domingo, 15 de octubre de 2017

Con ojos limpios de resentimiento



Quiero mirarte con ojos limpios de resentimiento
Quiero…
Quiero y agacho la mirada,
la obligo a correr al lado opuesto:  
¡no puedo soportarte!
El peso de mi alma no puede sostenerte.

El peso…
            ese vacío que me traga,
            ese coraje que me invade,
            ese deseo de olvidarte.

El peso es llama, sin embargo…
Es fuego que arde con amor.
El amor que te tengo,
que me quema
como solo el hielo es capaz de quemar.

Y me digo: te perdono, porque quiero olvidarte.
Porque quiero creer que es posible vivir
sin pensar que es necesario tenerte presente
como el único fin de mis días.  

Vivir sin pensar en ti y en tus días y tus noches.
Y en las muchas, muchísimas ganas
con que hay que alimentar tu indiferencia.
Porque a ratos, lo confieso,
ya no tengo ganas de alimentar tu indiferencia.  
Esa gorda comodidad con que minimizas
todo lo que soy, que es todo lo que hago: ser…
            ser para ti,
            ser por ti,
            ser de ti.

Y me engaño, porque quiero ser buena,
Y vuelvo a perdonarte otra vez, y otra, y otra…
Y setenta veces siete son pocas…
son ninguna,
porque el perdón que te ofrezco
es un puño sin fuerza.  
Es tristeza…
            una enorme tristeza.

Así que busco el perdón del otro lado de la sala,
lejos de tus ojos.
Donde no me descubra en ellos.
Temerosa de ver lo que sé encontraré al mirarte:
mi dolor. Mi callado dolor
que no ha sabido encontrar alivio
porque nadie ha sido capaz de mirarlo:
ni tú, ni yo, ni el mundo entero.  

Y el milagro más grande se esconde,
precisamente,
detrás de tus ojos,
porque al verlos, soy capaz de verlo,
de ver al pequeño verdugo incrustado en mi pecho,
a mi pequeño verdugo,
frágil y tierno,
angustiado de tener que lidiar
con tanto, siendo aún tan pequeño.

El dolor es un niño sentado en la rama
de toda lágrima incapaz de soltarse.
Es exceso de follaje.
Es sombra, y sólo eso.

Y tus ojos son luz
esa luz que me dice
que dentro de mi hay un ser ahogado,
hay un niño perdido,
hay un nido que requiere atención.

El perdón pierde entonces sentido.
El hielo se derrite
y el amor que te tengo
y me tengo,
me invade.

Perdón, no debí perdonarte.
Ni buscar tu perdón.
Hoy, el alivio es llorar,
Es lo único que mi pequeño verdugo
quiere hacer: existir en mis brazos.
Existir y llorar.
Y Llorar, precisamente, porque existe.