domingo, 17 de mayo de 2020

Vamos a cansarnos de verdad

Photo by Reagan M. on Unsplash


 “… el que mora en el Cielo vigila ese lugar y lo protege. Castiga y da muerte a los que van con malas intenciones.” 2 Macabeos 3, 39

Es verdad que Dios castiga. No nos gusta pensarlo porque solemos creer que somos buenos y no tenemos malas intenciones, pero la realidad es que si existen los predadores y a veces el peor enemigo no es alguien allá afuera, sino alguien aquí adentro. De ahí la necesidad tan grande que tenemos de vigilar y protegernos. ¿Cómo? Elevando nuestra morada al cielo. 

Lamentablemente no siempre comprendemos que morar en el Cielo no es subirnos en el pedestal de la nobleza de nuestra alma –que por cierto, es un nicho estrecho y peligroso por lo fácil que es caer de tan reducido espacio- sino emprender el camino hacia la montaña de nuestros defectos, limitaciones, malos hábitos y enormes equivocaciones que, como piedras insalvables y resbaladizas, encontramos en el camino de conocernos a nosotros mismos y aceptar lo duros de cabeza que somos. 

En este capítulo 3 del segundo libro de Macabeos nos topamos con un relato descabellado: Heliodoro ha sido enviado a llevarse el tesoro del templo, pero la fuerza de Dios se manifestó. “Se les apareció un caballo montado por un jinete terrible y ricamente equipado, que parecía llevar una armadura de oro; se lanzó directamente hacia Heliodoro, amenazándolo con sus patas delanteras. Al mismo tiempo aparecieron dos jóvenes, rebosantes de energía, deslumbrantes de luz, y vestidos con magníficos trajes. Se pusieron a ambos lados de Heliodoro y empezaron a azotarlo, dejando caer sobre él una lluvia de golpes.” 2 Mac 3, 25 y 26

Conozco al jinete y a ese par de amigos deslumbrantes de luz. Y hoy mismo me azotan y amenazan porque me he atrevido a buscar el tesoro del templo de Dios y usarlo para el provecho de autoridades sin límites que piden en exceso, lo piden todo, para el provecho de un mundo que no sabrá valorar este tesoro que guardan con celo, y que es, en todo caso, un bien destinado a viudas y huérfanos. 

En este relato, Heliodoro soy yo, excediéndome en el trabajo y queriendo sacar fuerzas de donde no puedo obtenerlas porque las busco incluso de lo que deberían ser mis momentos de descanso y paz. Pero ese rey tirano que tengo por voluntad no me permite descansar. Me convence de que requiere más y más energía, y que necesita terminar hoy lo que nunca va a poder terminar porque simplemente es demasiado. 

Y Heliodoro es mi yo obediente que se deja arrastrar por la convicción de que necesito ese tiempo de descanso para terminar lo que nunca voy a terminar: mi trabajo. Un trabajo que hago en exceso bien y no puedo dejar de buscar hacer en exceso bien. Así que me pido mucho porque sé todo lo que implica hacerlo y sé lo que se requiere y sé que merece hacerse bien. A veces quisiera conformarme con lo que se pueda y no buscar lo mejor. Pero mi voluntad tirana me lo exige. Y no sé de donde viene tanta exigencia porque si le pregunto a Dios, el levanta los hombros y me dice: tranquila, no necesito tanto. Te quiero igual. 

Caer en manos de ese par de jóvenes de luz y ese jinete despiadado te deja, efectivamente y tal y como lo dice el relato “sin fuerza y sin ánimo, como paralizados por la fuerza de Dios”. 2 Mac 3, 24

Hoy escribo desde esa parálisis que me impide descansar y me impide avanzar. Que tiene mi cabeza azotada por el dolor y mi cuerpo agotado y lleno de adrenalina, incapaz de dormir y demasiado angustiada como para soñar. 

Salir de esta parálisis no es sencillo cuando además hay tanto por hacer, y no logro convencer a mi “exigencia, el rey” de que no hay necesidad de hacerlo tan bien, ni siquiera tengo que hacerlo todo. Y Dios… Dios parece no estar de mi lado en estos casos. Me acuesto con oraciones en mis labios que repito y repito, pero no me ayudan, como en otras ocasiones, a cerrar mis ojos y dormir. Respiro y respiro, pero ni se llenan mis pulmones de aire, ni se vacía mi cuerpo del temblor constante e interno que me tiene como al borde de un precipicio.

Y entonces le pregunto a mi cuerpo: ¿qué necesitas? 

Necesito pelearme con este cansancio y para hacerlo necesito que te vayas a correr o brinques la cuerda o subas y bajes escaleras. Necesito salir a tomar aire afuera y ver el cielo y escuchar risas. Necesito abrazar un árbol y sumergirme en una piscina. Necesito que me pongas unos guantes de box y le pegues al costal hasta el cansancio, y luego tomes aire le vuelvas a pegar otros tres minutos, y otros y otros, hasta que verdaderamente ya no puedas más. Necesito que llores, que saques todo ese dolor acumulado. Que comprendas que nunca serás suficiente, que siempre tendrás errores y que a nadie le importa tu esfuerzo, y siempre, siempre estarán dispuestos a juzgarte y hacer de tus errores un motivo más para alejarse de ti y para que tú te alejes. Pero yo, yo aquí sigo y seguiré. Y necesito que me protejas y protejas el nicho de nuestra energía, el corazón de nuestro tesoro. De otra manera, terminaremos tal y como estamos hoy o peor, porque tú sabes muy bien que podemos llegar a extremos mucho más peligrosos que esto. 

Así que bájate de ese pedestal y empecemos el camino hacia la montaña. Vamos a cansarnos de verdad, a agotarnos de tanto sudar y llorar. Vamos a darle a este cuerpo la paliza que verdaderamente necesita y no la tormenta de caminar en la exigencia sin sentido ni agradecimiento. Porque seamos sinceros, las gracias que recibes no se acercan ni un poquito a la comprensión de lo que te implica este esfuerzo. Y así como hoy te piden algo bastante difícil, mañana, al ver que pudiste hacerlo, te pedirán otro tanto, igual o más difícil aún. Después de todo, puedes. Y tú no sabrás decir que no, porque necesitarás sentir que puedes, demostrar que puedes, convencerte de que sirves para esto que llaman vivir. 

Y finalmente, no hay gratitud que te llene, porque el precio que estás pagando es extremo y en el agotarte has dejado de disfrutar el fruto, que, por otro lado, nunca tienes tiempo de saborear. 

Yo sé que piensas que tienes que llenar todos tus vacíos con el esfuerzo adicional que haces. Que desde siempre te han hecho sentir que no eres suficiente y no mereces, y que mucho de este vacío viene de la enorme incapacidad que tienen otros de valorar el esfuerzo sobrehumano que haces porque piensan que tu mente y tu cuerpo es como el de todos, y que los resultados te vienen fácil, cuando no es así, y todo te cuesta dos veces más o tres o cuatro, en especial cuando ya estás tan cansada. 

Así que, vamos a dejar de pedirle a Dios y a los hombres lo que nos toca a nosotros: subir la montaña y construir nuestra morada en el Cielo. 

Te amo.

sábado, 2 de mayo de 2020

¡Soy Mar!


 
Photo by Guss B on Unsplash

Esta es una verdad muy triste: Yo siempre he necesitado, o he creído que necesito sentirme parte de un grupo, de una comunidad, pero no quepo en ningún lado del todo. Durante toda mi niñez constantemente cambié de escuela y no era precisamente bien recibida, y en mi juventud fue complicado mantener contactos, incluso con mi familia. Tener un trastorno mental implica eso: ser diferente y sentirte diferente, y que te señalen que eres diferente. Y que sepas que lo eres. Y aunque no sea del todo cierto, sentirte lejano a los demás y que los demás prefieran también alejarse porque… eres difícil. 

Tener un trastorno mental es difícil de explicar y difícil de vivir. Y no abundan las personas que pueden o saben comprenderlo. Es más, ni siquiera nosotros que lo vivimos, sabemos a ciencia cierta qué es eso que vivimos y es complicado definirlo del todo. Y sobre todo cuando estamos jóvenes y/o no tenemos un diagnóstico ni la convicción de necesitar uno, la mayoría de las veces no sabemos qué es lo que nos pasa. Solo sabemos que nos sentimos mal y solos. 

En mi pasado llegué a ser diagnosticada –hoy sé que de manera poco precisa y enfocados sólo en lo que se veía de momento- como bipolar, primero, y más tarde con un trastorno límite de la personalidad. Eso implica que mi comportamiento y mis acciones no pudieron haber sido fáciles para nadie. De modo que, aunque mejoré y hoy nadie me daría esos diagnósticos, la ansiedad y la depresión siguen y seguirán presentes, y me hacen en extremo vulnerable, pero también en extremo consciente, alerta y valiente. 

He escuchado a personas decirme que “soy yo quien decide estar así”. También me han dicho: “Tú te has identificado con esa descripción y así te defines, por eso prefieres seguir siendo así para no tener que cambiar y vivir siendo la víctima”. Pero si he logrado pasar de un diagnóstico de bipolaridad o TLP a uno de ansiedad y depresión, hay algo que he estado haciendo bien. Y no ha sido sentarme en la silla de la víctima. Si hoy sigo viva y soy funcional –incluso podría decirse que soy altamente funcional pues he sido capaz de mantener un trabajo muy demandante y mejorar mi práctica profesional, además de que sigo preparándome y me doy tiempo para tratar de apoyar a otros de manera voluntaria- como decía… si hoy sigo viva y soy altamente funcional, es precisamente porque he cambiado. He aprendido a aceptar y vivir esta realidad de la mejor manera en que he sido capaz de hacerlo en cada momento de mi vida. Y eso es increíblemente valioso. Ha implicado mucha preparación, educación y humildad para aprender de otros. Soy tenaz, trabajadora y muy dedicada. Y no me engaño fácilmente ni me he sentado nunca en la silla de la víctima, lo cual tampoco implica que nunca lo he sido. Ha habido quién ha abusado de mí tanto laboralmente como emocional y físicamente. Necesitar pertenecer y ser aceptado y amada te hace en extremo vulnerable a los muchos predadores que existen y les permite clavar sus uñas y dientes con saña y maldad.  

También he escuchado a personas decirme que yo sólo intento ayudar a otros o hablo de estas cosas para alimentar mi ego, que no soy capaz de escuchar a nadie y que soy la única que quiere hablar. 

Una realidad que me define es que soy muy inteligente y cuando yo defiendo un punto de vista lo hago apasionadamente y con argumentos difíciles de romper porque me doy el tiempo de armarlos. He tenido que hacerlo porque para yo poder sobrevivir no ha sido suficiente repetir y decirme cosas positivas, sino que he tenido que fundamentar mi existencia con verdades, o en su defecto –quien puede decir tener “la verdad” absoluta- con ideas que tengan y hagan sentido. A mí no me funciona repetirme hasta el cansancio que soy linda, merezco ser feliz, soy positiva y el universo me dará todo lo que necesite. Nunca lo ha hecho. Y la repetición sin sentido no me ayuda. Si hay personas a las que eso les ayuda, genial… A mí, no. Yo necesito encontrarle un sentido, una lógica, un valor. Y creo profundamente aquello de que se puede soportar lo que sea, si tenemos un sentido para hacerlo. Sin sentido, no tiene caso estar vivo. Y para vivir, yo le busco sentido a todo. 

Pienso mucho, analizo mucho, estudio y me documento mucho, o por lo menos todo lo que puedo –porque si pudiera hacerlo todo el tiempo, a eso me dedicaría. Así que, si digo algo, generalmente sé por qué lo digo. Pero no todo el mundo quiere eso, ni está dispuesto a reconocer eso. Mucha gente piensa que escuchar a alguien o apoyar a alguien es decirle: “tienes razón”. Pero si yo hubiese creído que tenía razón siempre, nunca me habría dado el tiempo de escuchar, leer, estudiar y analizar lo que otros dicen. Hoy defiendo mis puntos de vista porque me han tomado toda mi vida analizarlos, destruirlos, construirlos sólo para volver a desarmarlos y armarlos otra vez. Y si digo algo, lo digo por algo. Y sí escucho, pero si lo que escucho lo considero un error, lo voy a decir y no te voy a dar la razón sólo por dártela. Eso sería tenerte lástima, ¡y yo no le tengo lástima a nadie! Todos tenemos la capacidad de mejorar, cambiar y construir relaciones. 

Eso me ha costado ser rechazada, juzgada, y señalada como alguien indeseable. Muchas personas me han dicho que les he ayudado, pero muchas veces esas mismas personas no quieren que les diga: la estás regando en esto o aquello. Asumen que sólo los juzgo a ellos y que no soy igualmente crítica conmigo. Lo que no saben es que parte de mi personalidad es precisamente eso: soy muy exigente conmigo misma. Y no pido a nadie lo que no doy ni lo que no he hecho yo. 

Pero dado que para algunos yo no soy “psicóloga”, mis puntos de vista no tienen valor. Sin embargo, yo nunca he pretendido ser psicóloga y mi valor no se basa en serlo. Soy Especialista en Habilidades Docentes y conozco las teorías de educación y de psicología que nos ayudan a enseñar y educar, sobre todo y, en primer lugar, a nosotros mismos. Así que, tenga o no valor mi punto de vista para algunos, lo doy, por dos motivos: primero, mi especialidad me da los conocimientos y mi labor docente de más de 20 años me da la experiencia, para señalar hábitos y prácticas que vale la pena fomentar para aprender a vivir con un trastorno mental y hacerlo de manera productiva, eficiente y enriquecedora para ti y para otros. Además, ejercí el periodismo de ciencia, y eso me obligó a ser sumamente crítica y cuidadosa en los conocimientos que se obtienen. No me conformo con que alguien me diga que algo está “científicamente comprobado” y sé distinguir entre conocimiento, teoría, opinión y datos. 

Aunado a todo esto, soy una persona que desde niña ha batallado con emociones fuera de control. Y aun así he mejorado, he crecido y sí… he cometido muchos errores y he caído muy bajo, pero sigo de pie y sigo viva, y he logrado mantener una relación de pareja cada vez más fuerte precisamente porque ni él ni yo nos damos la espalda y nos dejamos hablando solos. Es también nuestra la responsabilidad de fortalecer y enriquecer una relación. No depende únicamente del otro y de que el otro nos dé la razón de todo y escuche todo sin juzgar o señalar lo que está mal o en qué no está de acuerdo. Me ha tocado decir y me ha tocado escuchar, y para ambas cosas no puedes simplemente darle la espalda a alguien y dejarlo hablando solo: Te quedas y lo resuelves. Así sea a gritos y sombrerazos, pero lo resuelves, lo hablas hasta que ya no se pueda hablar más. 

Y todo eso también lo he tenido que aprender. Y he aprendido que hay personas que simplemente no lo van a hacer. Y me han roto el corazón porque en lugar de quedarse, me cierran la puerta y me dejan ahogarme en mi sufrir, mis gritos y mis arrebatos y mis errores. Me juzgan, me señalan y no escuchan, sólo quieren que los escuche yo.  Y si no opino lo mismo, entonces “no los apoyo”, soy “egocéntrica”, sólo quiero hablar yo. Y la manera en que me castigan es rechazándome. No merezco su presencia y me cierran la puerta, se retiran, me dan la espalda y señalan todos mis errores y defectos sin detenerse a ver también mis aciertos ni detenerse a pensar en lo que ellos han hecho para contribuir a que la relación se deteriore. Para ellos yo cargo con la culpa entera, y si hay algo que sentir simplemente “lamentan” que yo no sea capaz de algo o que yo “interpreto todo mal”. Es, después de todo, un problema de “mi mente”. Como si su percepción del mundo no sea también eso: una percepción limitada y humana. 

Tener un trastorno mental no me hace ni loca ni estúpida. Es simplemente que mi mente es diferente y tengo que aprender a trabajar con ella como es, no como tú quieres que sea. Y amarme implica aprender a ver eso que soy, no sólo lo que debería ser o quieres que sea o te conviene que sea.

Hasta hace poco quería buscar pertenecer a un grupo, pero ya no lo voy a intentar. Por alguna razón, si entro en un grupo inmediatamente les encanta que yo organice cosas y proponga temas, y ponga todo de mi parte. Pero, tan sólo empiezo a señalar cómo podrían funcionar mejor las cosas, inmediatamente yo no tengo las cualidades, yo no sé, yo no soy autoridad, no yo puedo, yo solo quiero ser el centro de atención… En fin… 

Yo hablo… gracias a Dios tengo palabras y he fomentado mi capacidad de expresión. Gracias a Dios tengo este espíritu combativo que me hace abrir mi boca con toda la pasión que puedo y me obliga a expresar todo lo que siento y pienso. Y gracias a este espíritu soy crítica y cuestiono todo y voy a seguir siendo esa persona porque esa es la persona que soy. ¡Y me encanta ser yo! Con todo lo horrible que es ser yo, también hay mucha belleza en este maravilloso y complicado ser que soy.

Y si te dieras la oportunidad de tenerme en tu vida y aceptar todo este torbellino de persona que yo soy, te darías cuenta de que efectivamente tengo mucho que ofrecer, pero no te lo voy a dar dándote la razón siempre. Al contrario. Lo mejor de mí sale ante el reto de discutir y ante la valentía de hacerlo con el corazón, la mente y el alma al cien por ciento desnuda, abierta y vulnerable. 

Si lo que quieres es una relación que te apoye sin cuestionarte, que te aplauda sin exigirte, y que te de la razón siendo muy positiva y permitiéndote pisarme siempre que lo necesites y quieras, entonces no mereces enfrentar este torbellino que soy, ni mereces sumergirte en mi mundo de agua de mar, ni permitiré que puedas saborear la dulzura de mi sangre hecha vino. 

Y si crees que esto es pretencioso, no te has atrevido aún a ser torbellino, mar, ni vino. Y no has aprendido a crear tus propios argumentos, a hacer tuya la palabra. O quizá los tienes, y dominas la palabra, pero no la vives. Y la palabra que no se practica es palabra muerta y no ofrece vida. De modo que, si eres incapaz de ser vulnerable y enfrentar desnudo al otro, en toda tu humanidad y sin la necesidad de colocarte en un pedestal por encima de otros, y los atacas a partir de sus defectos, y con la intención de “tener razón” en lugar de construir una “relación” en la que los defectos de ambos –los tuyos y los míos-  se encuentren en un diálogo apasionado y constructivo, pero difícil, tormentoso incluso… Si todo esto es así, y me das la espalda y te retiras o me sacas de tu vida, entonces me quedo fuera y ya nunca más volveré a intentar entrar porque ya me cansé de intentarlo, y porque el mundo es basto y grande como para no tener que soportarme ni tener yo que sufrirte. 

Y finalmente… porque ¡SOY MAR!

No hay manera de contener el mar. El único capaz de hacerlo es la tierra, pero la tierra no corre ni se esconde del mar, no le cierra la puerta ni le da la espalda ni le cuelga el teléfono o ignora sus llamadas. ¡Lo enfrenta! Con o sin tormenta, lo enfrenta. 

Se requiere ser tierra, roca firme, arena suave, para enfrentar y aprender a amar al mar. Y si no eres tierra -y eso está bien, también hay quienes son fuego o aire o ave o tigre o rosa o bosque o volcán, o lo que quieras ser-... repito, si no eres tierra, jamás sabras ni podrás amarme. Ni me interesa ya que lo hagas. Soy mar y mis olas sin control y armónicas son dichosas siendo exactamente esto que soy: Mar.