Siempre es lamentable encontrarme con un niño o niña que me dice: “yo no me
voy a disfrazar y no me dejan salir a pedir Halloween. No puedo porque soy Católico/Cristiano”.
Siempre que un niño me dice esto, lo dice con tristeza. Y tiene razón en estar triste. A estos niños
se les ha quitado una experiencia muy bella, una oportunidad única.
Más a allá de mi nula autoridad eclesial y dejando de lado el hecho que yo
no soy experta en ninguna religión, hablaré a favor de estos niños y lo haré
con la autoridad que mi profunda creencia en Dios me brinda, pues creo en su total
misericordia y amor, en su maravilloso poder para transformarlo todo y para
hablarnos a través de historias, parábolas, leyendas y símbolos.
Y también me ayudaré del internet, que aunque no es creación divina, tiene
su peso y por lo menos si se busca bien nos informa de manera mucho más
objetiva que la de una catequista, un sacerdote o un/a pastor/a, quienes suelen
(no todos, eh, conozco gente muy sensata) difundir información equivocada sobre
lo que es el Halloween, y lo hacen contando historias de verdadero terror y
fomentando, ellos sí, el miedo al demonio y no la fe en Dios.
Halloween, proviene de una variación escocesa de la expresión inglesa
"All Hallows' Even" (también usada "All Hallows' Eve") que
significa “víspera de todos los Santos”. El Halloween tiene un origen Celta.
Los celtas tenían una festividad llamada Samhain, que significa “fin del
verano”. Ellos creían que en esta época la línea que une a este mundo con el
“Otro Mundo” se estrechaba con la llegada del Samhain, permitiendo a los
espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar a través. Los ancestros
familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos
eran alejados. Se cree que el uso de trajes y máscaras se debe a la necesidad
de ahuyentar a los espíritus malignos. Su propósito era adoptar la apariencia
de un espíritu maligno para evitar ser dañado.
Entonces, los celtas creían que los espíritus rondaban la tierra por estas
fechas. Pero esa creencia no es exclusivamente céltica. Aquello de que los espíritus
de nuestros antepasados no visitan y que los ancestros familiares eran
invitados y homenajeados, suena muy parecido a lo que hacemos en nuestra muy
mexicana tradición de “altares de muertos”, relacionada a su vez con el Día de
los Santos Inocentes y de Todos los Santos.
Hay que comprender, además, que la relación entre el Día de Todos los
Santos y la muerte tiene una connotación estacional y que este vínculo lo
establecieron muchos pueblos y culturas: en muchos países el invierno está
asociado a la estación más lúgubre y fría. La "muerte" de la Naturaleza,
según la tradición, se iniciaba cuarenta días después del equinoccio de otoño (22
de septiembre), precisamente con el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre.
De ahí que se rinde culto a los muertos y estos se vinculan con la vuelta de
sus almas y diversas manifestaciones de su presencia.
Estas creencias y las manifestaciones culturales han ido cambiando con el
tiempo. Fue así como la festividad católica del Día de los Santos se modificó y
se trasladó del 13 de mayo al 1 de noviembre, (por los papas Gregorio III [731–741] y Gregorio IV [827–844])
para darle un sentido católico a estas creencias paganas en torno a la
“muerte”.
De modo que ni el Halloween ni el Día de Todos los Santos son cosa del
diablo. Ni siquiera son cosa de Dios. Son asuntos de tradición humana, de
festividades y formas en que hemos intentado darle sentido a nuestro mundo. Muy
probablemente un católico o cristiano que no conozca nuestras tradiciones y
viniera a México en estas fechas, pegaría el grito en el cielo al ver nuestros
altares y nuestras calaveras. “Adoración de la muerte” lo llamarían. “¡Cosa del
diablo!” Pero tanto una tradición como otra no son más que expresiones
culturales. Y mostrarnos condenatorios es fomentar la intolerancia, el
prejuicio y la ignorancia.
Dicho lo anterior y dejando claro que se trata de cultura, voy a abogar
ahora por lo que es vivir la experiencia de Halloween para un niño, y lo mucho
que podemos enseñar sobre el amor, la caridad y la misericordia si actualizamos
los símbolos que el Halloween nos proporciona y les damos un sentido de verdaderos
creyentes en Dios, y no de seres vulnerables a ser dominados por el demonio y
condenados por ello a vivir bajo el yugo del miedo.
Halloween es una noche santa. Una noche en que los espíritus se inquietan
pues al día siguiente el mundo recibirá la inocencia, luz y vida nueva de los
Santos que nos visitan. Digo vida nueva pues ellos no vienen a manifestarnos
más que la trascendencia de este mundo. El hecho de que somos mucho más que lo
inmediato de nuestras circunstancias. El hecho de que la muerte no es el fin.
Somos seres de luz y habremos de volver a la luz.
Bien, toda esta “luz” que llega al mundo inquieta a los espíritus impuros
que salen buscando huir. Los seres humanos nos disfrazamos como una burla de
esa “maldad” que se aleja. Pero el disfraz también es un recordatorio de que la
“maldad” es precisamente eso: el disfraz que una persona temerosa se pone para
pretender asustar, antes de ser asustado, para intimidar antes de ser
intimidado, para agredir, antes de ser agredido. Así que los niños (la
inocencia) salen disfrazados a enfrentar un mundo que perciben malo,
intimidante y agresivo. En este recorrer interactúan con otros y llegan
amenazantes (tocan puertas) listos para hacer una maldad, pero ¿qué reciben en
lugar de la maldad, la intimidación y la agresión para la que están preparados?
Reciben una bendición, una palmada en la espalda, un dulce.
Así que al final de este andar, descubrimos que detrás de esa careta de
“terror” lo que realmente hay es un niño deseoso de dulzura. Y que al recibir
esta dulzura, esta caridad, este amor, los disfraces de “maldad” caen al suelo.
¿Y acaso no hay dentro de todos nosotros un niño deseoso de dulzura, amor y
aceptación? Dejando de lado nuestras máscaras, eso es lo que realmente somos:
hijos amados de Dios.
Jesús transformó el símbolo de la cruz que en su momento representaba
terror y tortura, en un símbolo de esperanza y amor. ¿Por qué entonces
insistimos en tomar los símbolos del mundo y darles sentidos de odio e
intolerancia? ¿Por qué darle tanto poder
a un demonio y restarle poder al amor que Dios es?
Y bueno, aún queda un detalle: hay también los puritanos culturales que
afirman: el Halloween es tradición anglosajona, no mexicana. Pero también ahí
hay que comprender que el mundo cada vez es más uno. La cultura ya no es sólo
mexicana, estadounidense, europea, latina, en fin. La cultura hoy en día es
humana. Vale la pena conocerla, compartirla, y experimentarla. Sobre todo
cuando se trata de una fiesta que une a toda una comunidad con el único y
exclusivo fin de escuchar las risas y ver la alegría de sus niños al descubrir
que el mundo, más allá de toda apariencia y después de todo, es bueno, generoso
y dulce.
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