miércoles, 11 de abril de 2012

Te necesito sola

Te necesito fuerte.
Te necesito entera.
Te necesito sola.
Sola.
Lo sé.
La palabra es un desierto.
Pero no arde más
que el sol de intolerancia
en el que has caminado.
Ni son sus noches tan largas
ni tan obscuras.
Lo prometo.
No tengas miedo.
Sola.
Con los ojos fijos en el viento
y la mirada interna sobre la tierra.
Con la planta de los pies
acariciando las aguas,
y un corazón de fuego.
Te necesito sola.
Como un pétalo sin flor
que sabe quién es
porque alcanza a reconocer
su belleza,
su aroma
y la textura de su esencia.
Aunque nadie lo confirme.
Te necesito sola
y en silencio.
Para que alcances a escucharme,
porque soy muy sutil
y el ruido del deseo
te ahoga, te consume
antes de que pueda
Yo tocarte.
Por eso te necesito sola.
Para que aprendas a vivirme
más allá de esta torre de Babel
en la que habitas
y comprendas que no hay necesidad
de idear mecanismos
para aprender a volar:
ya tienes alas.
Te necesito sola
para animarte a extenderlas
frente al abismo de la Verdad.
Para que te dejes caer en mis brazos
y no puedas escapar de este impulso
que te exige la totalidad de tu alma,
el vacío de tu ser.
Lo siento pequeña.
Yo sé que duele,
pero te necesito sola.

jueves, 5 de abril de 2012

Necesito decirte…

Cuánta necesidad tengo de decirte que te amo. De decirlo. De poder hablar del amor abiertamente. De poder explicarte lo importante que eres. Lo mucho que te necesito. Pero siempre que quiero decirlo, aparece el miedo, y me callo. Es mejor no decir nada, pudieras asustarte y correr hacia el otro lado. Pudieras huir de mi presencia y esconderte donde ya no pueda encontrarte. O peor aún, pudieras levantar tu mano y golpear mi alma con tu indiferencia, con tu desprecio o tu odio. 

Porque cuando yo te digo que te amo, te estoy hablando de Dios. Y lo sabes, en el fondo lo sabes. En el fondo no quieres sentir, ni creer que efectivamente Dios es amor. Lo sé porque me ha pasado lo mismo. Porque he visto y vivido las muchas, muchísimas formas en que el nombre del amor se lastima, se domina, se destruye. He visto como hay gente que “por amor” se ha arrancado los ojos para creer ciegamente, sin razón, sin sentido, y con mucho rencor en el alma. Con más miedo al infierno que deseo de bendición. 

Lo sé porque a mí también me han lastimado ellos, al igual que los otros: los que creen en el amor sin medida, sin límite, con supuesta pasión y entrega, pero vacíos de sí. Los que piensan que el amor es un momento, un instante que se toma y se deja ir, que se vive plenamente para después vaciarnos, pero no en el otro, sino en nuestra propia soledad, en la espera del siguiente momento de amar. Porque para ellos el amor inicia y acaba. No es un fluir, es un caminar que se hace, sobretodo solo, porque solos llegamos al mundo y solos hemos de marcharnos. De modo que siempre llega el momento en que con una sonrisa en el rostro nos despiden: “muchas gracias por haber coincidido conmigo en esta vida, ojalá volvamos a encontrarnos,” y se marchan. Tan solos, como te dejan a ti.
De modo que sin dificultad alguna puedo imaginar todo lo que pasa por tu mente cuando yo te digo que te amo. Crees, sin equivocarte del todo, que lo que digo es una ilusión en la que me he dejado caer para no reconocer que yo también he sido una de esas personas que se arrancan los ojos y que aman sin verdadera pasión, sin disposición a vaciarme en ti y sin permitir que el flujo de amor me bañe completamente y me transforme de tal forma que sea imposible ya despedirme, porque aún cuando no estés conmigo, estás en mí y lo estarás por siempre. De modo que si yo te digo que te amo, tú sonríes, sabiendo que no sé lo que digo, porque ya te he demostrado que yo tampoco he sido capaz de amar. 

Y sin embargo, hoy tengo que decírtelo. Hoy tienes que saberlo: te amo. Y sé que con sólo decirlo no lograré llenar el sentido que tiene, lo que implica saber que Dios es amor y que es eso lo que pido y quiero y busco al decirte que te amo: acercarme a ti y a Dios. 

Hoy quiero decirte que empiezo, apenas empiezo a comprender que ni tú ni yo somos culpables de esta distancia que nos separa. Que no tiene ni caso intentar abstraer el origen, porque todo intento nos lleva a señalar al otro, a responsabilizar al otro, y por otro quiero decir la humanidad entera, que no ha sabido ser madre incondicional de sus hijos. 

Me explico utilizando palabras de Erich Fromm en El arte de amar. Son pocos, muy, muy pocos, los que pueden decir: “me aman por lo que soy, o quizá más exactamente, me aman porque soy. Tal experiencia de ser amado por la madre (por la humanidad –el paréntesis es mío-) es pasiva. No tengo que hacer nada para que me quieran -el amor de la madre es incondicional-. Todo lo que necesito es ser -ser su hijo-. El amor de la madre significa dicha, paz, no hace falta conseguirlo, ni merecerlo. Pero la cualidad incondicional

del amor materno tiene también un aspecto negativo. No sólo es necesario merecerlo (por el simple hecho de ser y existir –otra vez, el paréntesis es mío-), mas también es imposible conseguirlo, producirlo, controlarlo. Si existe, es como una bendición; si no existe, es como si toda la belleza hubiera desaparecido de la vida -y nada puedo hacer para crearla.”

Porque seamos sinceros: no sabemos amar incondicionalmente. No sabemos balancear la necesidad de “educarnos” con la alegría de “aceptarnos” tal cual somos. No, la humanidad no ha sabido ser madre, y tampoco ha sabido acercarnos al amor del Padre (al amor a Dios). Cito, otra vez a Fromm: “El padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo. […] El amor paterno es condicional. Su principio es «te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples con tu deber, porque eres como yo». En el amor condicional del padre encontramos, como en el caso del amor incondicional de la madre, un aspecto negativo y uno positivo. El aspecto negativo consiste en el hecho mismo de que el amor paterno debe ganarse, de que puede perderse si uno no hace lo que de uno se espera. A la naturaleza del amor paterno débese el hecho de que la obediencia constituya la principal virtud, la desobediencia el principal pecado, cuyo castigo es la pérdida del amor del padre. El aspecto positivo es igualmente importante. Puesto que el amor de mi padre es condicional, es posible hacer algo por conseguirlo; su amor no está fuera de mi control, como ocurre con el de mi madre.”

Toda madre, todo padre, en su afán de amar, guiar, ayudar, también condicionan en una u otra medida su amor, y su condición puede llegar a sofocar la confianza de saberme amado, pase lo que pase, haga lo haga, sea yo quien sea. Y sin esa paz y seguridad primaria, no hay manera de enfrentar la vida. Igual de lamentable es lo contrario: los padres dan su amor tan a manos llenas, tan sin límites ni restricciones, que crean pequeños egos que explotan al primer pinchazo de realidad, ya sea con la violencia de una bomba o el chillido de un lamento. Tampoco en este caso se enfrenta la vida, si acaso, se combate, se lucha por sobrevivir, se busca aplastar al otro o se huye. El miedo o la comodidad, en cualquier caso es el motor. Por eso nos estancamos en una ideología que nos de un sentido dé seguridad, o nos dejamos arrastrar por lo que sea que la vida nos ofrezca, sin saber a ciencia cierta qué otra cosa podemos hacer más que existir en soledad.  

En fin, que somos hijos de una humanidad desbordada, y un Dios entendido más como concepto y ley. Y no como fluir de humanidades. 

Pero mira: Dios es amor. Y yo te amo. Y tú me amas. Y ese amor que está en mí, está en tí, y está en todos. Y es total, pero también es único, tan único como lo eres tú para mí, como lo soy yo para tí. Y es trascendental, porque no sólo me abarca y te abarca, nos abarca a todos, y es más que todos nosotros juntos. Y tiene la capacidad de dar y recibir, de pedir y ofrecer, de aceptar y exigir. Y sabe amarte incondicionalmente y sabe también condicionarte para que trasciendas, pues es importante que trasciendas y seas como Él: amor que se da y se llena al darse. 

En fin, que hoy necesito decirte que te amo. Te amo tanto como sé que soy amada. Y no, yo no fui uno de esos pocos, poquísimos seres que saben amar porque han sido amados sin condición y con firmeza. Mi convicción viene del amor que encontré, como dice una canción de Alberto Cortez: cuando no tuve ni “un perro con quién hablar” y me vi forzada a mirar hacia adetro y conversar conmigo. Fue ahí, en esa soledad, en ese vacío, que lo conocí. Y con el tiempo me di cuenta de que Él me ama porque siempre que lo necesité, ahí estuvo, sin juicios, con infinita paciencia, guiándome en la medida en que lo he permitido. Y un día también me di cuenta de que si estuvo a mi lado y me salvó, incluso de mí, fue porque también me necesita. Tanto como necesito hoy decirte que te amo.
Y empiezo, apenas empiezo a comprender la diferencia entre mi amor todavía inmaduro que te dice: “te amo porque te necesito”, y el amor que Él me otorgó, el cual afirma: “te necesito porque te amo.”