lunes, 3 de diciembre de 2018

Entrar cojeando


Photo by David Monje on Unsplash

Es bueno revisitar el pasado. Mucha gente piensa que perdonar es olvidar, pero no. El perdón se da, el olvido se obtiene (en inglés: “forgive”-para dar- perdonar; “forget”- para obtener-olvidar). Si dejas que pase suficiente tiempo sin revisitar el pasado, podrías obtener el olvido sin haber perdonado realmente. Esto de volver a viejas oraciones me está ayudando a no olvidar y sí perdonar. 

En primer lugar, perdonarme a mí. Ha habido personas que me han dicho, desde siempre, que todo lo que me sucede es porque yo no tengo una buena actitud y soy negativa y estoy casada con la idea de que tengo un trastorno mental. Pero se equivocan. Esa es una realidad que he reconocido a penas este año. Toda la vida he atravesado por diferentes crisis. He ido a trabajar y dado lo mejor de mí siempre, y muchas de esas veces todos pensaban: “Mira, ¡qué segura! ¡Qué bien lo hace! ¡Qué organizada es!” Pero la realidad es que yo vivía un infierno interior. Y sí era muy dura conmigo, pero no por maldad hacia mí, sino porque necesitaba ser dura para poder levantarme y hacer lo que había que hacer. El mundo nunca ha sido amable ante la debilidad y la vulnerabilidad. Para enfrentar el mundo yo tenía que ser aún más dura que él. 

Me perdono haber sido tan dura conmigo misma. Y me perdono no porque me haya hecho daño al hacerlo, sino porque hoy comprendo lo difícil que fue intentar sobrevivir en un mundo que no ayuda a sobrevivir cuando te muestras vulnerable, débil y necesitado. La tendencia siempre será a que seas eliminado o a que se te incluya, pero con un trato de lástima de por medio: no hay dignidad en ninguna de las dos. Y yo soy una hija digna de Dios, como lo somos todos, tanto en la debilidad como en la fortaleza. 

Volver a leer estas oraciones del pasado me ayuda a no olvidar lo valiosa que soy ante los ojos de mi Padre-Madre Dios. Para Dios, yo soy una hija, no una enferma ni una persona con trastorno mental. Yo soy una mujer que lucha -como luchamos todos-, que se esfuerza -como nos esforzamos todos. Dios nos ama y por eso nos acompaña en nuestras pruebas, pero no las disminuye precisamente porque para él, darnos amor, no es eliminarnos ni tenernos lástima. ¡No! Pero definitivamente tampoco se trata de subirte a tu grandeza y realmente creer que porque has tenido que ser más dura que el mundo que te rodea, eres mejor que los demás. 

Enfrentar a Dios en tu debilidad significa descubrir que eres débil, tienes defectos, males, vulnerabilidades que te disminuyen ante el mundo, pero te fortalecen ante la empatía y compasión. Y eso, tener la capacidad de comprender el dolor del otro, de imaginarlo siquiera, y de ayudar, pero no eliminando al otro, ni tratándolo con la superioridad de la lástima. Ayudar con la dignidad del que, a pesar de sus defectos, males, vulnerabilidades y pesares, puede. Y puede mucho porque es hijo del Altísimo, y Él nos sostiene. Al final, implica reconocer que la verdadera ayuda siempre llega de Dios. Siempre. Ayudar es facilitarle al otro la posibilidad de descubrir a Dios en su vida, en su ser, y darle herramientas para entrar en relación con la fuente de Amor que es su Espíritu.

Te comparto la oración que hice hace tiempo -no sé cuánto, no les pongo fecha. Pero no la leas como alguien ajeno. Lee en primera persona y aprópiate de estas palabras que también son tuyas, son nuestras. Dios te bendice y ama, y yo también: 

“Algunas veces uno se descubre a sí mismo en el sueño mejor que estando despierto. Así pasa con Jacob; al luchar esa noche con Dios, comprende que sus trabajos y pruebas han sido más que un enfrentamiento con la sociedad y los hombres, una lucha con Dios. Él prometió el éxito, pero no lo dará antes de que Jacob haya llegado al extremo de sus fuerzas. (…) Le dislocó la cadera. Jacob se enfrenta con Dios cuando, después de su largo exilio, quiere forzar la entrada de la Tierra Prometida. En realidad, entrar a la Tierra no es otra cosa que adentrarse en el misterio de Dios que nos quiere compartir su vida, y eso no es posible para el hombre que se siente fuerte, seguro de sí mismo y de sus caminos. Por eso, cuando estamos por entrar, Dios nos viene a probar. Sea cual sea el golpe o el percance o la crisis que atravesamos, nos deja heridos y ya, como extranjeros en este mundo. Jacob entra cojeando a la Tierra Prometida porque también Jesús la reserva a los que lloran, a los que tienen hambre de rectitud, a los no violentos.” Comentario de la Biblia Latinoamericana (1972) a Gen 32, 25-30.

Mi Bien, mi dulce Bien, la pregunta “¿por qué yo?” ha dejado de tener sentido.” ¿Y por qué no tú?”, me has dicho. “Amida, ¿me has pedido el éxito? Estás tan convencida de que no lo puedes tener, de que no lo mereces por estar «rota» que nunca me lo has pedido a Mí. Se lo pides al mundo, no a mí. Le pides al mundo que te reconozca, no a Mí. Hija, no luches contra el mundo, lucha contra Mí. Fui yo quien puso toda esa debilidad en tu persona.” 

Y no la quites Señor. Si he de estar rota, he de estar rota, pero no apartes de mi tu rostro y dame Tu bendición. Tú eres mi Promesa, mi Bien y mi Consuelo, mi Tierra Prometida, mi Rey, mi Creador, mi Todo. Será en tus brazos que lograré levantar mi pesado cuerpo y cruzaré cojeando el éxito. Y el éxito será servirte. Dame Señor el éxito en tu Nombre. Amén. Te amo. 

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