viernes, 20 de noviembre de 2020

Moldes vacíos

 

Imagen de ellie_ponce0 en Pixabay

Hay días en los que me veo al espejo y ahí estás.
En cada rincón de mi rostro los fósiles de tu presencia

se muestran cual carne expuesta.

Tu presencia es el peso de millones de pequeños daños,

descomposiciones y minerales petrificados

que ejercieron su acción sobre mí

y endurecieron la capacidad que tengo de ser yo.

Para ti fui roca que todo lo pudo y todo lo aguantó.
Para ti fui tierra infértil, campo vacío… polvo.  

Una rabia instantánea que quiere violentarte

tanto o más de lo que me has violentado tú a mí,
me invade entonces…

Es lava en el pecho.
Es terremoto que remueve la tierra del pasado,
la que está enterrada en el escombro de tu recuerdo

y expone los fósiles que dejaste en mi ser.

Expuesta, ya no hay más remedio: me observo.
Pero no con la curiosidad y admiración
del científico que descubre;

sino con el asombro sin alientode la presa que ha sobrevivido.
La enorme bestia que dejó estas petrificadas huellas en mi rostro

no logró destruirme.

Y, sin embargo, aún me llena de frío y aún tiemblo.
Las huellas petrificadas de toda esa violencia pasiva,
abiertamente denigrante hacia mi condición de mujer,

siguen aquí…

Eres mi pasado.
El que me formó y me dio la fuerza para seguir.
Porque hay que aceptarlo: no todo fue malo.

Me diste educación, empeño y disciplina.
Tú me enseñaste a construir sobre roca.
La roca que soy… la que incluso tú desechaste

y que es hoy pilar y sostén de vida.

Tú me diste esta mirada de fiera y esta voz áspera y alarmante. 
Me llenaste de fuerza… 
 

                                    … y de miedo.

Un miedo que hoy lucho por romper:
no puedo construir mi vida sobre los fósiles de tu presencia.
Son demasiado valiosos… y…    

                                            …son moldes vacíos.  

Por eso, hoy exploro mi rostro y te reconozco en él.
Te expongo y confieso mi gratitud, mi lamento y mi coraje
con la esperanza de que la erosión del material expuesto
-ese aliento divino que me acaricia y susurra-

exponga a su vez la verdad que de ti nunca he de obtener:


Soy mujer amada, necesaria y valiosa.   

Así es: Soy mujer.

Tan humana y por eso mismo, tan hombre,
cómo tú nunca lo podrás ser.

 

 

 

lunes, 2 de noviembre de 2020

La taza

 


Tomó la taza y la aventó. La taza desparramó el café con leche y azúcar por todo el suelo, pero no se rompió. Ella se llenó de aún más furia. ¡¿Cómo es posible que se desparrame y no se rompa?! Ella no tenía ninguna intención de tirar el café. Vaya, ni siquiera sabía que la mentada taza tenía café. Sólo quería que la taza se rompiera en mil pedazos. ¿Para qué? Para sostener su alma en lugar de la cordura. De cualquier manera “estar mal, ser difícil, insufrible y molesta” era el pan de cada día, no tenía caso –no en ese instante- esforzarse tanto por conservar la cordura. Después de todo, lo que en ese instante estaba en juego no era la taza. Era su alma la que se estaba rompiendo. Era ella la que estaba a punto de caer al suelo, como tantas veces antes, para después tener que levantar las piezas e intentar reconstruirse.

Pero esta vez no quería reconstruirse. Le ha tomado lo que parece ser una eternidad recuperar piezas y pegarlas. Hay piezas que se han perdido ya, en la memoria de los daños hechos, y hay vacíos que nunca más podrán llenarse. Y si ella fuera una taza quizá tirarse a la basura, a la perdición total, sería la solución. Siempre se puede comprar una taza nueva.

Pero ella no es una taza. Y si sigue rompiéndose uno de estos días no va a salir con vida. Y al escuchar ese reclamo, ese recuerdo de lo que fue su momento más bajo, más humillante, más triste, más vulnerable, más solitario, sintió que su alma regresaba a ese entonces y que todo empezaría otra vez –la tristeza, la culpa, la amargura, la soledad, la total y completa falta de empatía hacia ella, no sólo por parte de los demás, sino sobre todo por ella misma. ¿Cómo es posible que haya creído? ¿Cómo puede necesitar tanto y creer que a alguien efectivamente le importa su sentir, creer, pensar? ¿A quién puede importarle ella? ¿Cómo se puede ser tan estúpida?

Ella tendría que volver a pagar con creces lo que ya había pagado una y otra y otra y otra vez. Y que, de hecho, nunca fue algo que tuviera que pagar, porque fue algo que a ella también le sucedió. No fue maldad ni el deseo de hacer daño. Fue el creer que era escuchada y vista, y que nadie se reiría de sus deseos y sueños. Fue el creer… y no debió creerlo. No había verdades ahí, sólo conveniencias, y ella fue conveniente, su ingenuidad fue conveniente, su vulnerabilidad fue conveniente, su sentir fue conveniente, su ser quien es, fue conveniente... eso es lo que a ella la define por sobre todas las cosas: es conveniente… para todos, menos para ella.

Por eso tiró la taza.

Porque de manera inconsciente necesitaba que algo pagara las consecuencias. Su alma, rota, desfigurada y llena de vacíos, ya no.

¡Pero la maldita taza no se rompió! En lugar de eso, desparramó todo el café con leche y azúcar en el suelo, y lo hizo como con tal desfachatez y desconsideración que hasta rebotó la pinche taza dos veces antes de terminar de tirarlo todo. Y ya inmóvil en el suelo, pero intacta, parecía reírse y decirle: haz lo que quieras, grita lo que quieras, llora lo que quieras, sufre lo que quieras. Hagas los que hagas, tus errores, tu carácter, tus defectos, son tu perdición. Tú eres tu perdición. Tú estás perdida ya, y nunca, nadie, podrá perdonarte el ser tú. Tú eres el problema. Tú.

Ante esta realidad, miró la taza y dijo: ¡No! ¡Esta vez vas a pagar tú porque mi alma ya está cansada y… o te mueres tú o me muero yo, pero hoy, alguien va a morirse!

Tomó la taza con toda su fuerza y convicción, y la aventó de nuevo.

Esta vez no voy a pagar por ser quién soy nunca más. ¡Y si no me quieren con todo lo que soy, no me quieran!

La taza se rompió.

Ella dio la vuelta y dejó la escena del café con leche y azúcar desparramado en el suelo, y una taza hecha trizas, tal y como tantas veces la han dejado a ella. Y no levantó ni un pedazo de esa maldita taza.

domingo, 4 de octubre de 2020

Apagar el fuego de los infiernos

Photo by Noah Buscher on Unsplash


¿Jesús era Dios? Esta pregunta, como católica, no debería hacérmela. Los padres de la iglesia ya lo discutieron en el Concilio de Nicea I. Concretamente existían dos posturas que se discutieron, imagino, hasta el cansancio. Alejandro de Alejandría y su discípulo y sucesor Atanasio de Alejandría consideraban que Jesús tenía una doble naturaleza, humana y divina. Siendo así, Jesús fue verdadero Dios y verdadero hombre. Por su cuenta el presbítero Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia creían que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era Dios mismo –después de todo, ¿puede una creación ser su propia creación?  

La discusión la ganó Alejandro y Atanasio de Alejandría. Su afirmación es hoy un dogma que ha moldeado nuestra fe y que podría convertirme a mí y a cualquiera que lo cuestione, en una persona falta de fe y hereje. No sé si podrían llegar al grado de descomulgarme, es decir, negarme la comunión y demás sacramentos. No sé si mis dudas tengan semejante impacto. En muchas cosas el catolicismo es contradictorio. Digo, una persona divorciada puede pertenecer a la comunión de la iglesia, pero sólo como participante. En un sentido práctico está descomulgada porque no puede tomar la comunión durante la misa. O sea, sí perteneces, pero sólo espiritualmente. Reconocemos que Jesús sí puede darte su comunión espiritual, pero nosotros no vamos a darte la comunión, aun cuando creemos firmemente que Jesús sí te acepta, nosotros no, o bueno, sí, pero no del todo. Reglas y normas de perfección que limitan nuestro acercamiento a Jesús. ¿No es eso ser piedra de tropiezo? En fin.

Quizá podrían quitarme el derecho de comulgar, pero sinceramente creo que eso no va a suceder porque no es relevante. No soy relevante. ¿Qué importa lo que yo pueda pensar o creer? Lo que importa es que los Padres de la Iglesia ya lo discutieron y decidieron por todos nosotros, y lo seguirán haciendo. Esto no es una democracia y la teología se ve desde una perspectiva siempre: es católica, protestante, judía, musulmana, lo que no suele ser es humana. Y es que al final, la fe de cada quien es un cúmulo de conocimientos y símbolos, heredados o aprendidos que difícilmente se pueden cuestionar porque traen el peso de la tradición, la cultura y la conveniencia. ¿Pero no es eso lo que Jesús hizo: cuestionar el peso de la tradición, la cultura y la conveniencia? ¿No es eso lo que todos los grandes pensadores, místicos y hombres y mujeres santos han hecho a lo largo de nuestra historia?

Bueno, el punto es que creo que conviene que Jesús sea visto como Dios porque implica tener a Dios en el equipo, de nuestro lado y sometido a nuestras interpretaciones –muy masculinas, por cierto- de la divinidad. Implica, de algún modo, que Dios es hombre y que la mujer está ahí para dar vida y servir, pero no es, de ningún modo, apta para ocupar puestos que la igualen a Jesús, es decir, a un hombre. De ahí que no existan, a la fecha, mujeres sacerdotes en nuestra iglesia católica–debería decir sacerdotisas, pero el término me parece peyorativo, quizá porque cuando me lo he topado en la literatura suele usarse para representar a una mujer mala, una bruja, una sacerdotisa de satanás.

¿Hablo como feminista? Pues soy mujer y aunque quiera no puedo ser indiferente a los reclamos de las mujeres. Lamentablemente, hoy ser feminista es tan arbitrario y extremoso como ser machista. Por eso no me atrevo a decirme feminista. Me gusta más el término “humanista” que deja de lado los extremos hombre-mujer. Y es que considero que esta tendencia a totalizarlo todo es un verdadero problema y es, también, la razón más grande que tengo para dudar de la naturaleza divina, per se, de Jesús.

El término “per se” es una expresión latina que significa ‘por sí mismo’ o ‘en sí mismo’. Y creo que es un error partir de la idea de que Jesús es Dios que bajó del cielo y se hizo hombre. Es decir, es Dios por sí mismo o en sí mismo.

Trataré de explicarme. La trinidad que entendemos como Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, es una unidad que existe en relación. El Padre se relaciona con el Hijo y entre ellos surge ese Espíritu Santo de amor, comprensión y unión. A su vez, el Espíritu Santo mueve al Padre a amar y comprender y buscar una relación con su Hijo. Ese Espíritu de amor y comprensión lleva también al Hijo a buscar una relación, de amor, comprensión y unión con su Padre. Es en ese encuentro de relación que se expresa un esfuerzo de ambos por amarse y comprenderse y se fortalece el Espíritu que los une. Por lo tanto, ni Dios Padre, ni Dios Hijo, ni Dios Espíritu Santo son Dios en sí mismos, sino que son relación, y en la relación está su divinidad.

Por eso pienso que Jesús no es Dios hecho hombre. Jesús es el camino de relación con Dios que podemos seguir para crear una relación con ese Espíritu capaz de transformarnos en lo que verdaderamente somos –hijos amados- y en lo que verdaderamente podemos llegar a ser –actores que buscan el camino del amor, la comprensión y la relación. Una relación que no es unilateral y de servidumbre, sino bilateral y de amistad. Una relación que se mueve por el profundo deseo de ser unidad con el otro porque lo amo y me amo a través de ese amor hacia el otro, y amor hacia el mundo que creamos juntos. Un amor que nos otorga a todos, la dignidad del ungido, que es decir el sacerdote y rey, a quienes ya no estamos llamados a servir, pues todos somos sacerdotes y reyes, sino que debemos servirnos todos entre nosotros con dignidad y entrega.

Insistir en la divinidad de Jesús por encima de su humanidad nos ha hecho caer en el mismo patrón de la espera eterna del mesías, de la promesa del mañana: Jesús, insistimos, volverá al final de los tiempos y juzgará al mundo. En otras palabras: deseamos que se haga la justicia, no buscamos hacer lo que sea necesario para ser justos nosotros y crear un mundo más justo para todos. Dios sigue siendo ajeno a nosotros y seguimos “esperando” en lugar de hacer nuestra parte y entrar en esa relación de transformación que nos ofrece.   

Y eso nos aleja de la posibilidad que tenemos hoy para ser más humanos, más comprensivos, para tratar de mejorar las cosas no por decreto divino –es decir, a través de reglas, normas, leyes y los castigos que les dan vida- sino por esfuerzo y comprensión de las necesidades propias y de otros. Nos aleja de la posibilidad de encontrar en esos sacrificios personales, la unidad y el amor que puede verdaderamente unirnos independientemente de nuestras diferencias, que nunca lograremos salvar ni eliminar. Pero con las que sí podemos aprender a convivir a partir del amor, la comprensión y la unidad.

En esta semana recibí un video de un joven que juzgaba mal las manifestaciones de feministas que dañaron propiedad privada, entre las que se encontraba la Catedral de México. Efectivamente, hay mucho enojo. Y efectivamente, no creo que ayuden en nada esas actitudes de violencia y destrucción. Pero asumir que ellas son malas sólo por egoístas es no comprender el dolor que existe detrás de ese enojo. Es no comprender la manera en que a muchas mujeres las hemos dejado solas, incapaces de expresarse, intolerantes a sus necesidades fisiológicas, mentales, cognitivas y emocionales. Es no querer darnos cuenta de cómo contribuimos como sociedad e iglesia a que el mundo sea menos justo para ellas.

Cómo sociedad llevamos miles de años entrenando a la mujer a ser la eterna víctima de nuestros abusos. ¿Y cómo se comporta una víctima de abusos que quiere dejar de ser víctima? ¿Alguna vez has visto a una leona tratar de defenderse? ¿Alguna vez has visto a una osa cuidar a sus pequeños? ¿Alguna vez has presenciado a una fuerza femenina de la naturaleza defender su nido?

En serio, pedir a los católicos que salgan de sus casas a hacer bardas alrededor de templos no es ni solución ni es prudente. El templo es valioso, pero la vida lo es aún más. No es prudente pedirle a nadie que enfrente a una leona o una osa para cuidar las paredes de un ningún edificio. Y eso es lo que enfrentamos: una fuerza femenina enojada que se siente amenazada y juzgada y que ha sido violentada e ignorada una y otra vez. Enfrentar esa fuerza es absurdo y peligroso porque no tendrá ningún efecto ni te hará mejor a ti ni calmará los ánimos de ellas.

¿Qué tal si empezamos por escuchar las necesidades de esas mujeres? Si dejamos de juzgarlas a la ligera y creamos mecanismos sociales para darles el apoyo y la ayuda que verdaderamente necesitan. ¿Qué tal si cambiamos mentalidades de extremos y empezamos a comprender la humanidad de los individuos?

Por ejemplo, y tomando sólo uno de los muchos temas que el feminismo tiene. Yo no estoy de acuerdo con el aborto, pero no comprender las razones que pudiera tener una mujer para buscar una “solución” a un embarazo, es no tener consciencia ni comprensión de por qué esa mujer siente que está frente a un problema, y no una alegría y una bendición. ¿Qué hacemos como sociedad para ayudar a las mujeres que son madres solteras, por ejemplo? ¿Qué hacemos como iglesia? ¿Pueden, realmente, contar con nosotros? ¿Educamos a los hombres para que sean hombres responsables y no sólo machos que no pueden controlar sus impulsos –y no pueden ayudar en la casa, ni cuidar niños, ni escuchar a sus esposas? ¿Les enseñamos que cuidar niños es de hombres, y no sólo asunto de viejas? ¿Por qué el peso de un embarazo sólo recae en ellas? ¿Por qué seguimos alimentando la idea de que la mujer no debe tener deseos sexuales, pero sí podemos comprender que no hay hombre al que le den pan y llore? ¿Por qué seguimos creyendo que el hombre llega hasta donde la mujer quiere? ¿Por qué no enseñarle al hombre a querer tener límites y hacerle comprender que son esos límites los que le otorgan su verdadera hombría porque lo convierten en un ser “responsable”? ¿Qué programas sociales tenemos para apoyar a las familias con hijos en situaciones vulnerables? ¿Qué estamos haciendo para disminuir el número de embarazos de adolescentes y jóvenes? ¿Tenemos estrategias de adopción que verdaderamente acerquen a quienes desean un hijo con quienes no pueden, por cualquier motivo, hacerse cargo de ellos?

En fin, no sé si decir todo esto me convierta en hereje o me haga ser una mala católica y una peor cristiana. Pero pienses lo que pienses, te aseguro que amo a Dios y eso me lleva a querer comprenderlo y acercarme a él, y lo hago acercándome a lo que Jesús me enseña debe ser mi actuar para alimentar el Espíritu de amor que me pide desarrollar. Y lo hago lo mejor que puedo porque, además, no se me tolera mucho cuestionar nada. ¿Con qué derecho pido comprender sin antes creer ciegamente en la buena voluntad que por más que quiero, no veo y no tengo derecho a pedir, pero sí a dar ciegamente a toda autoridad que se me ponga enfrente?

También sé, por experiencia propia, que el enojo es una fuerza alimentada por una profunda tristeza, un dolor insoportable y una pena ahogada en años de silencios que no eran necesarios –hubiese ayudado que alguien me escuchara, al menos, y que dejaran de reducirlo todo a un “estás loca, estás mal, no seas negativa”.

Sé que llega el momento en que todo eso que se ha acumulado explota y se tiene que expresar o corremos el riesgo de morir –y no exagero, se corre el riesgo de morir. Por eso la furia tan grande que manifiestan estas mujeres. Una furia que conozco y comprendo.

Y claro que sé que el enojo no es solución. Bien dicen que el que se enoja pierde. Sin embargo, me atrevo a decir que no sólo el que se enoja pierde, sino quien está frente al enojo y no aprovecha la oportunidad para escuchar con cuidado y atención. Quien se enfrenta a una persona enojada y no le escucha pierde la enorme oportunidad que Dios le da para ver a la persona por detrás de ese ser endemoniado. Es una bendita oportunidad para escuchar con atención y “expulsar demonios” que lastiman no sólo a esa persona sino a la sociedad en su conjunto.

Necesitamos aprender que el enojo es una increíble fuente de información que si verdaderamente escuchamos nos ayudará a construir el camino que nos lleve a acercarnos a las raíces del mal. Y hacerlo, no para “calmar” a quien está enojado, sino para ayudarle a cubrir las carencias y necesidades que tiene y así, darle el agua que necesita para apagar el fuego de sus infiernos. Esta información también nos ayudará a acercarnos, establecer una relación y ayudar a sanar heridas y aliviar dolor. Eso es otorgarle a un endemoniado la posibilidad de vivir una relación de dignidad, de amor y comprensión mutua. Que será un mejor camino para ambos y en última instancia para todos.

Lamentablemente también sé que eso es difícil e implica trabajo. Y la realidad es que es mucho más fácil amurallar un templo y exigir respeto.

Por eso, sé muy bien que lo que yo piense es irrelevante. No soy ni nadie ni nada en esta iglesia. Y, sin embargo, lo digo porque no quiero volver a enojarme así. Y porque quiero seguir el camino que Jesús me pide que siga: “escucha la necesidad, y busca cubrirla, por encima de los gritos y la violencia, por encima de la comodidad y la conveniencia.” Después de todo, el templo es Jesús y Jesús ya resucitó y vive. Nadie puede destruirlo, pero si podemos ignorarlo. Cuida no ignorarlo al ignorar a otros. Así me lo pide Jesús, Dios Padre y el Espíritu de Amor que deseo alimentar en mí, y todo lo que de ellos he aprendido.