El mensaje decía:
"Te escribo porque no sé cómo confortar a un gran amigo por la pérdida de su hija: se suicidó esta madrugada."
Yo tampoco sé cómo confortar a nadie cuando muere un ser querido, y aunque no lo conozco, no pude volver a acostarme y dormir. Necesitaba decirle algo, necesito decirte algo a ti también. Necesito decirles a todos algo. He aquí lo que dije, lo que necesito decirte:
Hola:
No te conozco y esta
carta va a ser para ti una sorpresa. ¿Por qué me escribe esta mujer que no sabe
quién soy ni sabe quién era mi hija? Bueno, pues porque a pesar de que no te
conozco, sí sé, un poco al menos, quién era tu hija, la dignidad que tiene, y la
vida que en nuestro Señor Jesucristo ha encontrado. Y quiero que sepas algunas
cosas que nadie nos dice sobre el suicidio para que, aún en el dolor, puedas
ver a tu hija como la ve Dios: como el ser humano valiente, digno y luchador
que es.
Para mí, es muy
importante que sepas el valor tan grande que tiene tu hija y la manera en que a
partir de hoy se convierte para mí y para muchos en una luz que nos ha de guiar
a una mejor existencia. Por eso, a pesar de que no me conoces, quisiera que me
dieras la oportunidad de hablarte por un momento, y le pido al Espíritu Santo
que me ayude a encontrar las palabras para hacerlo.
Vivo con depresión y
ansiedad desde muy chica. Sé lo que es estar frente a la muerte e intentar
quitarme la vida. Conozco toda la enorme cantidad de tonterías que solemos
creer en torno al suicidio y todas ellas, te lo puedo asegurar, no sólo son
tonterías, sino que son inútiles y no ayudan a nadie.
Mucho se dice que el
suicidio es una salida fácil, una cobardía, un pecado, un intento de venganza,
en fin, tantas cosas tan equivocadas. Casi nadie se da cuenta de que el
suicidio es exactamente igual que morir de cáncer, por ejemplo, o morir ante un
accidente demasiado aparatoso como para poder haber salido con vida. A nadie se
le ocurriría culpar a una persona por haber muerto de cáncer o haber muerto en
un accidente. Nadie diría que si murió de cáncer o en un accidente fue porque
tomo el camino fácil, fue cobarde, lo hizo a propósito y por lo tanto es un
pecado, o quería vengarse de alguien más.
Por eso, te pido, te
suplico, que no escuches a alguien que te diga que tu hija fue cobarde o
cometió un pecado. Ella sufría y mucho. Y te aseguro que Dios, que su hijo
Jesucristo y el Espíritu Santo estaban a su lado, sosteniéndola, abrazándola,
comprendiéndola y que, muy a pesar de que hicieron todo lo que pudieron para
darle un soplo de vida y ayudarla a continuar, la vida simplemente se escapó de
sus manos, como llega a escaparse de cualquier persona que sufre una enfermedad
o tiene un horrible accidente.
El suicidio es el fin
de una lucha tan digna y humana como lo es luchar contra cualquier enfermedad.
También puede ser el resultado de eventos desafortunados que llegan con tal
fuerza y descontrol que son prácticamente inevitables, tal y como lo puede ser
un accidente automovilístico. Y ante eventos como estos, ante realidades como
estas, no ayuda culpar a nadie: ni a quien ha muerto ni a quienes nos hemos
quedado con vida.
En este camino de
enfrentar la muerte como una realidad constante en mi vida, te puedo asegurar
que Jesucristo, en esa cruz tan cruel y horrible por la que tuvo que atravesar,
luchó con tu hija, estuvo con tu hija, sufrió con ella y también murió por
ella.
Porque hace falta
recordarlo: todos morimos. Incluso Jesús, hijo de Dios, murió. Y también te lo
puedo asegurar: esa muerte de cruz de Cristo, no fue en vano.
Suelen decirnos que
Jesucristo murió por nuestros pecados, pero, aunque es verdad, no es
precisamente así: Jesucristo no murió por la culpa del pecado, más bien, dejó
que nuestras culpas murieran en la cruz, para permitirnos recuperar nuestra
dignidad y honor perdido por la tragedia de la muerte. Porque en esa cruz Jesús
nos pide que dejemos morir nuestras culpas. Y hoy te pido que coloques en esa
cruz todo tu dolor, tu pesar, tu pena y cualquier culpa que creas que tienes o
tuvo tu hija, y confíes en que Dios ha tomado a tu hija en sus brazos y le ha
dado vida eterna.
Tu hija, tu adorada
niña, es para mí un ser humano hermoso que simplemente se nos adelantó. Y eso,
claro, duele horrores. Pero si hemos de darle dignidad a su muerte, que sea a
través de la vida que Dios le ha dado hoy, y a los cambios de vida que hemos de
hacer muchos de nosotros para mostrar más empatía, comprensión y para tener la
oportunidad de honrar su vida a través de cambios significativos en la nuestra.
Por mi cuenta, aunque
no la conocí, mi vida, el resto de mi vida y de mi existencia, la dedico a ella
y otros que como ella sufren por tanta mala información que hay en torno a los
trastornos mentales y emocionales que llevan a tantas personas a morir. Te
dedico a ti y a tu familia mi trabajo y el empeño que pondré en contribuir a
que más personas comprendamos que culpar a otros de sus debilidades, defectos y
penas, no ayuda.
Te pido, te suplico,
que si además del dolor, llevas en ti alguna culpa, se la entregues a Jesús y
le permitas que esa culpa muera en su cruz. No tiene caso culpar a nadie. La
culpa juega un papel enorme en todo trastorno mental y emocional, en las
dinámicas sociales que creamos y que nos llevan a la soledad y la desdicha. No
dejes que la culpa te devore, porque tu hija no quiere eso. Ella sabe lo que
pesa y lo que duele. No alimentes el mal que nos consume a todos. Cada que
sientas la espina de la culpa, cierra los ojos y entrégasela a Dios. No te
culpes ni culpes a tu hija. No culpes a esta sociedad que es lenta en
comprender. No culpes a las circunstancias, después de todo, ¿quién puede
controlarlas en su totalidad?
Le pido a Dios te
sostenga también a ti y a tu familia. También a ustedes dedico mi trabajo y mi
esfuerzo. También a ustedes les pido que nos ayuden a combatir el verdadero mal
de este mundo: la culpa. ¿Cómo? Negándose a cargarla o a ponérsela encima a
otros.
Cuando alguien muere
solemos decir: que Dios la tenga en su Gloria. Bueno, yo te voy a decir que DIOS
YA LA TIENE EN SU GLORIA. Me atrevo a decirlo porque conozco a Jesús y sé todo
lo que carga por nosotros, comprendo todo lo que hizo para dejar morir en
nuestras vidas y pesares la culpa, y sé que lo único que tenemos que hacer es
entregar en sus manos esa culpa tan dañina y permitirle transformar una muerte,
un dolor, un accidente, unas circunstancias desafortunadas, en la esperanza de
una vida más plena, más llena de luz en presencia de Dios.
Así que recuerda a tu
hija como la luz que es, y no como la desdicha que fue su muerte. Recuérdala y
honra su existencia como la alegría que trajo a tu vida, y no la juzguemos por
sus debilidades, que finalmente, no existieron del todo, porque, te lo aseguro,
hay que ser muy valientes para enfrentar cualquier mal que nos confronte con la
muerte. Y ella lo hizo tanto como pudo.
Tu hija es un ser
humano digno y valioso ante los ojos de Dios. Una persona que luchó y que ahora
comparte la dicha de la Gloria de Dios. No hay culpa ni pena en ella, ya no.
Y si bien hoy te
despides de ella, eso no significa que se ha ido para siempre. Vive en ti y en
la dignidad con que vivas tu propia vida. Vive en ti y en la decisión que todos
los días tomes para ser un ser humano un poco más humano cada día. Ella es sinónimo
de esperanza. Deja que toque tu corazón y si has de llorar, llora, si has de
gritar, grita, pero nunca la culpes ni te culpes.
Que sea el amor que
todo lo perdona lo que te una a ella. Y si por ahora aún no logras ver la luz
por tanta obscuridad en la que estás inmerso, recuerda que basta con que la
mires y la veas como la hija de Dios digna y hermosa que es, para que
encuentres la dicha de haber tenido la fortuna de ser su padre.
Eso, haber tenido la
fortuna de ser su padre, es una dicha que no todos tuvieron pero que tú tienes.
Vive esa dicha y compártela con ella en amor y perdón. Es ahí, en el amor y el
perdón, donde está la esperanza y dónde ella y todos nosotros, encontramos la
paz. Porque es ahí, en el amor y el perdón, donde está la Gloria de Dios.
Dios te ama y bendice,
y yo también.
Amida.
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