viernes, 28 de diciembre de 2018

Si lo buscas


“«Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón entero y con ánimo cariñoso, porque Yavé sondea a todos los corazones y penetra los pensamientos en todas sus formas. Si lo buscas, se deja encontrar, pero si lo dejas, él te arrojará para siempre. Mira ahora que Yavé te ha elegido para edificar una Casa que sea su Santuario. Sé fuerte y manos a la obra.»” 1 Crón 28, 9 y 10

Mi Bien, mi dulce Bien, entre lo que parecían interminables listas de nombres y puestos, apareció esta cita, y mi corazón saltó. “Si lo buscas se dejará encontrar.” Eso es tan cierto. Buscarte, buscarte, buscarte… buscar lo que es verdadero, lo que es bueno, lo que es bello. 

Me sorprende que una afirmación tan bella esté a lado de una realidad tan cruel: “Si lo buscas, se deja encontrar, pero si lo dejas, él te arrojará para siempre”. 

Ese “él te arrojará para siempre”, me parece… cruel. El tipo de cosas por las que muchos critican tu existencia de bondad: ¿Cómo es posible que Dios, siendo bueno, permita y, de hecho, genere el mal, el rechazo, el odio? ¿Cómo puede un ser de amor, arrojar a alguien para siempre? 

Es una pregunta difícil de contestar, pero quiero intentar contestarla. ¿Por qué? Porque eres bueno, y es importante tener la capacidad de comprenderlo. 

Pero dado que la presencia de Dios no puede más que experimentarse como una experiencia de vida, si he de encontrar una respuesta la he de encontrar en la experiencia de vida que he tenido. 

Aquí es donde escribí mucho, mucho, mucho, y luego lo borré. Eran demasiadas palabras que lo único que decían era: yo fui quien arrojó a Dios de mi vida. ¿Cómo? Creyendo que la manera en que los demás me definían, me diagnosticaban o me decían que era, efectivamente era la única manera en que yo podía ser definida. 

Recuperarme, y me he recuperado de situaciones muy peligrosas, implicó creer que, a pesar de todo lo que digan los demás, a pesar de los diagnósticos y de una evidente incapacidad para vivir, relacionarme con otros y funcionar, valgo la pena y sí puedo. Implicó creer que Dios está en mí. Que hay algo valioso en mí. Que no soy sólo una víctima, pero tampoco soy sólo un verdugo. Que yo no fui la culpable de mi vulnerabilidad y no estuvo bien que otros hayan abusado de esa vulnerabilidad, pero tampoco puedo sólo reconocer mi vulnerabilidad y sentarme a que desaparezca sola. Porque es muy importante saberlo y asumirlo: si bien no tiene nada de malo ser vulnerable, a veces, tampoco tiene nada de bueno. 

A Dios lo arrojé de mi vida no porque no haya creído en él, siempre he creído, sino porque llegue a no creer en mí. Al aceptar que yo no tengo dignidad porque tengo un “problema”, y por lo tanto no merezco pertenecer. Al aceptar que la gente no quiera estar a mi lado porque no sabe cómo estar a mi lado. Al callarme cuando tenía una necesidad. Al no decir, no, cuando eso era lo que quería decir. Al buscar las mismas relaciones tóxicas que sabía me hacían daño, pero que creí necesitaba más que mi amor propio. 

Todo eso fue arrojar el “SER” lejos de mí. Y si arrojas al ser, Dios, el SER no podrá más que arrojarte también, porque tu vida no tendrá el sentido de valía y dignidad que debe tener, que estás destinado a tener. 

Dios es el SER. No lo dejes porque al dejarlo te arrojas lejos de la existencia y el sentido último de vivir: SER. Si no asumes el ser, el SER no puede asumirte.  

Ahora, no arrojarlo implica luchar. Luchar por eso que vales. Y cuando tienes que luchar necesitas fuerza y energía, y nada alimenta la fuerza y la energía como el coraje, el odio, el rencor y la ira. Quien piense que se puede luchar de manera pacífica, no conoce o reconoce en sí mismo, las acciones “pasivo-agresivas”. No nos engañemos, no hay lucha sin agresión de algún tipo. El coraje y la ira juegan un papel en la existencia. Y la pasividad también es una forma de agredir, y a veces, incluso más afectiva. 

Gandhí lo sabía bien. La diferencia entre lo realizado por Gandhi y lo que suelen hacer las personas pasivo-agresivas es la dignidad con que tratan al otro. Y esa es una diferencia enorme, porque uno lucha por la justicia para todos -condición indispensable para que la dignidad se de- y el otro lucha por la mezquindad, la cual se define como: realizar acciones que puedan perjudicar a otra persona o que impliquen un trato despreciable. 

De modo que no te voy a decir que en mí solo existe amor y buena voluntad. No, yo tengo coraje, odio, rencor e ira. Y eso me lleva al deseo, enorme, de golpear gente. Estoy tentada a contarte las razones muy justificadas que tengo para sentir todo eso. Y si las cuento, te aseguro que igual y también te da coraje y me dices: ¿A quién quieres que vayamos a golpear? 

Bueno, quizá no. Quizá eso de querer golpear gente sólo me pase a mí. Pero me pasa. Y aunque me pasa, no lo he hecho. En el pasado el coraje se internalizó aún más, y en lugar de querer lastimar a otros, me lastimaba yo. ¿Por qué? A veces la incapacidad de vivir en un mundo que nos minimiza puede llevarnos a la agresión última: lastimarnos nosotros. Y el colmo de ese daño es terminar con nuestra vida ante la evidente imposibilidad de dignificar nuestra existencia. 

Y aquí es donde casi siempre caemos en un extremo del “Yo” o el extremo de “Ustedes”. ¿Qué quiero decir? Bueno, podemos caer en la tentación de creer aquello de que nos bastamos a nosotros mismos y que a partir de aquí soy yo y sólo yo. Después de todo, es nuestra existencia y a nadie le importa más que a mí. También podemos caer en el extremo de “ustedes” son quienes necesitan cambiar y ser otros porque no son capaces de reconocer mi valía. Y entonces llenarnos del deseo de superarnos sólo para aplastar a ese “ustedes que me hicieron daño” o quedarnos justo donde y como estamos para poder decir: “ustedes no me ayudaron a desarrollarme”. 

Pero existe un punto medio -y más justo- y es el “nosotros”.

También es el más difícil: “nosotros”. Pero te lo puedo asegurar, porque ya lo intenté: no vas a poder solo, necesitas un “nosotros”. Y es verdad que a veces esos otros no están dispuestos a ayudarte. Sobrevivir es algo que se puede hacer solo, pero vivir, es colectivo. Así que… si no hay alguien a tu lado, no seas yo. Si has de ser algo, que sea: Dios y yo: Nosotros. 

Permite que el “nosotros” empiece con Dios. Y yo no sé cómo vivas a Dios, pero vívelo. 

Yo lo imagino. Alguna vez alguien me dijo, en tono peyorativo: Dios es un amigo imaginario. Y sonrió como si el saberlo lo hiciera un ser superior a mí. Y quizá esa persona nunca ha necesitado un amigo imaginario, pero como dice la canción “Camina siempre adelante” de Alberto Cortez que escuchaba con mis padres de niña: “Cuando te falte un amigo o un perro con quien hablar, mira hacia adentro y contigo has de poder conversar.” 

¿Sabías que está visto que los niños solitarios que tienen amigos imaginarios llegan a ser más felices y resilientes que los niños solitarios que no tienen amigos imaginarios? Cuando yo miro hacia adentro encuentro a Dios. Quizá es el nombre que me enseñaron que tiene esa parte de mí que es la más humana y linda y compasiva. El caso es que me reconozco humana, linda y compasiva, y he aprendido que puedo serlo no sólo con los demás, sino conmigo misma también. 

Ayer, escuche a un médico -no creyente- llamar a ese amigo imaginario como el “Espíritu humano”. Igual y es el héroe en que te puedes convertir o el deseo que tienes de superarte. El caso es que existe. Lo imagines o no, ese "algo", ese "ser", existe.  

Pero no te quedes en el “está dentro de mí”. Como dijo Jesús: “No se enciende una vela para esconderla debajo de la mesa”. Una vez que hagas contacto con Él, búscalo en otros. Por que también existe en otros. 

Claro que si tú, como yo, también quieres golpear a ciertas personas, probablemente no es ahí donde debas buscarlo primero. Pero búscalo. Búscalo siempre. Y empieza buscándolo en ti. 

Ayer fui al gimnasio y entrené box yo sola porque en estas vacaciones no ha habido clases. Imaginaba que Jesús estaba ahí y que eran sus instrucciones las que seguía. Instrucciones que yo decía en voz alta y que cuando me salían mal, en tono enérgico me decía: ¡No! ¡Otra vez! ¡Empieza de nuevo! ¡Concéntrate! En fin. Jesús es muy exigente como coach. Y cuando me salía bien me decía: ¡Eso! ¡Así! ¡Ya salió! ¡Muy bien! Jesús también es excelente en reconocer tu esfuerzo y aplaudir tus logros. 

Por ahora entreno sola, pero llegará el día en que volverá a haber clases y tendré que entrenar con otros. Me gusta más entrenar sola. Me gusta más hacerlo todo sola porque es más seguro y menos intimidante. Pero la única manera de verdaderamente mejorar es entrenar con alguien enfrente de ti, en relación. 

También he tenido que tener claro por qué quiero entrenar: para pelear o para estar preparada. Yo no entreno para pelear, sino para auto-dominarme. Necesito estar preparada para cerrar el puño, no precisamente para golpear, sino para no hacerlo. Necesito hacer contacto con esa parte de mí capaz de defenderse, pero que sea tan evidente que no tenga que levantar la voz ni el puño. 

¿Conoces gente así? Yo sí, y quiero ser como ellos. En las historias son los típicos “Señor Miyagi” del Karate Kid. El Señor Miyagi es un arquetipo de una cualidad a la que todos tenemos acceso: la autodisciplina y el control. 

En esta consciencia de que no puedo arrojar al SER de mí, pero sí quisiera poder golpear gente del enorme coraje y la extrema ira en la que me encuentro, me topé hoy con esta imagen:



Seguramente se trata de un monje budista, por el tipo de rosario que tiene en las manos, pero cuando yo lo veo, me veo a mí. Veo mis tatuajes-cicatrices y veo mi cabeza inclinada en actitud de súplica, veo el deseo de hacer daño y también la consciencia de que eso implicaría arrojar todo lo valioso de mi vida. Y me veo sufrir y pedirle a Dios que no me permita sufrir sola. Le pido que me contenga. Le pido también perdón, pero no de rodillas, sino sentada y lista para levantarme de un brinco. Estoy atenta a lo que sucede en mí y a mi alrededor, porque no quiero ser sorprendida en mi vulnerabilidad de nuevo. No busco lastimar, pero de ninguna manera estoy dispuesta a ser lastimada de nuevo. Y nunca, nunca, nunca me quedaré callada. Mi oración es en silencio, pero no es inaudible. 

Lo que me falta es desarrollar los músculos, pero bueno, todo toma tiempo. Paciencia, me dice Jesús. Paciencia y no faltes al gimnasio por nada.

😉 

 
Mi bien, permite que el nosotros que te refleja nos lleve a dominarnos a través del sacrificio y la entrega a la disciplina y la determinación de buscarte siempre, siempre, siempre. Y trasforma mi odio e ira en una disciplina que te glorifique y luche por tu Reino. Te amo.  

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