domingo, 28 de abril de 2019

Habla tu verdad

Photo by Ricardo Mancía on Unsplash

El libro 1 de Macabeos narra la resistencia de algunos judíos ante el dominio helenístico del rey Antíoco y su intento por “unificar a la fuerza” los reinos que dominaba, imponiendo la cultura griega con su educación, sus prácticas y sus dioses. Hubo, sin embargo, quien se resistiera: el sacedote Matatías y sus 5 hijos. Es, sin duda, un momento de crisis. El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) al primer capítulo nos explica que esta crisis tiene dos aspectos: una crisis moral y una persecución organizada hacia quienes se resistían. Hablemos de la primera de ambos aspectos: la crisis moral. El comentario nos dice:

“Los judíos están en contacto con otra civilización más avanzada, pero pagana. ¿Puede uno adaptarse y aprovechar los beneficios de esta cultura sin abandonar su fe?

“En ese momento los judíos van a pagar el error que cometieron al marginarse del progreso cultural de los pueblos vecinos. Durante tres siglos habían enfatizado que todas las leyes y costumbres de Israel venían directamente de Dios y no se podían revisar. Así que, cuando llegó la corriente moderna, los más abiertos pasaron por una crisis de consciencia: ¿Acaso se podían cambiar las costumbres sin traicionar a Dios? Pero era tan difícil abrirse a la civilización griega sin pasar por (el) renegado de la fe, que los que querían ser modernos no solamente cambiaban su modo de vivir, sino que también abandonaban su religión.”

Era tal difícil abrirse a la civilización griega, tan rica en expresión de arte y ciencia. Sigue siéndolo, ¿no? Sigue siendo sumamente complicado abrirnos a la civilización, a la posibilidad de debate, a la igualdad de oportunidades, a la justicia, a la educación, al conocimiento, a la libertad que el conocimiento puede darnos, a la expresión artística como medio de transformación. Seguimos, como creyentes, queriendo aprisionar a Dios en líneas que negamos interpretar. No. Nos convencemos de que las cosas son como son, porque Dios quiere que así sean y seguimos siendo incapaces de ver lo que, en muchas ocasiones, a todas luces necesitamos cambiar. O por lo menos, necesitamos empezar a debatir, lo que implica escuchar. Verdaderamente escuchar.

Acabo de ver una película llamada “The Great Debaters” (Grandes Debates), dirigida y protagonizada por Danzel Washington (la encuentras completa en Youtube). Es un drama biográfico que gira en torno a la manera en que el profesor Melvin B. Tolson de la Universidad Willey College de Texas, influyó en el equipo de debate de dicha institución. Sus alumnos destacaron y vencieron, en la película, a la Universidad de Harvard, pero en la vida real a quien vencieron fue a la Universidad del Sur de California, que en ese tiempo era la campeona nacional en debate. Este triunfo se extendió a sus vidas y todos ellos –todos negros: dos hombres y una mujer-llegaron a ser líderes en diferentes ámbitos.

Cuando contamos una historia –como lo hace una película- podríamos intentar contar la verdad, pero la verdad nunca es sólo lo que veo, siento, creo, oigo, o percibo (como acabamos de mencionar, no vencieron a Hardvard, pero decir que así fue tiene más impacto). Si esto sucede con una película, ¿cómo podemos creer que no va a suceder con un libro bíblico? Las historias que se cuentan siempre tendrán como filtro el ojo de quien las narra, la gente a quien se dirigen, y la cultura en que surgen. En otras palabras, debemos siempre cuestionarnos no tanto su veracidad absoluta, cosa prácticamente imposible de verificar al cien por ciento, sino su verdad humana, que por ser humana, siempre implica la posibilidad de equivocarnos y la bendición de aprender de nuestro error.

Bueno, pero si he mencionado esta película, no es para que me sirva de ejemplo de cómo a veces contar una historia puede implicar hacer cambios para enfatizar la verdad que se quiere transmitir (en el caso de la película en cuestión, el mensaje es no darnos por vencidos y luchar por nuestros ideales, porque la vida es, efectivamente, injusta, pero puede cambiar si nos esforzamos porque así sea).

Menciono la película porque el profesor Tolson como parte del entrenamiento, hacía repetir a sus alumnos una serie de respuestas a preguntas que él les hacía, mientras sostenían algo con los dientes. No sabemos si esto realmente sucedió, pero las preguntas y las respuestas son relevantes, no sólo para la comprensión del espíritu de esfuerzo que fomentó en los alumnos, sino porque reflejan la moral y ética de todo buen debatiente:
  • ¿Quién es el juez? El juez es Dios.
  • ¿Por qué es Dios? Porque Él decide quién gana o quién pierde, no mi oponente.
  • ¿Quién es tu oponente? No existe.
  • ¿Por qué no existe? Porque es tan sólo una voz disidente ante la verdad que hablo.

Hay verdades que la Iglesia y la sociedad tiene que aprender a escuchar y debatir, pero sobre todo escuchar, de verdad escuchar. Porque a pesar de que nuestras vidas no son concursos de debate –algo que poco hacemos en este país y necesitamos hacer más- la inflexibilidad en la que estamos inmersos no nos permite cambiar para el bien de todos. La obediencia ciega a las reglas escritas y no escritas no es un camino deseable. No porque obedecer no sea correcto, sino porque la ceguera no es buena guía. Necesitamos abrir nuestros ojos, y estar dispuestos a conocer, al menos conocer, el dolor y el sufrimiento que hay detrás de esa “rebeldía” o esa incapacidad de “compromiso” tan latente en tantas personas en nuestra sociedad. Quizá si escuchamos y respondemos ante las necesidades reales, podamos cambiar para bien, en lugar de condenar y quedarnos sin miembros que tiene mucho que ofrecer a esta sociedad y a nuestra Iglesia.

Porque muchas veces no es que la persona sea, por decir algo, floja, mala, torpe, tonta, enojona, altanera, inconsciente o cualquier otra cosa. Ahí donde hay un pecado, Jesús reconoce una oportunidad de escuchar, apoyar, alentar y perdonar. Jesús reconoce a un ser humano que ha sido tocado por el dolor y que ha caído en la tentación de caminar el pasaje simple, porque el otro, el que le señalamos como correcto, está lleno de espinas, piedras, críticas, soledad, sufrimiento, esfuerzo sin sentido, limitaciones, pureza, perfección. Y porque muchas veces, demasiadas, ese “esfuerzo sin sentido” se presenta por que no hemos sido capaces de comprender que lo que pedimos y señalamos como correcto, no es, necesariamente, lo que Dios pide y quiere. Aunque a nosotros nos encante decir que sí.

Nuestra labor, creo, es empezar por escuchar, por ver el dolor ajeno, más que las imperfecciones que ante nuestros ojos se presentan. Después de todo:
  • ¿Quién es el juez? El juez es Dios.
  • ¿Por qué es Dios? Porque Él decide quién gana o quién pierde, no mi oponente.
  • ¿Quién es tu oponente? No existe.
  • ¿Por qué no existe? Porque es tan sólo una voz disidente ante la verdad que hablo.

De modo que atrevámonos a hablar con la verdad, a hablar de la verdad que vivimos y sufrimos, y atrevámonos también a escuchar la verdad de otros. Es cierto que no todo el mundo te va a escuchar y habrá también quien se oponga, pero las voces disidentes ante la verdad que hablas no tienen la última palabra. Esa, el alivio total, la Verdad, el Amor, la humanidad que eres, todo eso es asunto de Dios, y Dios siempre escucha, guía y ayuda. Así que no tengas miedo, ten fe.

Gracias Jesús por estar aquí y ayudarme a romper mis silencios. Dame la fuerza y la voluntad para hablar de las verdades que no quiero compartir con personas que considero incapaces de escucharlas.  Dame la sabiduría para hacerlo y dame el valor de enfrentar lo que eso implique. Y por favor, si puedes, si te lo permiten, toca su corazón para que no sean demasiado prontos en juzgarme y condenarme, como lo han sido otros en el pasado. Pero si sucediese que fuera yo condenada. Dame tus labios y ayúdame a guardar silencio ante la sentencia, porque ante oídos sordos y necios no hay nada que hacer ni qué decir. Y eso, también lo he aprendido a tu lado. Te amo.



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