lunes, 15 de abril de 2019

Reconocer la obra de Dios

Photo by Mikael Kristenson on Unsplash

“Se terminó la muralla el veinticinco del mes de Elul; se la había reconstruido en cincuenta y dos días. Cuando nuestros enemigos supieron eso, todas las naciones que están alrededor de nosotros tuvieron miedo y se acobardaron. Tuvieron que reconocer en eso la obra de Dios.” Ne 6, 15-16

Tener que reconocer en algo la obra de Dios equivale a bajar las rodillas y rendirnos ante su grandeza, sabiduría y voluntad. Ese es el “temor a Dios” que es gracia y don del Espíritu Santo y que, al serlo, nos transforma.

A veces luchamos con uñas y dientes ante algo, y pareciera que mientras más luchamos, menos logros tenemos.

Lo que muchas veces no alcanzamos a ver es que la lucha no es lo que se requiere. A veces lo que necesitamos hacer es caer de rodillas, decir no puedo, no sé cómo, no tengo los medios, necesito ayuda. A veces necesitamos someternos a la rigurosa realidad de que nada en nosotros basta. A veces tenemos que darnos por vencidos y dejar al otro ganar. A veces tenemos que abrir las manos y dejar ir todo lo que amamos y sentimos que no podemos perder, y perderlo.  

En este capítulo 7 de Nehemías, un tal Tobías y otros enemigos, le insistían e insistían a Nehemías que dejara su labor y enfrentara lo que otras personas decían acerca de las motivaciones que tenía para reconstruir la muralla: “Corre el rumor entre los extranjeros […] que tú y los judíos se están preparando para una rebelión; es por eso que reconstruiste la muralla, porque quieres ser rey.” Ne 6, 15-16.

Bien, pues Nehemías nunca fue a enfrentar los rumores ni a tratar de quitarles las ideas que otros tenían sobre quién era y cuáles eran sus intenciones. Nehemías dejó ir la lucha y se dedicó a reconstruir la muralla porque mientras esa muralla estuviera derrumbada, Jerusalén era vulnerable a los ataques reales, no a los rumores que son polvo en el viento. Además, reconstruir la muralla implica dar seguridad, unidad, sentido de pertenencia y ofrece la oportunidad de trabajar en conjunto para ser comunidad. Y eso es mil veces más importante que lo que sea que otros piensen, digan y hablen.

Y así, Nehemías dejó ir la lucha, y se dedicó a reconstruir la muralla. Hagamos lo mismo, dejemos de luchar con el mundo y dediquemos nuestro esfuerzo en construir la muralla: nuestra muralla.

¿Qué es reconstruir una muralla? Es dejar de salir de ti para enfrentar el mundo, para justificarte frente a los demás, para enfrentar las voces, los rumores, los chismes, las especulaciones de otros. Reconstruir una muralla, tu muralla, es ocuparte en ti y hacer lo que te toca hacer hoy. Es enfocarte en reconstruirte tú, tu entorno, tu familia, las relaciones con tus seres cercanos –esos que se quedan cuando todo en ti cae al abismo, los que saben que ahí estás, detrás de la mirada perdida, el enojo y la desesperanza, y no se dan por vencidos ni te culpan a ti de tus defectos. Reconstruir tu muralla es enfrentar tus propias voces, tu consciencia, tu ser. Es aprender a definirte a ti mismo por tus propios méritos, y no compararte con nadie.

Implica también arrodillarte, humillarte, reconocer que no puedes enfrentar a nadie ni hacer mucho más que esto que hoy haces. Por eso, para construir nuestra muralla necesitamos dejar ir nuestro ego y entregarlo a Dios.

Lo que sí puedo asegurar es que, una vez que empieces a mostrar avances o logres reconstruir mucho de lo caído, callarás muchas de esas voces –tanto las externas como las internas- y, lo más importante aún, habrás comprendido que la fuerza no se manifiesta en la lucha. La fuerza, lo verdaderamente difícil, fue someterte a la realidad de tu debilidad, de tu muralla derrumbada, y hacer algo al respecto.

Por eso Pablo, después de haberle pedido a Dios tres veces que le quitara un mal –que él describió como un aguijón clavado en su carne- sin conseguirlo, comprendió que esa negativa no era maldición sino bendición: “Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me dijo: «Te basta mi gracia, mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad».” 2 Co 8-9ª

Comprendámoslo bien: La fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad. Aprendamos, entonces, a responder como Pablo y Nehemías.

Nehemías, se enfocó a reconstruir la muralla, no a dar importancia a la necesidad inútil de defendernos de voces, chismes, elucubraciones propias y ajenas.

Pablo asegura: “Con mucho gusto, pues, me preciaré en mis debilidades, para que me cubra la fuerza de Cristo. Por eso acepto con gusto lo que me toca sufrir por Cristo: enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias. Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte.” 2 Co 12, 9-10

Dios nos ayude a ser lo suficientemente fuertes como para reconocer que no podemos con algo, tiremos la toalla, y busquemos ayuda y apoyo. Es en nuestra debilidad que Dios manifiesta su Espíritu de unidad, compasión y amor. Es en la rodilla doblada sobre el suelo que encontramos apoyo para levantarnos después. Que Dios nos de fuerza para derrotar nuestro orgullo: el verdadero enemigo.

Gracias Dios mío por ser la mano que nos sostiene y la luz que nos impide vivir en la obscuridad. Te amo.

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