Siempre dije que si se me concedía tener hijos, yo tendría dos, y ambos serían niños. Me veía sin problema alguno poniéndoles tenis y shorts, sacándolos a andar en bici y patines, dejando que jueguen con sus carritos en el piso, jugando a los guerreros, y pateando una pelota de fútbol. Sí, yo quería niños.
Pero Dios es mucho más sabio que yo, y me dio una niña. ¡Y qué niña! Todo eso que describí, lo hago, y hago más todavía. Porque además de los carritos, también quiere ser mamá y “teacher”, quiere ser Princesa del Mar y quiere lavar los trastes con tantas ganas como tener su oficina y su computadora y sus libros y sus apuntes y trabajos.
Es una niña a la que además nadie le cuenta cuentos. Abby, le dice su tía la doctora, no tomes a tu bebé (muñeca) de esa forma porque le vas a luxar el brazo. Ay, tía, contesta ella, a los juguetes no se les luxan los brazos. Tres años, a punto de cumplir cuatro, y a ella nadie le cuenta cuentos, a menos que los quiera escuchar.
Mamá, verdad que los accidentes no existen. La afirmación me tomó por sorpresa. Bueno, a veces los accidentes pasan, pero se pueden evitar con cuidado, intento, ingenuamente, explicarle. Ella se enoja. ¡No! ¡Los accidentes no existen! Como en Kung Fu Panda.
Claro, tiene toda la razón. No existen. Y me hace feliz que lo piense. Que crea que son las coincidencias las que poco a poco la llevarán por donde tiene que ir. Me encanta que desde ahora empiece a verse en el mundo y a reconocer quién es, qué quiere. ¿Y quién eres tú en Kung Fu Panda?, le pregunto. Yo soy Maestra Tigresa, y esboza una enorme sonrisa de satisfacción.
Por eso, cuando en el auto le preguntamos que si quería que su fiesta de cumpleaños fuera de Kung Fu Panda, y ella nos respondió, que no, porque Kung Fu Panda es para niños, sentí ganas de detener el mundo ahí mismo y bajarme con ella para alejarla de todo y de todos. ¡¿Quién te dijo que Kung Fu Panda es para niños?!
La siguiente señal de alarma la recibí ayer cuando se acercó a preguntarme que si me podía ayudar a lavar el baño. Claro, le dije. Ella trajo su pequeña escoba y me ayudó a tallar el piso de la regadera mientras yo hacía lo propio con las paredes. Nosotras limpiamos porque somos niñas, me dijo. Y otra vez quise detener al mundo y decirle que deje a mi hija en paz. Que no le meta ideas idiotas en la cabeza. Abby, lavar el baño lo hacemos porque es necesario, no porque sea trabajo de niñas. Papá también barre y limpia, lava trastes y ayuda en la casa.
Traté de no mostrarme enojada, pero lo estaba. Sé que no puedo protegerla de todo pero quisiera poder protegerla al menos de eso: de la idea de que la mujer no puede esto o aquello, y de que el mundo se divide en lo que un hombre y una mujer puede y debe ser y hacer. Y no es que sea feminista, es que son humanista. Creo en el ser humano, y en ese sentido me considero tan humana como cualquier hombre.
Y creo más, creo que este empeño en dividirnos nos ha hecho un daño enorme. Creo, por ejemplo, que habría menos hombres irresponsables ante los hijos si dejáramos que también ellos sigan su instinto paternal de niños y jugaran con una muñeca con la misma naturalidad con que he visto a mi hija tomar un carrito. Y sin duda habría más mujeres manejando un auto sin ser una amenaza si las dejáramos jugar con los carritos.
Los niños ensayan lo que es vivir y hacer a través del juego. Aprenden a vivirse humanos a través de las historias que les contamos y las que dejamos que nos cuenten. Aprenden a reconocer sus diferencias a partir de aquello en lo que se parecen a los demás. Pero cuando marcamos sus diferencias antes de darles la oportunidad de experimentarse como iguales, ya hemos fracasado en crear un mundo más justo y en educar a hombres y mujeres más humanos y dispuestos a respetarse y ayudarse entre sí.
A veces quiero detener el mundo y bajarme con mi hija en los brazos. Pero sé bien que de hacerlo tampoco la protegería mucho. El mundo tarde o temprano nos alcanza y ella tendrá que aprender a ser ella sin mí. Así que mejor me siento a ver Kung Fu Panda con ella, y le preguntó cuál de las Princesas del Mar es. Soy la azul, Tiburina, me dice. Y sonrió. Siempre trato de sonreír cuando se define a sí misma, aún cuando los tiburones no son de mi total agrado. Porque eso es lo único que espero lograr: que mi hija se defina a sí misma.
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