“Todo Israel se congregó en torno a David, en Hebrón,
y le dijeron: «Somos nosotros de tu carne y de tus huesos. Ya antes, cuando
Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigía a Israel. Yavé, tu Dios, te ha
dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de mi pueblo Israel.»”
1 Cro 11, 1-2
¿Qué hago?
Hoy, de repente, escribir mi oración dejó de tener
sentido, porque según mi mente, que todo lo quiere claro, ya estaba todo
revuelto: Unas oraciones en este blog, otras anteriores en otro blog. Otras
tantas en cuadernos. No parece haber continuidad, en fin, todo es un desastre.
Afortunadamente Jesús está conmigo y con su mirada me cuestionó: ¿Y qué necesidad
hay de que todo tenga sentido y continuidad?
“Tú apacentarás a mi pueblo…”, me dijo. Y al decírmelo
a mí, te lo dice a ti: Cada uno de nosotros apacentaremos a nuestro pueblo.
En este caso el pueblo es… un conjunto de experiencias,
pensamientos y emociones que nos invaden. Y yo soy, como lo somos todos, la
responsable de apacentar ese mundo interior. Y una vez que estemos un poco, o
un mucho más en paz, proyectarlo y compartirlo con el mundo de todos.
Comprendí que igual que David, todos siempre hemos
dirigido nuestro ser, siempre hemos sido nosotros quienes tenemos el verdadero
control. Quizá en otro momento una experiencia, pensamiento o emoción haya
podido tener el control. Hay incluso vicios, hábitos, obsesiones, miedos, que nos
pudieran dominar por momentos (hubo un tiempo en que el rey fue Saúl), pero el
verdadero liderazgo siempre es propio.
¿Qué voy a hacer con este liderazgo propio? ¿Voy a sostenerme,
derrumbarme, esforzarme, darme por vencida, subir, bajar, detenerme, correr,
luchar… qué? Y la hermosa respuesta que escuché como un eco lejano en mi
interior, fue: haz lo que sea necesario. A veces, será necesario sostenerte, otras
derrumbarte, algunas dar todo de ti, otras darte por vencida. No hay un solo camino.
“Todos los caminos conducen a Roma”. Lo único que tienes que tener claro es que
es a Roma donde quieres llegar. Define qué es Roma para ti. Define y camina,
detente, desvíate, desplómate, corre, e incluso gatea cuando el cansancio sea
absoluto, pero no pierdas de vista Roma.
Jesús, que nuestro camino sea a Roma, y que nuestra
Roma seas Tú. Que valoremos siempre todo lo realizado e incluso lo no realizado.
Que estemos dispuestos a cambiar de rumbo, de actitud, de disposición, o a
mantenernos firmes en aquello que creemos nos acerca a ti. Pero que nuestra
flexibilidad o firmeza no sea incuestionable. Que comprendamos que un líder apacienta,
no atormenta.
Así que… aunque hoy no haya tenido el sentido claro de
pará qué escribir, me he obligado a escribir, porque para mí, la paz llega
después de la reflexión. No sé si para ti la paz llegué con cinco minutos de
meditación, un rosario, ejercicio, una copa de vino, una reunión con amigos, o
una buena película. Lo que sí te pido, como me lo pido a mí, es que cuestionemos
siempre si eso que hacemos nos acerca o aleja de Dios, de Jesús y de su Espíritu.
Porque una cosa puedo asegurar: apacentar es llenarnos de la paz de una
conciencia repleta del valor del Amor propio reflejado en el Amor a los demás.
De modo que cualquiera que sea tu paz, compártela. Llenemos juntos de paz el mundo
entero.
Jesús, tú que nos saludas con un: “La paz sea con ustedes.”
Danos paz para compartir.
Te amo.
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