sábado, 23 de octubre de 2010

A tu voz: Alí Chumacero

La noticia de la muerte del poeta la recibí de labios de mi esposo. Eran pasadas la una de la tarde y sólo atiné a decir: ¡No, Alí no!
Lloré. Y el cálido día no ha sabido alegrarme.
Ni he podido sentir que los logros pequeños del quehacer cotidiano signifiquen más que vacío.
El corazón me duele, y mis casi cuarenta años se me dejaron caer de golpe
como lo harían las piedras de una lapidación que no busca la muerte.

Alí no era mi amigo, pero me duele como si lo hubiese sido siempre.
Lo conocí pasados mis veinte años,
en un poema que al llegar a mis manos copié en mi cuaderno
para aprender de él y conservarlo siempre.

Erígese tu voz en mis sentidos
Justo eso pasó. Su voz, la de Alí, se erigió en mis sentidos…
Y supe que estaba frente a un poeta, un mago, un señor.

El poema lo leí y lo leí y lo leí.
Sorprendida,
Emocionada.

Y hoy lo he vuelto a leer y leer y leer.
Sigo sorprendida.
Emocionada.

Un poema puede cambiarte la vida…
el poema de Alí cambió la mía.

Y creo que desde entonces he estado buscando esa voz,
la del poema, la que sé que está ahí pero no logro capturar.
La que, como dice Alí tan certeramente, me aloja en tinieblas
me convierte en una ciega, tal un árbol vencidoy hace que mi cuerpo flote ahogado en esa voz: la mía.

Gracias Alí por escribir ese poema.
Por decir lo que nunca he podido expresar.
Descansa amigo mío. Te quiero siempre mucho,
hoy tanto como aquel primer día, cuando en una hoja de papel,
me entregaste mi alma para que yo la lea.

(El escritor mexicano Alí Chumacero murió la noche del viernes, 22 de octubre, 2010, a los 92 años de edad, víctima de neumonía.)

sábado, 16 de octubre de 2010

Escoge tus batallas

Escoge tus batallas. El consejo la hizo sentir una guerrera. Por un momento se visualizó a sí misma con armadura, escudo y espada en mano. Siempre le ha gustado fantasear, así que la caricaturesca imagen se instaló con facilidad en su mente.
Vestida con su armadura sintió que las palabras cobraban sentido. No tienes que ganarlas todas. Habrá batallas en que cedas, otras en las que sólo podrás defender tu posición, y otras más en las que tendrás que imponerte. Pero no pretendas ganarlas todas. Escógelas, escógelas bien.
Y se vio a sí misma de rodillas frente a su Rey. Un hombre sabio y justo. El ser por el que lucha, por el que se juega la vida a diario. Aquel por el que está dispuesta a enfrentar demonios, monstruos y tiranos. Lo vio mirándola con ternura y orgullo. Comprendiendo su cansancio, su desánimo, su impaciencia, su desolación. Lo vio levantarse de su trono y tomarla de la mano para que se levante. Ven, camina conmigo.
Y por un instante, el Rey ha dejado de ser Rey y se ha convertido en un Padre que toma el brazo de su hija. El escudo y su espada han dejado de tener razón de ser. Aquí no hay nada que temer. Caminan juntos y se dirigen a una puerta donde el contraste de la luz del atardecer ilumina un cielo infinito en azules violeta con manchas de nubes moradas.
¿Cómo sabré qué batallas ganar? La pregunta fue casi un susurro, una confesión. Había vergüenza en su voz. A su entender, debería saberlo. Ella era, después de todo, la hija del Rey. Compartía su sangre, su nobleza. ¿Acaso no debería saberlo entonces?
Lo dijo también con temor,  porque adivinaba que su Rey, su Padre, le diría algo así como “escucha a tu corazón.” Y su corazón ya se había equivocado tantas veces, que escucharlo había dejado de ser una opción. Si le salía con esa frasecita hecha, la fantasía se iba a ir al carajo. Y hoy tiene ganas de soñar. Lo último que necesita es un balde de agua fría que le recuerde que el mundo no es un lugar fantástico, que sus monstruos y demonios son problemas reales que necesitan soluciones prácticas y no ilusiones, y que lo mejor que puede hacer es ponerse a trabajar en lugar de estar escribiendo pendejadas.
Pero entonces su Padre, su Rey, se detuvo y la miró directamente a los ojos. Había adivinado sus pensamientos, y de golpe, la tomó en un abrazo y le susurró al oído. Mi niña, no son pendejadas. El mundo sí es un lugar fantástico y los monstruos y demonios sí pueden vencerse con la imaginación. No vuelvas a reducirnos a un cuento sin sentido. Tú y yo no lo somos. Soy tu Dios y tú mi hija, y si es así como necesitas que nos relacionemos, sea pues. Yo sé jugar el papel que mejor te convenga. Hoy soy tu Rey y tu Padre, vivimos en un castillo y has venido a contarme que te sientes vencida. Y yo puedo restaurar tu ánimo y puedo cambiar tu perspectiva. Y a pesar de que jugamos a ser lo que no somos, somos lo que jugamos a ser. No lo olvides: Tú eres mi hija y yo tu Padre. ¿Y qué padre no juega con sus hijos y los llena así del amor y la fortaleza que necesitan para enfrentar la vida? Vamos, no rompas la magia y sé la niña que eres. Mi niña, mi amor.
Las lágrimas la invadieron. Hundió su rostro en el hombro de su Padre y dejó de aparentar que era lo que no es. Es que no sé, no sé cómo enfrentarlo todo, todos los días, no sé cómo mantenerme fuerte y erguida, no sé cómo llegar al final de cada jornada y sentir que valió la pena todo el esfuerzo, no sé qué batallas ceder y cuáles ganar. No sé.
El Rey-Padre tomó el rostro de su Princesa-Hija en sus manos y secando sus lágrimas le dijo: Las batallas que debes ganar son las morales, las que te conceden autoridad y poder. Las que te alimentan. Las que te ayudan a reconocerte a ti misma. Las que te crean y hacen que creas en ti.
Y aunque suene a lugar común, el corazón tiene mucho que ver, pero no tiene la última palabra. El corazón es experto en emociones y las emociones son demasiado volátiles como para afianzarnos en ellas. Sin embargo tienen fuerza y energía, así que hay que ponerles atención. ¿Qué te mueve, qué te hace vibrar, qué eleva tu ánimo y qué lo destruye?
Aboga también a tu experiencia, tienes mucha mi niña, tienes mucha. Pregúntate siempre qué aprendí, sea en los triunfos o en los fracasos. Recuerda el pasado, compáralo con el presente y proyecta el futuro. Crea el futuro con la imaginación por delate.
No te intimides ante las muestras de furia. Casi siempre es el ego quien se retuerce, y con el ego no hace falta lidiar. Basta con reducirlo a lo que realmente es: un pequeño ser que se siente intimidado ante la posibilidad de que se descubra que no es tan grande después de todo.
Ah, y sueña, no dejes de soñar. Para ti las ilusiones son tan necesarias como el aire. No te sofoques con realidades que te reducen a nada.
Pero ante todo recuerda que tú  siempre has sido, y seguirás siendo, la princesa-guerrera, la niña de papá.

sábado, 2 de octubre de 2010

¡Bravo Dr. Frankenstein!

Inicia el Festival Cultural de Coahuila con la Ópera Rock de José Fors, Dr. Frankenstein
Terminó con un coro que dio lugar a que todo el elenco se presentara ante el público para recibir los aplausos que ya llenaban el auditorio.
Criaturas duales: poseedores de bienes, hacedores de males…
Criaturas duales: poseedores de bienes, hacedores de males…
¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!
Todos de pie. Todos con sonrisas en los rostros. Todos aplaudiendo o tomando fotos. Y todos incrementaron aún más su emoción y el escándalo, cuando por fin, José Fors, se presentó ante el auditorio lleno del “Teatro de la Ciudad, Fernando Soler”, de Saltillo, Coahuila.
Me gustó. Estuvo buena. Poca madre. Genial. Chingona. Amigos y más amigos se saludaban, se despedían, se quedaron a platicar del evento. Todos buscaron tener sus boletos de cortesía desde principio de semana. Y los que no, llegaron temprano para ver si los dejaban entrar, y los dejaron.
Qué gusto haber iniciado el Festival Cultural de Coahuila precisamente con Dr. Frankenstein de José Fors. Qué gusto volver a tenerlo de visita en esta ciudad. ¡Qué gusto caray!
El autor y actor principal de la obra, escribió sobre la misma: “Espero que este trabajo ayude a resucitar la Ópera Rock, y que de mucho de qué hablar a todos aquellos que disfrutan del teatro musical, tanto como a los que la aborrecen como yo.”
Pues de qué hablar, la obra sin duda ha dado. Es, en buena medida, semejante a aquel personaje del que trata: un ente fascinante en su sencillez y su profundidad, aunque tosco en su fachada.
Sí, se nota que participan rockeros. Algo acartonados en su actuar, pero con voces que dan miedo. El ingrediente perfecto para representar al monstruo que es esta producción.
Además, la música en vivo le brinda alma a toda la obra. No hay como la electricidad de una guitarra (Alvaro Rosales). Ni puede entenderse el caminar de la historia sin el “beat” del bajo (Alejandro Gómez). Sólo los teclados pueden regalarnos la melodía de la narración (Alfredo Sánchez). Y la fueza, la fuerza de un corazón, esa sólo puede ser de una bataca, y en este caso, no de cualquier bataca (Nacho González, de La Cuca).
El elenco puso también su parte. Y no hay a quién declarar favorito. Iraida Noriega, cantante de Jazz que interpreta a Elizabeth, la novia, tiene una voz que fascina. Ugo Rodríguez (Azul Violeta), nos mostró las motivaciones del Dr. Frankenstein con matices que nos llevaron por la arrogancia y el entusiasmo, para atravesar después la vergüenza, fortalecernos con un “¡No!” contundente y absoluto, y culminar en el reclamo de la destrucción del ser.
Al Prof. Waldman, interpretado por Aldo Ochoa, nos lo mataron muy pronto, ¡qué horror nos brinda la muerte del personaje cuando sabemos que ya no lo vamos a escuchar! No sucede lo mismo con el niño César Ruvalcaba, quien hizo de William Von Frankenstein, el hermano menor del Doctor, y quien de plano sí necesita que le ayuden a, por lo menos, no moverse como robot y a sacar la voz que debe tener escondida en algún lado. Se le perdona porque es un niño, pero debe haber la forma de ayudarlo. La niña aldeana, Alejandra Córdova, en cambio, ah, qué buena actuación y qué correcta intención de voz.
Esteban Gómez, quien representa a Igor, junto con sus asistentes 1 y 2 (Leo Marín y Fernando Ornelas), dan gusto y risa. Su primera intervención, eso sí, demasiado caricaturezca, pero ya después se corrigió la cosa y fluyó perfecto.
La pareja enamorada (Vera Concilión y Aldo Ochoa) se antojan un poco melosos de más, pero se entiende también que es la intención, así que está bien.
Y por último, y no porque sean todos, sino porque por algún lado hay que terminar, Gerardo Enciso, compositor de culto que interpretó al abuelo ciego, cerró con el epílogo: Es tan difícil reconocernos en él, ver al monstruo que habita debajo de nuestra piel…
Por fin comprendemos porqué el Ente del Dr. Frankenstein es el personaje favorito de ficción de José Fors. Y caemos en cuenta de que la fuerza creativa que impulsó el proyecto, se ha transformado en una confrontación en la que participamos tomando conciencia de que aquel monstruo nos refleja en nuestras dualidades, debilidades, deseos, aspiraciones, corajes, envidias, tristezas, tragedias.
¡Bravo, bravo, bravo José Fors! Y gracias.

Mamá va a volverse loca

Es sábado y la niña se sienta a tomar el licuado de la mañana. Mamá se lo da y se va a sentar frente a la computadora en donde está leyendo “Satoshi Kon's last words” (http://www.makikoitoh.com/journal/satoshi-kons-last-words -Satoshi Kon es un excelente director de anime; si has visto una película de él, dirás, está loco, y sí, es de esos locos maravillosos que han dado frutos extraordinarios). El link se lo mandó papá hace cerca de dos meses. Apenas hoy ha podido abrirlo. Como siempre, lo leyó a intervalos porque las interrupciones han sido constantes.
Esta vez la niña quiere que mamá la peine. El cabello se le viene a la cara y no la deja tomar el licuado en paz. Mamá, más resignada que molesta, se levanta a peinarla. La niña nunca se deja peinar, siempre es una batalla.
¡No! ¡Me jalas! Pero esta vez es dócil, incluso colaboradora. Su natural rebeldía se convierte en una sonrisa acompañada de un: mamá, eres hermosa.
A mamá le parece injusto. Precisamente hoy que quería dejarla despeinada, tal y como todos los días se lo pide la niña, sólo para poder terminar de leer, precisamente hoy la niña le dice que es hermosa porque la ha peinado. ¡Dios! Le da un beso y la deja ir a ver la tele y terminar frente al televisor el licuado.
Y es entonces que mamá se da cuenta: esta lucha mamá – hija se va a dar siempre. Por un lado la niña la adora, porque sabe que mamá la cuida, la peina, la baña, le lava la ropa, juega con ella, le cuenta historias, le canta. Por otro, sabe que mamá va a dejarlo todo por hacerlo todo para ella. Sabe que mamá la va a poner en primer lugar. Y eso, ¡eso le va a dar un coraje enorme! Por eso le va decir:
no me peines, no me toques, no me digas lo que tengo que hacer. Yo sola, yo sola. Tú ve y haz tus cosas y déjame a mí sola.
Hay niñas que somos así: deseosas de hacer NUESTRAS cosas. ¡Y qué coraje da cuando mamá deja de hacer lo suyo para darle a uno lo que necesitas! Porque aun cuando sabemos que lo necesitamos, quisiéramos saber que mamá, a quien finalmente nos parecemos, no por eso va a dejar de leer algo que evidentemente la ha capturado, para venir en nuestro auxilio. En ese sentido, tenemos alma de hombre. Queremos hacer cosas y que nos dejen en paz para hacerlas. Igual que papá, quien bien que mal tiene sus espacios, sus libros, sus comics, su tiempo frente a sus gustos. Quien no corre a ayudarnos siempre que se lo pedimos porque ahí está mamá que siempre se adelanta. Es cierto que papá ayuda mucho a mamá, pero mamá tiene algo así como un gen que la obliga a adelantarse a tantas cosas y que le impide soltar del todo la responsabilidad de cuidar su hogar.
Y nosotras, las hijas rebeldes, de voluntades firmes, somos como mamá, pero queremos ser como papá. Para nosotros primero están los demás, pero queremos hacer primero lo nuestro. Porque finalmente, también heredamos ese gen egoísta de papá a quien abuelita siempre le dio todo, le hizo todo y le resolvió todo para que él se preocupara sólo por él y sus gustos y sus cosas. Por eso, cuando vemos a mamá leer un texto que evidentemente la ha capturado, queremos que nos peine, que nos de la atención que siempre nos da, que nos resuelva nuestras necesidades en ese instante y de forma inmediata. Y le decimos entonces:
eres hermosa, porque me has puesto en primer lugar.
La niña, con sus casi tres años de vida, adivina que dentro de mamá hay mucho más que todo eso que hace. Y le da coraje saber que mamá no lo está haciendo. Pero también la ama porque sabe que no lo hace por ayudarla a ella. Pero le da coraje. Pero también la ama.
Así que mamá se ha dado cuenta hoy, justo hoy, que esa niña siempre va a guardarle un poquito de rencor al mismo tiempo que la va a querer mucho más que mucho. Así ha sido siempre. La relación mamá – hija es el reflejo del debate interno de la mujer: la lucha entre lo que soy y lo que quiero ser.
Por eso mamá hoy, siendo sábado y pasadas las 12:00 del día, no se ha puesto a lavar el patio, pasear al perro, lavar la ropa, recoger la casa e iniciar el ritual de limpieza del hogar. Hoy mamá se ha sentado a escribir de todas esa cosas mejor, porque si no lo hace mamá se va a volver loca.
Y al pensarlo, al imaginarse vuelta loca con todo aquello que hay que hacer, se da cuenta que la alternativa es también una locura. Que querer ser egoísta y vivir para sus cosas implica dejar demasiado de lado. Que el desorden y la falta de cuidados se dejarán sentir antes que pronto. Y eso también la va a volver loca.
Mamá se ha dado cuenta de que si quiere tanto a su hija, le tiene que enseñar a caer en la inevitable locura. Y para enseñarle tiene que aprender a hacerlo. Tiene que dejarse llevar por la locura que enriquece, y no por la locura que reprime. Le tiene que enseñar que es posible vivir en esa tensión constante entre lo que soy y lo que quiero ser.
Porque claro que la casa tendrá que limpiarse y habrá que sacar al perro y lavar la ropa y todo, todo, todo eso. Pero, por lo menos hoy, mamá va a dejarlo todo para dejarse llevar por la locura que la acerque un poquito más a todo lo que realmente es, y no sólo a lo que tiene que ser.
Mamá está en proceso de convertirse en ella. Y lo hace, eso también, por su niña, Mamá quiere que algún día su hija diga:
mi mamá fue lo suficientemente egoísta como para darme una vida de locuras que dan frutos extraordinarios. Y yo quiero ser “hermosa” como ella.