domingo, 23 de diciembre de 2018

Yo cuido tu espalda


Joab, jefe del ejército de David, tendría un enfrentamiento con los amonitas. Pero se vio atacado por el frente y por detrás. Dividió entonces el ejército y puso una mitad al mando de su hermano Abisay. “Dijo Joab: «Si los arameos me dominan, ven en mi ayuda; y, si los hijos de Ammón te domina a ti, iré a socorrerte. Ten fortaleza y esforcémonos por nuestro pueblo y por las ciudades de nuestro Dios, que Yavé haga lo que le parece bueno.»” 1 Crón 19, 12-13

Amida, mi amor, no luches sola. Yo sé que la ansiedad es enorme y que no hay manera de controlarla cuando ataca, pero no luches sola. Sé también que son muchas, muchísimas las personas que no sabrán comprenderlo y que querrán aprovechar para justificar todas sus faltas en tus debilidades y temores, pero aún así, no luches sola. Yo, Yavé, te lo pido: busca a otros. Necesitas encontrar a otros. 

Recuerda no volver la mirada atrás. Quienes no supieron valorarte en le pasado no sabrán valorarte en el futuro. Te necesito mirando al frente. Por ahora hay demasiada neblina y aún todo es incierto, pero te necesito mirando al frente, porque en cualquier momento algo saldrá a tu encuentro y necesito que lo puedas ver. Así que no mires atrás. Los ojos que te sostenían son ciegos, y para ti quiero mucho más que la luz de una tímida vela que apenas si brilla y da una luz tenue y opaca. La vela encendida no se pone debajo de la mesa. Y esos ojos, esa luz, se esconde tímida bajo la rústica madera de su inseguridad. La indiferencia mostrada no es falta de amor, es falta de valentía y miedo. 

¿Sabes que das miedo, verdad? Da miedo escucharte hablar de la muerte y da miedo ver tus ojos llenos de desesperanza. Por eso es más fácil darte la espalda. Nadie quiere enfrentar eso. No lo justifico, pero sí lo comprendo. Y sé que lo comprendes también porque a ti también te da miedo. Y si pudieras, quizá tú misma te darías la espalda con tal de no tener que vivirlo.   

Pero hoy te voy a pedir algo y escúchame bien: No temas. Aquí estoy. Ten fortaleza, no mires atrás y sigue hacia el frente. Haz lo que te toca hacer hoy. Yo cuido tu espalda y lleno los huecos de tu pasado con la nueva experiencia de mi Presencia en tu vida. 

¿Recuerdas la imagen con la que te recibí hoy? Mírala bien.




Duele cambiar, pero vale la pena. Yo también te amo mi hija hermosa, mi dulce bien, mi amor más pequeño, y al mismo tiempo, el más grande. 

Gracias Papá. Te amo. 


Imagen: Nadie sana siendo la misma persona, tomada de El Club de los Libros Perdidos, en Facebook: 
 

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