“Cada día, en efecto, acudía gente a David para
ayudarlo, hasta que el campamento llegó a ser grande, como un campamento de
Dios.” 1 Crón 12, 23
A veces nos sentimos solos. Puede ser que
efectivamente lo estemos, o puede ser que nos sintamos solos aun rodeados y/o
acompañados de otros, lo único que puedo asegurar, sea cual sea el caso, es que
sin importar nuestro sentir, nunca estamos solos.
No quiero caer en la frase de siempre: Dios está
contigo. No porque no sea cierto. Definitivamente lo es. Más bien porque si has
estado inmerso en una de esas soledades que no encuentra ni su sombra de lo
alejado que estás del mundo y de toda luz y alegría, entonces no importará qué
tanto te aseguren que Dios está contigo, lo vas a dudar si no es que lo niegas
del todo. Vas a pensar, Dios es una idea, un espejismo, o simplemente Dios se
olvidó de mí. No te sientas mal. Tu sentir es válido y comprensible. Jesús
nunca te reprocharía que te sientas así, porque conoce esa soledad absoluta: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 47)
Esa sensación de desapego total de Dios es sentir,
creer, vivir como real el hecho de que, verdaderamente, no hay absolutamente
ninguna posibilidad de que Dios esté con nosotros porque simplemente no encontramos
nada que indique que a alguien le importa lo que nos pasa. Y ese es precisamente
el asunto: Dios no es una experiencia personal.
Esto que digo te va a sonar escandaloso porque estamos
convencidos de que lo es. Tener un encuentro con Dios, con Jesús y/o con el
Espíritu, lo consideramos una experiencia personal. Sin embargo, te voy a
asegurar algo: A Dios, Cristo y el Espíritu los experimentamos en el amor, y el
amor se expresa en compañía. Dios es una experiencia comunitaria, no personal.
Es verdad que cada persona experimenta a Dios, pero el
encuentro con Dios se manifiesta en el encuentro que cada uno tenemos con
nosotros mismos y con los demás. Amarás a Dios, y eso se traduce en amarás al
prójimo como a ti mismo. Bien visto, es una misma ley. Dios es unidad. La Trinidad
de Dios no sólo se manifiesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu. La Trinidad
es constante y eterna: Nosotros, tú y yo.
Y como dije, puedes estar inmerso en la más profunda
soledad y sentir que nadie ni nada te sostiene. Pero la Verdad no tiene nada
que ver con lo que sientes.
Hace relativamente poco tiempo, alguien compartió
una imagen que me encantó y que hoy te comparto porque abrió mi mente a todo lo
que implica no estar solo:
Dios, la Vida, el Ser, se hace presente en tu existir
siempre y todo el tiempo, pero tienes que tomar consciencia de ello. En tu
cuerpo, billones de células luchan todos los días por mantenerte vivo. Y tú, al
igual que todos en este mundo, luchas también todos los días a lado de muchas
otras personas que, a su vez, luchan sus propias batallas. No estamos solos,
simplemente hay momentos en que el dolor es tan grande, que no nos permite
tomar consciencia de esta realidad: El Ser, la Vida, Dios, está, vive y lucha con
nosotros, con todos nosotros.
De modo que meditémoslo así: siempre que das tu mejor
esfuerzo, lo haces a lado de alguien más. Puedes decidir creer que estás solo
en ese esfuerzo diario por construir una vida, “tu vida”, o puedes darte cuenta
de que eres una persona más, entre millones, que todos los días se esfuerzan
por construir una vida, su vida. Si tu esfuerzo se une al de ellos, el esfuerzo
es de todos. Toma consciencia de eso y nunca más estarás solo.
En otras palabras: todos luchamos, y lo hacemos uno al
lado del otro. De modo que no estás solo. Y, estés o no consciente de ello,
Dios, la Vida, el Ser, está en ti y contigo, y lucha por ti y tu lado y en ti.
Así que da lo mejor de ti. Siempre da lo mejor de ti.
Todo lo que haces tiene un impacto en tu interior y en tu exterior. La luz que
generas es luz para todos. Así que brilla.
Y cuando no puedas, o sientas que no puedes, acércate
a la luz de otros: ve sus esfuerzos, admira su dedicación y síguelos. Su
esfuerzo es tuyo también: tómalo, acéptalo, reconócelo, y da gracias. Y tu
esfuerzo es de ellos: entrégalo, compártelo, asume la responsabilidad que
tienes de permitir que el mundo sea hoy más humano.
Jesús, ayúdanos a darnos cuenta de que nunca, nunca,
nunca estamos solos. Tú estás con nosotros y nosotros estamos en el mundo, y
todos luchamos. Esas luchas individuales que hacemos a lado de los demás,
podemos darles una intención que vaya más allá de lo personal. Mis actos hoy
pueden ser actos para todos.
Dios Padre-Madre, permítenos dedicar nuestros
esfuerzos de hoy para acompañar a otros en sus esfuerzos diarios. Permítenos
sacar fuerza del ejemplo de los esfuerzos de otros, para animarnos en nuestras
propias luchas y saber que no estamos solos.
Gracias Espíritu Divino por darnos la capacidad de comprender
que estás incluso donde nos cuesta tanto trabajo encontrarte. Gracias Dios
Padre-Madre, Jesús y Espíritu Santo por su eterna luz y constante compañía.
Te
amo. Los amamos.
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