“Las comunidades
cristianas, así como la Iglesia en su totalidad, si quieren ser fieles al
mensaje de la Biblia, tendrán que buscar su crecimiento en un abrirse y
enfrentarse con el mundo.” Comentario al capítulo 13 de Nehemías de la Biblia
Latinoamericana (2005)
Hoy es domingo de
resurrección. Un día que sin duda es de alegría, y, sin embargo, estoy triste y
enojada. Pero insisto, es día de resurrección y si he de levantarme de esta
silla una vez que termine de escribir será para anidar una nueva esperanza. Por
eso, he de escribir sobre esta hermosa resurrección de Cristo y sobre el precio
que necesitamos pagar para tomar consciencia de cómo transcender la tragedia de
la muerte.
Hablo de la muerte
porque eso es la resurrección: trascender la muerte. Y porque… enfrenté la
muerte este fin de semana. Y no quiero quedarme con ese vacío en mi pecho. He
de abrazarme a Jesús, y decir lo que pienso y siento, ¡para que su resurrección
tenga sentido y su ejemplo viva!
Viridiana era una joven
llena de vida y alegría, esperanza y potencial, y murió a lado de otras dos de
sus compañeras. Las tres recién egresadas de medicina y empezando su vida de
médicos residentes. Las tres demasiado jóvenes para morir.
La tristeza no es el
hecho de que hayan muerto. No estoy triste por ellas. Mi fe me lleva a la
convicción de que están bien, mucho mejor que nosotros. Mi tristeza es por nosotros por lo que esta
tragedia nos dice a gritos y por lo sordos que estamos.
En momentos en los que
la tragedia llega y se lleva a nuestros seres queridos, solemos decir cosas
como: “Es la voluntad de Dios.” Y eso me da tanto coraje, porque realmente creo
que no somos marionetas de Dios y que él no busca enseñarnos, ponernos a
prueba, llevarse a alguien sólo porque sí. Dios nos hizo libres, pero la
libertad tiene un precio y el precio mayor es tomar consciencia de aquello que
nos lastima como individuos y como sociedad para, en libertad, cambiarlo. Por
eso, Jesús fue capaz de abrir sus brazos a la muerte y lo hizo en libertad:
Jesús vivió para asumir la voluntad de su padre, que fue querer cambiar el
mundo. Y Jesús nos enseñó que es así como se trasciende la muerte, que ese es
el camino de resurrección, un camino que busca la Verdad y la Vida. ¡Bendito
sea Jesús, Camino, Verdad y Vida!
La tragedia, toda
tragedia, es una oportunidad para detenernos a reflexionar en la manera en que
podemos hacer mejor las cosas, en la manera en que debemos cambiar. Sin
embargo, lo que solemos hacer es decirnos: “Es la voluntad de Dios”. Y así, así
de fácil, dejamos toda responsabilidad de lado y seguimos igual. Nada cambia.
Nada.
¿Por qué digo todo
esto? La muerte de estas jóvenes fue un accidente. La muchacha que manejaba se
quedó dormida y tres de las cuatro personas que iban en el auto fallecieron.
Pero, sucedió porque se
quedó dormida. ¿Y por qué manejó cansada? ¿Qué tiene este hecho que ver con la
sociedad que somos? ¿Qué estamos obligados a reconocer, cambiar, entender para
que este tipo de tragedias sean menos, o, mejor aún, no sucedan?
¿Conoces lo que implica
hacer una residencia médica y lo que es tener jornadas de trabajo y guardias que
exceden, con mucho, las posibilidades físicas de cualquier ser humano? ¡Jornadas
que llegan a extenderse hasta 36 horas! ¿Conoces lo que es ser joven y desear,
a pesar del cansancio, convivir, salir con amistades, conocer lugares nuevos? ¿Sabes
que hay personas que aun después de jornadas de 10, 12 horas tienen que seguir
con trabajo en casa tanto de su labor profesional como de su vida, que también
implica esfuerzo? Claro que lo sabes. Te sucede. Nos sucede a una gran mayoría,
una enorme mayoría.
Vivimos en una sociedad
en la que la convicción más grande es que hay que trabajar y trabajar mucho.
Decimos que la preparación es lo que nos sacará adelante, y consideramos que
prepararnos implica sufrir desvelos y trabajar en exceso. Nos convencemos de
que la preparación nos abrirá puertas y oportunidades, pero la realidad es que
eso sucede poco en un país en el que los mejores puestos no son,
necesariamente, para los mejor preparados, sino para los amigos, compadres,
familiares y/o cualquier persona con quien se compartan intereses.
Cuando se es joven, se
puede mucho, es cierto, pero también es más fácil desear olvidar los límites
cuando estamos tan inmersos en una rutina de excesos. Así, terminamos negando
nuestro agotamiento y buscando maneras de escapar de nuestras rutinas de
excesos.
No digo que no haya que
pedir esfuerzo, pero convertirlo en un exceso que no tome en cuenta también las
otras necesidades de recreación, socialización, ejercicio y ocio es buscar las
condiciones necesarias para que la tragedia y las crisis se presenten. Después
de todo, una vida plena busca incluir estas cosas también y no puede sostenerse
sólo con trabajo, sólo con esfuerzo, sólo con estudio, sólo con dedicación y
obediencia.
Ese camino: el de la
esclavitud al trabajo, es un camino de muerte. Nos morimos por dentro o de
plano nos morimos del todo. Hay quienes dicen que el ocio es la madre de todos
los vicios, pero eso no es cierto. Una dosis adecuada de ocio puede ser la
madre de la creatividad. Hoy en día sabemos que el juego, la recreación, el
descanso, el ejercicio, ayudan mucho más a que la mente funcione de manera
óptima, y a que el cuerpo no termine deshecho en enfermedades y angustias, o en
accidentes que podrían evitarse con un adecuado nivel de exigencia.
¿Y qué tiene que ver
esto con la cita de hoy y con la resurrección de Cristo?
Parafraseando la cita:
Las comunidades cristianas, así como la sociedad en su totalidad, si quieren
ser fieles al mensaje de vida, bienaventuranza, paz y amor de toda doctrina
humana, tendrán que buscar su crecimiento en un abrirse y enfrentarse con las
realidades del mundo y de lo que implica ser un ser humano digno, completo y
verdaderamente amado (es decir, reconocido como una persona valiosa y no como
un objeto que es empleado para conseguir fines ajenos a sí mismo –de ahí el
término “empleado”).
En otras palabras,
dejemos de lado todas esas tonteras de que necesitamos ser excepcionales y
esforzarnos al máximo. No. Necesitamos ser humanos, ser comprensivos ante las
necesidades humanas. Identificar esas necesidades y brindar las condiciones
para que se den. Necesitamos desear no sólo el bienestar para nosotros sino
para todos y comprender que eso implica diferencias humanas y de capacidad
también.
Y para eso, para lograr
eso, sí hay que prepararnos. ¿Pero quién va a querer leer un libro, sentarse alrededor
de una mesa para reflexionar juntos mejores estrategias de vida, tomar un curso
de desarrollo humano, ayudar en una pastoral, participar en una misión, desarrollar
comunidades de apoyo, cuando tiene que trabajar tanto? ¿A qué hora? ¿Cómo vamos
a convencer a nuestros niños y jóvenes de que invertir tiempo en nuestro
desarrollo humano, en nuestros valores, moral y ética, es valioso cuando les
robamos todo su tiempo en trabajos, tareas, esfuerzos, cursos, proyectos?
¿Dónde quedan sus intereses, sus deseos, su necesidad de descanso, juego,
recreación, ejercicio?
¿En serio creemos que
los vamos a convencer de lo atractivo que es vivir sólo para trabajar y
esforzarnos? ¿Somos acaso nosotros ejemplo de vidas sanas, plenas, deseables?
¿Qué es lo que ven lo jóvenes y niños de hoy en nosotros que no sea seres
humanos desgastados por el trabajo? ¿Acaso las personas con poder de decisión y
con poder económico son, en verdad, las más preparadas, las que más trabajan,
las más humanas, sensibles y éticas? ¿Acaso no vemos en muchas de las personas
que ocupan los mejores puestos abusos y despotismo?
No. Lo siento. No puedo
decir que todo esto es “voluntad de Dios”. ¡No lo es!
Dios no “provoca”
tragedias para probarnos, para enseñarnos algo, para elevar nuestro espíritu,
para obligarnos a doblar la rodilla. Dios nos acompaña en la tragedia para que “resucitemos”
como individuos y como sociedad. Nos acompaña en el dolor de los excesos, los
juicios, las traiciones, la pena, el dolor, los abusos, para que trascendamos
todo eso y dejemos de lado el deseo, la creencia, la convicción de que, si yo
sufrí y me esforcé al máximo, todos tienen que hacerlo. Tampoco lo hizo para
que pensemos que la mejor manera de protegernos y proteger a los nuestros es
evitar ser el crucificado y procurar ser quien esté en el poder y pueda, por lo
mismo, sacrificar a otros y justificarlo con un: así son las cosas.
No. La tragedia existe
porque la permitimos cada que nos lavamos las manos y decimos: “Así son las cosas”.
¿Quieres seguir a Cristo en su camino de cruz? Pues la única manera de
verdaderamente acompañar a Cristo en su propia tragedia es comprender la
tragedia de nuestros hermanos y convertirnos en un instrumento de cambio.
Yo también he querido
una mejor vida para mí y los míos y he tenido que sucumbir al sacrificio en el
exceso de trabajo que en su momento se me ha impuesto con la promesa de “una
mejor paga”. No me morí, pero estuve muy cerca.
Aún hoy tengo frente a
mí la tentación de no invertir tiempo en estas oraciones y en otras cosas que
me son significativas e importantes, aunque no lo sean para nadie más. ¿Para
qué leo y escribo? ¿A quién le importa lo que pueda reflexionar y la invitación
que hago a que busques también tu propia reflexión y mejora? ¿A quién le
interesa saber que como seres humanos necesitamos precisamente eso: humanidad; y
no sólo falsas promesas de sacrifícate del todo hoy para un mañana que quizá no
llegue porque estarás demasiado cansado para disfrutarlo o de plano muerto como
para poder vivirlo?
Pero, Jesús nos ha
dicho: “Dice la escritura: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4, 4)
Entonces, me seguiré dando
el tiempo de leer y escribir, buscaré tiempo para ejercitarme y descansar,
buscaré tiempo para jugar y divertirme, y seguiré en mi búsqueda de una
comunidad donde la fortaleza no sea ser más y mejor, sino la fuerza de la
vulnerabilidad compartida.
Y sé que eso podría
implicar perder lo poco que he ganado, porque he ganado poco. Después de todo,
soy maestra y en nuestra sociedad ser maestra no es una profesión ni bien
pagada ni bien valorada –a menos que seas sindicalizado y estés bien conectado;
ahí sí puede que llegues a ganar mucho y hasta ser intocable y rico.
Pero si deseo
participar en la resurrección de esta vida, necesito darle valor a lo que tiene
valor. Necesito honrar la vida de tantas personas que se esfuerzan hasta el
agotamiento –incluida yo- y aprender de sus historias. Necesito hablar con la
verdad y buscar nuevas alternativas de vida que podamos compartir y que
incluyan la enorme diversidad de personalidades que compone esta sociedad.
Darle valor a cada una y alentar no sólo el trabajo, sino también la
satisfacción de ser quienes somos y hacer también lo que disfrutamos.
En fin, ayer estuve muy
triste todo el día. Lloré mucho, lamenté con toda mi alma lo sucedido, me sentí
completamente impotente, temí por mí, por mis alumnos, por las muchachas que
visito en el centro de internación de adolescentes –que es una cárcel, aunque
no lo llamemos así-, y por mi hija, que a su manera también sufre y que ha
tocado ya la apatía de la desesperanza, lo cual me rompe el alma y me alerta del
peligro.
Pero seguir a Cristo en
la cruz no significa levantar los brazos y lamentarnos nada más. Tampoco
significa escondernos ni negar lo sucedido –ni tres ni dos ni una sola vez.
No es tampoco la
resignación de “esta es la voluntad de Dios”. Porque bien visto, Jesús, al
aceptar la voluntad de Dios, no dio la bienvenida a la muerte ni buscó someterse
al sufrimiento. Jesús no es masoquista ni es Dios Padre un sádico.
La voluntad de nuestro
Padre es que Jesús –y ahora nosotros- no nos convirtamos en revolucionarios hoy
para ser tiranos mañana. La voluntad de Dios tuvo más que ver con la “no
violencia” que con dejarse matar. Se requiere un alma verdaderamente fuerte para
decir: me niego a seguir luchando cuando la lucha no es camino de vida.
Jesús no murió, lo
mataron. Su muerte tuvo más que ver con las ideas de poder, ganancia y dominio –los
ídolos del mundo-, que con el deseo divino de que busquemos crear una existencia
en el que la hermandad sea la regla y no la excepción. Estas ideas del mundo,
eran y siguen siendo las mismas: no hables con la verdad, no cures ni des
esperanza a los enfermos y desalentados, no contribuyas a que los ciegos vean,
ni procures animar a que los sordos escuchen, no cuestiones el poder en turno, calla,
obedece y esfuérzate, no busques la paz y el bienestar de todos, no calmes
tormentas ni expulses demonios –de qué otra manera podemos culpar a entidades
externas a nosotros mismos y nuestras consciencias, de lo que no estamos
dispuesto a hacer nosotros por cambiar.
El milagro es que, a
pesar de haber muerto: ¡Jesús resucitó!
¿Por qué? ¿Cómo puede ser eso? Porque tal y como nos
los dijo
en el sermón del monte, las bienaventuranzas llegan no
ante la fortaleza, la riqueza ni el poder, sino ante la humildad, la pobreza y
el verse vencido por la existencia. Es en el reconocimiento de toda esta
fragilidad humana que se dan los cambios de vida capaces de trascender toda
existencia.
Reconozcamos nuestra limitación
y levantemos las manos, no para seguir luchando sino para rendirnos ante la
humanidad que somos, ante las limitaciones que tenemos y frente al dolor que
nos causa no ser capaces de seguir luchando. Derrotados enfrentemos la
realidad: no podemos seguir abusando de la energía, la fuerza, las capacidades
que queremos imponernos como camino de superación. Ser el más capaz, el más
fuerte y el más poderoso no nos hace mejores. Aceptar nuestra vulnerabilidad y
la necesidad que tenemos de aprender de nuestros errores sí.
Bienaventurados seamos
todos nosotros, para que aprendamos a vivir no sólo para el futuro –que siempre
puede sorprendernos demasiado pronto- sino sobre todo para hoy. Que hoy nos
alegremos con Cristo, por Cristo y en Cristo, y que sea en su presencia que nos
atrevamos a sabernos débiles y humanos, demasiado frágiles como para
esforzarnos en extremo.
Gloria a Dios en los
cielos y paz y vida a los hombres que ama el Señor.
¡Gracias Jesús por ser
Camino, Verdad y Vida! Te amo.
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