domingo, 2 de octubre de 2011

Permanecer

Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él.
(1 Jn 4, 16)

Mi Dios, mi Querido Amor, mi Adorado Espíritu, mi Refugio, mi Sueño, mi Descanso, no permitas que huya. No permitas que el miedo se apodere de mí. No me dejes salir corriendo sólo porque no tengo ni la más mínima idea de qué se hace con esto que llevo como una hoguera en el pecho. El calor con que me invade me reclama atención, pero también lo siento quemar mis ansias. 

La atención que me pide, que me exige, no es para mí ni para lo que quiero, lo que siempre he dicho que quiero. La atención que me pide, que me exige, está fuera de mí. ¡Y qué angustia! Implica una entrega que no quiero dar, porque sé bien que no habrá recompensa.  Y sí, Dios mío, siempre he buscado recompensa. Ahora lo sé. Con total certeza. Y hoy te confieso que si bien te he dicho muchas, muchas, muchas otras veces que yo sólo quiero amar. Hoy te digo que no, que no es cierto. Yo no lo sabía, no tenía idea de lo que pedía. Yo siempre pensé que sería hermoso, ¡y lo es! Mira que no pretendo minimizar la belleza con que me has abierto los ojos y me has mostrado Tu Voz. 

Pero quiero salir corriendo. Permanecer en el amor se siente casi imposible… 

Sí, he dicho casi, y claro, lo has notado. … No, no, no me mires así, no sonrías así. Que cuando sonríes así sé muy bien que me vas a pedir que haga algo que no quiero hacer, y que al final… voy a hacer. Esa sonrisa de complicidad es irresistible y tiene mucho que ver con ese “casi” que recién mencioné. 

Ya no seas así, Dios mío. No me abras puertas que después vas a cerrarme. Ni me obligues a buscar salidas por ventanas, y a brincar bardas, y a subir escaleras sólo para encontrar torres vacías y tener que bajarlas de nuevo con el ánimo cansado y el alma abandonada a la soledad de mi imaginación. 

Pónmela fácil esta vez. Permíteme tocar y que se me abra y que se me deje entrar, y que incluso se me ofrezca un vaso de agua para que la garganta se me refresque un poco. Mira que hace tiempo que hablar se ha convertido para mí en un… en un tabú personal. 

¿Qué es eso? Pues eso… una prohibición no dicha pero impuesta por una sociedad que simplemente no está dispuesta a tolerar lo que teme. Y yo tengo miedo. Amar me da miedo. Hablar me da miedo. Y hablar por amor… tabú. Mi ser entero se levanta en un grito y no quiere, ¡no quiere! Cada célula de mi alma, y cada respiro de mi cuerpo es un ¡no! 

No, no quiero hablar. No quiero. Y claro que recuerdo la manera tan segura con que alguna vez me planté frente a quién sabe cuánta gente a decir lo que pienso y siento. Pero no quiero volver a hacerlo nunca. Nunca Dios mío. Ni frente a mucha gente ni frente a una. 

No, por favor no me seques las lágrimas. No me envuelvas en un abrazo y me digas que todo va a estar bien. Porque quizá tengas razón. Quizá no sea más que un vaso de agua. Y sin duda lo es. Claro, tienes razón. Pero… tengo miedo.
Está bien. Pero tendrás que enseñarme a hacer eso que Tú sabes hacer muy bien: permanecer. Enséñame a hacer eso. Enséñame a mantenerme con la mirada fija en el objetivo único de seguir Tu Voz. De amar. Yo no sé amar, Dios mío. Hoy me he dado cuenta de eso. No sé amar. Tendrás que enseñarme a hacer eso: amar. Y a permanecer en el amor… a permanecer. Permanecer en el amor. Enséñame, enséñame a hacer eso.

No hay comentarios: