lunes, 23 de mayo de 2016

Abraza a tu hija


Pronunciarte es tormenta,
Dejar de pronunciarte es morir.
¿Vivir en la tormenta?
¿Ser espada de fuego?
¿Ser dragón?
¿O asumir que soy espejo roto
con miles de reflejos,
todos, todos ellos tuyos,
pero roto al fin,
incapaz de reflejarte por entero?

No te pido fe, porque fe en ti sí tengo.
Te pido un respiro.
Sopla tu aliento sobre mi persona,
sobre el hombre que soy
y la mujer que quiero ser.
Extiende tu mano
y bendice la inocencia
con que un día, niña aún,
creí que me llamabas por mi nombre.
Y permíteme volver a oír tu voz
llamarme a tu lado.
Dame oídos para reconocer el cómo
y el cuándo requieres mi servicio.
Dame paz sabiendo que lo hago
aun con limitadas fuerzas y recursos.
No veas ya la pequeñez de lo brindado
ni exijas ya la perfección que no puedo entregar.
Y si no eres Tú quien tanto pide
dame la luz que me permita ver en el esfuerzo
la satisfacción con que sonríes a tu esclava.

Detén mi mano –por piedad-
y el látigo con ella sujetada.
Dime, por favor, que todo está bien.
Que sí me amas.
Y toma tú el dolor que me sostiene
para que al fin me dé permiso de caer,
confiando plenamente en que estás Tú
con brazos extendidos dispuesto a sostenerme.

Abraza a tu hija
Y dile que la amas
cual niña de tus ojos,
cual dulce consuelo de tus días,
cual canto de luciérnagas en noche sin estrellas.