sábado, 2 de mayo de 2020

¡Soy Mar!


 
Photo by Guss B on Unsplash

Esta es una verdad muy triste: Yo siempre he necesitado, o he creído que necesito sentirme parte de un grupo, de una comunidad, pero no quepo en ningún lado del todo. Durante toda mi niñez constantemente cambié de escuela y no era precisamente bien recibida, y en mi juventud fue complicado mantener contactos, incluso con mi familia. Tener un trastorno mental implica eso: ser diferente y sentirte diferente, y que te señalen que eres diferente. Y que sepas que lo eres. Y aunque no sea del todo cierto, sentirte lejano a los demás y que los demás prefieran también alejarse porque… eres difícil. 

Tener un trastorno mental es difícil de explicar y difícil de vivir. Y no abundan las personas que pueden o saben comprenderlo. Es más, ni siquiera nosotros que lo vivimos, sabemos a ciencia cierta qué es eso que vivimos y es complicado definirlo del todo. Y sobre todo cuando estamos jóvenes y/o no tenemos un diagnóstico ni la convicción de necesitar uno, la mayoría de las veces no sabemos qué es lo que nos pasa. Solo sabemos que nos sentimos mal y solos. 

En mi pasado llegué a ser diagnosticada –hoy sé que de manera poco precisa y enfocados sólo en lo que se veía de momento- como bipolar, primero, y más tarde con un trastorno límite de la personalidad. Eso implica que mi comportamiento y mis acciones no pudieron haber sido fáciles para nadie. De modo que, aunque mejoré y hoy nadie me daría esos diagnósticos, la ansiedad y la depresión siguen y seguirán presentes, y me hacen en extremo vulnerable, pero también en extremo consciente, alerta y valiente. 

He escuchado a personas decirme que “soy yo quien decide estar así”. También me han dicho: “Tú te has identificado con esa descripción y así te defines, por eso prefieres seguir siendo así para no tener que cambiar y vivir siendo la víctima”. Pero si he logrado pasar de un diagnóstico de bipolaridad o TLP a uno de ansiedad y depresión, hay algo que he estado haciendo bien. Y no ha sido sentarme en la silla de la víctima. Si hoy sigo viva y soy funcional –incluso podría decirse que soy altamente funcional pues he sido capaz de mantener un trabajo muy demandante y mejorar mi práctica profesional, además de que sigo preparándome y me doy tiempo para tratar de apoyar a otros de manera voluntaria- como decía… si hoy sigo viva y soy altamente funcional, es precisamente porque he cambiado. He aprendido a aceptar y vivir esta realidad de la mejor manera en que he sido capaz de hacerlo en cada momento de mi vida. Y eso es increíblemente valioso. Ha implicado mucha preparación, educación y humildad para aprender de otros. Soy tenaz, trabajadora y muy dedicada. Y no me engaño fácilmente ni me he sentado nunca en la silla de la víctima, lo cual tampoco implica que nunca lo he sido. Ha habido quién ha abusado de mí tanto laboralmente como emocional y físicamente. Necesitar pertenecer y ser aceptado y amada te hace en extremo vulnerable a los muchos predadores que existen y les permite clavar sus uñas y dientes con saña y maldad.  

También he escuchado a personas decirme que yo sólo intento ayudar a otros o hablo de estas cosas para alimentar mi ego, que no soy capaz de escuchar a nadie y que soy la única que quiere hablar. 

Una realidad que me define es que soy muy inteligente y cuando yo defiendo un punto de vista lo hago apasionadamente y con argumentos difíciles de romper porque me doy el tiempo de armarlos. He tenido que hacerlo porque para yo poder sobrevivir no ha sido suficiente repetir y decirme cosas positivas, sino que he tenido que fundamentar mi existencia con verdades, o en su defecto –quien puede decir tener “la verdad” absoluta- con ideas que tengan y hagan sentido. A mí no me funciona repetirme hasta el cansancio que soy linda, merezco ser feliz, soy positiva y el universo me dará todo lo que necesite. Nunca lo ha hecho. Y la repetición sin sentido no me ayuda. Si hay personas a las que eso les ayuda, genial… A mí, no. Yo necesito encontrarle un sentido, una lógica, un valor. Y creo profundamente aquello de que se puede soportar lo que sea, si tenemos un sentido para hacerlo. Sin sentido, no tiene caso estar vivo. Y para vivir, yo le busco sentido a todo. 

Pienso mucho, analizo mucho, estudio y me documento mucho, o por lo menos todo lo que puedo –porque si pudiera hacerlo todo el tiempo, a eso me dedicaría. Así que, si digo algo, generalmente sé por qué lo digo. Pero no todo el mundo quiere eso, ni está dispuesto a reconocer eso. Mucha gente piensa que escuchar a alguien o apoyar a alguien es decirle: “tienes razón”. Pero si yo hubiese creído que tenía razón siempre, nunca me habría dado el tiempo de escuchar, leer, estudiar y analizar lo que otros dicen. Hoy defiendo mis puntos de vista porque me han tomado toda mi vida analizarlos, destruirlos, construirlos sólo para volver a desarmarlos y armarlos otra vez. Y si digo algo, lo digo por algo. Y sí escucho, pero si lo que escucho lo considero un error, lo voy a decir y no te voy a dar la razón sólo por dártela. Eso sería tenerte lástima, ¡y yo no le tengo lástima a nadie! Todos tenemos la capacidad de mejorar, cambiar y construir relaciones. 

Eso me ha costado ser rechazada, juzgada, y señalada como alguien indeseable. Muchas personas me han dicho que les he ayudado, pero muchas veces esas mismas personas no quieren que les diga: la estás regando en esto o aquello. Asumen que sólo los juzgo a ellos y que no soy igualmente crítica conmigo. Lo que no saben es que parte de mi personalidad es precisamente eso: soy muy exigente conmigo misma. Y no pido a nadie lo que no doy ni lo que no he hecho yo. 

Pero dado que para algunos yo no soy “psicóloga”, mis puntos de vista no tienen valor. Sin embargo, yo nunca he pretendido ser psicóloga y mi valor no se basa en serlo. Soy Especialista en Habilidades Docentes y conozco las teorías de educación y de psicología que nos ayudan a enseñar y educar, sobre todo y, en primer lugar, a nosotros mismos. Así que, tenga o no valor mi punto de vista para algunos, lo doy, por dos motivos: primero, mi especialidad me da los conocimientos y mi labor docente de más de 20 años me da la experiencia, para señalar hábitos y prácticas que vale la pena fomentar para aprender a vivir con un trastorno mental y hacerlo de manera productiva, eficiente y enriquecedora para ti y para otros. Además, ejercí el periodismo de ciencia, y eso me obligó a ser sumamente crítica y cuidadosa en los conocimientos que se obtienen. No me conformo con que alguien me diga que algo está “científicamente comprobado” y sé distinguir entre conocimiento, teoría, opinión y datos. 

Aunado a todo esto, soy una persona que desde niña ha batallado con emociones fuera de control. Y aun así he mejorado, he crecido y sí… he cometido muchos errores y he caído muy bajo, pero sigo de pie y sigo viva, y he logrado mantener una relación de pareja cada vez más fuerte precisamente porque ni él ni yo nos damos la espalda y nos dejamos hablando solos. Es también nuestra la responsabilidad de fortalecer y enriquecer una relación. No depende únicamente del otro y de que el otro nos dé la razón de todo y escuche todo sin juzgar o señalar lo que está mal o en qué no está de acuerdo. Me ha tocado decir y me ha tocado escuchar, y para ambas cosas no puedes simplemente darle la espalda a alguien y dejarlo hablando solo: Te quedas y lo resuelves. Así sea a gritos y sombrerazos, pero lo resuelves, lo hablas hasta que ya no se pueda hablar más. 

Y todo eso también lo he tenido que aprender. Y he aprendido que hay personas que simplemente no lo van a hacer. Y me han roto el corazón porque en lugar de quedarse, me cierran la puerta y me dejan ahogarme en mi sufrir, mis gritos y mis arrebatos y mis errores. Me juzgan, me señalan y no escuchan, sólo quieren que los escuche yo.  Y si no opino lo mismo, entonces “no los apoyo”, soy “egocéntrica”, sólo quiero hablar yo. Y la manera en que me castigan es rechazándome. No merezco su presencia y me cierran la puerta, se retiran, me dan la espalda y señalan todos mis errores y defectos sin detenerse a ver también mis aciertos ni detenerse a pensar en lo que ellos han hecho para contribuir a que la relación se deteriore. Para ellos yo cargo con la culpa entera, y si hay algo que sentir simplemente “lamentan” que yo no sea capaz de algo o que yo “interpreto todo mal”. Es, después de todo, un problema de “mi mente”. Como si su percepción del mundo no sea también eso: una percepción limitada y humana. 

Tener un trastorno mental no me hace ni loca ni estúpida. Es simplemente que mi mente es diferente y tengo que aprender a trabajar con ella como es, no como tú quieres que sea. Y amarme implica aprender a ver eso que soy, no sólo lo que debería ser o quieres que sea o te conviene que sea.

Hasta hace poco quería buscar pertenecer a un grupo, pero ya no lo voy a intentar. Por alguna razón, si entro en un grupo inmediatamente les encanta que yo organice cosas y proponga temas, y ponga todo de mi parte. Pero, tan sólo empiezo a señalar cómo podrían funcionar mejor las cosas, inmediatamente yo no tengo las cualidades, yo no sé, yo no soy autoridad, no yo puedo, yo solo quiero ser el centro de atención… En fin… 

Yo hablo… gracias a Dios tengo palabras y he fomentado mi capacidad de expresión. Gracias a Dios tengo este espíritu combativo que me hace abrir mi boca con toda la pasión que puedo y me obliga a expresar todo lo que siento y pienso. Y gracias a este espíritu soy crítica y cuestiono todo y voy a seguir siendo esa persona porque esa es la persona que soy. ¡Y me encanta ser yo! Con todo lo horrible que es ser yo, también hay mucha belleza en este maravilloso y complicado ser que soy.

Y si te dieras la oportunidad de tenerme en tu vida y aceptar todo este torbellino de persona que yo soy, te darías cuenta de que efectivamente tengo mucho que ofrecer, pero no te lo voy a dar dándote la razón siempre. Al contrario. Lo mejor de mí sale ante el reto de discutir y ante la valentía de hacerlo con el corazón, la mente y el alma al cien por ciento desnuda, abierta y vulnerable. 

Si lo que quieres es una relación que te apoye sin cuestionarte, que te aplauda sin exigirte, y que te de la razón siendo muy positiva y permitiéndote pisarme siempre que lo necesites y quieras, entonces no mereces enfrentar este torbellino que soy, ni mereces sumergirte en mi mundo de agua de mar, ni permitiré que puedas saborear la dulzura de mi sangre hecha vino. 

Y si crees que esto es pretencioso, no te has atrevido aún a ser torbellino, mar, ni vino. Y no has aprendido a crear tus propios argumentos, a hacer tuya la palabra. O quizá los tienes, y dominas la palabra, pero no la vives. Y la palabra que no se practica es palabra muerta y no ofrece vida. De modo que, si eres incapaz de ser vulnerable y enfrentar desnudo al otro, en toda tu humanidad y sin la necesidad de colocarte en un pedestal por encima de otros, y los atacas a partir de sus defectos, y con la intención de “tener razón” en lugar de construir una “relación” en la que los defectos de ambos –los tuyos y los míos-  se encuentren en un diálogo apasionado y constructivo, pero difícil, tormentoso incluso… Si todo esto es así, y me das la espalda y te retiras o me sacas de tu vida, entonces me quedo fuera y ya nunca más volveré a intentar entrar porque ya me cansé de intentarlo, y porque el mundo es basto y grande como para no tener que soportarme ni tener yo que sufrirte. 

Y finalmente… porque ¡SOY MAR!

No hay manera de contener el mar. El único capaz de hacerlo es la tierra, pero la tierra no corre ni se esconde del mar, no le cierra la puerta ni le da la espalda ni le cuelga el teléfono o ignora sus llamadas. ¡Lo enfrenta! Con o sin tormenta, lo enfrenta. 

Se requiere ser tierra, roca firme, arena suave, para enfrentar y aprender a amar al mar. Y si no eres tierra -y eso está bien, también hay quienes son fuego o aire o ave o tigre o rosa o bosque o volcán, o lo que quieras ser-... repito, si no eres tierra, jamás sabras ni podrás amarme. Ni me interesa ya que lo hagas. Soy mar y mis olas sin control y armónicas son dichosas siendo exactamente esto que soy: Mar.

No hay comentarios: