domingo, 21 de abril de 2019

Atrévete a saberte frágil

Photo by Simeon Muller on Unsplash

“Las comunidades cristianas, así como la Iglesia en su totalidad, si quieren ser fieles al mensaje de la Biblia, tendrán que buscar su crecimiento en un abrirse y enfrentarse con el mundo.” Comentario al capítulo 13 de Nehemías de la Biblia Latinoamericana (2005)

Hoy es domingo de resurrección. Un día que sin duda es de alegría, y, sin embargo, estoy triste y enojada. Pero insisto, es día de resurrección y si he de levantarme de esta silla una vez que termine de escribir será para anidar una nueva esperanza. Por eso, he de escribir sobre esta hermosa resurrección de Cristo y sobre el precio que necesitamos pagar para tomar consciencia de cómo transcender la tragedia de la muerte.

Hablo de la muerte porque eso es la resurrección: trascender la muerte. Y porque… enfrenté la muerte este fin de semana. Y no quiero quedarme con ese vacío en mi pecho. He de abrazarme a Jesús, y decir lo que pienso y siento, ¡para que su resurrección tenga sentido y su ejemplo viva!

Viridiana era una joven llena de vida y alegría, esperanza y potencial, y murió a lado de otras dos de sus compañeras. Las tres recién egresadas de medicina y empezando su vida de médicos residentes. Las tres demasiado jóvenes para morir. 

La tristeza no es el hecho de que hayan muerto. No estoy triste por ellas. Mi fe me lleva a la convicción de que están bien, mucho mejor que nosotros.  Mi tristeza es por nosotros por lo que esta tragedia nos dice a gritos y por lo sordos que estamos.

En momentos en los que la tragedia llega y se lleva a nuestros seres queridos, solemos decir cosas como: “Es la voluntad de Dios.” Y eso me da tanto coraje, porque realmente creo que no somos marionetas de Dios y que él no busca enseñarnos, ponernos a prueba, llevarse a alguien sólo porque sí. Dios nos hizo libres, pero la libertad tiene un precio y el precio mayor es tomar consciencia de aquello que nos lastima como individuos y como sociedad para, en libertad, cambiarlo. Por eso, Jesús fue capaz de abrir sus brazos a la muerte y lo hizo en libertad: Jesús vivió para asumir la voluntad de su padre, que fue querer cambiar el mundo. Y Jesús nos enseñó que es así como se trasciende la muerte, que ese es el camino de resurrección, un camino que busca la Verdad y la Vida. ¡Bendito sea Jesús, Camino, Verdad y Vida!

La tragedia, toda tragedia, es una oportunidad para detenernos a reflexionar en la manera en que podemos hacer mejor las cosas, en la manera en que debemos cambiar. Sin embargo, lo que solemos hacer es decirnos: “Es la voluntad de Dios”. Y así, así de fácil, dejamos toda responsabilidad de lado y seguimos igual. Nada cambia. Nada.

¿Por qué digo todo esto? La muerte de estas jóvenes fue un accidente. La muchacha que manejaba se quedó dormida y tres de las cuatro personas que iban en el auto fallecieron.

Pero, sucedió porque se quedó dormida. ¿Y por qué manejó cansada? ¿Qué tiene este hecho que ver con la sociedad que somos? ¿Qué estamos obligados a reconocer, cambiar, entender para que este tipo de tragedias sean menos, o, mejor aún, no sucedan?

¿Conoces lo que implica hacer una residencia médica y lo que es tener jornadas de trabajo y guardias que exceden, con mucho, las posibilidades físicas de cualquier ser humano? ¡Jornadas que llegan a extenderse hasta 36 horas! ¿Conoces lo que es ser joven y desear, a pesar del cansancio, convivir, salir con amistades, conocer lugares nuevos? ¿Sabes que hay personas que aun después de jornadas de 10, 12 horas tienen que seguir con trabajo en casa tanto de su labor profesional como de su vida, que también implica esfuerzo? Claro que lo sabes. Te sucede. Nos sucede a una gran mayoría, una enorme mayoría.

Vivimos en una sociedad en la que la convicción más grande es que hay que trabajar y trabajar mucho. Decimos que la preparación es lo que nos sacará adelante, y consideramos que prepararnos implica sufrir desvelos y trabajar en exceso. Nos convencemos de que la preparación nos abrirá puertas y oportunidades, pero la realidad es que eso sucede poco en un país en el que los mejores puestos no son, necesariamente, para los mejor preparados, sino para los amigos, compadres, familiares y/o cualquier persona con quien se compartan intereses.

Cuando se es joven, se puede mucho, es cierto, pero también es más fácil desear olvidar los límites cuando estamos tan inmersos en una rutina de excesos. Así, terminamos negando nuestro agotamiento y buscando maneras de escapar de nuestras rutinas de excesos.

No digo que no haya que pedir esfuerzo, pero convertirlo en un exceso que no tome en cuenta también las otras necesidades de recreación, socialización, ejercicio y ocio es buscar las condiciones necesarias para que la tragedia y las crisis se presenten. Después de todo, una vida plena busca incluir estas cosas también y no puede sostenerse sólo con trabajo, sólo con esfuerzo, sólo con estudio, sólo con dedicación y obediencia.

Ese camino: el de la esclavitud al trabajo, es un camino de muerte. Nos morimos por dentro o de plano nos morimos del todo. Hay quienes dicen que el ocio es la madre de todos los vicios, pero eso no es cierto. Una dosis adecuada de ocio puede ser la madre de la creatividad. Hoy en día sabemos que el juego, la recreación, el descanso, el ejercicio, ayudan mucho más a que la mente funcione de manera óptima, y a que el cuerpo no termine deshecho en enfermedades y angustias, o en accidentes que podrían evitarse con un adecuado nivel de exigencia.

¿Y qué tiene que ver esto con la cita de hoy y con la resurrección de Cristo?
Parafraseando la cita: Las comunidades cristianas, así como la sociedad en su totalidad, si quieren ser fieles al mensaje de vida, bienaventuranza, paz y amor de toda doctrina humana, tendrán que buscar su crecimiento en un abrirse y enfrentarse con las realidades del mundo y de lo que implica ser un ser humano digno, completo y verdaderamente amado (es decir, reconocido como una persona valiosa y no como un objeto que es empleado para conseguir fines ajenos a sí mismo –de ahí el término “empleado”). 

En otras palabras, dejemos de lado todas esas tonteras de que necesitamos ser excepcionales y esforzarnos al máximo. No. Necesitamos ser humanos, ser comprensivos ante las necesidades humanas. Identificar esas necesidades y brindar las condiciones para que se den. Necesitamos desear no sólo el bienestar para nosotros sino para todos y comprender que eso implica diferencias humanas y de capacidad también.

Y para eso, para lograr eso, sí hay que prepararnos. ¿Pero quién va a querer leer un libro, sentarse alrededor de una mesa para reflexionar juntos mejores estrategias de vida, tomar un curso de desarrollo humano, ayudar en una pastoral, participar en una misión, desarrollar comunidades de apoyo, cuando tiene que trabajar tanto? ¿A qué hora? ¿Cómo vamos a convencer a nuestros niños y jóvenes de que invertir tiempo en nuestro desarrollo humano, en nuestros valores, moral y ética, es valioso cuando les robamos todo su tiempo en trabajos, tareas, esfuerzos, cursos, proyectos? ¿Dónde quedan sus intereses, sus deseos, su necesidad de descanso, juego, recreación, ejercicio?

¿En serio creemos que los vamos a convencer de lo atractivo que es vivir sólo para trabajar y esforzarnos? ¿Somos acaso nosotros ejemplo de vidas sanas, plenas, deseables? ¿Qué es lo que ven lo jóvenes y niños de hoy en nosotros que no sea seres humanos desgastados por el trabajo? ¿Acaso las personas con poder de decisión y con poder económico son, en verdad, las más preparadas, las que más trabajan, las más humanas, sensibles y éticas? ¿Acaso no vemos en muchas de las personas que ocupan los mejores puestos abusos y despotismo?

No. Lo siento. No puedo decir que todo esto es “voluntad de Dios”. ¡No lo es!

Dios no “provoca” tragedias para probarnos, para enseñarnos algo, para elevar nuestro espíritu, para obligarnos a doblar la rodilla. Dios nos acompaña en la tragedia para que “resucitemos” como individuos y como sociedad. Nos acompaña en el dolor de los excesos, los juicios, las traiciones, la pena, el dolor, los abusos, para que trascendamos todo eso y dejemos de lado el deseo, la creencia, la convicción de que, si yo sufrí y me esforcé al máximo, todos tienen que hacerlo. Tampoco lo hizo para que pensemos que la mejor manera de protegernos y proteger a los nuestros es evitar ser el crucificado y procurar ser quien esté en el poder y pueda, por lo mismo, sacrificar a otros y justificarlo con un: así son las cosas.

No. La tragedia existe porque la permitimos cada que nos lavamos las manos y decimos: “Así son las cosas”. ¿Quieres seguir a Cristo en su camino de cruz? Pues la única manera de verdaderamente acompañar a Cristo en su propia tragedia es comprender la tragedia de nuestros hermanos y convertirnos en un instrumento de cambio.

Yo también he querido una mejor vida para mí y los míos y he tenido que sucumbir al sacrificio en el exceso de trabajo que en su momento se me ha impuesto con la promesa de “una mejor paga”. No me morí, pero estuve muy cerca.

Aún hoy tengo frente a mí la tentación de no invertir tiempo en estas oraciones y en otras cosas que me son significativas e importantes, aunque no lo sean para nadie más. ¿Para qué leo y escribo? ¿A quién le importa lo que pueda reflexionar y la invitación que hago a que busques también tu propia reflexión y mejora? ¿A quién le interesa saber que como seres humanos necesitamos precisamente eso: humanidad; y no sólo falsas promesas de sacrifícate del todo hoy para un mañana que quizá no llegue porque estarás demasiado cansado para disfrutarlo o de plano muerto como para poder vivirlo?  

Pero, Jesús nos ha dicho: “Dice la escritura: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4, 4)

Entonces, me seguiré dando el tiempo de leer y escribir, buscaré tiempo para ejercitarme y descansar, buscaré tiempo para jugar y divertirme, y seguiré en mi búsqueda de una comunidad donde la fortaleza no sea ser más y mejor, sino la fuerza de la vulnerabilidad compartida.

Y sé que eso podría implicar perder lo poco que he ganado, porque he ganado poco. Después de todo, soy maestra y en nuestra sociedad ser maestra no es una profesión ni bien pagada ni bien valorada –a menos que seas sindicalizado y estés bien conectado; ahí sí puede que llegues a ganar mucho y hasta ser intocable y rico.

Pero si deseo participar en la resurrección de esta vida, necesito darle valor a lo que tiene valor. Necesito honrar la vida de tantas personas que se esfuerzan hasta el agotamiento –incluida yo- y aprender de sus historias. Necesito hablar con la verdad y buscar nuevas alternativas de vida que podamos compartir y que incluyan la enorme diversidad de personalidades que compone esta sociedad. Darle valor a cada una y alentar no sólo el trabajo, sino también la satisfacción de ser quienes somos y hacer también lo que disfrutamos.

En fin, ayer estuve muy triste todo el día. Lloré mucho, lamenté con toda mi alma lo sucedido, me sentí completamente impotente, temí por mí, por mis alumnos, por las muchachas que visito en el centro de internación de adolescentes –que es una cárcel, aunque no lo llamemos así-, y por mi hija, que a su manera también sufre y que ha tocado ya la apatía de la desesperanza, lo cual me rompe el alma y me alerta del peligro.

Pero seguir a Cristo en la cruz no significa levantar los brazos y lamentarnos nada más. Tampoco significa escondernos ni negar lo sucedido –ni tres ni dos ni una sola vez.

No es tampoco la resignación de “esta es la voluntad de Dios”. Porque bien visto, Jesús, al aceptar la voluntad de Dios, no dio la bienvenida a la muerte ni buscó someterse al sufrimiento. Jesús no es masoquista ni es Dios Padre un sádico.

La voluntad de nuestro Padre es que Jesús –y ahora nosotros- no nos convirtamos en revolucionarios hoy para ser tiranos mañana. La voluntad de Dios tuvo más que ver con la “no violencia” que con dejarse matar. Se requiere un alma verdaderamente fuerte para decir: me niego a seguir luchando cuando la lucha no es camino de vida.

Jesús no murió, lo mataron. Su muerte tuvo más que ver con las ideas de poder, ganancia y dominio –los ídolos del mundo-, que con el deseo divino de que busquemos crear una existencia en el que la hermandad sea la regla y no la excepción. Estas ideas del mundo, eran y siguen siendo las mismas: no hables con la verdad, no cures ni des esperanza a los enfermos y desalentados, no contribuyas a que los ciegos vean, ni procures animar a que los sordos escuchen, no cuestiones el poder en turno, calla, obedece y esfuérzate, no busques la paz y el bienestar de todos, no calmes tormentas ni expulses demonios –de qué otra manera podemos culpar a entidades externas a nosotros mismos y nuestras consciencias, de lo que no estamos dispuesto a hacer nosotros por cambiar.

El milagro es que, a pesar de haber muerto: ¡Jesús resucitó!

¿Por qué? ¿Cómo puede ser eso? Porque tal y como nos los dijo
en el sermón del monte, las bienaventuranzas llegan no ante la fortaleza, la riqueza ni el poder, sino ante la humildad, la pobreza y el verse vencido por la existencia. Es en el reconocimiento de toda esta fragilidad humana que se dan los cambios de vida capaces de trascender toda existencia.

Reconozcamos nuestra limitación y levantemos las manos, no para seguir luchando sino para rendirnos ante la humanidad que somos, ante las limitaciones que tenemos y frente al dolor que nos causa no ser capaces de seguir luchando. Derrotados enfrentemos la realidad: no podemos seguir abusando de la energía, la fuerza, las capacidades que queremos imponernos como camino de superación. Ser el más capaz, el más fuerte y el más poderoso no nos hace mejores. Aceptar nuestra vulnerabilidad y la necesidad que tenemos de aprender de nuestros errores sí.

Bienaventurados seamos todos nosotros, para que aprendamos a vivir no sólo para el futuro –que siempre puede sorprendernos demasiado pronto- sino sobre todo para hoy. Que hoy nos alegremos con Cristo, por Cristo y en Cristo, y que sea en su presencia que nos atrevamos a sabernos débiles y humanos, demasiado frágiles como para esforzarnos en extremo.

Gloria a Dios en los cielos y paz y vida a los hombres que ama el Señor.
¡Gracias Jesús por ser Camino, Verdad y Vida! Te amo.  


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