domingo, 30 de noviembre de 2014

Te perdí


No pude evitar cerrar los ojos
y en la confusión de mi ceguera,
y la incapacidad de dar sentido
a un mundo que no parece contenerte,
te perdí.

¿Tengo la culpa yo o tienen la culpa ellos?
Supongo que nadie.
Ni ellos pueden evitar ser lo que son
ni yo he podido negar mi existencia
de niña, mujer y extranjera.
Así que la inocencia que creía mía
se ha ido escondida entre tus pasos
y sólo me queda esta nada
en la que me encuentro sumergida.

Te perdí y me duele esta pérdida.
Como duele crecer a fuerza,
antes de tiempo y a golpes.
Como duele estirar un músculo sin vida,
encarcelado durante años
al sutil y triste sometimiento
del que poco puede y sabe,
y al que nadie quiso enseñar.
O quizá nadie pudo.
Pues ciegos son quienes nos guían
por mucho que digan lo contrario.

Te perdí como se pierde
el suspiro al ver a un ser amado:
No es que el amor se haya ido.  
Es que el aliento de uno no alcanza
para darle vida a dos.

Te perdí, pero aún
no he perdido la confianza
de encontrarte renovado
en verdades más cercanas,
y sencillas.
De esas sin protocolos,
sonrisas falsas ni argumentos vacíos.

Te perdí y no por eso me resigno
a no buscarte.
Mas no iré ya tras el ruido
de aquellos que te anuncian
sin poder realmente señalarte.

Esta vez me quedaré muy quieta.
Pues bien sé que si es amor
lo que de ti brota
no podrás dejar de amarme
en la distancia
y a fuerza de extrañar la ausencia
que mi pérdida deja en Tu nido
tendrás que levantar el vuelo
hacía el mío.
Y he de encontrarte al encontrarme en casa.

Te perdí, pero mi bien, te espero.
No ya con esperanza
pues eso me sabe a fantasía.
Te espero con la total certeza
de que en ti está el amarme
y amada he de sentirme. 


Y en el sentir he de perder el miedo.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Hazlo Tú



Toma mi corazón y perdona Tú en él.
Dame la voluntad de abrir mis ojos
y ver la realidad desde Tu mirada,
pues si yo me permito ver,
sé que encontraré las heridas abiertas
que aún sangran por dentro.
Sentiré todo el daño.
Viviré la esperanza cual piedra
amarrada al cuello
y no habrá manera de evitar
sumergirme en las profundidades
de la ausencia de ti.

No me digas: perdona.
Perdóname Tú a mí,
y haz por mí el trabajo sucio
de beber este cáliz amargo
que implica no olvidar
ni negar lo ocurrido,
y con toda el alma,
hecha escombros y añicos,
ser capaz de relajar la tensión
de mis puños cerrados
dispuestos a destruir.

Hazlo Tú.
Toma el llanto que aún brota
y transfórmalo en fuente
de un amor, que si bien no
puede ser infinito
-no, no hay manera de amarlos
tanto así-
logre ser suficiente,
y que con eso baste para no suplicar
que los hieras de muerte.

Hazlo Tú.
Toma el cuerpo dolido
y conviértelo en gozo
de saberme aún viva.
Regrésame la alegría perdida
en la ingenuidad de haber
creído mentiras.
Y dame una vez más
la confianza de saberte conmigo,
protegida del mal.
Pues me resulta imposible
no dudar ante el mal
que en Tu nombre han hecho.

Hazlo Tú.
Que yo siento mi alma
escapar temerosa
pues para ella amar
es tortura, ignorancia,
desengaño y desprecio.

Hazlo Tú.
Porque este espíritu mío
prefiere ya morir
a volver a creer que el amor
es un soplo de vida.
Y prefiere, por terror,
esconderse en tinieblas,
que si bien son tristeza
por lo menos no mienten
ni prometen ser luz, esperanza y amor.
Sólo son lo que son:
el abrazo de una vida mortal
que al tener fin, nos promete descanso
y un olvido total. 
Y perdona que crea que es mil veces mejor.
No me culpes,
es difícil vivir con el yugo
de un existir sin sentido o valor.
De modo que por favor,
hazlo Tú.