domingo, 9 de diciembre de 2018

Valorar la entrega

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“Estando, pues, David en la cueva, una guarnición de filisteos ocupaba Belén. Le vino entonces a David un deseo y dijo: «Quién me diera a beber agua de la cisterna que hay en la puerta de Belén.»

“Al punto estos tres irrumpieron en medio del campamento de los filisteos, sacaron agua de la cisterna que hay en la puerta de Belén, se la llevaron y se la ofrecieron a David. Pero David no quiso beberla, sino que la derramó en el suelo y la ofreció a Yavé, diciendo: «No quiera Dios que yo haga tal cosa, no voy yo a beber esta agua, pues sería beber la sangre de estos hombres, ya que la trajeron arriesgando su vida.» No quiso beberla. Esto es lo que hicieron los tres héroes.” 1Crón 11, 16-19

La primera vez que leí este hecho lo juzgué inmediatamente como una desconsideración de David. Pensé: ¿A qué líder se le ocurre desechar algo que costó tanto trabajo ofrecer?

Afortunadamente no escribí en ese momento. Como mi sueño no siempre es continúo, desperté en la madrugada, leí, y me fui a dormir de nuevo. Jesús debió explicármelo durante un sueño. Aclaro que no recuerdo haber soñado, pero es lindo imaginarlo así. Sé que la mente trabaja durante el sueño y el lado derecho de nuestro cerebro -el menos literal- se explaya aún más, lo cual es una explicación más probable. Pero a mí me gusta pensar que Jesús se tomó el tiempo de explicármelo. Jesús me habla en mis sueños, dormida o despierta. Afortunadamente para mí, mi imaginación es enorme y conozco a Jesús, conozco su historia, su vida, sus acciones. Eso influye a que mi mente platique con él y a que pueda sentir que está a mi lado. Y si bien no sueño o sueño muy poco durante la noche, sueño durante el día entero con su presencia.

Al despertar sentía una enorme admiración hacia David, un buen líder, sin duda, y un enorme respeto hacia esos tres héroes cuyo acto es considerado aún mayor al de Abisay. ¿Quién fue Abisay? “Fue el más famoso de los Treinta, llegando a ser su capitán, pero no igualó a los tres.” (1Crón 11, 21) (1)

El acto de estos tres hombres -arriesgar su vida para sacar agua de un pozo, se pudiera considerar un absurdo. No hay necesidad de arriesgar tanto. Pero David, un gran líder, reconoció la grandeza de ese acto porque comprendió que para estos hombres satisfacerle un deseo tan aparentemente simple como tomar agua de un pozo, era su manera de honrarlo, pero no porque él merezca honra, sino porque es el elegido de Dios. 

David pudo haber tomado esa agua y agradecido enormemente ese gesto, pero David se humilló ante el hecho. Comprendió que ya no era simplemente David, sino un representante de Dios, un elegido, y eso, trae poder e influencia. Haber tomado esa agua hubiese implicado reconocer ese poder y esa influencia como propia: Es a mí a quien tienen que satisfacer. 

Pero no lo hizo así. Tampoco desechó el agua, como erróneamente lo interpreté yo. Lo que hizo fue derramarla en el suelo, tal y como cae el agua de lluvia a la tierra. Es decir, convirtió el hecho en una bendición, pero no para sí, sino para Dios. Igualó el agua a la sangre de estos tres hombres, que fue precisamente lo que arriesgaron para traerla, y la ofreció a Dios. 

Un hecho simple, absurdo, ingenuo, lo convirtió en un acto de valor, respeto y entrega. Todos nosotros necesitamos aprender de David para que nos convirtamos en líderes capaces de engrandecer los pequeños actos de los demás. Esos esfuerzos que no parecen gran cosa pero que a veces son enormes. 

El alumno que no hace tarea, no se organiza, olvida las cosas, y lo ves esforzándose pero simplemente no lo logra. El día que trae la tarea, que lo logró, que tiene todo en orden, ese día lo aplaudes mucho. Igual mañana no lo vuelve a lograr, pero ya lo logró una vez, y se lo recuerdas: claro que puedes. Yo sé que puedes. A ver, vamos a determinar juntos qué fue lo que hiciste qué sí te ayudó. Le ayudas a tomar consciencia de la grandeza del acto. Aprenderá que tiene capacidad, en lugar de volver a sentir que es inútil. 

El hijo que no mejora en la escuela. Le haces ver lo que sí hace bien. Le ayudas a enfocarse primero en lo que sí hace bien, y a partir de eso empezar a extender sus logros en otras cosas que irá dominando. No te enfocas en todo lo que hace mal. Pesará tanto que no querrá intentarlo siquiera. 

El sacerdote que tiene gente que le ayuda, pero le ayuda poco. Agradecer en nombre de Dios, brindar bendiciones, enaltecer el hecho. Quizá no ayudó mucho, quizá no es precisamente lo que se necesitaba, pero el acto se aplaude para que la persona quiera volver a ayudar. Incluso ser más claro en la forma y el modo. Decirlo abiertamente: Necesito esto. Pero siempre dar las gracias. Llegue lo que llegue, agradecer y tomarlo como una ofrenda a Dios.



Además, enaltecer el acto de esos tres hombres, implicó que se valora la entrega, y cuando no somos muy buenos en resultados, pero somos muy buenos en esforzarnos, valorar la entrega es todo, porque eso es lo único que podremos hacer: esforzarnos. Al final, el mundo lo cambian las entregas personales de quienes somos y quienes nos rodean. No lo cambian los grandes héroes. Sino los miles de pequeños héroes que dan lo mejor de sí. 

Jesús, conviértenos en líderes humildes capaces de reconocer el esfuerzo de todos, por pequeño o absurdo que parezca. Y no nos permitas gloriarnos de los logros de otros. Que tengamos claridad de que es a ti a quien servimos todos, siempre. A ti. A nadie más. Te amo.

(1) Los Treinta fueron un grupo de valientes guerreros que jugaron un papel importante en que David se convirtiera en rey.

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