jueves, 18 de abril de 2019

Cruz, cruz, cruz

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El capítulo 9 y 10 de Nehemías son un mismo evento de suma importancia en la vida de toda nación, pueblo, comunidad, familia e individuo. Es el momento de la recapitulación de una vida, una historia. Es incluso una estrategia terapéutica: narrar tu historia, pero no desde la amargura del dolor, sino desde la sabiduría de la perspectiva.

No se llega fácilmente a este momento, pero si somos perseverantes, llegaremos. Y tampoco es un único momento. En realidad, lo sano es que existan muchos momentos así. Instantes en los que nos detenemos, analizamos los hechos y aceptamos la manera en que nuestros actos contribuyeron a que las cosas se dieran como se dieron. Pero tengamos cuidado, porque es necesario que aceptemos nuestros actos, y no los justifiquemos con nuestras buenas intenciones. Mucho cuidado con eso de empezar a lavarnos las manos con nuestras buenas intenciones. Ese lavarnos las manos implica, siempre, siempre, siempre no asumir la responsabilidad propia y, por ende, sacrificar a alguien más, culpar a alguien más, señalar a alguien más, victimizarnos por alguien más, responsabilizar a otros o a las circunstancias, negarnos la oportunidad de aprender, de cambiar, de convertirnos en una mejor persona, un ser un poco más sabio, un poco más atento, un poco más humano.

Entonces, no debe existir un único momento de reflexión, pero siempre debe existir un momento en el que te detengas del todo y verdaderamente reflexiones en qué curso ha tenido tu vida, la vida de tu pareja, tu familia, tu trabajo, tus amistades, y tomes la decisión de dejar de ser un espectador de tu historia y pases a ser el actor principal.

El capítulo 9 de Nehemías narra precisamente esa recapitulación de la historia de Israel. De su llamado, de sus pasos, de sus penas, de sus terquedades, de sus errores, de sus aciertos, de lo aprendido y lo que se tuvo que desaprender, y de las consecuencias de sus actos. El capítulo 10 empieza con estas palabras: “Por todo lo anterior, contraemos un compromiso solemne y lo ponemos por escrito”. Ne 10, 1a

De todos los compromisos asumidos hay uno que me llama la atención especialmente y que he tenido que cuestionar, no porque crea que sea acertado, sino porque siempre había creído que no lo era, que era un error y que era una injusticia: “No daremos más nuestras hijas a la gente del país ni tampoco tomaremos más sus hijas para nuestros hijos.” Ne 10, 31

Al respecto el comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) al inicio del capítulo 9 nos dice: “Se insiste mucho sobre el pecado de los que se han casado con mujeres de otra raza y de diferente religión: la Biblia sabe que el matrimonio con personas de otra religión lleva, muy a menudo al alejamiento de su propia comunidad religiosa.”

Entonces, ¿está bien rechazar a otros, alejarlos, señalarlos, convertirlos en los enemigos a vencer o por lo menos en los “no deseados”? Como decíamos de niños: “Cruz, cruz, cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús”. ¿Es esa la actitud que tenemos que tener hacia los otros, los que no son como nosotros?

“Vaya, vaya… ¡Por fin una pregunta que vale la pena te respondas!” Esas palabras fueron de Jesús, a quien imagino justo ahora a mi lado, con una linda sonrisa juguetona y con una enorme curiosidad de a qué conclusiones he de llegar hoy. Sabe que la respuesta que me dé, será importante, y guiará mis pasos. Jesús quiere escucharme, es a través de la escucha que me guía. Jesús habla poco, pero escucha mucho, y cada que hablo con Él, para Él, sobre Él, descubro mucho de mí, para mí y sobre mí. Jesús es el mejor guía porque escucha mucho, y al escuchar nos permite expresar lo que realmente somos y descubrir su voz en nuestro ser.

Miro a Jesús y empiezo a hablar: La palabra clave aquí es “casarnos”. No debemos casarnos con ideas, creencias, actitudes, acciones, pensamientos, hábitos que nos alejen del Camino, de la Verdad y de la Vida.

Así que: ¡Sí! Bien visto, se trata de decir: “Cruz, cruz, cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús, porque Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.”

Ahora, no creamos que eso “justifica” nuestro deseo de rechazar a otros. No, no, no… Jesús no rechaza: cuestiona. Y nunca rechazó a una persona, rechazó las creencias que se le mostraban como verdades sin serlo. ¿Y cómo se rechaza una creencia? Se cuestiona. No te casas con ella, no te la crees nada más porque sí. La cuestionas, la pones a prueba.

Entonces, no es que los “otros”, los que no son como yo o no han vivido mis experiencias o no piensan como yo pienso, estén mal sólo porque no cumplen con mis creencias, mis expectativas y mis exigencias. Es que yo tengo que tener claras cuáles son esas creencias, expectativas y exigencias que me impongo y que le impongo a los demás, y debo cuestionarme si verdaderamente me acercan al Camino, a la Verdad y a la Vida.

El camino es la inclusión, definitivamente lo creo así, pero eso no significa que sea fácil. La verdad es que, el gusto se rompe en géneros y a veces simplemente no me gusta lo que al otro sí, no creo que esté bien lo que el otro piensa que sí. ¿Qué genera mayor vida? ¿Esforzarme porque a todo el mundo le guste y crea lo que a mí me parece bien? ¿Cerrarme en un círculo pequeño en el que sólo quepan quienes piensan lo mismo que yo, ven las cosas de la misma manera que yo? ¿O permitirme ver las cosas de la manera en que los otros lo ven? Dejar lo evidente de lado y tratar de “escuchar” al otro, al que está detrás de toda esa enredadera de acciones y emociones que me son desagradables.

Aclaro que escuchar no quiere decir que acepte y aplauda lo que hace, lo que vive o lo que siente. Implica humanizar al otro y separar sus, digamos, demonios, de la persona que los vive. Implica saber que detrás de toda esa enredadera de emociones, acciones, agresión, enojo, hay una persona, y, con toda seguridad, sufre. Escuchar es buscar a esa persona detrás del “poseso”, detrás de sus ideas, sus convicciones, sus creencias, sus barreras, y comprender que, si todo eso está ahí, es precisamente porque tiene miedo y sufre. Tal y como seguramente yo tengo miedo al enfrentarme a él porque no refleja lo que creo es y debe ser un ser humano.

Hablo de demonios y posesiones porque… pues eso suele ser todo lo que no comprendemos: si alguien es gay, si es un “enfermo mental”, es un criminal, si no cumple con nuestras expectativas de lo que es un ser humano sano y “normal”, entonces es una expresión de “maldad”, es un “poseso”. Hablo, por supuesto, de extremos, pero no siempre son extremos tan grandes: si es diferente a mí, si algo no me gusta de esa persona, a veces eso basta para no ver a la persona y mucho menos aceptarla. A veces eso basta para convertirla en blanco de burlas, críticas, juicios o indiferencia.

Pero, ¿qué pasaría si me diera la oportunidad de conocer al ser humano que hay detrás? No dije “casarme” con ese ser humanos, sino conocerlo. Conocer sus ideas, creencias o forma de ser, conocer su vida, sus alegrías, penas y sufrimientos. Sólo conocerlas de lleno, aceptarlas, escucharlas y empatizar con su dolor. ¿Qué pasaría si pudiera empatizar con alguien, sin convertirme en ese alguien?

Si hiciéramos eso, te puedo asegurar que sucedería lo que le sucedió al hombre poseso aquel que describen Mateo y Lucas (Mt 8, 28-34, aunque mateo habla de dos hombres, no uno, y Lc 8, 26-39). Estaría dispuesto a dejar escapar sus demonios, las ideas que lo atan, las creencias que lo limitan, para separar al hombre de la bestia (recordemos que la legión de demonios dejó al hombre y se abalanzó sobre unos cerdos que a su vez se dejaron caer a un abismo). Ese hombre recuperaría su vida porque recuperaría su dignidad.

Y ojo, cuando digo que ese hombre estaría dispuesto a dejar las ideas que lo atan, sus creencias, no estoy diciendo que dejaría de ser quien es para convertirse en lo que yo quiero que sea. No. Lo que yo digo es que estaría mucho más dispuesto a dejar ir sus ideas de odio, rencor, coraje, dolor y venganza precisamente porque habrá alcanzado a ver mi voluntad de dejar ir el odio, rencor, coraje, dolor y venganza que yo busco al querer cambiarlo. (Si nosotros tampoco somos blancas palomas.)

La paz siempre empieza con una verdadera expresión de voluntad hacia el respeto mutuo. Por eso es tan complicada de obtener. Generalmente queremos que nos dejen en paz, sin estar dispuestos a dejar en paz a nadie: O eres lo que yo quiero que seas, o eres nadie y vales nada.  

Cuando no validamos el sufrir del otro y queremos que únicamente responda a nuestra visión de lo que “tiene” que ser y hacer para ser aceptado, amado, reconocido y valorado; cuando condicionamos la pertenencia de otro como uno de nosotros a cumplir con nuestras normas, sin aceptar su humanidad, sus diferencias y sus limitaciones; entonces es muy probable que terminaremos frente a personas que llegarán a extremos peligrosos y no deseables para nadie.

Todos estos movimientos extremistas lo reflejan:

·        Feministas extremas, que son tan intolerantes como cualquier macho, y para quienes la equidad no es más que una bandera de “venganza” con la que quieren castigar a todos los hombres, por el sólo hecho de ser hombres, y que sólo quieren ser reconocidas “por ser mujeres” y no necesariamente “por ser capaces”. Porque seamos sinceros, no se trata sólo de que una mujer pueda hacer tal o cual trabajo, que sin duda habrá quien pueda. La equidad no es que “todas” las mujeres puedan hacer lo mismo que los hombres. La realidad es que incluso entre los hombres, hay quienes pueden hacer una u otra cosa, y no dejan de ser hombres. La equidad debería entenderse más como igualdad de oportunidades que como un “deber ser”. Dejar que quien quiera intentar hacer esto o aquello, lo intente y se preparé para hacerlo, y hacerlo bien. No sólo lo sea porque es mujer u hombre.

·        Movimientos lésbico-gays y libertad de género que buscan imponer sus reglas de aceptación sin estar dispuestos a aceptar límites en su expresión. Porque toda expresión, sobre todo una expresión verdadera, no existe para pisar, imponer ni escandalizar a otros. ¿Buscas expresar quién eres o quieres restregarle a los demás lo que no te han dejado ser, y así, mientras más escandalosa sea tu expresión, más lograrás ofenderlos? Hace falta cuestionarnos porque como suele decirse “el diablo está en los detalles”. Si tu expresión eres tú, exprésate, con la misma dignidad y respeto que quieres de otros. Si tu expresión es el deseo de venganza, ese no eres tú, ese es tu odio. El mismo odio que terminará por arrojarte por el acantilado y le restará fuerza a la verdad de tu ser.

·        Luchas de derechos humanos que parecen estar creados más para defender y justificar actos criminales que para garantizar la seguridad y humanidad de todos, tanto de quienes cometen actos criminales como de quienes los sufren. Hablamos mucho de los “derechos”, pero le damos poco espacio a las “obligaciones” que esos derechos conllevan. Olvidamos que derechos y obligaciones son lados de una misma moneda, y así, queremos cobrarnos nuestras penas, imponiendo penas en otros e ignorando el otro lado: la oportunidad de recuperarnos ante la pena. Así, queriendo engrandecer a la humanidad, la convertimos en una pequeña e indefensa víctima que terminará siendo victimaria de otros. Pero nuestra humanidad no está destinada ni a ser víctima ni a ser victimaria. Nuestra humanidad es dignidad: eso implica tener derecho y obligación.

En fin, “el demonio está en los detalles”, así que mejor cuidemos y busquemos “escuchar con detalle”. Aprendamos a desarrollar la empatía y descubramos el dolor que provocamos y la manera en que podemos evitarlo. Aprendamos a incluir, no sólo a decir que aceptamos a los demás. Reconozcamos que incluir implica esforzarnos en verdaderamente conocer al otro, en aprender y estar dispuesto a crear nuevas estrategias que les permitan desarrollarse siendo quienes son, y no sólo lo que nos conviene que sean. Aprendamos a desaprender y reaprender, porque cada ser humano es un único ser y lo que funciona con uno, no funciona con todos. Lo que ayuda a uno, no ayuda a todos. Lo que soy yo, no va a ser aceptado ni amado por todos. Pero cada que me doy la oportunidad de conocer a uno, aprendo algo de la humanidad de todos.

Carl Rogers, psicólogo humanista, asegura que la “cuando la personas se da cuenta de que se le ha oído en profundidad, se le humedecen los ojos… Es como si un prisionero encerrado en una mazmorra –o un sepultado vivo- consiguiera por fin comunicarse con el exterior. Simplemente eso le basta para liberarse de su aislamiento. Acaba de convertirse de nuevo en un ser humano.” (http://em-patia.blogspot.com/2009/08/dice-carl-rogers-acerca-de-la-empatia.html)

Yo sé que no es fácil ver al otro, al que es diferente, al que no piensa como yo, al que ha cometido tantos errores sin que parezca que aprende algo, a quien considero rebelde y necio porque no cumple con las expectativas que tengo de lo que es esforzarnos y mejorar; yo sé que es fácil, mucho más fácil, emitir un juicio y rechazarlo, regañarlo, señalarlo, corregirlo, pero Jesús, permíteme abrazar tu Cruz, tu dolor, tu sufrimiento, para tocar el mío y acercarme al suyo, para estar dispuesto a escuchar el suyo, para no ser demasiado pronta en el juicio y tratar con todo mi ser de escuchar lo que le sucede, lo que hay detrás, lo que vive, lo que implica caminar en sus zapatos, lo que significa ser él o ella. Y, desde esa Cruz, desde ese dolor, desde ahí, permíteme entender su humanidad, su enojo, su deseo de venganza, su insatisfacción, su miedo.

Jesús, no me dejes ser uno más entre los muchos a los que deberá perdonar “porque no sabe lo que hace”. Permíteme saber lo que hago, lo que le hago a ese otro que sufre. Permíteme sufrir con él su dolor y buscar soluciones reales, no fantasías de blancos y negros inflexibles. No me dejes lavarme las manos ni me permitas casarme con la idea de que yo soy buena. Dame el valor de “no ser buena” pero “sí ser humana, ser comprensiva y ser valiente” para enfrentar los detalles donde se esconde el demonio de nuestro ego… de mi ego, y derrotarlo.

Cruz, Cruz, Cruz… ¡Que se vaya el diablo y llegue Jesús! Así sea siempre. Te amo.


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