Toma mi corazón y
perdona Tú en él.
Dame la voluntad
de abrir mis ojos
y ver la realidad
desde Tu mirada,
pues si yo me
permito ver,
sé que encontraré
las heridas abiertas
que aún sangran
por dentro.
Sentiré todo el
daño.
Viviré la esperanza
cual piedra
amarrada al
cuello
y no habrá manera
de evitar
sumergirme en las
profundidades
de la ausencia de
ti.
No me digas:
perdona.
Perdóname Tú a
mí,
y haz por mí el
trabajo sucio
de beber este
cáliz amargo
que implica no
olvidar
ni negar lo
ocurrido,
y con toda el
alma,
hecha escombros y
añicos,
ser capaz de
relajar la tensión
de mis puños
cerrados
dispuestos a
destruir.
Hazlo Tú.
Toma el llanto
que aún brota
y transfórmalo en
fuente
de un amor, que
si bien no
puede ser infinito
-no, no hay
manera de amarlos
tanto así-
logre ser
suficiente,
y que con eso baste
para no suplicar
que los hieras de
muerte.
Hazlo Tú.
Toma el cuerpo dolido
y conviértelo en
gozo
de saberme aún
viva.
Regrésame la
alegría perdida
en la ingenuidad
de haber
creído mentiras.
Y dame una vez
más
la confianza de
saberte conmigo,
protegida del
mal.
Pues me resulta imposible
no dudar ante el
mal
que en Tu nombre
han hecho.
Hazlo Tú.
Que yo siento mi
alma
escapar temerosa
pues para ella amar
es tortura,
ignorancia,
desengaño y
desprecio.
Hazlo Tú.
Porque este
espíritu mío
prefiere ya morir
a volver a creer
que el amor
es un soplo de
vida.
Y prefiere, por
terror,
esconderse en
tinieblas,
que si bien son tristeza
por lo menos no mienten
ni prometen ser
luz, esperanza y amor.
Sólo son lo que
son:
el abrazo de una
vida mortal
que al tener fin,
nos promete descanso
y un olvido
total.
Y perdona que
crea que es mil veces mejor.
No me culpes,
es difícil vivir
con el yugo
de un existir sin
sentido o valor.
De modo que por
favor,
hazlo Tú.
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