de bueno. 

A Dios lo arrojé de mi vida no porque no haya creído en él, siempre he creído, sino porque llegue a no creer en mí. Al aceptar que yo no tengo dignidad porque tengo un “problema”, y por lo tanto no merezco pertenecer. Al aceptar que la gente no quiera estar a mi lado porque no sabe cómo estar a mi lado. Al callarme cuando tenía una necesidad. Al no decir, no, cuando eso era lo que quería decir. Al buscar las mismas relaciones tóxicas que sabía me hacían daño, pero que creí necesitaba más que mi amor propio. 

Todo eso fue arrojar el “SER” lejos de mí. Y si arrojas al ser, Dios, el SER no podrá más que arrojarte también, porque tu vida no tendrá el sentido de valía y dignidad que debe tener, que estás destinado a tener. 

Dios es el SER. No lo dejes porque al dejarlo te arrojas lejos de la existencia y el sentido último de vivir: SER. Si no asumes el ser, el SER no puede asumirte.  

Ahora, no arrojarlo implica luchar. Luchar por eso que vales. Y cuando tienes que luchar necesitas fuerza y energía, y nada alimenta la fuerza y la energía como el coraje, el odio, el rencor y la ira. Quien piense que se puede luchar de manera pacífica, no conoce o reconoce en sí mismo, las acciones “pasivo-agresivas”. No nos engañemos, no hay lucha sin agresión de algún tipo. El coraje y la ira juegan un papel en la existencia. Y la pasividad también es una forma de agredir, y a veces, incluso más afectiva. 

Gandhí lo sabía bien. La diferencia entre lo realizado por Gandhi y lo que suelen hacer las personas pasivo-agresivas es la dignidad con que tratan al otro. Y esa es una diferencia enorme, porque uno lucha por la justicia para todos -condición indispensable para que la dignidad se de- y el otro lucha por la mezquindad, la cual se define como: realizar acciones que puedan perjudicar a otra persona o que impliquen un trato despreciable. 

De modo que no te voy a decir que en mí solo existe amor y buena voluntad. No, yo tengo coraje, odio, rencor e ira. Y eso me lleva al deseo, enorme, de golpear gente. Estoy tentada a contarte las razones muy justificadas que tengo para sentir todo eso. Y si las cuento, te aseguro que igual y también te da coraje y me dices: ¿A quién quieres que vayamos a golpear? 

Bueno, quizá no. Quizá eso de querer golpear gente sólo me pase a mí. Pero me pasa. Y aunque me pasa, no lo he hecho. En el pasado el coraje se internalizó aún más, y en lugar de querer lastimar a otros, me lastimaba yo. ¿Por qué? A veces la incapacidad de vivir en un mundo que nos minimiza puede llevarnos a la agresión última: lastimarnos nosotros. Y el colmo de ese daño es terminar con nuestra vida ante la evidente imposibilidad de dignificar nuestra existencia. 

Y aquí es donde casi siempre caemos en un extremo del “Yo” o el extremo de “Ustedes”. ¿Qué quiero decir? Bueno, podemos caer en la tentación de creer aquello de que nos bastamos a nosotros mismos y que a partir de aquí soy yo y sólo yo. Después de todo, es nuestra existencia y a nadie le importa más que a mí. También podemos caer en el extremo de “ustedes” son quienes necesitan cambiar y ser otros porque no son capaces de reconocer mi valía. Y entonces llenarnos del deseo de superarnos sólo para aplastar a ese “ustedes que me hicieron daño” o quedarnos justo donde y como estamos para poder decir: “ustedes no me ayudaron a desarrollarme”. 

Pero existe un punto medio -y más justo- y es el “nosotros”.

También es el más difícil: “nosotros”. Pero te lo puedo asegurar, porque ya lo intenté: no vas a poder solo, necesitas un “nosotros”. Y es verdad que a veces esos otros no están dispuestos a ayudarte. Sobrevivir es algo que se puede hacer solo, pero vivir, es colectivo. Así que… si no hay alguien a tu lado, no seas yo. Si has de ser algo, que sea: Dios y yo: Nosotros. 

Permite que el “nosotros” empiece con Dios. Y yo no sé cómo vivas a Dios, pero vívelo. 

Yo lo imagino. Alguna vez alguien me dijo, en tono peyorativo: Dios es un amigo imaginario. Y sonrió como si el saberlo lo hiciera un ser superior a mí. Y quizá esa persona nunca ha necesitado un amigo imaginario, pero como dice la canción “Camina siempre adelante” de Alberto Cortez que escuchaba con mis padres de niña: “Cuando te falte un amigo o un perro con quien hablar, mira hacia adentro y contigo has de poder conversar.” 

¿Sabías que está visto que los niños solitarios que tienen amigos imaginarios llegan a ser más felices y resilientes que los niños solitarios que no tienen amigos imaginarios? Cuando yo miro hacia adentro encuentro a Dios. Quizá es el nombre que me enseñaron que tiene esa parte de mí que es la más humana y linda y compasiva. El caso es que me reconozco humana, linda y compasiva, y he aprendido que puedo serlo no sólo con los demás, sino conmigo misma también. 

Ayer, escuche a un médico -no creyente- llamar a ese amigo imaginario como el “Espíritu humano”. Igual y es el héroe en que te puedes convertir o el deseo que tienes de superarte. El caso es que existe. Lo imagines o no, ese "algo", ese "ser", existe.  

Pero no te quedes en el “está dentro de mí”. Como dijo Jesús: “No se enciende una vela para esconderla debajo de la mesa”. Una vez que hagas contacto con Él, búscalo en otros. Por que también existe en otros. 

Claro que si tú, como yo, también quieres golpear a ciertas personas, probablemente no es ahí donde debas buscarlo primero. Pero búscalo. Búscalo siempre. Y empieza buscándolo en ti. 

Ayer fui al gimnasio y entrené box yo sola porque en estas vacaciones no ha habido clases. Imaginaba que Jesús estaba ahí y que eran sus instrucciones las que seguía. Instrucciones que yo decía en voz alta y que cuando me salían mal, en tono enérgico me decía: ¡No! ¡Otra vez! ¡Empieza de nuevo! ¡Concéntrate! En fin. Jesús es muy exigente como coach. Y cuando me salía bien me decía: ¡Eso! ¡Así! ¡Ya salió! ¡Muy bien! Jesús también es excelente en reconocer tu esfuerzo y aplaudir tus logros. 

Por ahora entreno sola, pero llegará el día en que volverá a haber clases y tendré que entrenar con otros. Me gusta más entrenar sola. Me gusta más hacerlo todo sola porque es más seguro y menos intimidante. Pero la única manera de verdaderamente mejorar es entrenar con alguien enfrente de ti, en relación. 

También he tenido que tener claro por qué quiero entrenar: para pelear o para estar preparada. Yo no entreno para pelear, sino para auto-dominarme. Necesito estar preparada para cerrar el puño, no precisamente para golpear, sino para no hacerlo. Necesito hacer contacto con esa parte de mí capaz de defenderse, pero que sea tan evidente que no tenga que levantar la voz ni el puño. 

¿Conoces gente así? Yo sí, y quiero ser como ellos. En las historias son los típicos “Señor Miyagi” del Karate Kid. El Señor Miyagi es un arquetipo de una cualidad a la que todos tenemos acceso: la autodisciplina y el control. 

En esta consciencia de que no puedo arrojar al SER de mí, pero sí quisiera poder golpear gente del enorme coraje y la extrema ira en la que me encuentro, me topé hoy con esta imagen:



Seguramente se trata de un monje budista, por el tipo de rosario que tiene en las manos, pero cuando yo lo veo, me veo a mí. Veo mis tatuajes-cicatrices y veo mi cabeza inclinada en actitud de súplica, veo el deseo de hacer daño y también la consciencia de que eso implicaría arrojar todo lo valioso de mi vida. Y me veo sufrir y pedirle a Dios que no me permita sufrir sola. Le pido que me contenga. Le pido también perdón, pero no de rodillas, sino sentada y lista para levantarme de un brinco. Estoy atenta a lo que sucede en mí y a mi alrededor, porque no quiero ser sorprendida en mi vulnerabilidad de nuevo. No busco lastimar, pero de ninguna manera estoy dispuesta a ser lastimada de nuevo. Y nunca, nunca, nunca me quedaré callada. Mi oración es en silencio, pero no es inaudible. 

Lo que me falta es desarrollar los músculos, pero bueno, todo toma tiempo. Paciencia, me dice Jesús. Paciencia y no faltes al gimnasio por nada.

😉 

 
Mi bien, permite que el nosotros que te refleja nos lleve a dominarnos a través del sacrificio y la entrega a la disciplina y la determinación de buscarte siempre, siempre, siempre. Y trasforma mi odio e ira en una disciplina que te glorifique y luche por tu Reino. Te amo.