domingo, 23 de octubre de 2011

Aunque ya no tenga 20

Está en crisis. No de nervios ni de angustia. Es peor: crisis de los cuarenta.
Ella creía que aquello sólo podía sucederle a un hombre. Pero no. A las mujeres, por lo visto, también les pasa.
Ella culpa a Francisco, y al destino. Fue él, el destino, quien sentó a Francisco justo delante de ella en el taller de narrativa al que se le ocurrió ir. Lo que ella no alcanza a ver es que llegó a esa sala universitaria en plena crisis. El muchacho y sus 20 años, son inocentes. En cuanto al destino: tiene un extraño sentido del humor.
Francisco empezó a leer su cuento. Un cuento que no se logró del todo. Un cuento con hilos sueltos. Sin muchos puntos y demasiadas comas. Ella ha expresado que le gustan los puntos y evita, o eso dice, en la medida de lo posible, las comas. Pero todos podemos ver que miente. Todos menos ella, que es coma, tras coma, tras coma.
Francisco lee su cuento despreocupado. Ella escucha. Escucha a medias, porque se resiste a creer lo que oye y lo que lee en esa copia del cuento que tiene en las manos. Francisco tiene madera de escritor. Sí. Algún día, este chamaco podría llegar a ser un escritor.
Generosa, se lo dice. Hay tristeza en su voz. Sabe que su mal ya no tiene remedio. Que no importa cuántos versos, cuántas palabras, cuántos puntos llegue a colocar en una hoja. La esperanza para ella murió. Tantas ideas han asfixiado su capacidad de describir. Ella quiere explicarlo todo y no logra decir nada. Nada sustancial, nada neto. Ella es un manojo de opiniones. Ha dejado de narrar porque hace tiempo que ha dejado de vivir. Pobre.
La vemos partir ese día. Pensamos: seguro mañana ya no viene. Seguro.
Para nuestra sorpresa, llega. Viste un pantalón de mezclilla y una playera polo. El uniforme de secretaria que usa para el trabajo ha desaparecido. Llega tarde. Pero llega.
Durante esa última sesión sonrió más y expresó menos. Bueno, menos, menos, no. Pero menos que antes, sí. Todavía trae encima sus muchos años de pensar y pensar en la vida. En una vida que no ha vivido y de la que, ingenuamente, quiere escribir.
Yo no soporto la curiosidad. En los 10 minutos para estirar las piernas y tomar un poco de refresco, me acercó a la mesa donde ella trata de decidir cuáles y cuántas galletas tomar. Me aproximo con las palabras obligadas: Hola, ¿cómo estás?
A ella le bastó esa pequeñísima interacción para descoserse del todo. Tal es su necesidad. 
¿Cómo estoy? Pues el día ha sido de lo más complicado. Dificultad tras dificultad. Pero, ¿sabes qué? Estoy contenta. ¿Te digo algo? Ayer salí de aquí, me subí al auto de mi marido,  y antes de que llegáramos a casa exploté en llanto. El pobre sólo me abrazaba. Creo que lo asusté. Quedé deforme de tanto llorar. Me tuve que poner hielo en los ojos para que se me desinflamaran, y aún así en la mañana parecía sapo.
¿Y eso?
Casi nada: Ayer me di cuenta de que nunca voy a ser escritora. Y me dolió hasta el alma. Pero, ¿sabes qué? Me liberé. ¡Al diablo! Ya no quiero ser escritora. De ahora en adelante voy a ser “descriptora”, y voy a describir todo lo que viva, y voy a vivir todo lo que pueda. Aunque ya no tenga 20 años. Aunque me vea ridícula.

3 comentarios:

Amida Castro dijo...

I love you! Thanks. :D

Anónimo dijo...

Los 40 pueden significar crisis para una mujer; para un hombre, son el comienzo del segundo aire.

mejor 40 que 20...

mejor 60 que 40...

mejor muchos que pocos...

: )

Amida Castro dijo...

Bueno, el segundo aire es otra forma de decir que "mira a ese señor... se ve ridículo pretendiendo conquistar chavitas"...

Las crisis siempre reflejan lo absurdos que somos... y no respeta géneros.