viernes, 28 de octubre de 2011

Sin rencor

“Escribí esto para ti”, le dice a la dama. Ella lo lee –o finge leerlo– y de un solo movimiento hace trizas el papel. Sin lugar a dudas este poeta sufre. Aunque sin rencor.Eusebio Ruvalcaba
Palabras.
Palabras garabateadas en un papel.
Un pedazo de papel.
Papel mojado con lágrimas.
Lágrimas de amor.
Un amor que duele.
Duele como duele el amor de verdad.
La verdad de un paso no dado.
Imposible de dar.
Como el ayer.
Un ayer que llegó tarde.
Demasiado tarde.
Antología de mi ser.

 
Acércate…
…pero no demasiado.
¿Para qué cambiar nada
si todo es tal como tiene que ser?
Un espacio, un tiempo…
Dimensiones que colindan,
se descubren, se aman.
La sorpresa de una mirada
que te empuja, te transforma,
por el simple,
muy simple hecho
de ser quien se es.
 
Alternar mi existencia con tu vida.
Alternar mi vivir con tu existencia.
Alternar el soñar y el ser sonámbulo
de sueños que son en tu presencia.
Alternar tu vigilia y tu ausencia
con mi ser y las imágenes que habita.
Alternar el desear y el no quererte,
el creer que te amo y el amarte.
Alternar las palabras que te nombran
con aquellas que sólo te dibujan
para acabar tachando lo que siento
y volver a lidiar con tus fantasmas.
Alternar la certeza de habitarte
tanto como me habitas tú.
Y saber que el vaivén en que navego
no tiene más sostén que tu mirada,
tu voz y tu palabra,
lanzada, esa sí, al infinito,
y no dirigida a mí,
mas yo la escucho
como si fuera el soplo de Tu vida
susurrado en mi oído.
Alternar... alternarte… alternada.



domingo, 23 de octubre de 2011

Aunque ya no tenga 20

Está en crisis. No de nervios ni de angustia. Es peor: crisis de los cuarenta.
Ella creía que aquello sólo podía sucederle a un hombre. Pero no. A las mujeres, por lo visto, también les pasa.
Ella culpa a Francisco, y al destino. Fue él, el destino, quien sentó a Francisco justo delante de ella en el taller de narrativa al que se le ocurrió ir. Lo que ella no alcanza a ver es que llegó a esa sala universitaria en plena crisis. El muchacho y sus 20 años, son inocentes. En cuanto al destino: tiene un extraño sentido del humor.
Francisco empezó a leer su cuento. Un cuento que no se logró del todo. Un cuento con hilos sueltos. Sin muchos puntos y demasiadas comas. Ella ha expresado que le gustan los puntos y evita, o eso dice, en la medida de lo posible, las comas. Pero todos podemos ver que miente. Todos menos ella, que es coma, tras coma, tras coma.
Francisco lee su cuento despreocupado. Ella escucha. Escucha a medias, porque se resiste a creer lo que oye y lo que lee en esa copia del cuento que tiene en las manos. Francisco tiene madera de escritor. Sí. Algún día, este chamaco podría llegar a ser un escritor.
Generosa, se lo dice. Hay tristeza en su voz. Sabe que su mal ya no tiene remedio. Que no importa cuántos versos, cuántas palabras, cuántos puntos llegue a colocar en una hoja. La esperanza para ella murió. Tantas ideas han asfixiado su capacidad de describir. Ella quiere explicarlo todo y no logra decir nada. Nada sustancial, nada neto. Ella es un manojo de opiniones. Ha dejado de narrar porque hace tiempo que ha dejado de vivir. Pobre.
La vemos partir ese día. Pensamos: seguro mañana ya no viene. Seguro.
Para nuestra sorpresa, llega. Viste un pantalón de mezclilla y una playera polo. El uniforme de secretaria que usa para el trabajo ha desaparecido. Llega tarde. Pero llega.
Durante esa última sesión sonrió más y expresó menos. Bueno, menos, menos, no. Pero menos que antes, sí. Todavía trae encima sus muchos años de pensar y pensar en la vida. En una vida que no ha vivido y de la que, ingenuamente, quiere escribir.
Yo no soporto la curiosidad. En los 10 minutos para estirar las piernas y tomar un poco de refresco, me acercó a la mesa donde ella trata de decidir cuáles y cuántas galletas tomar. Me aproximo con las palabras obligadas: Hola, ¿cómo estás?
A ella le bastó esa pequeñísima interacción para descoserse del todo. Tal es su necesidad. 
¿Cómo estoy? Pues el día ha sido de lo más complicado. Dificultad tras dificultad. Pero, ¿sabes qué? Estoy contenta. ¿Te digo algo? Ayer salí de aquí, me subí al auto de mi marido,  y antes de que llegáramos a casa exploté en llanto. El pobre sólo me abrazaba. Creo que lo asusté. Quedé deforme de tanto llorar. Me tuve que poner hielo en los ojos para que se me desinflamaran, y aún así en la mañana parecía sapo.
¿Y eso?
Casi nada: Ayer me di cuenta de que nunca voy a ser escritora. Y me dolió hasta el alma. Pero, ¿sabes qué? Me liberé. ¡Al diablo! Ya no quiero ser escritora. De ahora en adelante voy a ser “descriptora”, y voy a describir todo lo que viva, y voy a vivir todo lo que pueda. Aunque ya no tenga 20 años. Aunque me vea ridícula.

domingo, 2 de octubre de 2011

Permanecer

Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él.
(1 Jn 4, 16)

Mi Dios, mi Querido Amor, mi Adorado Espíritu, mi Refugio, mi Sueño, mi Descanso, no permitas que huya. No permitas que el miedo se apodere de mí. No me dejes salir corriendo sólo porque no tengo ni la más mínima idea de qué se hace con esto que llevo como una hoguera en el pecho. El calor con que me invade me reclama atención, pero también lo siento quemar mis ansias. 

La atención que me pide, que me exige, no es para mí ni para lo que quiero, lo que siempre he dicho que quiero. La atención que me pide, que me exige, está fuera de mí. ¡Y qué angustia! Implica una entrega que no quiero dar, porque sé bien que no habrá recompensa.  Y sí, Dios mío, siempre he buscado recompensa. Ahora lo sé. Con total certeza. Y hoy te confieso que si bien te he dicho muchas, muchas, muchas otras veces que yo sólo quiero amar. Hoy te digo que no, que no es cierto. Yo no lo sabía, no tenía idea de lo que pedía. Yo siempre pensé que sería hermoso, ¡y lo es! Mira que no pretendo minimizar la belleza con que me has abierto los ojos y me has mostrado Tu Voz. 

Pero quiero salir corriendo. Permanecer en el amor se siente casi imposible… 

Sí, he dicho casi, y claro, lo has notado. … No, no, no me mires así, no sonrías así. Que cuando sonríes así sé muy bien que me vas a pedir que haga algo que no quiero hacer, y que al final… voy a hacer. Esa sonrisa de complicidad es irresistible y tiene mucho que ver con ese “casi” que recién mencioné. 

Ya no seas así, Dios mío. No me abras puertas que después vas a cerrarme. Ni me obligues a buscar salidas por ventanas, y a brincar bardas, y a subir escaleras sólo para encontrar torres vacías y tener que bajarlas de nuevo con el ánimo cansado y el alma abandonada a la soledad de mi imaginación. 

Pónmela fácil esta vez. Permíteme tocar y que se me abra y que se me deje entrar, y que incluso se me ofrezca un vaso de agua para que la garganta se me refresque un poco. Mira que hace tiempo que hablar se ha convertido para mí en un… en un tabú personal. 

¿Qué es eso? Pues eso… una prohibición no dicha pero impuesta por una sociedad que simplemente no está dispuesta a tolerar lo que teme. Y yo tengo miedo. Amar me da miedo. Hablar me da miedo. Y hablar por amor… tabú. Mi ser entero se levanta en un grito y no quiere, ¡no quiere! Cada célula de mi alma, y cada respiro de mi cuerpo es un ¡no! 

No, no quiero hablar. No quiero. Y claro que recuerdo la manera tan segura con que alguna vez me planté frente a quién sabe cuánta gente a decir lo que pienso y siento. Pero no quiero volver a hacerlo nunca. Nunca Dios mío. Ni frente a mucha gente ni frente a una. 

No, por favor no me seques las lágrimas. No me envuelvas en un abrazo y me digas que todo va a estar bien. Porque quizá tengas razón. Quizá no sea más que un vaso de agua. Y sin duda lo es. Claro, tienes razón. Pero… tengo miedo.
Está bien. Pero tendrás que enseñarme a hacer eso que Tú sabes hacer muy bien: permanecer. Enséñame a hacer eso. Enséñame a mantenerme con la mirada fija en el objetivo único de seguir Tu Voz. De amar. Yo no sé amar, Dios mío. Hoy me he dado cuenta de eso. No sé amar. Tendrás que enseñarme a hacer eso: amar. Y a permanecer en el amor… a permanecer. Permanecer en el amor. Enséñame, enséñame a hacer eso.