“(Judas Macabeo) Expandió la fama de su pueblo, era un
gigante cuando se ponía la coraza y tomaba sus armas para entrar en la batalla.
Su espada protegía el campamento de Israel.” 1 Mac 3, 3
El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) a
esta descripción de Judas Macabeo nos dice que tras tres siglos de contar sólo
con los sacerdotes y los levitas como modelos de la fe, surge esta imagen del
guerrero: “Para muchos”, explica, “el modelo del creyente viene a ser el
combatiente que arriesga su vida para liberar a su pueblo, con las armas en la
mano.”
Y dicen más, va más a fondo en torno a la importancia
que este hecho tuvo y cómo cumplió una función, aun cuando la violencia no sea
deseable ni se camino: “Es que la persecución brutal los llevó hasta el punto
en que abstenerse de luchar significaba renunciar a todo lo que hacía del
pueblo judío un pueblo diferente a los demás.”
Me identifico mucho con la imagen del soldado, el
luchador, el combatiente. No sólo vengo de una familia militar y soy hija del
ejército (mi padre es General de División retirado y mi madre fue Mayor
Enfermera), sino que mi imaginación me ha permitido combatir mis demonios
internos y mucho de mi progreso en esta constante lucha contra la depresión y
la ansiedad, lo he logrado a partir de esta actitud combatiente.
Quiero decir que he podido hacer lo mismo en mi vida
diaria. Pero reconozco que he sabido luchar poco por mí y mis necesidades en el
mundo real. De algún modo saber que eres débil, y que cosas tan simples como
levantarte y no quedarte en la cama, lograr ir a trabajar, o lavar los trastes,
son triunfos enormes para mí, pero insignificantes para otros, me ha colocado
en una constante exigencia y el agotamiento de esforzarme mucho para lograr lo
mínimo necesario para ordenar la vida y conservar un trabajo.
De algún modo, tener que luchar tanto para lograr lo
mínimo me ha hecho esforzarme mucho más. Soy, además, muy exigente conmigo
misma. ¿Por qué? Porque tengo que aparentar que todo está bien, y eso me lleva
a esforzarme mucho. Afortunadamente, o quizá deba decir, lamentablemente,
termino haciendo bien las cosas, y en muchos trabajos he terminado teniendo que
trabajar incluso más que mis pares. Si ven que puedes, entonces asumen que
puedes con más. Y… lo haces. ¿Por qué?
Pues, ¿qué voy a decir? ¿No puedo, tengo problemas
emocionales, la mayor parte del tiempo no quiero ni levantarme, ni intentarlo
siquiera; si por mí fuera, yo no estaría viva? Todo trabajo me cuesta mucho
esfuerzo y lo termino haciendo bien, pero es precisamente porque tengo que
sentarme a organizarlo primero, darle sentido, buscar una estrategia que
pudiera funcionar, realizarla, verificar hasta qué punto funcionó, idear una
nueva. No me sale natural ni fácil. Mi cuerpo pesa, mi alma pesa, mi ánimo
pesa, y sí, es verdad que ya en la dinámica del desempeño llego a sentirme bien
y viva y alegre, pero no dura porque mucho de eso es el esfuerzo de lo que
intento proyectar, más que lo que naturalmente existe.
¿Y luego para qué? ¿Quién lo valora? Así es la vida y
todos lo hacemos. Sí, pero si tu cuerpo y tu alma es una carga más, y no una
herramienta eficiente, cuesta mucho. ¿Te animarías a subirte a un auto en
pobres condiciones físicas para tomar la autopista y hacer un viaje de ocho
horas o diez o doce? Bueno, pues yo hago eso todos los días: viajes de ocho,
diez o doce horas diarias de trabajo en un auto al que tengo que estarle
revisando el aceite constantemente, tengo que cuidar su temperatura porque se
sobrecaliente con facilidad, tengo que detenerme a cambiar la llanta, incluso
he tenido que seguir adelante con llantas ponchadas. Y llego. Todos los días
llego al final, completamente agotada, desanimada y triste. Gracias a Dios ya
duermo más, imagina lo que llegó a ser casi no dormir bajo esas condiciones.
Por eso, la imagen de la princesa guerrera que llega
al castillo de su Padre-Rey, por el que se esfuerza y lucha todos los días, por
el que combate dragones y demonios y hechiceros y brujos, que dobla la rodilla
y se rinde a sus pies, sólo para que el Rey la levante, le quite la espada, la
armadura, y le pida que deje de cargar con toda esa fachada de fortaleza y sea,
por un ratito, la niña necesitada de un abrazo, de un beso, de un “gracias por
esforzarte tanto”… Esa imagen me acompaña y me da ánimo y me brinda paz y me
permite pensar que vale la pena esforzarme por este SER maravilloso que es mi
Padre, que es mi Vida, que es el Amor que tengo hacia mí y aquellas personas
que amo.
Mi Padre me dice que todo vale la pena, que quizá el
mundo no lo ve, pero Él sí, que su aliento me acompaña y su bendición está
conmigo. Me dice que no tenga miedo y que hable de lo que necesito, porque no
sólo lo necesito yo, lo necesitan muchas otras personas que no han logrado
llegar al castillo. Personas que, como yo, sufren y tienen un peso enorme en el
cuerpo y en el alma, y que necesitan ser vistas y reconocidas y aceptadas y
amadas. Personas que no han tenido la fortuna de contar con mi imaginación o
que ya han dejado de intentar imaginar nada a fuerza de enfrentarse a un mundo
en el que lo único que importa es lo concreto, lo real y lo que puede verse. Y dado que la depresión, la ansiedad, los trastornos mentales, no pueden verse, terminan
siendo señalados de flojos, tontos, tercos, negativos, absurdos y un montón de
otras cosas que nadie quiere cerca porque a nadie sirven. Un mundo incapaz de
recibirlas, abrazarlas, apoyarlas, comprenderlas. Un mundo en el que eres desechable si no
eres eficiente, en los términos en que ellos comprenden la eficiencia, no en
los términos en que la demuestras y la vas desarrollando por tu cuenta.
Un mundo “en competencia”, no de “competencias”.
Quiero decir, enfocado a ganar-perder, perder-ganar, perder-perder, o
ganar-ganar… pero nunca en acompañar, ayudar, apoyar el desarrollo del
individuo, a partir de quién es y lo que puede hacer, no de quien me “conviene”
que sea para “competir y buscar el resultado solamente”.
Hace tiempo hice un cuento que se llama “Escoge tus batallas”. Tiene siete partes, pero para mi la primera es la mejor. Cuando
digo que es la mejor, no quiero decir que es necesariamente “buena”, aunque
reconozco que creo que sí tiene valor. Para mí es la mejor porque… Les comparto
la mejor parte de mi cuento de magia:
Nuestra princesa-guerrera está completamente derrotada
y cansada, su Padre le recomienda escoger sus batallas: “No pretendas ganarlas
todas. Escógelas, escógelas bien”, le dice. Ella quiere preguntarle: ¿Cómo sé
qué batallas ganar y cuales dejar ir? Pero no se atreve porque…
«…adivinaba que su Rey, su Padre, le diría algo así como “escucha a tu
corazón.” Y su corazón ya se había equivocado tantas veces, que escucharlo
había dejado de ser una opción. Si le salía con esa frasecita hecha, la
fantasía se iba a ir al carajo. Y hoy tiene ganas de soñar. Lo último que
necesita es un balde de agua fría que le recuerde que el mundo no es un lugar
fantástico, que sus monstruos y demonios son problemas reales que necesitan
soluciones prácticas y no ilusiones, y que lo mejor que puede hacer es ponerse
a trabajar en lugar de estar escribiendo pendejadas.
«Pero entonces su Padre, su Rey, se detuvo y la miró directamente a los
ojos. Había adivinado sus pensamientos, y de golpe, la tomó de un abrazo y le
susurró al oído. Mi niña, no son pendejadas. El mundo sí es un lugar
fantástico y los monstruos y demonios sí pueden vencerse con la imaginación. No
vuelvas a reducirnos a un cuento sin sentido. Tú y yo no lo somos. Soy tu Dios
y tú mi hija, y si es así como necesitas que nos relacionemos, sea pues. Yo sé
jugar el papel que mejor te convenga. Hoy soy tu Rey y tu Padre, vivimos en un
castillo y has venido a contarme que te sientes vencida. Y yo puedo restaurar
tu ánimo y puedo cambiar tu perspectiva. Y a pesar de que jugamos a ser lo que
no somos, somos lo que jugamos a ser. No lo olvides: Tú eres mi hija y yo tu
Padre. ¿Y qué padre no juega con sus hijos y los llena así del amor y la
fortaleza que necesitan para enfrentar la vida? Vamos, no rompas la magia y sé
la niña que eres. Mi niña, mi amor. »
Bendito sea Dios que me ha dado la capacidad de
imaginar. Benditos sean mis padres que me enseñaron que ser un soldado, luchar
por ideales y mostrar ética y valor. Gracias a las miles de historias de
guerreros y luchas que alimentan mi imaginación y la de tantas personas.
Gracias a Carl Jung, psicoanalista, que le dio sentido a todos estos mitos,
leyendas y cuentos para descubrir en ellos caminos de realización, viajes al
interior de la psiquis, estrategias de acción y posibilidades de respuesta,
ante situaciones que parecen no tenerla. Gracias a Jordan Peterson, psicólogo
clínico, que nos habla con la verdad y nos anima con ella: la vida es difícil,
es dura y hay mucha soledad, pero se puede asumir responsablemente, lo cual no
significa que cierres los ojos y digas cosas positivas hasta el cansancio. Eres
un ser humano inteligente y capaz, y puedes, incluso en tus ineficiencias,
aprender algo bueno y mejorar, aunque sea un poco. De modo que no subestimes lo
que puedes lograr, y no te compares con nadie.
Bendito sea Dios Padre Todo Poderoso, Dios Hijo, Amigo
y Compañero, Dios Espíritu Santo, Alivio, Paz y Dulzura. Te amo.
Escoge tus batallas: http://amidacastro.blogspot.com/2010/10/escoge-tus-batallas.html
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