domingo, 4 de octubre de 2020

Apagar el fuego de los infiernos

Photo by Noah Buscher on Unsplash


¿Jesús era Dios? Esta pregunta, como católica, no debería hacérmela. Los padres de la iglesia ya lo discutieron en el Concilio de Nicea I. Concretamente existían dos posturas que se discutieron, imagino, hasta el cansancio. Alejandro de Alejandría y su discípulo y sucesor Atanasio de Alejandría consideraban que Jesús tenía una doble naturaleza, humana y divina. Siendo así, Jesús fue verdadero Dios y verdadero hombre. Por su cuenta el presbítero Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia creían que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era Dios mismo –después de todo, ¿puede una creación ser su propia creación?  

La discusión la ganó Alejandro y Atanasio de Alejandría. Su afirmación es hoy un dogma que ha moldeado nuestra fe y que podría convertirme a mí y a cualquiera que lo cuestione, en una persona falta de fe y hereje. No sé si podrían llegar al grado de descomulgarme, es decir, negarme la comunión y demás sacramentos. No sé si mis dudas tengan semejante impacto. En muchas cosas el catolicismo es contradictorio. Digo, una persona divorciada puede pertenecer a la comunión de la iglesia, pero sólo como participante. En un sentido práctico está descomulgada porque no puede tomar la comunión durante la misa. O sea, sí perteneces, pero sólo espiritualmente. Reconocemos que Jesús sí puede darte su comunión espiritual, pero nosotros no vamos a darte la comunión, aun cuando creemos firmemente que Jesús sí te acepta, nosotros no, o bueno, sí, pero no del todo. Reglas y normas de perfección que limitan nuestro acercamiento a Jesús. ¿No es eso ser piedra de tropiezo? En fin.

Quizá podrían quitarme el derecho de comulgar, pero sinceramente creo que eso no va a suceder porque no es relevante. No soy relevante. ¿Qué importa lo que yo pueda pensar o creer? Lo que importa es que los Padres de la Iglesia ya lo discutieron y decidieron por todos nosotros, y lo seguirán haciendo. Esto no es una democracia y la teología se ve desde una perspectiva siempre: es católica, protestante, judía, musulmana, lo que no suele ser es humana. Y es que al final, la fe de cada quien es un cúmulo de conocimientos y símbolos, heredados o aprendidos que difícilmente se pueden cuestionar porque traen el peso de la tradición, la cultura y la conveniencia. ¿Pero no es eso lo que Jesús hizo: cuestionar el peso de la tradición, la cultura y la conveniencia? ¿No es eso lo que todos los grandes pensadores, místicos y hombres y mujeres santos han hecho a lo largo de nuestra historia?

Bueno, el punto es que creo que conviene que Jesús sea visto como Dios porque implica tener a Dios en el equipo, de nuestro lado y sometido a nuestras interpretaciones –muy masculinas, por cierto- de la divinidad. Implica, de algún modo, que Dios es hombre y que la mujer está ahí para dar vida y servir, pero no es, de ningún modo, apta para ocupar puestos que la igualen a Jesús, es decir, a un hombre. De ahí que no existan, a la fecha, mujeres sacerdotes en nuestra iglesia católica–debería decir sacerdotisas, pero el término me parece peyorativo, quizá porque cuando me lo he topado en la literatura suele usarse para representar a una mujer mala, una bruja, una sacerdotisa de satanás.

¿Hablo como feminista? Pues soy mujer y aunque quiera no puedo ser indiferente a los reclamos de las mujeres. Lamentablemente, hoy ser feminista es tan arbitrario y extremoso como ser machista. Por eso no me atrevo a decirme feminista. Me gusta más el término “humanista” que deja de lado los extremos hombre-mujer. Y es que considero que esta tendencia a totalizarlo todo es un verdadero problema y es, también, la razón más grande que tengo para dudar de la naturaleza divina, per se, de Jesús.

El término “per se” es una expresión latina que significa ‘por sí mismo’ o ‘en sí mismo’. Y creo que es un error partir de la idea de que Jesús es Dios que bajó del cielo y se hizo hombre. Es decir, es Dios por sí mismo o en sí mismo.

Trataré de explicarme. La trinidad que entendemos como Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, es una unidad que existe en relación. El Padre se relaciona con el Hijo y entre ellos surge ese Espíritu Santo de amor, comprensión y unión. A su vez, el Espíritu Santo mueve al Padre a amar y comprender y buscar una relación con su Hijo. Ese Espíritu de amor y comprensión lleva también al Hijo a buscar una relación, de amor, comprensión y unión con su Padre. Es en ese encuentro de relación que se expresa un esfuerzo de ambos por amarse y comprenderse y se fortalece el Espíritu que los une. Por lo tanto, ni Dios Padre, ni Dios Hijo, ni Dios Espíritu Santo son Dios en sí mismos, sino que son relación, y en la relación está su divinidad.

Por eso pienso que Jesús no es Dios hecho hombre. Jesús es el camino de relación con Dios que podemos seguir para crear una relación con ese Espíritu capaz de transformarnos en lo que verdaderamente somos –hijos amados- y en lo que verdaderamente podemos llegar a ser –actores que buscan el camino del amor, la comprensión y la relación. Una relación que no es unilateral y de servidumbre, sino bilateral y de amistad. Una relación que se mueve por el profundo deseo de ser unidad con el otro porque lo amo y me amo a través de ese amor hacia el otro, y amor hacia el mundo que creamos juntos. Un amor que nos otorga a todos, la dignidad del ungido, que es decir el sacerdote y rey, a quienes ya no estamos llamados a servir, pues todos somos sacerdotes y reyes, sino que debemos servirnos todos entre nosotros con dignidad y entrega.

Insistir en la divinidad de Jesús por encima de su humanidad nos ha hecho caer en el mismo patrón de la espera eterna del mesías, de la promesa del mañana: Jesús, insistimos, volverá al final de los tiempos y juzgará al mundo. En otras palabras: deseamos que se haga la justicia, no buscamos hacer lo que sea necesario para ser justos nosotros y crear un mundo más justo para todos. Dios sigue siendo ajeno a nosotros y seguimos “esperando” en lugar de hacer nuestra parte y entrar en esa relación de transformación que nos ofrece.   

Y eso nos aleja de la posibilidad que tenemos hoy para ser más humanos, más comprensivos, para tratar de mejorar las cosas no por decreto divino –es decir, a través de reglas, normas, leyes y los castigos que les dan vida- sino por esfuerzo y comprensión de las necesidades propias y de otros. Nos aleja de la posibilidad de encontrar en esos sacrificios personales, la unidad y el amor que puede verdaderamente unirnos independientemente de nuestras diferencias, que nunca lograremos salvar ni eliminar. Pero con las que sí podemos aprender a convivir a partir del amor, la comprensión y la unidad.

En esta semana recibí un video de un joven que juzgaba mal las manifestaciones de feministas que dañaron propiedad privada, entre las que se encontraba la Catedral de México. Efectivamente, hay mucho enojo. Y efectivamente, no creo que ayuden en nada esas actitudes de violencia y destrucción. Pero asumir que ellas son malas sólo por egoístas es no comprender el dolor que existe detrás de ese enojo. Es no comprender la manera en que a muchas mujeres las hemos dejado solas, incapaces de expresarse, intolerantes a sus necesidades fisiológicas, mentales, cognitivas y emocionales. Es no querer darnos cuenta de cómo contribuimos como sociedad e iglesia a que el mundo sea menos justo para ellas.

Cómo sociedad llevamos miles de años entrenando a la mujer a ser la eterna víctima de nuestros abusos. ¿Y cómo se comporta una víctima de abusos que quiere dejar de ser víctima? ¿Alguna vez has visto a una leona tratar de defenderse? ¿Alguna vez has visto a una osa cuidar a sus pequeños? ¿Alguna vez has presenciado a una fuerza femenina de la naturaleza defender su nido?

En serio, pedir a los católicos que salgan de sus casas a hacer bardas alrededor de templos no es ni solución ni es prudente. El templo es valioso, pero la vida lo es aún más. No es prudente pedirle a nadie que enfrente a una leona o una osa para cuidar las paredes de un ningún edificio. Y eso es lo que enfrentamos: una fuerza femenina enojada que se siente amenazada y juzgada y que ha sido violentada e ignorada una y otra vez. Enfrentar esa fuerza es absurdo y peligroso porque no tendrá ningún efecto ni te hará mejor a ti ni calmará los ánimos de ellas.

¿Qué tal si empezamos por escuchar las necesidades de esas mujeres? Si dejamos de juzgarlas a la ligera y creamos mecanismos sociales para darles el apoyo y la ayuda que verdaderamente necesitan. ¿Qué tal si cambiamos mentalidades de extremos y empezamos a comprender la humanidad de los individuos?

Por ejemplo, y tomando sólo uno de los muchos temas que el feminismo tiene. Yo no estoy de acuerdo con el aborto, pero no comprender las razones que pudiera tener una mujer para buscar una “solución” a un embarazo, es no tener consciencia ni comprensión de por qué esa mujer siente que está frente a un problema, y no una alegría y una bendición. ¿Qué hacemos como sociedad para ayudar a las mujeres que son madres solteras, por ejemplo? ¿Qué hacemos como iglesia? ¿Pueden, realmente, contar con nosotros? ¿Educamos a los hombres para que sean hombres responsables y no sólo machos que no pueden controlar sus impulsos –y no pueden ayudar en la casa, ni cuidar niños, ni escuchar a sus esposas? ¿Les enseñamos que cuidar niños es de hombres, y no sólo asunto de viejas? ¿Por qué el peso de un embarazo sólo recae en ellas? ¿Por qué seguimos alimentando la idea de que la mujer no debe tener deseos sexuales, pero sí podemos comprender que no hay hombre al que le den pan y llore? ¿Por qué seguimos creyendo que el hombre llega hasta donde la mujer quiere? ¿Por qué no enseñarle al hombre a querer tener límites y hacerle comprender que son esos límites los que le otorgan su verdadera hombría porque lo convierten en un ser “responsable”? ¿Qué programas sociales tenemos para apoyar a las familias con hijos en situaciones vulnerables? ¿Qué estamos haciendo para disminuir el número de embarazos de adolescentes y jóvenes? ¿Tenemos estrategias de adopción que verdaderamente acerquen a quienes desean un hijo con quienes no pueden, por cualquier motivo, hacerse cargo de ellos?

En fin, no sé si decir todo esto me convierta en hereje o me haga ser una mala católica y una peor cristiana. Pero pienses lo que pienses, te aseguro que amo a Dios y eso me lleva a querer comprenderlo y acercarme a él, y lo hago acercándome a lo que Jesús me enseña debe ser mi actuar para alimentar el Espíritu de amor que me pide desarrollar. Y lo hago lo mejor que puedo porque, además, no se me tolera mucho cuestionar nada. ¿Con qué derecho pido comprender sin antes creer ciegamente en la buena voluntad que por más que quiero, no veo y no tengo derecho a pedir, pero sí a dar ciegamente a toda autoridad que se me ponga enfrente?

También sé, por experiencia propia, que el enojo es una fuerza alimentada por una profunda tristeza, un dolor insoportable y una pena ahogada en años de silencios que no eran necesarios –hubiese ayudado que alguien me escuchara, al menos, y que dejaran de reducirlo todo a un “estás loca, estás mal, no seas negativa”.

Sé que llega el momento en que todo eso que se ha acumulado explota y se tiene que expresar o corremos el riesgo de morir –y no exagero, se corre el riesgo de morir. Por eso la furia tan grande que manifiestan estas mujeres. Una furia que conozco y comprendo.

Y claro que sé que el enojo no es solución. Bien dicen que el que se enoja pierde. Sin embargo, me atrevo a decir que no sólo el que se enoja pierde, sino quien está frente al enojo y no aprovecha la oportunidad para escuchar con cuidado y atención. Quien se enfrenta a una persona enojada y no le escucha pierde la enorme oportunidad que Dios le da para ver a la persona por detrás de ese ser endemoniado. Es una bendita oportunidad para escuchar con atención y “expulsar demonios” que lastiman no sólo a esa persona sino a la sociedad en su conjunto.

Necesitamos aprender que el enojo es una increíble fuente de información que si verdaderamente escuchamos nos ayudará a construir el camino que nos lleve a acercarnos a las raíces del mal. Y hacerlo, no para “calmar” a quien está enojado, sino para ayudarle a cubrir las carencias y necesidades que tiene y así, darle el agua que necesita para apagar el fuego de sus infiernos. Esta información también nos ayudará a acercarnos, establecer una relación y ayudar a sanar heridas y aliviar dolor. Eso es otorgarle a un endemoniado la posibilidad de vivir una relación de dignidad, de amor y comprensión mutua. Que será un mejor camino para ambos y en última instancia para todos.

Lamentablemente también sé que eso es difícil e implica trabajo. Y la realidad es que es mucho más fácil amurallar un templo y exigir respeto.

Por eso, sé muy bien que lo que yo piense es irrelevante. No soy ni nadie ni nada en esta iglesia. Y, sin embargo, lo digo porque no quiero volver a enojarme así. Y porque quiero seguir el camino que Jesús me pide que siga: “escucha la necesidad, y busca cubrirla, por encima de los gritos y la violencia, por encima de la comodidad y la conveniencia.” Después de todo, el templo es Jesús y Jesús ya resucitó y vive. Nadie puede destruirlo, pero si podemos ignorarlo. Cuida no ignorarlo al ignorar a otros. Así me lo pide Jesús, Dios Padre y el Espíritu de Amor que deseo alimentar en mí, y todo lo que de ellos he aprendido.