Joab, jefe del ejército de David, tendría un
enfrentamiento con los amonitas. Pero se vio atacado por el frente y por
detrás. Dividió entonces el ejército y puso una mitad al mando de su hermano
Abisay. “Dijo Joab: «Si los arameos me dominan, ven en mi ayuda; y, si los hijos
de Ammón te domina a ti, iré a socorrerte. Ten fortaleza y esforcémonos por
nuestro pueblo y por las ciudades de nuestro Dios, que Yavé haga lo que le
parece bueno.»” 1 Crón 19, 12-13
Amida, mi amor, no luches sola. Yo sé que la ansiedad
es enorme y que no hay manera de controlarla cuando ataca, pero no luches sola.
Sé también que son muchas, muchísimas las personas que no sabrán comprenderlo y
que querrán aprovechar para justificar todas sus faltas en tus debilidades y
temores, pero aún así, no luches sola. Yo, Yavé, te lo pido: busca a otros. Necesitas
encontrar a otros.
Recuerda no volver la mirada atrás. Quienes no
supieron valorarte en le pasado no sabrán valorarte en el futuro. Te necesito mirando
al frente. Por ahora hay demasiada neblina y aún todo es incierto, pero te
necesito mirando al frente, porque en cualquier momento algo saldrá a tu
encuentro y necesito que lo puedas ver. Así que no mires atrás. Los ojos que te
sostenían son ciegos, y para ti quiero mucho más que la luz de una tímida vela
que apenas si brilla y da una luz tenue y opaca. La vela encendida no se pone
debajo de la mesa. Y esos ojos, esa luz, se esconde tímida bajo la rústica madera
de su inseguridad. La indiferencia mostrada no es falta de amor, es falta de
valentía y miedo.
¿Sabes que das miedo, verdad? Da miedo escucharte
hablar de la muerte y da miedo ver tus ojos llenos de desesperanza. Por eso es
más fácil darte la espalda. Nadie quiere enfrentar eso. No lo justifico, pero
sí lo comprendo. Y sé que lo comprendes también porque a ti también te da miedo.
Y si pudieras, quizá tú misma te darías la espalda con tal de no tener que
vivirlo.
Pero hoy te voy a pedir algo y escúchame bien: No
temas. Aquí estoy. Ten fortaleza, no mires atrás y sigue hacia el frente. Haz
lo que te toca hacer hoy. Yo cuido tu espalda y lleno los huecos de tu pasado
con la nueva experiencia de mi Presencia en tu vida.
¿Recuerdas la imagen con la que te recibí hoy? Mírala
bien.
Duele cambiar, pero vale la pena. Yo también te amo mi
hija hermosa, mi dulce bien, mi amor más pequeño, y al mismo tiempo, el más
grande.
Gracias Papá. Te amo.
Imagen: Nadie sana siendo la misma persona, tomada de El Club de los Libros Perdidos, en Facebook:
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