“«Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu
padre, y sírvele con corazón entero y con ánimo cariñoso, porque Yavé sondea a
todos los corazones y penetra los pensamientos en todas sus formas. Si lo
buscas, se deja encontrar, pero si lo dejas, él te arrojará para siempre. Mira
ahora que Yavé te ha elegido para edificar una Casa que sea su Santuario. Sé
fuerte y manos a la obra.»” 1 Crón 28, 9 y 10
Mi Bien, mi dulce Bien, entre lo que parecían
interminables listas de nombres y puestos, apareció esta cita, y mi corazón
saltó. “Si lo buscas se dejará encontrar.” Eso es tan cierto. Buscarte,
buscarte, buscarte… buscar lo que es verdadero, lo que es bueno, lo que es
bello.
Me sorprende que una afirmación tan bella esté a lado
de una realidad tan cruel: “Si lo buscas, se deja encontrar, pero si lo dejas,
él te arrojará para siempre”.
Ese “él te arrojará para siempre”, me parece… cruel.
El tipo de cosas por las que muchos critican tu existencia de bondad: ¿Cómo es
posible que Dios, siendo bueno, permita y, de hecho, genere el mal, el rechazo,
el odio? ¿Cómo puede un ser de amor, arrojar a alguien para siempre?
Es una pregunta difícil de contestar, pero quiero
intentar contestarla. ¿Por qué? Porque eres bueno, y es importante tener la capacidad de comprenderlo.
Pero dado que la presencia de Dios no puede más que
experimentarse como una experiencia de vida, si he de encontrar una respuesta
la he de encontrar en la experiencia de vida que he tenido.
Aquí es donde escribí mucho, mucho, mucho, y luego lo
borré. Eran demasiadas palabras que lo único que decían era: yo fui quien
arrojó a Dios de mi vida. ¿Cómo? Creyendo que la manera en que los demás me
definían, me diagnosticaban o me decían que era, efectivamente era la única
manera en que yo podía ser definida.
Recuperarme, y me he recuperado de situaciones muy
peligrosas, implicó creer que, a pesar de todo lo que digan los demás, a pesar
de los diagnósticos y de una evidente incapacidad para vivir, relacionarme con
otros y funcionar, valgo la pena y sí puedo. Implicó creer que Dios está en mí.
Que hay algo valioso en mí. Que no soy sólo una víctima, pero tampoco soy sólo
un verdugo. Que yo no fui la culpable de mi vulnerabilidad y no estuvo bien que
otros hayan abusado de esa vulnerabilidad, pero tampoco puedo sólo reconocer mi
vulnerabilidad y sentarme a que desaparezca sola. Porque es muy importante
saberlo y asumirlo: si bien no tiene nada de malo ser vulnerable, a veces,
tampoco tiene nada de bueno.
A Dios lo arrojé de mi vida no porque no haya creído
en él, siempre he creído, sino porque llegue a no creer en mí. Al aceptar que
yo no tengo dignidad porque tengo un “problema”, y por lo tanto no merezco
pertenecer. Al aceptar que la gente no quiera estar a mi lado porque no sabe
cómo estar a mi lado. Al callarme cuando tenía una necesidad. Al no decir, no,
cuando eso era lo que quería decir. Al buscar las mismas relaciones tóxicas que
sabía me hacían daño, pero que creí necesitaba más que mi amor propio.
Todo eso fue arrojar el “SER” lejos de mí. Y si
arrojas al ser, Dios, el SER no podrá más que arrojarte también, porque tu vida
no tendrá el sentido de valía y dignidad que debe tener, que estás destinado a
tener.
Dios es el SER. No lo dejes porque al dejarlo te
arrojas lejos de la existencia y el sentido último de vivir: SER. Si no asumes
el ser, el SER no puede asumirte.
Ahora, no arrojarlo implica luchar. Luchar por eso que
vales. Y cuando tienes que luchar necesitas fuerza y energía, y nada alimenta
la fuerza y la energía como el coraje, el odio, el rencor y la ira. Quien
piense que se puede luchar de manera pacífica, no conoce o reconoce en sí mismo,
las acciones “pasivo-agresivas”. No nos engañemos, no hay lucha sin agresión de
algún tipo. El coraje y la ira juegan un papel en la existencia. Y la pasividad también es una forma de agredir, y a veces, incluso
más afectiva.
Gandhí lo sabía bien. La diferencia entre lo realizado por Gandhi y lo que suelen hacer las personas pasivo-agresivas es la dignidad con que tratan al otro. Y esa es una diferencia enorme, porque uno lucha por la justicia para todos -condición indispensable para que la dignidad se de- y el otro lucha por la mezquindad, la cual se define como: realizar acciones que puedan perjudicar a otra persona o que impliquen un trato despreciable.
De modo que no te voy a decir que en mí solo existe
amor y buena voluntad. No, yo tengo coraje, odio, rencor e ira. Y eso me lleva
al deseo, enorme, de golpear gente. Estoy tentada a contarte las razones muy
justificadas que tengo para sentir todo eso. Y si las cuento, te aseguro que igual
y también te da coraje y me dices: ¿A quién quieres que vayamos a golpear?
Bueno, quizá no. Quizá eso de querer golpear gente sólo
me pase a mí. Pero me pasa. Y aunque me pasa, no lo he hecho. En el pasado el
coraje se internalizó aún más, y en lugar de querer lastimar a otros, me lastimaba
yo. ¿Por qué? A veces la incapacidad de vivir en un mundo que nos minimiza
puede llevarnos a la agresión última: lastimarnos nosotros. Y el colmo de ese daño
es terminar con nuestra vida ante la evidente imposibilidad de dignificar
nuestra existencia.
Y aquí es donde casi siempre caemos en un extremo del “Yo”
o el extremo de “Ustedes”. ¿Qué quiero decir? Bueno, podemos caer en la
tentación de creer aquello de que nos bastamos a nosotros mismos y que a partir
de aquí soy yo y sólo yo. Después de todo, es nuestra existencia y a nadie le
importa más que a mí. También podemos caer en el extremo de “ustedes” son
quienes necesitan cambiar y ser otros porque no son capaces de reconocer mi
valía. Y entonces llenarnos del deseo de superarnos sólo para aplastar a ese “ustedes
que me hicieron daño” o quedarnos justo donde y como estamos para poder decir: “ustedes
no me ayudaron a desarrollarme”.
Pero existe un punto medio -y más justo- y es el “nosotros”.
También es el más difícil: “nosotros”. Pero te lo puedo
asegurar, porque ya lo intenté: no vas a poder solo, necesitas un “nosotros”. Y es verdad que a veces esos otros no están dispuestos a
ayudarte. Sobrevivir es algo que se puede hacer solo, pero vivir, es colectivo.
Así que… si no hay alguien a tu lado, no seas yo. Si has de ser algo, que sea: Dios
y yo: Nosotros.
Permite que el “nosotros” empiece con Dios. Y yo no sé
cómo vivas a Dios, pero vívelo.
Yo lo imagino. Alguna vez alguien me dijo, en tono
peyorativo: Dios es un amigo imaginario. Y sonrió como si el saberlo lo hiciera
un ser superior a mí. Y quizá esa persona nunca ha necesitado un amigo
imaginario, pero como dice la canción “Camina siempre adelante” de Alberto
Cortez que escuchaba con mis padres de niña: “Cuando te falte un amigo o un
perro con quien hablar, mira hacia adentro y contigo has de poder conversar.”
¿Sabías que está visto que los niños solitarios que
tienen amigos imaginarios llegan a ser más felices y resilientes que los niños
solitarios que no tienen amigos imaginarios? Cuando yo miro hacia adentro
encuentro a Dios. Quizá es el nombre que me enseñaron que tiene esa parte de mí
que es la más humana y linda y compasiva. El caso es que me reconozco humana,
linda y compasiva, y he aprendido que puedo serlo no sólo con los demás, sino conmigo
misma también.
Ayer, escuche a un médico -no creyente- llamar a ese
amigo imaginario como el “Espíritu humano”. Igual y es el héroe en que te
puedes convertir o el deseo que tienes de superarte. El caso es que existe. Lo
imagines o no, ese "algo", ese "ser", existe.
Pero no te quedes en el “está dentro de mí”. Como dijo
Jesús: “No se enciende una vela para esconderla debajo de la mesa”. Una vez que
hagas contacto con Él, búscalo en otros. Por que también existe en otros.
Claro que si tú, como yo, también quieres golpear a
ciertas personas, probablemente no es ahí donde debas buscarlo primero. Pero búscalo.
Búscalo siempre. Y empieza buscándolo en ti.
Ayer fui al gimnasio y entrené box yo sola porque en estas
vacaciones no ha habido clases. Imaginaba que Jesús estaba ahí y que eran sus instrucciones
las que seguía. Instrucciones que yo decía en voz alta y que cuando me salían
mal, en tono enérgico me decía: ¡No! ¡Otra vez! ¡Empieza de nuevo! ¡Concéntrate!
En fin. Jesús es muy exigente como coach. Y cuando me salía bien me decía: ¡Eso!
¡Así! ¡Ya salió! ¡Muy bien! Jesús también es excelente en reconocer tu esfuerzo
y aplaudir tus logros.
Por ahora entreno sola, pero llegará el día en que
volverá a haber clases y tendré que entrenar con otros. Me gusta más entrenar
sola. Me gusta más hacerlo todo sola porque es más seguro y menos intimidante.
Pero la única manera de verdaderamente mejorar es entrenar con alguien enfrente
de ti, en relación.
También he tenido que tener claro por qué quiero entrenar:
para pelear o para estar preparada. Yo no entreno para pelear, sino para auto-dominarme.
Necesito estar preparada para cerrar el puño, no precisamente para golpear,
sino para no hacerlo. Necesito hacer contacto con esa parte de mí capaz de
defenderse, pero que sea tan evidente que no tenga que levantar la voz ni el
puño.
¿Conoces gente así? Yo sí, y quiero ser como ellos. En
las historias son los típicos “Señor Miyagi” del Karate Kid. El Señor Miyagi es
un arquetipo de una cualidad a la que todos tenemos acceso: la autodisciplina y
el control.
En esta consciencia de que no puedo arrojar al SER de
mí, pero sí quisiera poder golpear gente del enorme coraje y la extrema ira en
la que me encuentro, me topé hoy con esta imagen:
Seguramente se trata de un monje budista, por el tipo
de rosario que tiene en las manos, pero cuando yo lo veo, me veo a mí. Veo mis tatuajes-cicatrices
y veo mi cabeza inclinada en actitud de súplica, veo el deseo de hacer daño y
también la consciencia de que eso implicaría arrojar todo lo valioso de mi
vida. Y me veo sufrir y pedirle a Dios que no me permita sufrir sola. Le pido
que me contenga. Le pido también perdón, pero no de rodillas, sino sentada y
lista para levantarme de un brinco. Estoy atenta a lo que sucede en mí y a mi
alrededor, porque no quiero ser sorprendida en mi vulnerabilidad de nuevo. No
busco lastimar, pero de ninguna manera estoy dispuesta a ser lastimada de
nuevo. Y nunca, nunca, nunca me quedaré callada. Mi oración es en silencio,
pero no es inaudible.
Lo que me falta es desarrollar los músculos, pero bueno, todo toma tiempo. Paciencia, me dice Jesús. Paciencia y no faltes al gimnasio por nada.
😉
Mi bien, permite que el nosotros que te refleja nos
lleve a dominarnos a través del sacrificio y la entrega a la disciplina y la
determinación de buscarte siempre, siempre, siempre. Y trasforma mi odio e ira
en una disciplina que te glorifique y luche por tu Reino. Te amo.
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