domingo, 31 de marzo de 2019

Hazte amigo de tus voces

Imagen con se presenta el vídeo: Motivación Boxeo -¡Lo haces por ti!. Link al final. 

“Los portadores iban armados; con una mano trabajaban y con la otra sostenían la lanza.” Ne 3, 11

Durante la reconstrucción de la muralla en Jerusalén, llegó noticia de que los pueblos vecinos tenían la intención de atacar a los judíos para prevenir el avance. “Se juntaron para atacar a Jerusalén y sembrar allí el pánico.” Ne 4, 2

Como alguien que lleva su vida entera luchando, en uno u otro momento, con la ansiedad y la depresión, conozco esas voces que atacan y siembran pánico. Las conozco bien y les he llegado a ver el rostro. Para mí, eran el enemigo a vencer y llegué a tenerles pavor y a odiarlas. Vivía, como los judíos, para “trabajar” y “estar a la defensiva”. Y, sinceramente, eso no es vivir.  
Lo sorprendente fue descubrir que las voces esas, las que me decían que yo no tenía valor ni mi vida sentido, no eran el enemigo último. El monstruo a vencer habitaba en mí y tenía mucho más que ver con la indisciplina que hacía falta corregir que con la lucha y la victoria.

Antes de continuar, debo aclarar que al decir “voces” no lo digo en un sentido literal. Para mí ha sido más una especie de diálogo interno -hay quienes literalmente las escuchan y si un diálogo insonoro puede atormentarnos, no es difícil imaginar el suplicio que es literalmente escucharlas. Con todo, confío plenamente en que no importa si las escuchas o no. Lo que importa es la manera en que las enfrentas.

Hace falta también reconocer que estas voces y su agresión no surgieron solas ni son las únicas en hablar. A veces, lamentablemente, son ecos de lo dicho por otros y son consolidadas con hechos en nuestra vida que parecen demostrar que, efectivamente, somos lo que suelen decirnos: Eres “tonta”, “incapaz”, “insegura”, “lenta”, “maldita”, “enferma mental”, “incompleta”, “débil”, “mala”, “neurótica”, “estas loca”, en fin. Hay tantas. Son una legión.

He querido poner comillas a cada palabra para simbolizar su peso y su resonancia. No son palabras cuya fuerza sea tan grande que puedan noquearte de golpe, pero que, cuando pesan y golpean con tenacidad y constancia, tienen el poder de derrumbarnos.

Como ya expresé, estos golpes son tanto externos como internos. Después de todo, aprendemos a definirnos a través de las definiciones que escuchamos de otros. Y una vez que aprendes que eres esto o aquello, ya nadie lo tiene que decir por ti -aunque, en realidad, el mundo funciona de tal modo, que abundan las personas que sin misericordia alguna te juzgan con la mano en la cintura, no en el corazón. Eso complica aún más el enfrentar esas “voces” porque ya no son sólo internas y además, se te presentan como si fueran hechos, como si fueran verdades absolutas. Así, dejan de ser simples palabras.

Cuando eres, por ejemplo, insegura, y no hay nadie a tu alrededor que te ayude a fortalecer tus inseguridades y crear estrategias para corregirlas, no vas a dejar de serlo con repetirte hasta el cansancio: soy valiosa y segura de mí misma. Esas mentalidades “positivas” son… aberraciones. A la vida se le enfrenta con la “verdad” no con palabras bonitas. Positivo debería entenderse como un sinónimo de verdadero, bello y bueno. Las tres cosas. Lo que es bello y no es verdadero, tampoco es bueno ni sirve de nada. Por eso nos dicen: sé positivo, pero terminamos peor: ciegos, ingenuos (terminamos creyendo que somos mucho mejores de lo que realmente somos) o de plano llenos de culpa porque no logramos ser lo que se supone deberíamos de ser: positivos, capaces, fuertes, tenaces, en fin. Cuando lo “positivo” no es verdadero, todo es negro o blanco. No hay matices, no hay colores.  

Toda esa exigencia te lleva al cansancio y a bajar la guardia ante tanto ataque. Eso es precisamente lo que puede lograr que una simple expresión como “todo es mejor sin ti”, se convierta en un golpe mortal que te lleve al suelo y te impida volver a levantarte.

¿Cómo vencer a las voces? Bueno, dejando de pelear con ellas con el fin de ganar. Las voces están ahí para ayudarte a mejorar. Pero entonces luchar tiene que dejar de ser un medio para ganar. Si conviertes tu lucha en un aprendizaje, una oportunidad para conocer lo que necesitas mejorar, en lugar de “ganar”, las tendrás de tu lado.

Me gusta practicar box. Obvio no soy ni muy buena ni seré boxeadora profesional nunca. Pero practicarlo me ha llevado a encontrar la… digamos “técnica” para enfrentar los ataques de mis voces.

Para mí, todo es metáfora. Todo me habla de Dios, del SER, de la Vida y de lo que la Vida brinda, de lo que Dios nos da y la manera en que nos bendice. Todo tiene sentido si se lo buscamos y el sentido nunca es absoluto, el sentido es personal: “Yo le doy sentido a las cosas”, esa es mi libertad. Una libertad dada por Dios, por el SER, por esta vida de la que soy consciente, cuando perfectamente podría no serlo.

Yo podría ser un cúmulo de instintos nada más. Pero Dios, el SER, esta humanidad que me define, me ha dado la capacidad de “enfrentar” la vida a partir de un sentido, de un “porqué”. Me permite racionalizar para cambiar, darle un nuevo valor a las palabras y hechos, y hacerlos trabajar para mí, no en mi contra. Eso, darle sentido a tu ser, al mundo, a los actos que realizas, es la verdadera lucha y requiere mucho entrenamiento.

Pelear, ya sea box o artes marciales, y de hecho cualquier disciplina deportiva o artística… vaya, la vida en sí implica enfrentarnos a esas voces que nos dicen que “valemos” o nos pueden derribar con un “no vales nada”. Pero enfrentarnos a ellas no es la lucha, la lucha es cambiar la perspectiva y dejar de verlas como la amenaza a vencer. Las voces son, en realidad, la consciencia que necesitas adquirir. Y para eso, hay que aprender a enfrentarlas.

Boxear me ha enseñado que lo primero y más importante para enfrentar al oponente es aumentar mi condición física y mantener la guardia arriba. La lucha nunca comienza en el ring, sino en descansar, comer bien, enfrentarme a retos, entrenar. Eso es lo que me permite luchar por tres minutos seguidos sin derrumbarme. Es mucho trabajo para un round de tres minutos, pero vale la pena.

Me ha enseñado también que no debo excederme en la lucha: un round son tres minutos, no más, no menos. Hay que esforzarnos, pero con compasión.

Me ha enseñado que un golpe recibido no significa nada. Un golpe es sólo un golpe. No define mi persona ni es absoluto. Todos recibimos golpes. Y qué bueno, porque un golpe es un error que debes analizar para corregirlo: ¿qué es lo que puedes hacer diferente o mejor? Además, puede que hagas todo bien, y aún así vas a salir golpeado. Y quizá hasta pierdas. Lo que más importa es soportar. En inglés se dice: “to endure”.

Me gusta mucho cómo suena en inglés: “endure”. Tiene una e silenciosa al final por lo que termina con un sonido suave. Soportar no es ser “duro” es “duuuuraaaaar”. No sé si me explico, pero me gusta mucho decirlo en inglés porque es un sonido largo y suave. Y las mejores luchas no acaban en un round. Así como el mejor juego de fútbol o cualquier otro juego no acaba en una paliza de 7 a cero. Ni el mejor concierto se escucha en cinco minutos. No… una lucha que vale la pena, dura.

Ahora, a veces las voces son una paliza. Por eso, hay que aprende a soportar porque esos tres minutos se van a acabar. No duran por siempre. Llegará el momento de descansar, para empezar de nuevo. Y si es necesario arroja la toalla, hazlo. No hay vergüenza en decir ya no puedo. Es preferible perder que arriesgarte a salir seriamente dañado. Descansa, recupérate, y regresa a entrenar, no a pelear. El buen boxeador no es el que pelea mucho, sino que el que se entrena más.

Vale la pena reconocer, además, que mucho del entrenamiento -no todo, pero sí mucho- no es sólo dar golpes más fuertes, sino ser más ágil. El mejor boxeador sabe esquivar y lo hace mucho. Para esquivar bien necesitas flexibilidad, rapidez y mucha autoconsciencia de tu cuerpo. Tienes que aprender a tener una relación estrecha con tu cuerpo. Escucharlo y trabajar con él.

Además, tienes que aprender a observar a tu oponente. Reconocer y distinguir entre hechos y suposiciones. Por ejemplo, un hecho son cosas como: te equivocaste, te dejaste llevar por el enojo, no cubriste tu guardia, te ganó el ego y por creer que eres mejor dejaste de cubrirte, estás cansado, en fin. Las suposiciones son ideas que no siempre puedes confirmar: me está provocando, se burla de mí, me tiene miedo, no me respeta, en fin. Reconocer entre hechos y suposiciones te ayuda tener una mente fría, lo cual es esencial para que la pasión esté en el empeño realizado, no en el ego que necesita confirmación y apapacho.

Así, cuando alguien te dice “eres inseguro”, por ejemplo, reconoces el golpe, es decir, su trayectoria, intensidad y fuerza. Reconoces a qué parte de tu cuerpo está dirigido: a la cabeza, al pecho, al hígado, que es como decir a tu autodefinición (cabeza e hígado son particularmente sensibles), o a un hecho o idea (que te peguen en el costado, hombro, brazos no es tan grave).

Y, una vez reconocido el golpe, te mueves con flexibilidad y rapidez. Es decir, aceptas el golpe, pero no lo recibes de lleno: lo esquivas o te cubres para que no lo recibas con toda su intensidad.

Explicado de otro modo, aceptas que hay verdad en esas palabras, pero no te defines por ellas. Eres flexible y lo esquivas: “Sí, soy inseguro, soy torpe a veces, soy enojón o demasiado sensible, pero no soy sólo eso ni lo soy todo el tiempo.” O te cubres para recibirlo, pero no de lleno: “Si, soy inseguro, y a pesar de serlo, estoy aquí, luchando y recibiendo golpes: ¡bien por mí!”

Y si resulta que sí te defines así, y el golpe te debilita en extremo, entonces, después de haberte enfrentado a esa definición que te debilita, regresas a entrenar para trabajar justo eso en tu entrenamiento -en tu terapia, en tus reflexiones diarias, en las estrategias que haces para enfrentar tu día a día. Tienes que buscar cambiar esa definición porque te debilita. La derrota siempre tiene mucho más que enseñarte si aprendes a escucharla como información para mejorar que como una definición de tu persona. Tú no eres tus derrotas, eres tu capacidad de cambiar y mejorar.

Además, necesitas un buen coach. Busca a un buen coach. Busca a alguien que te enseñe a pelear. No alguien que de “estúpido” no te baje o de “incapaz” no te saque. Alguien que te motive, que te lleve poco a poco a mejorar. Que te enseñe a pelear con reglas morales y éticas. Porque pelear sin moral, sin ética, y sólo para ganar, es aún más peligroso que no saber pelear.

No tener moral ni ética acaba con tu alma porque vivirás para la lucha sin sentido, sin el fin último de mejorar y ayudar a otros a mejorar. Si eres el mejor, ¿qué retos puedes tener? ¿En qué se convierte tu existencia sino en un “defender” tu título de “soy mejor que todos”? Esa es una manera muy pobre y solitaria de vivir.

Ganar no es un fin, es sólo un paso. Si te enfocas sólo en ganar, limitarás tu vida y te limitarás a ti mismo. Y no importa todo lo que hagas, si no vives más que para ganar, entonces inconscientemente te rodearas de personas que no son tan buenas luchando como tú. Te convertirás en un abusivo, en un “bully”, y despreciarás a todos.

Lo dramático es que te convencerás de que el mundo entero te debe respeto, pero la realidad es que no eres capaz de respetar a nadie, ni siquiera a ti mismo. No hay bully que se respete a sí mismo. Y por más que trates de convencerte de lo contrario, en el fondo sabes que eres un cobarde. Y por muchas peleas que ganes, si eres un cobarde incapaz de enfrentar tus debilidades y defectos, no eres mejor que nadie, porque no eres la mejor versión de ti mismo.  

Así que busca un buen coach. Alguien que te valore en tu justa dimensión y sea estricto, pero no para su auto-grandiosidad ni para la tuya -los abusivos, cuando llegan a unirse, lo hacen para alimentar sus egos mutuamente. Busca a un coach que te ayude a superarte a ti mismo. Que te lleve por un camino de humildad y esfuerzo.

Alguien que sepa disfrutar la lucha, que no se lo tome como un reto personal en el que el “alfa” tiene que ser él, o tú, su discípulo y extensión de su ego. Y aún si no lo encuentras, aprende, pero no pierdas de vista la ética y moral con que debes actuar. A veces vale más ser un buen discípulo que tener un buen maestro. Como bien decía Jesús acerca de los maestros de la ley y los levitas que no predican con el ejemplo: “Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten porque ellos enseñan y no practican.”

Por eso, para mí, el mejor coach es Cristo. Cristo se enfrentó incluso con demonios, con legiones completas. Y lo hizo con autoridad, con palabras de aliento y vida. Si hay alguien que sabe pelear y predica con el ejemplo, es él. Jesús es tan grande, que incluso supo perder con honor y gloria. Así que, aprende de todos y sigue a Cristo.

Además, Jesús tiene un excelente sentido del humor. Te va a gustar pelear a su lado. Vas a reír mucho y vas a disfrutarlo siempre.

Y, esto va a sonar raro, pero hazte amigo de tus voces. Tus voces, tus rivales, no están ahí para atacarte, sino para indicarte lo que tienes que mejorar. Eres inseguro, okey… ¿qué necesitas? No para dejar de serlo, sino para a pesar de ser inseguro, ser efectivo. ¿Qué te hace inseguro? ¿Dónde te pega esa inseguridad? ¿Cómo puedes esquivarla? ¿Qué necesitas hacer para prepararte mejor y sentirte más seguro? ¿Qué pasa si a pesar de sentirte inseguro haces lo que necesitas hacer? ¿Recibiste un golpe? ¿Es mortal o puedes recuperarte e intentarlo de nuevo? ¿Necesitas tiempo para recuperarte de un golpe? ¿Necesitas detener la pelea hoy para seguir entrenando mañana? ¿Cómo puedes evitar caer en el mismo error para no volver a estar en esa esquina acorralado y dominado? ¿En qué y cómo vas a entrenarte para ello? ¿Estás en el peso correcto? ¿Estás tratando de ganarle a un boxeador de peso completo cuando tú eres de peso ligero? ¿Quizá estés abusando del otro y el peso completo seas tú? ¿Eres justo? ¿Te cuidas y cuidas a los demás? ¿Buscas lastimar? ¿Proteges tus zonas vulnerables? En fin… Tener la guardia arriba no es sólo levantar los brazos. Tener la guardia arriba es ser auto-crítico, para buscar y crear nuevas estrategias siempre.

Por eso, necesitas rodearte de personas que disfruten pelear, no para ganar o ser los mejores, sino para mejorar. Personas que después de haberse dado buenos trancazos, se abracen y reconozcan el esfuerzo dado. Personas humildes, no bravucones ni burlones que quieren destacar. Tampoco personas que te vean débil y prefieran no pegarte porque eres un debilucho y tú no mereces el esfuerzo. Personas que te reten para sacar lo mejor de ti. Un equipo de entrenamiento es eso, un equipo, una comunidad de amigos que quieren mejorar, no un montón de rivales ni egos en manada que luchan para sobarse los egos los unos a los otros.

Mientras escribía estas líneas, me llegó una oración que el Padre Jorge García Galicia, me compartió. Acompañaba la reflexión al evangelio de Lucas 15, 1-3, 11-32 de hoy, domingo 31 de marzo, 2019. No sé quién la escribió, pero me gustó la manera en que esta reflexión define al perfecto fariseo: “Es observante y hasta ejemplar, pero sin entrañas de bondad”. Bien, pues eso es exactamente lo que es un buen boxeador sin humildad: un fariseo, un abusivo, un bully.

“Esto explica por qué hay tantos cristianos tan observantes de normas y ritos sagrados, pero con tan malas entrañas ante el sufrimiento de los demás.

“Señor”, concluye la reflexión, “dame entrañas de misericordia y ten piedad de mí”.

Son palabras breves y llenas de significado, perfectas para entrenarnos en esto de ser mejores para el bien propio y el de los demás:

Jesús, dame entrañas de misericordia y ten piedad de mí.
Jesús, dame entrañas de misericordia y ten piedad de mí.
Jesús, dame entrañas de misericordia y ten piedad de mí.

Gracias Dios mío. Te amo. 

La imagen la tomé de la imagen que presenta el video: Motivación Boxeo -¡Hazlo por ti! en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=tuR02z87T1U
 

jueves, 28 de marzo de 2019

A veces gritamos para oírnos a nostros mismos


“Así fue como volvimos a levantar la muralla y la dejamos terminada hasta la mitad de su altura, porque el pueblo trabajaba con entusiasmo.” Ne 3, 38

El capítulo 3 de Nehemías describe los trabajos realizados para reconstruir la muralla en Jerusalén. Hace un detallado recuento de quién se encargó de qué sección y habla, a partir del versículo 33, de cómo hubo quienes les criticaron con palabras de desánimo y deseos de que fracasen, pero “el pueblo trabajaba con entusiasmo”.

Creo que una de las cosas más difíciles de la depresión es precisamente no tener entusiasmo. Reconstruir cualquier cosa sin entusiasmo es tan difícil y una persona que busca recuperar su vida -porque no siempre fue así- con depresión encima tiene la doble tarea de realizarlo sin entusiasmo y con voces internas y externas que te aseguran que no sirves para esto que se llama vivir, que tus esfuerzos son insignificantes y absurdos, y que simplemente no tiene caso seguir.

Personas que tiene algún problema físico como una parálisis, una enfermedad muy seria, dolor crónico, en fin, algún mal que contribuye a que la depresión se presente y acrecenté, han llegado a asegurar que si tuvieran que elegir entre el mal que viven y la depresión que en ocasiones la acompaña, elegirían el mal, pero no la depresión.

La depresión es una carga enorme, pesada, agotadora. Es vivir en una nube de niebla que no sólo es espesa, sino que es casi inmovilizadora. Como si el aire fuera tan denso que cosas tan simples como caminar se dificultan porque… es como querer caminar sumergidos en el agua, con poco oxígeno y la necesidad de detenerte a cada rato para tomar una bocanada de aire que nunca alcanza. Y el peso del cuerpo es doble, tal y como querer correr en una alberca se siente imposible.

Hoy en día, gracias a Dios, el entusiasmo empieza a volver a mi vida. Miro hacia atrás y sé que he logrado reconstruir una parte de mi ser derribado y echo trizas.

Cuando los judíos se enfrentaron a las críticas y el juicio de otros que los consideraban indignos, el enojo los llevó a pedirle a Dios: “¡Escucha, Dios mío, cómo hemos sido humillados! ¡Haz que sus insultos recaigan sobre sus cabezas y que sean despreciados en un país donde estén desterrados! No perdones su falta ni borres su pecado, porque insultaron a los que construían.” Ne 3, 36 y 37

Confieso que mi enojo fue tres veces mayor que el de los judíos. Me vi despreciada cuando lo que hice fue pedir ayuda. Me vi abandonada cuando yo nunca abandoné la causa de esta Iglesia que amo, al grado de que sigo trabajando en dicha causa, pero ya no como miembro activo de la iglesia -las directrices de la pastoral a la que serví señalan que una persona con depresión no puede ser agente y la coordinadora se encargó de disminuir y finalmente eliminar toda participación mía. Me vi señalada como una “enferma” incapaz de contribuir, cuando fui la primera en decirles que estaba atravesando por una crisis y quise, en numerables ocasiones decirles cómo podían ayudarme y apoyarme sin quitarme de en medio. Quise decirles que existen necesidades humanas que pueden y deben trabajarse en todo grupo social y comunidad, y que vale la pena fomentar.

Pero fui ignorada, y aunque el Padre responsable de la pastoral a la que servía no me cerró las puertas, no se compartían las publicaciones que hacía en la página de Facebook que hice y alimentaba, ni me permitieron estar en grupos de WhatsApp para compartirlos yo. Todo mi trabajo de años fue ignorado por completo y no merecí consideración alguna. Para ellos la solución era simple: desaparece hasta que estés bien. Para mí, la ayuda consistía precisamente en no alimentar la idea de que yo ya no servía para nada. Una idea que me arrastraba a un abismo al que, si hubiese caído de lleno, sé que no habría podido volver nunca.  

Verás, el problema es precisamente ese: Nadie que no lo haya vivido, sabe lo que es vivir en el destierro de esta vida. La angustia que te invade, el terror del abismo que sientes que te traga. Nadie sabe lo que es ver a la muerte a la cara y sentir sus helados huesos tocar tu piel con la firme intención de acabar con tu existencia. Es una invitación a la vez dulce, porque el dolor ya es insoportable, y a la vez aterradora, precisamente por lo dulce que parece.

Hoy, ya no estoy enojada. Sé que no debí gritarles y, sin embargo, fue lo único que pude hacer. Y hoy vivo agradecida por ese grito y por los innumerables golpes que tuve que darle a mi almohada y al costal de box para descargar el miedo, el coraje, la angustia y la tristeza de verme tan sola y ser tan ignorada. De no sólo vivir en el destierro de esta vida sino en el destierro social que la falta de apoyo de una comunidad conlleva.

Y gracias a que no guardé silencio surgieron personas tanto dentro de la pastoral -ninguna con “autoridad” para incluirme de lleno- como fuera de ella que brindaron su apoyo y me demostraron que, aunque ya no formaba parte de un grupo social, soy una persona aceptada y amada. Quizá no soy popular… jajajajajajaja… Pero soy amada, y eso es diez mil veces más grande porque el amor que me brindaron fue un aliciente más para convencer a mi alma inconmovible que vale la pena conmoverse con el amor brindado y el dolor compartido.

Quiero decirte que la depresión y la ansiedad es cosa del pasado para mí. Pero he aprendido a aceptar lo que me tomó toda mi vida reconocer: la ansiedad y la depresión ya no se van a ir. Aún hoy, que estoy mucho mejor, tengo que estar alerta, tengo que vivir una vida de mayor disciplina, tengo que comer mejor y hacer ejercicio, soy más cuidadosa con mis horarios, he tenido que dejar de escribir por momentos para hacerle frente a las muchas obligaciones que aún me cuesta trabajo cumplir, y tengo que vivir con la realidad de efectos secundarios ante el medicamento que tomo.

También he tenido que ir reconstruyendo los hábitos que hacen que un hogar sea funcional, esté limpio y cuente con las condiciones mínimas necesarias para que las cosas funcionen con un adecuado nivel de armonía. He tenido que aprender a recibir golpes, a esquivarlos y a abrazar a mi oponente sólo para lograr detener su ataque y alejarme para tomar distancia -lo digo de manera literal en el box que practico y metafóricamente en el hecho de que he aprendido a aceptar todo ese daño que he recibido en un abrazo de amor y compasión, primero hacía mí misma, y después hacia quienes no pudieron hacer otra cosa que montarse en su macho y hacerme a un lado.

Hace falta aceptarlo: como sociedad tampoco sabemos cómo actuar. Hay mucha ignorancia en torno al tema y en cuál es la mejor manera de ayudar. Hay también resistencia, porque es inevitable que nos sintamos ofendidos y/o culpables -tanto nosotros que gritamos o nos derrumbamos sin remedio, como ellos que no escuchan, por más que se grita o por mucho que no podamos levantarnos. Solemos reducirlo todo a un “me faltas al respeto" o "eres flojo, caprichoso, terco”, o tantas otras cosas que somos pero ninguna implica valientes, tenaces ni mucho menos cuerdos. 

Pero en este caso, el respeto se le debe precisamente a los vacíos que necesitamos llenar, tanto quienes vivimos en el destierro de esta vida, como quienes están inmersos en ella y buscan, por sobre todas las cosas, eliminar a quienes piensan, erróneamente, atentan contra la estabilidad de esta vida social. Las comunidades que eliminan a sus “enfermos” no son comunidades, «son comodidades».

Las personas con un trastorno mental no somos una inconveniencia social ni representamos un atentado a la estabilidad familiar y comunitaria. Somos un síntoma de una sociedad con ideas e ideales «trastornados», es decir, equivocados en su raíz humana, y en un sentido más cercano a la fe, con lo que es y significa ser cristiano.

Hoy, la reconstrucción de la muralla y el templo que soy y en el que Cristo habita, no es aún una realidad total. Es, lo que siempre ha sido: una intención constante y un deseo de vida. Hoy reconozco que Dios me ha dado un lugar en esta existencia y agradezco con todo mi ser que se me dé la oportunidad de construir una vida que incluya las dificultades que mi condición me impone, y también las posibilidades que las señales de nuestro tiempo brindan. Mi labor es reconocer ambas y ayudar a que nuestras familias, comunidades y sociedad las reconozcan también.

Pido perdón si alguien se ha sentido ofendido conmigo, y perdono las ofensas recibidas. La ignorancia es tan grande en ambos lados que es imposible no ofender ni ofenderse. Sin embargo, ya no le imploro a Dios que los castigue ni quiero romperle la cara a nadie -oh sí, llegué a desearlo con todo mi ser- tampoco quiero acabar con mi vida ni busco huir de mi existencia. Esos son logros muy grandes y muy buenos síntomas de una recuperación en camino.

Y, aun así, confieso también que temo intentar existir en el mundo siendo quien soy. Quiero esconderme porque sé que ser quien soy implica, o ser rechazada e ignorada, o ser minimizada -basta con que sepan que tienes un trastorno mental para que no se te pueda dar nada que no sea un “pobre”, como si la lástima fuera verdadera compasión y misericordia.

No quiero conmiseración. Busco misericordia. Y no estoy dispuesta a recibir migajas -no hay dignidad en ello. Jesús me ha hecho saber que soy digna, muy a pesar de mis incansables gritos capaces de llevar, incluso al buen Jesús a desear ignorar a la “loca esa”, y no porque sea malo, sino porque es la primera respuesta humana, después de todo, «No se debe echar a los perros el pan de los hijos.» O como me lo dijeron a mí: la pastoral existe para el servicio, no para ayudar a sus miembros. Precisamente por eso no logramos crear comunidad en nuestras iglesias: estamos para “servir a” o “servirnos de” otros, no para alimentarnos los unos a los otros e integrar a todos en este dar y recibir. Ser bueno es “no pedir” y sólo hacer. Ser egoísta es “pedir y hablar de lo que necesitas”. Estamos tan equivocados como sociedad y como individuos. 

(En el párrafo anterior hago alusión al encuentro de Jesús con la mujer cananea cuya hija era atormentada por demonios y a quien ignoró en un principio, creo que, precisamente, por sus incansables gritos que, definitivamente, no son manera de ppedir. Y sin embargo, una vez que fue escuchada y reconocida en su desesperación, y que ella le expresó que incluso los perros son mejor tratados que a ella -fue como si le dijera: ¿por qué mi hija y yo no merecemos un trato digno, si hasta los perros son vistos y aunque sea sobras reciben? Dicho esto, Jesús le brindó lo que era necesario, no tanto porque por fin lo haya pedido de buena manera, sino porque ella por fin reconoció su valor, tuvo fe en su valor y pidió no lástima sino dignidad -Mateo 15, 22-28).

Insisto, una vez nos damos cuenta del valor que como seres humanos tenemos a pesar de nuestras inseguridades y males, Jesús nos asegura: “Qué se cumpla tu deseo.” Y nuestros hijos e hijas, nuestros niños interiores y nuestra inocencia básica de seres vivos y humanos, son reconocidos y somos liberados de nuestros demonios. Liberación no quiere decir que todo el mal se acaba, sino que somos libres de actuar en dignidad y con reconocimiento. Una dignidad que empieza con reconocernos valiosos y asumir la responsabilidad que a cada quien nos toca.

Por eso, pide, insiste, no quites el dedeo del renglón y si sientes que necesitas ayuda, búscala. Vas a ser escuchado/a. A veces hay que gritar para que nuestro ser más profundo, y Dios, que vive en él, nos escuchen. A veces gritamos para oírnos a nosotros mismos.

No había escrito en más de una semana. El trabajo y la necesidad de hacer frente a la realidad de esta existencia y sus obligaciones han rebasado mi capacidad de respuesta. Además, en esta reconstrucción de mi ser, ya duermo más -incluso sueño, lo cual es muy bueno- y no puedo dejar de hacer ejercicio por lo que invierto tiempo en ello, y bastante. Lo que en su momento pensé que me tomaría unos meses hoy sé que me implicará el resto de mi vida. Y estoy dispuesta. Sé que el camino es largo, pero todo se construye un ladrillo a la vez. Así que no hay prisa.

Ahora, si bien mis oraciones se vieron interrumpidas de manera escrita, no se han visto interrumpidas en su realidad existencial diaria. Todo lo que hago es una oración. En todo momento Jesús está a mi lado y constantemente le digo que le amo y me dice que me ama también.

Hace poco alguien me dijo que yo era insegura: Y sí, lo soy. No se puede desear morir y vivir con la seguridad a cuestas. Y aún así, con Cristo a mi lado, ser insegura no es mi definición última, porque con Él, no importa mi inseguridad, de todas formas, logro hablar, escribir, leer, enseñar, trabajar, esforzarme, hacer y vivir. Vaya, fue el deseo de ser ayudada lo que elevó mi voz al grado de un grito que despertó a Cristo en mí.

No es la seguridad en uno mismo la que es necesaria, sino la seguridad de ser amado y saber que hay quien te apoya, pase lo que pase, seas lo que seas, te equivoque las veces que te equivoques. La fidelidad de Dios y su amor son verdaderamente infinitos. Soy afortunada de no bastarme a mí misma y de ser la persona insegura que soy. Después de todo, como bien lo expresó Santa Teresa de Jesús: ¡Sólo Dios basta!

Gracias mi amado Yavé, mi dulce Jesús y mi bendito Espíritu Santo. Gracias por su presencia y gracias por su luz. Permítanme ser presencia y luz en este mundo también. Y bendigan nuestras inseguridades para que a través de ellas logremos encontrarles en nuestros vacíos y logren así llenar nuestra existencia.

Te amo.