lunes, 29 de julio de 2013

Una explosión de amor


Abigail es un nombre de origen Hebreo y significa “el padre salta de júbilo” o “la alegría de mi padre”. Cuando buscaba nombres para mi, entonces, futura hija o hijo, sentí algo brincar dentro de mí cuando leí el nombre de Abigail. Supe entonces que tendría una niña y que ese sería su nombre. Pero como yo soy una mujer incrédula, no salté a conclusiones ni me hice esperanzas que muy bien podrían ser falsas, pues aún no sabía si sería hombre o mujer. De modo que seguí buscando nombres y anotando diferentes posibilidades en un documento de Word, tanto de niños como de niñas.
Una vez que supimos que sería niña, la lista ya incluía varios nombres que nos gustaban. Empezamos a escoger este o aquel, sin embargo todos parecían tener un “pero”. Por fin dejé la incredulidad a un lado, y tanto Alejandro, mi esposo, como yo, nos decidimos por el primer nombre de la lista (oh sí, fue el primero): Abigail, “la alegría del padre”. Tenía que ser así, Dios estaba feliz de que Abby llegara a este mundo. Alejandro, su papá, estaba feliz de tener una pequeña en su vida. Y yo era feliz de poder darles semejante alegría a los dos.
Abby ha sido una bendición, pero también un dolor de cabeza. Sobre todo para mí, pues le dio por “estar enojada” conmigo. “¿Por qué siempre estás enojada conmigo?”, le pregunté una vez. “Porque tú siempre me despiertas”, fue su respuesta. “Que no sabes que las personas deben despertarse solas, cuando ya han dormido bien y pueden abrir los ojos sin problema”. “Lo siento”, le dije, “pero tienes que ir a la escuela.”
Hace poco me di cuenta de que ese “despertar” no sólo tiene que ver con el hecho de que la levante y la lleve a la escuela, sino que tiene mucho más que ver con la incredulidad que me hizo buscar y buscar nombres, cuando desde el principio se me dio el nombre correcto. Tiene que ver con ese afán de guiarme, y guiarla, únicamente con la razón y olvidar el juego, la magia, los cuentos, la alegría del Padre, es decir, la dicha de ser una niña con ilusiones y con asombro en sus ojos. Una niña, no una pequeña personita que “entienda” que mamá tiene cosas que hacer y que ella haría bien en ayudarla. Cada que pretendo que Abby deje de ser niña y se comporte como una personita madura, la despierto. Y como ella bien dice: las personas deben despertarse solas, cuando ya hayan dormido, soñado, vivido la magia de ser niños, lo suficiente.
¿Y cómo se logra ser madre sin despertar antes de tiempo a nuestros hijos? Abby me lo explicó como sólo un niño puede hacerlo: con un cuento.
Todo empezó con mi afán de ocuparla en algo porque yo tenía otras cosas que hacer y ella pedía y pedía atención. “Mira”, le dije, “tengo este incensario de madera que voy a poner en nuestro altar. ¿Podrías decorarlo con tus plumones para que se vea bonito?” Encantada se puso manos a la obra. Después de un rato me dijo: “Mamá, ya terminé. ¡Es una explosión de amor!”
En cualquier otro momento le habría dicho: ¡ah, qué lindo dibujo! Y listo, a buscar otra cosa más con qué entretenerla. Pero fue tal su entusiasmo que aquella explosión llamó mi atención y le pedí entonces que me explicara su dibujo. He aquí lo que me contó, reestructurado, claro, porque lo contó todo revuelto, como lo hace un niño. Entre paréntesis están mis interpretaciones de los símbolos usados:
Incensario-1La mamá y la hija estaban en el océano (un mar de emociones). La  hija tenía un flotador y la mamá nadaba. Pero un tiburón (problemas, preocupaciones, miedos que te consumen) llegó y mordió el flotador de la niña que se desinfló. La hija creyó que la mamá había sido quien le dijo al tiburón que rompiera el flotador, así que muy enojada, empezó a pegarle a su mamá. La mamá trataba de sostenerla mientras la niña le pegaba, pero le costaba mucho trabajo, y si la soltaba la niña se iba a ahogar, pero con los golpes de la niña tampoco podía nadar y así se iban a ahogar las dos. En un afán desesperado la mamá lanzó su corazón hacia el cielo (pidió ayuda a Dios). En el cielo el corazón se transformó y de él surgieron dos corazones más. Al mismo tiempo que el corazón subió, la niña empezó a elevarse al cielo también. Llegó hasta el sol (Dios). Uno de los corazones, el de arriba, “color fuscia”, enfatizó Abby (rosa intenso: amor profundo), subió hasta la niña y con la ayuda de un ángel y de María, la mamá de Jesús (por eso dice María hasta arriba del dibujo), Dios abrió su pecho y metió el corazón en la niña. Fue así que la niña dejó de estar enojada. Y el otro corazón bajó hasta la mamá que ahora caminaba sobre el mar (ya no se ahogaba en sus emociones), pero ese corazón entró en su pecho sin problema, porque ya era suyo, aunque ahora estaba transformado porque no fue el que se lanzó al principio al cielo. Y el tercer corazón, el de en medio, el que se lanzó al cielo, se hizo pequeño, pequeño, pequeño, “así, como una burbuja”. Entonces subió al cielo, donde estaba el sol (Dios), y ahí se hizo grande, grande, grande y se metió en el pecho de Jesús, porque Jesús es muy grande. De este modo los tres corazones encontraron su lugar: el de la niña, el de la mamá y el de Jesús. Todo esto sucedió en una ¡explosión de amor!
Esta explosión me cayó como un rayo encima. Volver a ser niña con mi hija es entrar en el cielo que es el lenguaje de Dios. Un lenguaje de símbolos, de magia, de corazones que salen del pecho para tocar el cielo y transformarse en perdón y perdonarse en el proceso. Para quienes estos símbolos no signifiquen nada, este texto no será más que un alucine más. Pero a Dios gracias el mundo está lleno de símbolos, representaciones, mitos y leyendas que le pueden dar forma a nuestros sueños y le pueden dar voz a nuestra alma. Abby usó los que tiene a la mano, los que conoce, escucha y vive.
Cito a Joseph Campbell, escritor reconocido por su trabajo en mitología y religión comparada. “La gente dice que todos estamos buscando el sentido de la vida. Yo no creo que eso sea lo que realmente buscamos. Creo que lo que lo que buscamos es la experiencia de estar vivos, de forma tal que nuestras experiencias de vida en el plano meramente físico tengan resonancia dentro de nuestro ser y nuestra realidad más interna, para que así realmente sintamos la euforia de estar vivos. De eso es finalmente de lo que se trata, y esto es lo que estas pistas nos ayudan a encontrar dentro de nosotros”. (Joseph Campbell, The Power of Myth, Anchor Books, p. 4 y 5 –la traducción es de esta servidora).
Las “pistas” de las que habla son los mitos. “Los mitos son pistas hacia las potencialidades espirituales de la vida humana”, afirma.
Son pistas que los niños entienden muy bien. Por eso, Jesús dijo: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18,3).
Volver a ser niños con nuestros hijos es vivir la verdadera alegría del padre. Un padre que es capaz de jugar con sus pequeños, que puede escuchar sus cuentos e imaginar sus aventuras, y que le ayuda a darle sentido a su existencia a través de magia, de símbolos, de sueños, de explosiones de amor y de vida. Así se deja de existir tan solo, y todo evento, por simple que sea, tiene una resonancia profunda. Vivir en esa resonancia profunda es entrar en el Reino de los Cielos. Es tocar a Dios con cada latido de nuestro corazón.
Y sí, aún me atacan los disparos de razón, lógica y sentido común que me dicen: ¡¿Qué locuras son estas?! ¿Por qué te afanas en creer que eres una princesa-guerrera-hija de Dios; un Tigre herido que clama en el desierto de un mar embravecido; un unicornio atrapado en un cuerpo de mujer cuya mirada se pierde en un océano de emociones pues busca una salida que pueda liberar y liberarse de un toro de fuego; un alma joven que nadie ve y que murió antes de tiempo, pero que como Jack Frost, encontrará su existir el día que otros también crean que existe la magia, la luz y la fe?
Esas son las benditas locuras con que Dios, mi Padre, alimenta a esta niña-mujer, que necesita recuperar la alegría de estar viva, y no podrá hacerlo sin la magia de la fe y sin la resonancia del Reino de los Cielos en su alma.