domingo, 19 de agosto de 2018

La tiranía del sexo


Todos los días necesito levantarme a leer una sección de la Biblia y escribir una oración que generalmente se publica en las Oraciones Diarias de este blog. Hoy tocó el turno al capítulo 8 del 2 Libro de Samuel. La cita que elegí es del comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) sobre este capítulo. Una vez elegida la cita, abrí el internet y apareció en la página que tengo de inicio un vídeo sobre abusos sexuales de más de mil niños, realizados por cerca de 300 sacerdotes en Pensilvania, los cuales fueron encubiertos durante 7 décadas por las autoridades de la Iglesia Católica.   

Cuando la cita y lo primero que veo en el día están relacionados, no lo cuestiono, y hablo de eso. Pero esta vez me ha costado todo el día y estoy llena de miedo. Pero bueno, si en algo te ofendo, quizá valga la pena que no sólo me cuestiones a mí, sino a nuestras creencias y a los valores de nuestros tiempos. Porque si bien los abusos se dan en todos lados, lo que aterra es la cantidad tan grande de abusos que hay en la Iglesia Católica, una cosa es decir un sacerdote, y otro completamente diferente es decir 300. Y hablar de décadas y encubrimientos sistemáticos. Eso no debe dejar de llamar nuestra atención, y si es verdad que amamos a esta Iglesia, necesitamos enfrentar y analizar los hechos.

Y finalmente, es a Jesús a quien le debo mi vida y el valor que me ha dado, y él nos dice: “¡Hipócritas! Saben examinar el aspecto de la tierra y del cielo; entonces ¿por qué no examinan este tiempo presente?” (Lucas 12, 56) Por eso, porque Jesús lo dijo es que me atrevo. No quiero ser hipócrita y voy a intentar analizar y cuestionar lo incuestionable. 

La Cita

Este capítulo (2 Sam 8)”, asegura el comentario de la Biblia Latinoamericana (2005), “se complace en relatar las victorias de David. […] En ese tiempo, los instintos primitivos estaban tan arraigados que David, hombre humilde y misericordioso, no duda en ejecutar a sus prisioneros. No obstante, la Biblia lo elogia por haber salvado a algunos.

“Es que la fe,” continúa el texto, “no reemplaza la cultura y cada uno de nosotros, por muy creyente que sea, depende de las ideas morales de su ambiente. Sabemos que, durante siglos de cristiandad, creyentes y santos capaces de dar su vida por un hermano enfermo, no pensaron en rebelarse contra abusos que, a nosotros, nos parecerían insoportables.” 

Por eso, como Iglesia, llegamos a permitir la existencia de guerras santas o santas inquisiciones que de “santas” no tenían nada. Pero hemos ido cambiando, pero no hay que cantar victoria. Aún tenemos mucho que cambiar.  

El Caso
El informe judicial que dio a conocer escándalo de los sacerdotes pederastas en Pensilvania, se publicó el pasado martes 14 de Agosto. En él se muestran además documentos oficiales que, a manera de manual de instrucciones, les dice a los funcionarios religiosos la “forma de proceder” en estos casos. Este encubrimiento sistemático, dice el informe, sigue el patrón de abuso, negación y encubrimiento. 

El Arzobispo de Washington, Donald Wuerl, una de las autoridades mencionadas en el reporte como encubridor de los hechos, comentó en una misa: “El dolor y el sufrimiento es algo por lo que necesitamos tomar responsabilidad, ayudando a los sobrevivientes.” (El video se encuentra al final de este texto.)

Llama la atención que aún hoy, después de que todo salió a la luz y que ya no hay manera de tapar el sol con un dedo, la responsabilidad está en la “ayuda” que los sobrevivientes merecen, y no en la PREVENCIÓN a los que todos, incluyendo los sacerdotes, deberíamos de tener derecho. No asumamos que esto que ya pasó, no va a volver a pasar. Enfocarnos sólo en ayudar a sanar sin cuidar que no vuelva a suceder, es permitir que la ceguera nos guíe. Este tipo de abusos tienen factores sociales, psicológicos y psiquiátricos que no van a desaparecer así nada más. Factores que, sin un cambio de mentalidad social, e incluso espiritual, sólo van a seguir reforzando comportamientos que necesitan ser enfrentados y combatidos con la fuerza de la verdad, no la exigencia de la irracionalidad, por muy santa que pretenda ser. 

La Iglesia somos todos
La Iglesia tiene que cambiar, y la Iglesia somos todos. Recordemos que Jesús fue muy claro en esto: "El que hiciera caer a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le amarraran al cuello una gran piedra de moler y que lo hundieran en lo más profundo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Tiene que haber escándalos, pero, ¡ay del que causa el escándalo! Si tu mano o tu pie te está haciendo caer, córtatelo y tíralo lejos. Pues es mejor para ti entrar en la vida sin una mano o sin un pie que ser echado al fuego eterno con las dos manos y los dos pies. Y si tu ojo te está haciendo caer, arráncalo y tíralo lejos. Pues es mejor para ti entrar tuerto en la vida que ser arrojado con los dos ojos al fuego del infierno. Cuídense, no desprecien a ninguno de estos pequeños. Pues yo se lo digo: sus ángeles en el Cielo contemplan sin cesar la cara de mi Padre del Cielo." Mt 6-10 

Todo abuso sexual, a niños, mujeres u hombres, es un abuso de PODER, y quien no utiliza el PODER que tiene para contribuir a que no se dé el abuso, ha abusado también. Jesús reconoce que siempre nos encontraremos con personas que no logren vencer sus debilidades escandalosas, pero es claro: “Ay del que causa el escándalo.” Conocer una situación tan grave y no hacerle frente, no tomar las medidas necesarias para que no se repita, y no ayudar al agresor a aceptar las consecuencias de sus actos y recibir la ayuda psicológica y psiquiátrica que necesita, es causar más daño donde no había necesidad de que hubiese dolor y sufrimiento.

Si un médico abusa de pacientes, se le retira la licencia para seguir atendiendo pacientes. Si un maestro abusa de un alumno, no se le permite dar clases a quienes son blanco de su abuso. Entonces, no nos tratemos de justificar. Si un sacerdote abusa de una persona, no se le debe permitir seguir en su labor de atender personas. 

Recordemos, además, que todos los bautizados somos sacerdotes, por lo que es responsabilidad de todos nosotros pedir a nuestras autoridades eclesiales que hagan los cambios pertinentes, pero no a un nivel superficial (cambiarlos de parroquia), sino en la raíz del problema.  

Me llama la atención que el versículo 11 de Mateo 18, no existe. Pero sí existen el versículo 10 y 12. Quizá fue borrado. No lo sé, y los comentarios de la Biblia Latinoamericana no dicen nada al respecto. Pero para mí, que veo símbolos en todo, implica que hay mensajes que mejor nos valdría cortar de tajo. Mensajes como aquellos que justifican un abuso o que permiten que quien abusó no sea juzgado, se deben cortar de tajo. Un juicio a tiempo puede salvar a muchos, incluyendo a quien es juzgado, porque sin duda es el primero que necesita ayuda. De modo que NADA justifica un abuso. NADA.  

La Pedofilia: Un Trastorno Mental 
Además, necesitamos ir más lejos aún. Porque nuestra postura como Iglesia Universal, como Cuerpo de Cristo, no puede ser la de “que se retuerzan el infierno esos inhumanos sacerdotes.” 

La pedofilia es un trastorno mental. “Los pedófilos presentan dificultades para establecer relaciones de intimidad con pares, tienen muy poca empatía, presentan distorsiones cognitivas, afectivas y conductuales, mucha impulsividad, experiencias crónicas de ansiedad y tensión, y en algunos casos hay comorbilidad con otras condiciones psiquiátricas.” (1)  (Comorbilidad significa la presencia de uno o más trastornos además de trastorno primario.) Muchas veces se trata de una consecuencia de abusos sufridos también, pero sea que hayan sufrido abuso o no, necesitan atención profesional. 

De modo que dejemos ya de ser ingenuos: No basta con confesarse y llorar de arrepentimiento. No pueden controlarlo, lo cual no es lo mismo que no tener la capacidad de tomar consciencia del abuso. De hecho, saben perfectamente que está mal, por eso, se esfuerzan tanto en ocultarlo. Pero definitivamente el deseo de abusar (a veces ni siquiera lo perciben como abuso y le llaman “amor”, así de tergiversado puede estar el asunto) es más grande que ellos, y en su condición existen factores sociales, psicológicos y psiquiátricos que deben ser atendidos. Puede ser tan serio como la presencia de una sicopatología, y definitivamente tiene la presencia de características narcisistas. 

Yo sé que decirte esto probablemente no signifique mucho porque muy probablemente no sabes lo que es un psicópata ni un narcisista, cuál es la diferencia entre uno y otro, y qué tanto realmente se puede hacer por ellos y cuál es la manera de enfrentarlo. Pero eso es precisamente el problema: no nos informamos, no nos educamos, y preferimos ignorar lo mucho que sí podemos hacer para ayudar no sólo a las víctimas, sino a los victimarios, y así, ayudar a nuestra Iglesia, comunidad, sociedad, familia, y finalmente mundo. 

Quizá hablo así porque he trabajado con delincuentes, además sé lo que implica un trastorno mental, y lo difícil que es trascenderlo. Y si bien estoy consciente de que la espiritualidad es esencial en toda rehabilitación, también sé que, en la gran mayoría de los casos, no basta. Y no es que Dios no obre milagros, es que queremos que Dios haga todo el trabajo. Y así no son las cosas. 

La Humanidad Sacerdotal
Los sacerdotes son tan humanos como cualquiera de nosotros. Como Iglesia hemos permitido que se les santifique por el sólo hecho de ser sacerdotes, y se les exijan cosas sobrehumanas. Ese celibato obligado es una de esas cosas que nos empeñamos en exigir, y hasta Pablo nos advirtió que era mala idea: “Es cosa buena que un hombre no toque mujer alguna. Pero no ignoren la tiranía del sexo: por eso, que cada hombre tenga su esposa y cada mujer su marido. […] No sea que caigan en las trampas de Satanás por no saberse dominar. Lo que les digo es a modo de consejo, no estoy dando órdenes. Me gustaría que todos fueran como yo (célibe) [..] Pero si no logran contenerse, cásense. Que mejor es casarse que quemarse.” (Para leer completo busca 1 Corintios 7, 1-9) 

En otras traducciones en lugar de contenerse habla de tener el “don de continencia.” Esa traducción me parece más adecuada porque en la sexualidad humana sí existen las personas asexuales. La asexualidad es la falta de atracción sexual hacia otros, o el bajo o nulo interés en el deseo. Pero el porcentaje de este tipo de personas es mínimo, y exigirlo no es un asunto de dominio, sino un don, una característica particular, no general. 

Una vez una amiga me dijo que los sacerdotes no tenían derecho a casarse porque ellos estaban más cerca de Dios, y el amor de Dios basta. Esa idea es muy común y es, también, exigir demasiado a una persona que tiene y no puede negar una sexualidad humana y natural. Los queremos santos, pero se las pusimos muy difícil porque las perversiones sexuales surgen ante la imposibilidad de darle cause a la expresión natural del deseo sexual. Eso, el celibato obligado, es una trampa de Satanás, una trampa en la que hemos caído todos por ignorar la “tiranía del sexo”, como lo llama Pablo.

Dejemos de Vivir para Aparentar
Esa exigencia, como toda exigencia, lleva a cualquier persona a vivir ante todo para la apariencia. Y mientras todos nuestros esfuerzos estén en lo aparente, quedará poca energía y nula voluntad para la verdadera búsqueda. Lamentablemente les pedimos lo mismo que les damos, porque nosotros también aparentamos y nos lavamos las manos haciéndoles responsables de mucho más de lo que incluso físicamente pueden lograr. Vivir para aparentar es algo que hacemos todos.

No podemos seguir viviendo en la apariencia. Y llevamos años, siglos, aparentado que en la iglesia “todo está bien” y “nada pasa.” Y estoy de acuerdo como suele decirse, que la ropa sucia se lava en casa, pero nadie cuelga la ropa secar y a orear, en la sala, comedor o cocina. ¿O sí? No. La ropa se cuelga afuera donde sin duda todos la verán. ¿Y a poco no es lindo ver esas sábanas, ahora sí, blancas y limpias cual banderas de paz ondeando en el viento? 

La honestidad y transparencia no significa perfección. Vaya, la misma santidad no busca la perfección, busca la humildad de saber cuándo estamos en un error, y buscar la manera de corregirlo, no sólo en la obscuridad de nuestra consciencia, sino sobre todo en la luz de nuestras acciones. 

Aparentar no puede ser la lucha. Hay que vivir para hablar de la verdad, y buscar estrategias que realmente ayuden, tanto a víctimas como a victimarios, porque ambos son hijos amados de Dios. Y por ambos pagamos todos. “Yavé preguntó a Caín: «¿Dónde está tu hermano?» Respondió: «No lo sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?»” (Génesis 4,9) 

Temamos a Dios y seamos cuidadosos con nuestra respuesta. No respondamos con la insolencia de Caín a esta pregunta. Seamos capaces de dar un sí absoluto. Sí, yo soy responsable de mis hermanos, de todos mis hermanos. ¿Acaso no es ese el camino que Cristo nos enseñó al sacrificarse por los pecados de todos? 

Si vivimos en un mundo de abusos y violencia, no es porque la maldad domine nuestros temperamentos, es porque no hemos puesto empeño ni voluntad por ver la verdad de frente y decidirnos por cambiarla. Empecemos por cambiar nuestra limitada visión de lo humano y lo espiritual, para que rindan frutos saludables, y no tengamos que esconder lo putrefacto. 
¿Sabías que las personas que no hablan del dolor que sufren, de la carga emocional con la que viven, de los abusos que sufren y cometen, tienen mayores probabilidades de presentar un cuadro serio de algún otro trastorno mental? ¿Sabías que los trastornos mentales no sólo pueden llevarte a lastimarte a ti mismo, sino a otros? Atrevámonos a pensar y hablar de estas cosas nada bonitas y consideradas negativas e incluso horribles. Y busquemos soluciones reales y encaminadas a un cambio no sólo de quien sufre, sino de toda la sociedad, la comunidad, la familia, la iglesia, la escuela, todos. ¿Dónde están nuestros hermanos?
Dejaré el tema hasta aquí. Hay mucho, muchísimo que decir, y si has llegado hasta aquí en tu lectura, sin cerrar estas líneas repleto de indignación, gracias. Tuviste la voluntad de conocer mi postura, que no tiene que ser la tuya, claro, pero existe y no es capricho, ni soy yo la única que cree que nuestra Iglesia necesita cambiar. Además, el abuso, en cualquier ámbito, porque en todos lados se da, siempre será algo de lo que no me negaré a hablar porque lo conozco, he visto su rostro de cerca, he sufrido las consecuencias y he asumido mis responsabilidades. Y hablar con honestidad sobre ello, fue lo que me acercó a Dios y me dio a conocer su rostro humano, me dio valor y me sostiene.

Jesús, protégeme, porque más de una persona querrá excomulgarme por lo que acabo de decir. Y si ya he sido limitada alguna vez por decir lo que pienso, puedo imaginarme y espero nunca se concrete, lo excluida que puedo llegar a ser. Pero mira Jesús, me debo a Ti y es por Ti que vivo. Así que en tus manos encomiendo mi espíritu, mi conciencia, mi vida, mis palabras y mi ser. Y ayúdame, te lo pido, a encontrar a otros que como yo quieran también alabarte con la verdad y atreverse a intentar cambiar el mundo cambiando mentalidades y contribuyendo a que la empatía forme parte de nuestra interacción diaria. Ojalá haya quien alcance a ver el amor y no el rencor que hay en mis palabras, porque si bien he sufrido y visto a otros sufrir, lo que me motiva a hablar no es el rencor ni la venganza, sino el genuino deseo de amarte y el amor que le tengo a esta Iglesia Católica que tantos me recomiendan dejar, y que en ocasiones yo misma ya no sé cómo acercarme a ella ni logro entender sus máscaras. Ayúdame y protégeme, por favor. Te amo.



(1) “La pedofilia: trastorno con impacto social”. (2011, Abril 8). Guioteca, ¿Qué quieres saber? Tomado de: https://www.guioteca.com/psicologia-y-tendencias/la-pedofilia-trastorno-con-impacto-social/