domingo, 25 de septiembre de 2011

Educar a una niña

Siempre dije que si se me concedía tener hijos, yo tendría dos, y ambos serían niños. Me veía sin problema alguno poniéndoles tenis y shorts, sacándolos a andar en bici y patines, dejando que jueguen con sus carritos en el piso, jugando a los guerreros, y pateando una pelota de fútbol. Sí, yo quería niños. 

Pero Dios es mucho más sabio que yo, y me dio una niña. ¡Y qué niña! Todo eso que describí, lo hago, y hago más todavía. Porque además de los carritos, también quiere ser mamá y “teacher”, quiere ser Princesa del Mar y quiere lavar los trastes con tantas ganas como tener su oficina y su computadora y sus libros y sus apuntes y trabajos. 

Es una niña a la que además nadie le cuenta cuentos. Abby, le dice su tía la doctora, no tomes a tu bebé (muñeca) de esa forma porque le vas a luxar el brazo. Ay, tía, contesta ella, a los juguetes no se les luxan los brazos. Tres años, a punto de cumplir cuatro, y a ella nadie le cuenta cuentos, a menos que los quiera escuchar. 

Mamá, verdad que los accidentes no existen. La afirmación me tomó por sorpresa. Bueno, a veces los accidentes pasan, pero se pueden evitar con cuidado, intento, ingenuamente, explicarle. Ella se enoja. ¡No! ¡Los accidentes no existen! Como en Kung Fu Panda. 

Claro, tiene toda la razón. No existen. Y me hace feliz que lo piense. Que crea que son las coincidencias las que poco a poco la llevarán por donde tiene que ir. Me encanta que desde ahora empiece a verse en el mundo y a reconocer quién es, qué quiere. ¿Y quién eres tú en Kung Fu Panda?, le pregunto. Yo soy Maestra Tigresa, y esboza una enorme sonrisa de satisfacción.  

Por eso, cuando en el auto le preguntamos que si quería que su fiesta de cumpleaños fuera de Kung Fu Panda, y ella nos respondió, que no, porque Kung Fu Panda es para niños, sentí ganas de detener el mundo ahí mismo y bajarme con ella para alejarla de todo y de todos. ¡¿Quién te dijo que Kung Fu Panda es para niños?! 

La siguiente señal de alarma la recibí ayer cuando se acercó a preguntarme que si me podía ayudar a lavar el baño. Claro, le dije. Ella trajo su pequeña escoba y me ayudó a tallar el piso de la regadera mientras yo hacía lo propio con las paredes. Nosotras limpiamos porque somos niñas, me dijo. Y otra vez quise detener al mundo y decirle que deje a mi hija en paz. Que no le meta ideas idiotas en la cabeza. Abby, lavar el baño lo hacemos porque es necesario, no porque sea trabajo de niñas. Papá también barre y limpia, lava trastes y ayuda en la casa

Traté de no mostrarme enojada, pero lo estaba. Sé que no puedo protegerla de todo pero quisiera poder protegerla al menos de eso: de la idea de que la mujer no puede esto o aquello, y de que el mundo se divide en lo que un hombre y una mujer puede y debe ser y hacer. Y no es que sea feminista, es que son humanista. Creo en el ser humano, y en ese sentido me considero tan humana como cualquier hombre. 

Y creo más, creo que este empeño en dividirnos nos ha hecho un daño enorme. Creo, por ejemplo, que habría menos hombres irresponsables ante los hijos si dejáramos que también ellos sigan su instinto paternal de niños y jugaran con una muñeca con la misma naturalidad con que he visto a mi hija tomar un carrito. Y sin duda habría más mujeres manejando un auto sin ser una amenaza si las dejáramos jugar con los carritos. 

Los niños ensayan lo que es vivir y hacer a través del juego. Aprenden a vivirse humanos a través de las historias que les contamos y las que dejamos que nos cuenten. Aprenden a reconocer sus diferencias a partir de aquello en lo que se parecen a los demás. Pero cuando marcamos sus diferencias antes de darles la oportunidad de experimentarse como iguales, ya hemos fracasado en crear un mundo más justo y en educar a hombres y mujeres más humanos y dispuestos a respetarse y ayudarse entre sí. 

A veces quiero detener el mundo y bajarme con mi hija en los brazos. Pero sé bien  que de hacerlo tampoco la protegería mucho. El mundo tarde o temprano nos alcanza y ella tendrá que aprender a ser ella sin mí. Así que mejor me siento a ver Kung Fu Panda con ella, y le preguntó cuál de las Princesas del Mar es. Soy la azul, Tiburina, me dice. Y sonrió. Siempre trato de sonreír cuando se define a sí misma, aún cuando los tiburones no son de mi total agrado. Porque eso es lo único que espero lograr: que mi hija se defina a sí misma.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Como lo hace una mariposa

Agotada. Así se encuentra. Y mientras más duerme, más quiere dormir. No tiene fuerza para nada. La casa vacía se siente como una tumba en la que quiere descansar en paz. Su pequeño paraíso perdido y alejado de todo y de todos. 

El estómago vacío reclama su existencia, y por fin la obliga a levantarse. Se sirve un vaso de leche y le agrega dos cucharadas de chocolate. Saca la pequeña pastillita que suple las funciones de su tiroides todos los días, y se la lleva a boca. El chocolate desaparece de golpe. Se sirve un poco de cereal y vacía lo que resta de leche en el tazón.  

Entre cucharadas, hojea una revista que la aburre, pero no tiene ganas de ir a buscar nada más que leer. Hoy no tiene ganas de nada. Al pensarlo, al darse cuenta de que ha dicho “nada” demasiadas veces, se paraliza. Cierra los ojos y empieza a revisar en su interior. Se ve a sí misma recorriendo un enorme castillo. Enorme y vacío. Va de un lado a otro abriendo puertas, asomándose a cuartos, caminando por pasillos, y no encuentra nada. Por un momento la angustia se instala en su pecho. “No hay nada dentro de mí. No tengo nada que pensar, nada que decir. No quiero siquiera intentarlo.” Tiene miedo. La última vez que se vio en esa situación de vacío, el diagnóstico fue depresión. La sola palabra, la sola idea de que pudiera estar deprimida la lleno de tristeza… y, le avergüenza decirlo, pero si ha de ser sincera consigo misma debe decirlo, con la tristeza también sintió tranquilidad. 

Reconocerlo fue lo mismo que entrar en un salón, el salón de su corazón, y ver justo en el centro una enorme y hermosa bandeja plateada de agua, en la que podía perfectamente lavarse las manos para así dejarse llevar por esta idea de vacío, por esta depresión que la invita a abandonarlo todo y a instalarse en la comodidad de la excusa. Estoy deprimida. No tiene caso intentarlo. Lo que deseo nunca me será dado. Lo que quiero es imposible. Mi vida no tiene sentido.

Conforme se aproximaba a la bandeja y veía el agua transparente la tranquilidad creció y creció. Qué tentación tan hermosa, pensó. Puedo esconderme detrás de la depresión. Es una amiga conocida. Sé cómo se comporta, sé cómo se vive. Sí, puedo hacer eso. Estuvo a punto de introducir sus manos en esa agua transparente. Pero al acercarse vio su reflejo. Y lo que vio la obligó a dar dos pasos atrás.

Necesito un espejo, pensó. Y el espejo apareció, tal y como suelen aparecer las cosas que necesitamos cuando las necesitamos. Se vio y se reconoció. Y al hacerlo se dio cuenta de que no estaba deprimida. Y sonrió. Su sonrisa fue… hermosa hasta las lágrimas. Las lágrimas son mías, que lo vi todo. Ella no lloró. Ella se vio al espejo y sonrió. Y entonces, algo muy raro sucedió. Me llamó. Me dijo, ven, mira, mira qué hermoso. Y no sé bien cómo pero de un momento a otro yo ya estaba a su lado, y vi hacia el interior de ese espejo. Mira, somos tú y yo, fundidas en una sola imagen que nos refleja, me dijo, sin dejar de sonreír. Y sí, había una sola imagen. La imagen de una mujer que yo no reconocía. Esa no puedo ser yo, le dije. Pero se lo dije al aire, no había nadie a mi lado. Y yo sonreía a un espejo que me mostraba la imagen de una mujer que no podía creer fuera yo.  

No lo crees porque no soy tú, me dijo la imagen. Soy Eva, tu vida. Eva significa vida. Es cierto, lo había olvidado. Lo leí. Al recordarlo di un paso al frente y mi entorno se convirtió en un jardín, y a mi lado caminaba Eva. Y mi vida me llevó a un banco que se encontraba debajo de un árbol. Eva me tomó de la mano y me invitó a sentarme. Me vio a los ojos y comenzó a hablar. Yo la escuchaba sin poder decir una sola palabra. Entre sorprendida y atenta, pero más sorprendida. Nunca creí que mi vida pudiera ser tan hermosa. 

No creas todo lo que te dicen de mí. Me culpan de ser quien te abrió los ojos, pero la verdad es que has sido tú quien los ha abierto. Yo sólo coloco frente a ti las opciones y tú decides. Es verdad que la depresión te arrebató la mitad de mi ser, pero te dio a cambio un camino de saberes aparentemente innecesarios que encontraran su uso en la otra mitad que aún te falta por vivir, así que no me eches en saco roto ni le quites sentido al camino que ya has recorrido. Recuerda que fue Dios quien me sacó de tu pecho para darme vida y darte a ti un camino. Y me alegra poder agradecerte que hasta hoy lo hayas sabido recorrer. 

Recuerda también que sin una costilla cualquiera sobrevive. Quiero decir, no todos deciden reconocer la responsabilidad de su existencia. Tú has decidido hacerlo. No te arrepientas ni des marcha atrás. Hacerlo me lanzaría a mí al olvido. Sobrevivir, bien lo sabes, no es estar vivo. Yo quiero seguir viva, no me aniquiles con excusas. 

Recuerda que Dios es Amor y Justicia. Déjate amar por Él y deja que sea Él quien te juzgue, quien me juzgue. No me pongas en tela de juicio tú. Ya he sido juzgada con demasiada severidad en el pasado. Ten compasión de mí. El camino de regreso a tu ser no ha sido fácil. Y ahora que estamos juntas, que hemos logrado abandonar el vacío de un castillo sin luz ni calor, necesitas aprehender nuevas formas de relacionarte conmigo. A veces, sólo estás cansada y no quieres hacer nada. No hace falta volver a viejos patrones de tristeza y depresión para darte permiso de no ser siempre fuerte y no estar siempre de pie. Sé que es lo que conoces y que por eso regresas, pero mira, hay otras cosas en tu interior. Hay mucha vida. Este es sólo uno de los muchos jardines que llevas dentro. Y hay montañas, y llanos, y pueblos pintorescos, y playas, y bosques, y cabañas de refugio. Y también hay amor. Hay mucho, mucho amor. 

Y sí, eres una idealista, pero lo sabes. Y hay crédito en ello. Sabes que esto que te sucede justo ahora, es una historia inventada, y sin embargo, la necesitas. Necesitas reconocerme y aceptarme y amarme, y darte cuenta de que soy, después de todo y a pesar de todo, hermosa. Y de que te reflejo y te agradezco todo lo que has hecho por mantener mi existencia. Necesitas que yo también te reconozca y te esté agradecida por el sentido que me has dado. Y le de validez a tus sacrificios y razón de ser a tus renuncias. 

De modo que estoy aquí para darte las gracias. Te quiero por todo lo que eres y todo lo que has dejado de ser. Por todo lo que haces y todo lo que has dejado de hacer.  Muchas gracias por estar viva y darme vida con tu respirar y tu imaginación. Con tu pensar y tu sentir. Con tus ocurrencias y tus desatinos. Gracias por haber cometido errores y haber aprendido de ellos, y estar aún dispuesta a cometerlos y a volver a asimilar enseñanzas. Gracias por haber crecido en prudencia y en sabiduría. Gracias por no haberme abandonado a la merced de la lógica implacable de la racionalidad sin alma, que esa sí me habría aniquilado de golpe y sin sentido. 

En fin, te quiero porque te has atrevido a extender las alas y volar. Como lo hace una mariposa. Mas te pido, necesito pedirte, que renuncies a dirigir tu vuelo. Lo que el aleteo de ese volar haga o deje de hacer, no debe preocuparte. Ahí es donde el control de tu vida acaba. A ti te toca vivir, nada más.
Al pronunciar las últimas palabras yo ya estaba acostada en una hamaca, como cuando era pequeña en casa de mi abuelita. El sueño me invadía. Quería dormir. Y una mano empujaba suavemente la hamaca para ayudarme así a caer en los brazos de un sueño profundo que duró horas y horas. Sin culpas ni reclamos dormí y dormí. Dormí hasta que sentí reanimado mi ánimo y despierto mi espíritu. Dormí. 

domingo, 4 de septiembre de 2011

A punto de tirar la toalla

Hoy estuve a punto de tirar la toalla. Es una locura. Pensar lo que pienso, sentir lo que siento, creer lo que creo, es una locura. Me resisto a pensar que estoy loca, y quizá es ese el problema, lo estoy. Estoy convencida de que soy amada. No puedo probarlo, no puedo explicarlo, no tengo ni un sólo elemento que me diga que es cierto. No hay pruebas tangibles, no hay nada más allá de esta vida que se me ofrece ni hay nada más allá de mi rutina diaria. No puedo decir que exista una presencia constante que me acompañe siempre a todos lados, en todas partes, porque si abro los ojos, no veo a nadie, si cierros los ojos, no toco a nadie. 

Y sin embargo, ahí está. Abro los ojos y veo su amor, cierro los ojos y lo siento. Me creo amada. No sé si lo soy, pero lo creo. Y hoy estuve a punto de tirar la toalla porque me dio por juzgarme y decirme, estás loca. No hay nada. Delante de ti no hay más que las muchas cosas que tienes que hacer. Delante de ti no existe nada más que todas estas hermosas personas que te acompañan a diario y que te quieren muy a su manera. ¿Acaso no es bastante con tenerlos a ellos? ¿Qué necesidad de inventarte un amor que no existe? Porque este amor que te lo has inventado. Ese amor que es total y constante y que parece estar incrustado en tu ser, este amor con quien hablas, a quien le cuentas historias y le dices constantemente te quiero, ese amor no existe, no hay nada. ¿Qué piensas que logras al aferrarte a un ideal?

Y no pude responderme, de momento no pude. Sólo puede pensar en la experiencia que tuve, que tengo a diario. Sólo pude decirme que la alternativa, la de vivir la vida sin esta convicción, es absurda, porque dejaría de ser vida. Y con mi ideal en la mano, me escuché responder por fin: Lo importante no es que tenga sentido, lo importante es que le da sentido a mi ser. Y fue una sorpresa la respuesta. Estuve a punto de tirar mi amor ideal como se tira una toalla en señal de renuncia. Estuve a punto de dejar de creer que soy amada, sólo porque no puedo probarlo. Estuve a punto de escuchar la sensatez de mi humanidad por miedo a estar loca. Pero eso habría sido una locura. Desde que me sé amada, soy feliz, y soy mucho más capaz de contribuir a que otros lo sean. 

De modo que hoy, justo cuando estuve a punto de tirar la toalla y volver a la realidad, me puse de rodillas y pedí con todas mis fuerzas, que si es verdad que no soy amada, que si es verdad que todo es un invento mío, entonces, no quiero saberlo nunca. Hoy pedí estar loca siempre, por el resto de mi vida. Y creer que el amor me ha tocado, aunque no pueda probarlo, aunque nada en mi vida sea diferente, aunque siga donde estoy y sea yo la de siempre. Porque desde que el amor me tocó, no soy la de siempre. Y no quiero volver a serlo. Bendita locura la mía. Bendito amor.

Y mañana, al abrir los ojos, voy a ver el amor, y al cerrar los ojos, voy a sentirlo. Y no pienso renunciar a su presencia, aunque no exista. Que, Bendito Sea Dios, mi imaginación es enorme, y si es lo que necesito para aferrarme a la vida, entonces he de amarlo por siempre y me ha de amar por siempre. Amante, Amada, Amor, por los siglos de los siglos.