“Se terminó la muralla
el veinticinco del mes de Elul; se la había reconstruido en cincuenta y dos
días. Cuando nuestros enemigos supieron eso, todas las naciones que están
alrededor de nosotros tuvieron miedo y se acobardaron. Tuvieron que reconocer
en eso la obra de Dios.” Ne 6, 15-16
Tener que reconocer en
algo la obra de Dios equivale a bajar las rodillas y rendirnos ante su
grandeza, sabiduría y voluntad. Ese es el “temor a Dios” que es gracia y don
del Espíritu Santo y que, al serlo, nos transforma.
A veces luchamos con
uñas y dientes ante algo, y pareciera que mientras más luchamos, menos logros
tenemos.
Lo que muchas veces no
alcanzamos a ver es que la lucha no es lo que se requiere. A veces lo que
necesitamos hacer es caer de rodillas, decir no puedo, no sé cómo, no tengo los
medios, necesito ayuda. A veces necesitamos someternos a la rigurosa realidad
de que nada en nosotros basta. A veces tenemos que darnos por vencidos y dejar
al otro ganar. A veces tenemos que abrir las manos y dejar ir todo lo que
amamos y sentimos que no podemos perder, y perderlo.
En este capítulo 7 de
Nehemías, un tal Tobías y otros enemigos, le insistían e insistían a Nehemías
que dejara su labor y enfrentara lo que otras personas decían acerca de las
motivaciones que tenía para reconstruir la muralla: “Corre el rumor entre los
extranjeros […] que tú y los judíos se están preparando para una rebelión; es
por eso que reconstruiste la muralla, porque quieres ser rey.” Ne 6, 15-16.
Bien, pues Nehemías
nunca fue a enfrentar los rumores ni a tratar de quitarles las ideas que otros
tenían sobre quién era y cuáles eran sus intenciones. Nehemías dejó ir la lucha
y se dedicó a reconstruir la muralla porque mientras esa muralla estuviera
derrumbada, Jerusalén era vulnerable a los ataques reales, no a los rumores que
son polvo en el viento. Además, reconstruir la muralla implica dar seguridad, unidad,
sentido de pertenencia y ofrece la oportunidad de trabajar en conjunto para ser
comunidad. Y eso es mil veces más importante que lo que sea que otros piensen,
digan y hablen.
Y así, Nehemías dejó ir
la lucha, y se dedicó a reconstruir la muralla. Hagamos lo mismo, dejemos de
luchar con el mundo y dediquemos nuestro esfuerzo en construir la muralla:
nuestra muralla.
¿Qué es reconstruir una
muralla? Es dejar de salir de ti para enfrentar el mundo, para justificarte
frente a los demás, para enfrentar las voces, los rumores, los chismes, las
especulaciones de otros. Reconstruir una muralla, tu muralla, es ocuparte en ti
y hacer lo que te toca hacer hoy. Es enfocarte en reconstruirte tú, tu entorno,
tu familia, las relaciones con tus seres cercanos –esos que se quedan cuando
todo en ti cae al abismo, los que saben que ahí estás, detrás de la mirada
perdida, el enojo y la desesperanza, y no se dan por vencidos ni te culpan a ti
de tus defectos. Reconstruir tu muralla es enfrentar tus propias voces, tu
consciencia, tu ser. Es aprender a definirte a ti mismo por tus propios méritos,
y no compararte con nadie.
Implica también
arrodillarte, humillarte, reconocer que no puedes enfrentar a nadie ni hacer
mucho más que esto que hoy haces. Por eso, para construir nuestra muralla
necesitamos dejar ir nuestro ego y entregarlo a Dios.
Lo que sí puedo
asegurar es que, una vez que empieces a mostrar avances o logres reconstruir
mucho de lo caído, callarás muchas de esas voces –tanto las externas como las
internas- y, lo más importante aún, habrás comprendido que la fuerza no se
manifiesta en la lucha. La fuerza, lo verdaderamente difícil, fue someterte a
la realidad de tu debilidad, de tu muralla derrumbada, y hacer algo al
respecto.
Por eso Pablo, después
de haberle pedido a Dios tres veces que le quitara un mal –que él describió
como un aguijón clavado en su carne- sin conseguirlo, comprendió que esa
negativa no era maldición sino bendición: “Tres veces rogué al Señor que lo
alejara de mí, pero me dijo: «Te basta mi gracia, mi mayor fuerza se manifiesta
en la debilidad».” 2 Co 8-9ª
Comprendámoslo bien: La
fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad. Aprendamos, entonces, a responder
como Pablo y Nehemías.
Nehemías, se enfocó a
reconstruir la muralla, no a dar importancia a la necesidad inútil de
defendernos de voces, chismes, elucubraciones propias y ajenas.
Pablo asegura: “Con
mucho gusto, pues, me preciaré en mis debilidades, para que me cubra la fuerza
de Cristo. Por eso acepto con gusto lo que me toca sufrir por Cristo:
enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias. Pues si me
siento débil, entonces es cuando soy fuerte.” 2 Co 12, 9-10
Dios nos ayude a ser lo
suficientemente fuertes como para reconocer que no podemos con algo, tiremos la
toalla, y busquemos ayuda y apoyo. Es en nuestra debilidad que Dios manifiesta
su Espíritu de unidad, compasión y amor. Es en la rodilla doblada sobre el
suelo que encontramos apoyo para levantarnos después. Que Dios nos de fuerza
para derrotar nuestro orgullo: el verdadero enemigo.
Gracias Dios mío por
ser la mano que nos sostiene y la luz que nos impide vivir en la obscuridad. Te
amo.
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