Agotada. Así se encuentra. Y mientras más duerme, más quiere dormir. No tiene fuerza para nada. La casa vacía se siente como una tumba en la que quiere descansar en paz. Su pequeño paraíso perdido y alejado de todo y de todos.
El estómago vacío reclama su existencia, y por fin la obliga a levantarse. Se sirve un vaso de leche y le agrega dos cucharadas de chocolate. Saca la pequeña pastillita que suple las funciones de su tiroides todos los días, y se la lleva a boca. El chocolate desaparece de golpe. Se sirve un poco de cereal y vacía lo que resta de leche en el tazón.
Entre cucharadas, hojea una revista que la aburre, pero no tiene ganas de ir a buscar nada más que leer. Hoy no tiene ganas de nada. Al pensarlo, al darse cuenta de que ha dicho “nada” demasiadas veces, se paraliza. Cierra los ojos y empieza a revisar en su interior. Se ve a sí misma recorriendo un enorme castillo. Enorme y vacío. Va de un lado a otro abriendo puertas, asomándose a cuartos, caminando por pasillos, y no encuentra nada. Por un momento la angustia se instala en su pecho. “No hay nada dentro de mí. No tengo nada que pensar, nada que decir. No quiero siquiera intentarlo.” Tiene miedo. La última vez que se vio en esa situación de vacío, el diagnóstico fue depresión. La sola palabra, la sola idea de que pudiera estar deprimida la lleno de tristeza… y, le avergüenza decirlo, pero si ha de ser sincera consigo misma debe decirlo, con la tristeza también sintió tranquilidad.
Reconocerlo fue lo mismo que entrar en un salón, el salón de su corazón, y ver justo en el centro una enorme y hermosa bandeja plateada de agua, en la que podía perfectamente lavarse las manos para así dejarse llevar por esta idea de vacío, por esta depresión que la invita a abandonarlo todo y a instalarse en la comodidad de la excusa. Estoy deprimida. No tiene caso intentarlo. Lo que deseo nunca me será dado. Lo que quiero es imposible. Mi vida no tiene sentido.
Conforme se aproximaba a la bandeja y veía el agua transparente la tranquilidad creció y creció. Qué tentación tan hermosa, pensó. Puedo esconderme detrás de la depresión. Es una amiga conocida. Sé cómo se comporta, sé cómo se vive. Sí, puedo hacer eso. Estuvo a punto de introducir sus manos en esa agua transparente. Pero al acercarse vio su reflejo. Y lo que vio la obligó a dar dos pasos atrás.
Necesito un espejo, pensó. Y el espejo apareció, tal y como suelen aparecer las cosas que necesitamos cuando las necesitamos. Se vio y se reconoció. Y al hacerlo se dio cuenta de que no estaba deprimida. Y sonrió. Su sonrisa fue… hermosa hasta las lágrimas. Las lágrimas son mías, que lo vi todo. Ella no lloró. Ella se vio al espejo y sonrió. Y entonces, algo muy raro sucedió. Me llamó. Me dijo, ven, mira, mira qué hermoso. Y no sé bien cómo pero de un momento a otro yo ya estaba a su lado, y vi hacia el interior de ese espejo. Mira, somos tú y yo, fundidas en una sola imagen que nos refleja, me dijo, sin dejar de sonreír. Y sí, había una sola imagen. La imagen de una mujer que yo no reconocía. Esa no puedo ser yo, le dije. Pero se lo dije al aire, no había nadie a mi lado. Y yo sonreía a un espejo que me mostraba la imagen de una mujer que no podía creer fuera yo.
No lo crees porque no soy tú, me dijo la imagen. Soy Eva, tu vida. Eva significa vida. Es cierto, lo había olvidado. Lo leí. Al recordarlo di un paso al frente y mi entorno se convirtió en un jardín, y a mi lado caminaba Eva. Y mi vida me llevó a un banco que se encontraba debajo de un árbol. Eva me tomó de la mano y me invitó a sentarme. Me vio a los ojos y comenzó a hablar. Yo la escuchaba sin poder decir una sola palabra. Entre sorprendida y atenta, pero más sorprendida. Nunca creí que mi vida pudiera ser tan hermosa.
No creas todo lo que te dicen de mí. Me culpan de ser quien te abrió los ojos, pero la verdad es que has sido tú quien los ha abierto. Yo sólo coloco frente a ti las opciones y tú decides. Es verdad que la depresión te arrebató la mitad de mi ser, pero te dio a cambio un camino de saberes aparentemente innecesarios que encontraran su uso en la otra mitad que aún te falta por vivir, así que no me eches en saco roto ni le quites sentido al camino que ya has recorrido. Recuerda que fue Dios quien me sacó de tu pecho para darme vida y darte a ti un camino. Y me alegra poder agradecerte que hasta hoy lo hayas sabido recorrer.
Recuerda también que sin una costilla cualquiera sobrevive. Quiero decir, no todos deciden reconocer la responsabilidad de su existencia. Tú has decidido hacerlo. No te arrepientas ni des marcha atrás. Hacerlo me lanzaría a mí al olvido. Sobrevivir, bien lo sabes, no es estar vivo. Yo quiero seguir viva, no me aniquiles con excusas.
Recuerda que Dios es Amor y Justicia. Déjate amar por Él y deja que sea Él quien te juzgue, quien me juzgue. No me pongas en tela de juicio tú. Ya he sido juzgada con demasiada severidad en el pasado. Ten compasión de mí. El camino de regreso a tu ser no ha sido fácil. Y ahora que estamos juntas, que hemos logrado abandonar el vacío de un castillo sin luz ni calor, necesitas aprehender nuevas formas de relacionarte conmigo. A veces, sólo estás cansada y no quieres hacer nada. No hace falta volver a viejos patrones de tristeza y depresión para darte permiso de no ser siempre fuerte y no estar siempre de pie. Sé que es lo que conoces y que por eso regresas, pero mira, hay otras cosas en tu interior. Hay mucha vida. Este es sólo uno de los muchos jardines que llevas dentro. Y hay montañas, y llanos, y pueblos pintorescos, y playas, y bosques, y cabañas de refugio. Y también hay amor. Hay mucho, mucho amor.
Y sí, eres una idealista, pero lo sabes. Y hay crédito en ello. Sabes que esto que te sucede justo ahora, es una historia inventada, y sin embargo, la necesitas. Necesitas reconocerme y aceptarme y amarme, y darte cuenta de que soy, después de todo y a pesar de todo, hermosa. Y de que te reflejo y te agradezco todo lo que has hecho por mantener mi existencia. Necesitas que yo también te reconozca y te esté agradecida por el sentido que me has dado. Y le de validez a tus sacrificios y razón de ser a tus renuncias.
De modo que estoy aquí para darte las gracias. Te quiero por todo lo que eres y todo lo que has dejado de ser. Por todo lo que haces y todo lo que has dejado de hacer. Muchas gracias por estar viva y darme vida con tu respirar y tu imaginación. Con tu pensar y tu sentir. Con tus ocurrencias y tus desatinos. Gracias por haber cometido errores y haber aprendido de ellos, y estar aún dispuesta a cometerlos y a volver a asimilar enseñanzas. Gracias por haber crecido en prudencia y en sabiduría. Gracias por no haberme abandonado a la merced de la lógica implacable de la racionalidad sin alma, que esa sí me habría aniquilado de golpe y sin sentido.
En fin, te quiero porque te has atrevido a extender las alas y volar. Como lo hace una mariposa. Mas te pido, necesito pedirte, que renuncies a dirigir tu vuelo. Lo que el aleteo de ese volar haga o deje de hacer, no debe preocuparte. Ahí es donde el control de tu vida acaba. A ti te toca vivir, nada más.
Al pronunciar las últimas palabras yo ya estaba acostada en una hamaca, como cuando era pequeña en casa de mi abuelita. El sueño me invadía. Quería dormir. Y una mano empujaba suavemente la hamaca para ayudarme así a caer en los brazos de un sueño profundo que duró horas y horas. Sin culpas ni reclamos dormí y dormí. Dormí hasta que sentí reanimado mi ánimo y despierto mi espíritu. Dormí.
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