No pude evitar cerrar los ojos
y en la confusión de mi
ceguera,
y la incapacidad de dar
sentido
a un mundo que no parece
contenerte,
te perdí.
¿Tengo la culpa yo o tienen
la culpa ellos?
Supongo que nadie.
Ni ellos pueden evitar ser
lo que son
ni yo he podido negar mi
existencia
de niña, mujer y extranjera.
Así que la inocencia que
creía mía
se ha ido escondida entre
tus pasos
y sólo me queda esta nada
en la que me encuentro
sumergida.
Te perdí y me duele esta
pérdida.
Como duele crecer a fuerza,
antes de tiempo y a golpes.
Como duele estirar un
músculo sin vida,
encarcelado durante años
al sutil y triste
sometimiento
del que poco puede y sabe,
y al que nadie quiso enseñar.
O quizá nadie pudo.
Pues ciegos son quienes nos
guían
por mucho que digan lo
contrario.
Te perdí como se pierde
el suspiro al ver a un ser
amado:
No es que el amor se haya
ido.
Es que el aliento de uno no
alcanza
para darle vida a dos.
Te perdí, pero aún
no he perdido la confianza
de encontrarte renovado
en verdades más cercanas,
y sencillas.
De esas sin protocolos,
sonrisas falsas ni
argumentos vacíos.
Te perdí y no por eso me
resigno
a no buscarte.
Mas no iré ya tras el ruido
de aquellos que te anuncian
sin poder realmente
señalarte.
Esta vez me quedaré muy
quieta.
Pues bien sé que si es amor
lo que de ti brota
no podrás dejar de amarme
en la distancia
y a fuerza de extrañar la
ausencia
que mi pérdida deja en Tu
nido
tendrás que levantar el vuelo
hacía el mío.
Y he de encontrarte al encontrarme
en casa.
Te perdí, pero mi bien, te
espero.
No ya con esperanza
pues eso me sabe a fantasía.
Te espero con la total
certeza
de que en ti está el amarme
y amada he de sentirme.
Y en el sentir he de perder
el miedo.
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