jueves, 27 de diciembre de 2018

Pase lo que pase: Dios es bueno

Photo by Ryan Holloway on Unsplash


“Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a hacer el censo de Israel.”
1 Crón 21, 1

Esta historia del censo de Israel realizada por David, como mucho de lo narrado Crónicas, también se nos dio a conocer en el libro de Reyes, donde, si recuerdo bien, sí había comentario al respecto (leo la Biblia Latinoamericana, 2005 y consulto la edición de 1972). Pero en Crónicas no hay comentarios ni hay versículos al margen para saber dónde se menciona el hecho en Reyes. Es curioso, en los demás libros existen, pero en este no. 

Pero recuerdo que el censo fue un pecado, no tanto porque sea malo contar nuestras bendiciones, sino por lo que se pretendía al contar. A veces, no son bendiciones lo que contamos, sino triunfos, logros, y al contar los consideramos nuestros. Y generalmente tenemos la osadía de sentirnos muy superiores a los demás por tener esos triunfos. Contar la cantidad de israelitas era tanto como querer contar las estrellas del cielo y apropiarse de ellas. No fue el Espíritu quien lo llevó a contar, fue su ego, su deseo de tener la absoluta certeza de lo que había logrado.

Sin entrar en demasiados detalles, la consecuencia fue una plaga que acabó con 70 mil hombres. Es decir, nuestro ego generalmente no paga las consecuencias, la pagan otros. 

David comprendió demasiado tarde esto. Su actuar fue entonces el actuar de un líder que es líder, no rey. Sometió su ego y oró: “Y David dijo a Yavé: «Yo fui quien ordenó hacer el censo del pueblo. Yo fui quien pequé; yo cometí el mal; pero estas ovejas ¿qué culpa tienen? Oh Yavé, Dios mío, caiga tu mano sobre mí, y sobre la familia de mi padre, pero que no haya plaga en tu pueblo.” 1 Crón 21, 17

David, entonces, recibió la orden de hacer un altar en la era de Omán. Aclaro que una “era” en agricultura es una porción de tierra firme y limpia que se destina para trillar los cereales y separar, por ejemplo, el trigo de las espigas. Así que no era cualquier terreno. 

Omán, al enterarse, le dijo a David que tomara el terreno y le ofreció también bueyes y trillos para la leña. No era necesario pagar nada. Él lo ofrecía. Y entonces, David, esta vez, hizo lo correcto: 

“El rey David replicó a Omán: «No, quiero comprártelo por su justo precio, pues no tomaré para Yavé lo que es tuyo, ni quiero ofrecerle sacrificios que no me cuesten.»”

Es fácil colgarnos de los demás y hacer nuestro el trabajo y el esfuerzo de otros. Se ve mucho en los dueños de empresas, jefes y en las personas que tienen a otros bajo su mando. Son muchas las personas con “autoridad” que asumen los logros de su equipo como propia. Y son pocas las personas con verdadera autoridad que son ejemplo porque están al frente no para mandar, sino para asumir la responsabilidad del equipo. Asumen que es a ellos a quienes les corresponde el bienestar de todos y buscan antes que nada el bienestar de todos. 

Siempre será más fácil culpar a los demás de lo que en el equipo no funciona, pero, el primer responsable siempre será el líder. Un líder debe comprender que “tiene que pagar el precio justo por el sacrificio de los demás”. Colgarse de los logros de otros para engrandecernos y exigir logros sin un esfuerzo propio es pecado. Es uno de los pecados más grandes y más crueles que existen porque quien lo hace siempre termina sacrificando a los demás, exigiendo resultados sin esfuerzo, y vanagloriándose de los logros de otros. 

Es triste, porque ese tipo de “jefes” son exaltados y muy aplaudidos en la sociedad de hoy. Personajes como Donald Trump y Steve Jobs son perfectos ejemplos. Estas personalidades narcisistas son abusivos, pero tienen, sin duda, éxito en términos de empresas y negocios. ¿Cuántas miles de personas han tenido que pagar por sus beneficios? Ese es el censo que debería hacerse. 

Por eso, es sumamente importante aprender a conocer a Satanás y el papel que juega en nuestras vidas. Muchas veces se nos olvida que Satanás es un ángel -caído, quizá, pero si cayó fue para estar siempre aquí y cerca-, y como tal, también es un mensajero. Su función es tentarnos. Él no decide, pero pone las cosas sobre la mesa de manera muy lógica y busca alimentar nuestro ego, nuestra sensación de autosuficiencia. Esa es su función. Y como todo lo que Dios hizo, es buena, es bella y es verdadera. 

Así que no huyamos de Satanás. Enfrentémoslo con buena cara. 

Esto que les digo seguramente es escandaloso, pero antes de juzgarme, denme la oportunidad de explicarme. 

Jordan Peterson, psicólogo clínico, muy involucrado en el estudio e investigación de la psicología desde la perspectiva de Carl Jung (psicoanalista de arquetipos y consciencias colectivas, entre otras cosas) explica en una de sus infinitas pláticas (pueden buscar su canal en Youtube) que, una de las cosas impresionantes de las narraciones bíblicas es la tendencia a considerar que todo lo que Dios hace es bueno. Si hay una plaga, por ejemplo, no es porque Dios sea malo, debe ser porque algo hicieron mal los israelitas (es decir, nosotros). 

Nos explica que, dado que el concepto de Dios, por decirlo de algún modo, es el Yo Soy, es decir, el SER, entonces el SER, la Vida, la Existencia, es buena. Y dentro de ese SER, esa Existencia, incluso aquello que percibimos como “malo” es bueno, de modo que, si algo está saliendo mal, es que nosotros necesitamos cambiar algo. Nosotros, no el SER: Nosotros. 

Otro de los aspectos impresionantes de toda esta narrativa bíblica, asegura Peterson, es que, entre Dios -el SER- y nosotros, ya no existe una interacción entre creatura y creador, sino una “relación” entre el SER y el soy. Es decir, podemos actuar para cambiar el ser, nuestro ser, el ser que nos rodea, es decir, la existencia mía, tuya y de todos. 

Por lo tanto, necesitamos asumir la bondad del ser y transformarnos a partir de esa bondad, buscando nuestras verdaderas motivaciones y la razón última de los hechos y dando una intención de belleza a nuestros actos. Porque la belleza cuesta, implica esforzarnos al máximo. Es un sacrificio.
Y el sacrificio tiene que empezar con nosotros. 

Visto así, Satanás está ahí para iniciar la toma de consciencia de esa responsabilidad propia. Satanás, como todo lo que Dios creo, juega un papel de bondad, verdad y belleza. Nuestra función es escuchar, detenernos antes de actuar, tomar consciencia de las cosas y sacrificarnos nosotros en el actuar. No implica actuar como deseamos, sino como corresponde: como líderes de nuestra existencia e influencia en la existencia de los demás. Todos somos David: hijos, reyes, elegidos. Pero necesitamos asumir nuestra responsabilidad de hijos, reyes y elegidos. 

Ayer escuché a Kyle Cease, un comediante, autor y motivador, en una sesión que dio titulada: “Sólo te estas manipulando a ti mismo”. Estas sesiones de ayuda, según entiendo porque lo acabo de conocer, se llaman “Evolving out loud” (Evolucionando en voz alta) y en ellas ayuda a personas a descubrir motivaciones, deseos y habilidades que tienen o necesitan. En fin, el caso es que la mujer que estaba ayudando le dijo que se indignó, se molestó muchísimo cuando escuchó a una persona en otro evento de autoayuda mentirle a la gente y manipularla. Y Kyle la invitó a que en vez de enojarse e indignarse, diga: “I love it!” (¡me encanta!). 

Asumir que eso “malo” que somos capaces de ver en otros o las circunstancias, es en realidad “bueno”, fue un shock para mí. Pero empiezo a considerarlo porque… tomar consciencia de lo malo en otros es tomar consciencia del mal que podemos hacer y de hecho nos hacemos y hacemos a los demás. Porque al final, como también explica Jordan Peterson en otro de sus muchos videos, no hay un ser humano capaz de hacer algo que otro ser humano no pueda llegar a hacer. Hay que conocer lo más negro de nuestra alma humana para poder reconocer cuándo estamos actuando a partir de esa obscuridad, y cuando no. La inconsciencia es el camino más corto a la maldad y el más disfrazado de buena intención y nobleza. 

Pero muchas veces no queremos tomar consciencia -lo cual, nos llevaría a perdonar con mayor caridad- porque para muchos de nosotros entender por qué alguien actúa mal -incluyéndonos- equivale a darle una justificación, es decir, condonarlo, aceptar que está bien. Y fue ahí donde entendí lo que Kyle quería decir con aquello de “¡me encanta!” 

No es que me encante el mal hecho, sino el hecho de darme cuenta de que está mal. Gracias a esa persona nos hemos dado cuenta y tenemos, ahora, la posibilidad de agradecer la enseñanza y actuar diferente. 

Cuando Jesús fue tentado en el desierto, Jesús no respondió con amenazas, ni le dijo a Satanás: “¡Vete al infierno!” Si lo hubiese hecho, habría caído en la tentación de sentirse superior ante la enseñanza brindada. Yo seguramente lo habría hecho así. Lo sé porque suelo enojarme por lo que otros hacen mal -sobre todo cuando es asunto de abusos o mentiras. Pero eso es lo que estoy diciendo al enojarme: yo soy superior a ti. ¡Qué tremendo y difícil es no enojarse ante la estupidez ajena! ¡Y qué estúpido es enojarse también! 

Pero Jesús escuchó y simplemente eligió lo correcto. Y con autoridad, pero sin enojo, dijo: También está escrito: no tentarás al Señor tu Dios (Mt 4, 7). Es decir, podemos justificarlo todo, pero lo correcto es correcto. Punto. Y por ello, no podrás condiciones ni crearás salidas a medias. Haz lo correcto. Punto. 

No te voy a decir que comprenderlo basta para lograrlo. Pero, como decían en la caricatura de GI-Joe que mi hermano veía de pequeño: “Knowing is half de battle.” (Saberlo es la mitad de la batalla). Así que de eso se trata y en eso hay que entrenarnos: hacer el bien, muy a pesar de que no deseamos hacerlo, de que encontramos justificaciones para no hacerlo, de que es la manera en que opera el mundo, de que no podemos dejar de sentirnos amenazados, tristes, solitarios, enojados, frustrados, o cualquier otra cosa que no sea sentirnos felices y realizados. 

En muchos sentidos, la búsqueda de la felicidad es un derecho, sí. Pero también puede ser una trampa. Sobre todo, cuando nuestra felicidad depende de la desdicha de otros, del trabajo de otros, de la entrega de otros y de la nula capacidad de sacrificarnos nosotros por ellos también.  

Así que, Jesús, mi amado Jesús, ayúdame. Porque yo aún no logro decirle a Satanás: No tentarás al Señor tu Dios, que es lo mismo que decir: Dios mío, que sea lo que tú quieres, no lo que yo busco. 

Ayúdame a hacer el bien y abre mi camino, nuestros caminos, hacia el encuentro de otros. Y hacerlo, sin promesas de beneficios de por medio, consciente de que cualquier logro, es Tú logro, no el mío. Por eso, no me permitas caer en la oración inmadura del “dame y te prometo que voy a hacer tal o cual cosa.” En vez de eso, ayúdame a hacer lo que tengo que hacer, suceda o no lo que deseo. 

Y recuérdame siempre decir: “¡Me encanta!” Abrirme a la experiencia de lo que sea que llegue. Dame la sabiduría de reconocer en cada hecho la oportunidad que me brindas para amar desde un amor sano, y no un amor herido, porque eso es el odio: un amor herido, y yo estoy llena de odio Jesús. Llena. Sana mi corazón herido a través de cada acto de amor que haga, ya sea que quiera o no hacerlo, y cuando no quiera, oblígame a hacerlo. 

Así que Jesús, ayúdame a hacer todo esto desde la verdad, y no desde el autoengaño. Dame ojos para reconocer a Satanás y escucharlo, pero no para combatirlo, mandarlo al infierno o pelearme con él. Esas son batallas que nunca se ganan. Mejor ayúdame a eliminar de mi vocabulario la palabra “intencionar”, que usamos como verbo sin ser verbo. Yo lo he usado como verbo (incluso en estas oraciones). Pero la palabra “intencionar” no existe como verbo. La acepción correcta es “intención”, y es sustantivo. Yo no sabía eso, recién lo aprendí. 

Y aún, comprendiendo que no era verbo, pero dado que lo vi en una página de internet que aun así suele usarse y comprenderse como tal, lo usé como verbo. Después de todo, me lo justifiqué a mí misma, todos entendemos el “verbo” intencionar. 

Pero no, sólo creemos entender. La realidad es que son muy pocos los que entienden “El Verbo” y menos aún los que saben reconocer cuando el verbo, no es Verbo.  Una intención es sólo un buen deseo. El bien se actúa, no se “intenciona”. ¡Que ciegos, espiritualmente hablando, estamos! 

Jesús, Dios, Espíritu, gracias. Te amo. 


2 comentarios:

Unknown dijo...

Así es, Amida, de buenas intenciones está empedrado el infierno, dice el refrán. Obras son amores y no buenas razones.

Amida Castro dijo...

Yo conocía el refrán como: el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Pero visto así, el camino y el infierno mismo.... Jejejejeje.
Me gustó el otro: Obras don amores, no buenas razones.