“«En la medida de
nuestras posibilidades, hemos rescatado a nuestros hermanos judíos que habían
sido vendidos en medio de las naciones, pero ahora ustedes (los nobles y
funcionarios judíos que cobraban impuestos y altos precios por comida) venden a
sus hermanos o los compran». Todos estaban callados, nadie replicaba. Y añadí:
«Lo que han hecho, no está bien. ¿No quieren obedecer a nuestro Dios? ¿Quieren
seguir las prácticas vergonzosas de nuestros enemigos paganos?” Ne 5, 8 y 9
Hace falta preguntarlo:
¿Quieres obedecer a Dios? ¿Quieres comprender qué implica vivir por un
propósito más elevado que la mera existencia? ¿Quieres que la vida tenga un
sentido mayor que el acumular bienes, triunfos y éxitos?
Entonces, tienes que
preguntártelo a ti mismo y responderte con toda honestidad: ¿Quiero obedecer a
Dios? ¿O busco satisfacer mi ego y alimentar mi auto-imagen de buena persona?
¿Quiero trabajar para alimentar una vida plena, o busco “ser feliz” y olvidarme
de las responsabilidades que no he sabido asumir? ¿Quiero aprender a
desarrollar la habilidad para responder a la realidad de mi existencia, o prefiero
buscar el camino sencillo de culpar a la vida, la sociedad y a quienes me rodean
de mis carencias? ¿Quiero consumirme para revestirme de luz y surgir cual ave
fenix de las cenizas, o quiero consumirme en la miseria de todo lo perdino y la
ceguera ante todo lo que aún puedo ganar con tu ayuda y la de mis hermanos/as?
Cuando digo que
necesitamos respondernos con honestidad lo digo muy enserio. No se trata de
responder “sí quiero seguir a Dios” si la verdad es que “quiero ser feliz sin
demasiados sacrificios ni penas”, porque, seamos sinceros: el camino que Jesús nos
muestra es de cruz y sacrificio. No pinta muy bien el desenlace.
De modo que la verdad
es cruda en la sencillez con que nos manifiesta la realidad: “Sí”, nos dice, “tendrás
que dejar morir tu ego y tendrás que hacer un esfuerzo sobre humano para dejar
morir el concepto de tu incompleto ser. Tendrás que cargar con tus responsabilidades,
y, muy probablemente, con la de otros incapaces de cargar las suyas. No podrás
culpar a nadie de tu situación y no serás capaz de convencer a nadie de tu
valía. Vas a tener que creer incluso cuando todo parece indicarte que no hay
nada en qué creer. Vas a tener que aferrarte a buscar esperanza donde aparentemente
no habrá ni un resquicio de ella. Tendrás que asumir la obligada humillación de
reconocerte incapaz de enfrentar la vida en su totalidad, y eso se sentirá como
la más grande humillación de tu existencia. Pero, te lo aseguro, eso no es nada
a lado del dolor y la culpa que llegarán después de haberte lavado las manos y
decidido no hacer nada para cambiarlo todo. Es preferible, escúchalo bien, sacrificarte
con dignidad que aparentar que todo está bien y culpara a otros, sacrificar a
otros por no tener el valor de asumir tu verdad y vivirla.”
Hace falta ser sincero
porque nadie puede construir nada a partir de la mentira. La verdad, es
misericordiosa como nadie lo es. Si abiertamente aceptas no tener lo que se
requiere para enfrentar la vida que tienes, empezará a escrutinar en tu ser y
encontrará algo que sí tienes, y se enfocará en ayudarte a reconocer lo que sí
tienes y lo que sí puedes lograr con lo que tienes. Y con el primer logro,
tendrás algo nuevo que te ayudará a su vez a fortalecer tu ser, y poco a poco,
te transformarás ayudado por la verdad de tu ser, no por la fantasía de un
autoconcepto definido por ilusiorias mentiras.
La verdad tiene un
poder transformador. La verdad es fuego y puede consumirte, pero al mismo
tiempo prepara el terreno para una nueva cosecha, y distingue entre lo que
realmente sirve para crecer y lo que estorba. La verdad te ayuda a tomar
decisiones más realistas y te mira de lleno, en tu justa dimensión. La verdad
no busca soluciones mágicas ni caminos sencillos, por eso es tan poderosa, y
siempre parte de cero, por eso siempre es ganancia. La verdad no mide triunfos
ni le interesan logros. Para ella, todo paso es ganancia, toda verdad dicha es
liberación, toda expresión de culpa, pena y dolor, es purificación del alma,
todo error es enseñanza, y toda caída es una oportunidad para elevarnos de
nuevo.
Señor Dios nuestro,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, permítenos enfrentar la verdad y aceptarla, no
como condena ni salvación, sino como punto de partida. Elevar nuestras manos y
nuestra oración a Ti, Amado mío, es buscarte en el suelo que nos sostiene, y en
los cielos que nos cubren. Es conservar la coordura de unos pies bien puestos
sobre la tierra y elevarnos por tu gracia y con la ayuda de tu misericordia por
encima de nuestros defectos y limitaciones.
Gracias por manifestar
tu voluntad y danos el valor de hablarte con la verdad para hacerle frente a
esta vida a partir de lo que realmente podemos lograr y no sólo lo que, por “buena
voluntad”, deseamos que otros logren, siempre y cuando implique que no tenemos que
enfrentar la verdad de nuestra participación en las penas de este mundo, ni nos
veamos llamados al sacrificio del esfuerzo ni a la renuncia de nuestra comodidad.
Tú que eres camino de Verdad
y Vida, danos el deseo de vivir con la verdad a cuestas.
Te amo.
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