sábado, 30 de julio de 2011

Revés al fuero militar: ingenuidad latente

Creer que los derechos humanos en nuestro país se han atribuido un gran triunfo con la decisión de dar revés al fuero militar, es ser ingenuo. Es vivir en un mundo en el que efectivamente la vida humana tiene el primer valor, y no los intereses económicos que mueven gran parte de nuestro sistema político, social y judicial.
Ganar habría sido tener más apertura en el conocimiento de ese fuero, que se buscara saber cómo funciona, que fuera posible seguir los procesos y ver sus resultados. El conocimiento siempre nos acerca más a la verdad y a cambiar lo que realmente haga falta mejorar.
Pero pretender juzgar a un soldado como se juzga a un civil, es una barbaridad. En principio, porque un soldado no es un civil, y también, porque la función del soldado es otra, y responde a una realidad que, gracias a que existe el Ejército, no tenemos que confrontar ni combatir nosotros los civiles.
¿Qué distingue al soldado? Son muchas cosas, pero aquí quiero hacer énfasis sobre todo en una: su moral. Y hablar de la moral militar es tocar un tema completamente ajeno a la vida civil. Porque la moral militar no es solo asunto de bien o mal, de blanco o negro. Implica toda una filosofía, se fomenta y se fortalece con la disciplina, y siempre busca un bien mayor que la propia ganancia. En la moral militar se tocan y viven valores como la lealtad, la entrega, el sacrificio. Valores que lamentablemente en la vida civil han perdido sentido y significado, y su ausencia es en buena medida la razón por la cual en nuestro país la regla es chingar o chingarse.
Yo soy hija del Ejército Mexicano. Quiero decir, mis pa dres son militares, y aunque yo no seguí el camino que ellos siguieron, aprendí lo que es la dignidad, el amor a mi patria, el amor al servicio, la entrega a mi profesión e incluso el amor a Dios, en las filas del Ejercito, en las ausencia de mis padres, en los sacrificios que como familia tuvimos que hacer miles de veces, en las palabras de mis progenitores que siempre me exigieron lo mejor, y en la comprensión de mis hermanos que muchas veces fueron los únicos que entendieron el miedo de saber que quizá papá no regrese.
Yo soy hija del Ejército Mexicano. Y no por serlo cierro los ojos. Sé que los soldados no soy perfectos. Que como toda organización humana tienen sus lados negativos, y que en sus filas también hay quienes no abrazan la mística, la filosofía y el amor al uniforme y al servicio. Sé que tener un arma en las manos confiere un poder que no todos están preparados para asumir. Pero también sé que en el Ejército de mi país la moral SE BUSCA.
Aquí trataré de definir esa moral militar de la que hablo, pero sé que no será fácil porque es un término que más que entenderlo se vive, se experimenta. Advierto que lo haré en primera persona, porque no puedo hacerlo de otro modo, porque así lo aprendí:
La moral militar involucra dar un sentido último a mis acciones, que vaya más allá de mí mismo, que toque a mis compañeros, que respete las órdenes de mis jefes, y que se encamine a la conservación de la vida y al amor a los principios de libertad. Porque la moral militar me limita para que tu libertad se conserve. La moral militar me convierte en un hermano de aquel que lucha conmigo y de aquel por el que lucho. La moral militar es un estado mental y anímico que me permite enfrentar incomodidades, carencias, ausencias, excesos físicos, soledades infinitas y el miedo a morir, para que tú vivas.
Por eso, porque lo viví, porque mis padres me lo explicaron miles de veces cuando me hablaban de la importancia de “estar con la tropa”, de “dar lo que se pide”, de lo que implica “guiar con el ejemplo”, por eso sé que para un soldado la moral es un elemento primordial, que la hermandad entre soldados es más que un discurso, y que el liderazgo lo asumen todos al estar dispuestos a seguirse y apoyarse y vivirse en la entrega y el sacrificio de luchar por mí y por ti y por México.
El Ejército Mexicano hasta el día de hoy, y a pesar de no ser perfecto, ha demostrado una lealtad y entrega a su país como ninguna otra institución mexicana, precisamente porque tiene una moral que cuida y fomenta. ¡Y en México tenemos un gran Ejército! Quien no lo crea, que vea lo que son otros ejércitos en Latinoamérica, que vea los excesos a los que en otros lados ha llegado, precisamente porque el ejército ha asumido posiciones políticas que no responden a la moral militar. 
Insisto, me tranquiliza saber que dentro del Ejército de mi patria, la moral se cuida. Pero me angustia saber que los civiles nos empeñamos en ignorarla, nos negamos en tratar de comprenderla, y buscamos acabar con ella.
Y ahora, con este revés al fuero militar, le hemos dado un golpe que podría ser fatal a esa moral que tanto falta hace para que un Ejército que se digne de serlo, funcione como debe y cumpla con su deber. Es, en suma, igual a mandar al Ejército a dar la cara por nosotros, y darle la puñalada en la espalda mientras lo hace.
Porque hace falta abrir los ojos y reconocer que muy a pesar de que los derechos humanos en nuestro país son muy necesarios, en una gran mayoría de casos, no protegen a la víctima, sino al victimario. Y es que implican lidiar con juzgados y abogados, es decir, contar con recursos. El soldado, lo último que tiene es dinero.
En cambio, lo que hemos hecho al someter a un soldado al escrutinio inmoral de los juzgados civiles, es fomentar lo primero que la moral militar busca combatir: el miedo. Ahora el soldado lo sabe completamente: está SOLO, no hay un ejército que responda por él ni una ley que lo respalde CON Y A PARTIR DE LA MORAL QUE SIGUE.
Este revés al fuero militar contribuirá a que todo lo que la moral militar fomenta, “ya no valga la pena.” Nos hemos condenado así a quedar a merced de un crimen organizado –ese sí sin moral, sin principios, sin honor, sin mística ni valores– que además de contar con los recursos económicos que necesita, sabe manejarse muy bien en la corrupción que alimenta.
No seamos ingenuos. Este no es un triunfo para los derechos humanos. Es un triunfo para quienes se escudan en el “derecho a ser humano”, pero ignoran la obligación que el SER conlleva. Obligación que debería exaltar la vida y la dignidad, los dos elementos que, efectivamente, se necesitan para lograr la paz. 















viernes, 22 de julio de 2011

Amor, te digo

Hay imágenes que se te cuelgan del alma como cadenas de condena. Yo caí en cuenta de que he arrastrado una que se convirtió, incluso, en el punto focal de mi comedor. Se trata de un cuadro de Bartolomé Esteban Murillo: Dos mujeres en la ventana

La primera vez que vi el cuadro fue en una exposición que The National Gallery of Art, de Washington, D.C., hizo en el Museo de Antropología de la Ciudad de México, hace ya no me acuerdo cuántos años. 

Vi el cuadro y me enamoré de él. Yo soy esas dos mujeres, me dije. Y ese mismo día compré un poster de la exposición y lo convertí en el cuadro que ahora cuelga a la cabecera de mi mesa. 

Es increíble cómo puede una imagen definirnos, y como somos capaces de ceder nuestra libertad a una idea. 

Y no digo que en su momento definirme como un ser dual no haya sido cierto, ni haya sido útil, ni haya sido bello. Una parte de mi siempre ha sido como esa casi niña que contempla la vida con abierta sinceridad, alegría y curiosidad. La otra, las más madura, se asoma a la vida con timidez, pero con una profunda sabiduría que por miedo no ha sabido expresar. Hay una hermosa complicidad entre ellas. Se quieren, se cuidan, se ayudan, y traviesas se asoman a la ventana para vivir desde ella. Son felices contemplando el mundo desde ahí. Mas la realidad es que son prisioneras la una de la otra.

Caí en cuenta de que he estado encapsulada en este mundo de dos dimensiones cuando una amiga, terapeuta ella, me dijo: quieres tocar a Dios, pero quieres brincarte al demonio; traes coraje acumulado en el vientre, y mientras no lo saques, no podrás llegar a Dios; es como si estuvieras partida en dos, como si tuvieras doble personalidad. 

Aquello de la doble personalidad no me es nuevo. No por nada compré el cuadro. Y aquello del coraje acumulado… pues, no digo que no sea cierto, pero… en realidad, creo que al demonio de mis corajes ya le conozco la cara. Yo ya cumplí mis 40 días de desierto, soledad, hambre y penitencia. Yo ya ayuné, ya lloré, ya sufrí. Y nada más pensar en volver a “trabajar” mi coraje, me da una flojera infinita. No, el camino del coraje ya no es camino para mí. 

Le pregunté entonces a mi entraña, que es donde me dicen tengo todo ese coraje acumulado. Y dulce, como es realmente, me regaló otra imagen: La joven del arete de perla.  

El cuadro lo pintó el holandés Johannes Vermeer, e inspiró una novela y una película. Y ahora me ha inspirado a mí. No recuerdo toda la trama de la película. Me queda sólo la sensación estética de su impecable fotografía y el erotismo que el amor a la vida y al color conlleva, aunada a una intuitiva comprensión del arte que esta muchacha sencilla y sin educación, tenía. Sabiduría que la hacía hermosa, sin que ella estuviera del todo consciente de su belleza. No del todo, porque una parte de ella sí lo sabía: la que se encuentra detrás de esos ojos abiertos. Ojos, que a su vez, están fijos en el pintor que la retrata, y que a su manera, la comprende, porque, a su manera, la ama. El pintor, en definitiva, es el Amor que la transforma.  

Bien, le dije a mi entraña, y ahora qué hago para pasar de la primera imagen a la segunda. Y me respondió con una canción. Una canción que he tenido que escuchar una y otra vez para darle sentido: Te digo amor, de Miguel Bosé.  Y en lugar de intentar explicarte lo que la canción me ha dicho, te la dejo aquí para que escuches lo que sea que pueda decirte a ti. 




Yo, después de varios días, lo comprendo mejor: no es el camino del coraje el que me va a llevar a Dios. Es el camino del amor y la aceptación. 

Y no es que no de coraje, pero, así es la vida. ¿Y quién puede cambiar lo que la vida es? Nadie. ¿Quién puede vivir la vida en paz, con paz? Quién acepta la vida como es, y a pesar de ser lo que es, ama y se deja transformar por el Amor. 

Así que algo me dice que no es coraje lo que hay en esta entraña mía. Lo que hay es amor, mucho, mucho, mucho amor. Amor que no ha sabido encontrar su expresión. Amor que tiene el poder de transformar y transformarse.  

¿Y porque te digo todo esto? Porque te amo. Y al decirlo, estoy dando un primer paso en dirección a esa aceptación y esa transformación que busco. Y al decirlo, también me he tomado de la mano de Dios, cuya voluntad es más grande que la mía, y cuyo amor me ha sabido guiar a Su presencia y sabrá también alejarme de mi dolor. 

Y finalmente, te lo digo porque quizá tu también estás girando en el ciclo eterno del coraje, y necesitas que alguien te diga: detente… hay otro camino, el camino del Amor.