domingo, 19 de mayo de 2019

No son pendejadas

Photo by Timothy Eberly on Unsplash

“(Judas Macabeo) Expandió la fama de su pueblo, era un gigante cuando se ponía la coraza y tomaba sus armas para entrar en la batalla. Su espada protegía el campamento de Israel.” 1 Mac 3, 3

El comentario de la Biblia Latinoamericana (2005) a esta descripción de Judas Macabeo nos dice que tras tres siglos de contar sólo con los sacerdotes y los levitas como modelos de la fe, surge esta imagen del guerrero: “Para muchos”, explica, “el modelo del creyente viene a ser el combatiente que arriesga su vida para liberar a su pueblo, con las armas en la mano.”

Y dicen más, va más a fondo en torno a la importancia que este hecho tuvo y cómo cumplió una función, aun cuando la violencia no sea deseable ni se camino: “Es que la persecución brutal los llevó hasta el punto en que abstenerse de luchar significaba renunciar a todo lo que hacía del pueblo judío un pueblo diferente a los demás.”

Me identifico mucho con la imagen del soldado, el luchador, el combatiente. No sólo vengo de una familia militar y soy hija del ejército (mi padre es General de División retirado y mi madre fue Mayor Enfermera), sino que mi imaginación me ha permitido combatir mis demonios internos y mucho de mi progreso en esta constante lucha contra la depresión y la ansiedad, lo he logrado a partir de esta actitud combatiente.

Quiero decir que he podido hacer lo mismo en mi vida diaria. Pero reconozco que he sabido luchar poco por mí y mis necesidades en el mundo real. De algún modo saber que eres débil, y que cosas tan simples como levantarte y no quedarte en la cama, lograr ir a trabajar, o lavar los trastes, son triunfos enormes para mí, pero insignificantes para otros, me ha colocado en una constante exigencia y el agotamiento de esforzarme mucho para lograr lo mínimo necesario para ordenar la vida y conservar un trabajo.

De algún modo, tener que luchar tanto para lograr lo mínimo me ha hecho esforzarme mucho más. Soy, además, muy exigente conmigo misma. ¿Por qué? Porque tengo que aparentar que todo está bien, y eso me lleva a esforzarme mucho. Afortunadamente, o quizá deba decir, lamentablemente, termino haciendo bien las cosas, y en muchos trabajos he terminado teniendo que trabajar incluso más que mis pares. Si ven que puedes, entonces asumen que puedes con más. Y… lo haces. ¿Por qué?

Pues, ¿qué voy a decir? ¿No puedo, tengo problemas emocionales, la mayor parte del tiempo no quiero ni levantarme, ni intentarlo siquiera; si por mí fuera, yo no estaría viva? Todo trabajo me cuesta mucho esfuerzo y lo termino haciendo bien, pero es precisamente porque tengo que sentarme a organizarlo primero, darle sentido, buscar una estrategia que pudiera funcionar, realizarla, verificar hasta qué punto funcionó, idear una nueva. No me sale natural ni fácil. Mi cuerpo pesa, mi alma pesa, mi ánimo pesa, y sí, es verdad que ya en la dinámica del desempeño llego a sentirme bien y viva y alegre, pero no dura porque mucho de eso es el esfuerzo de lo que intento proyectar, más que lo que naturalmente existe.

¿Y luego para qué? ¿Quién lo valora? Así es la vida y todos lo hacemos. Sí, pero si tu cuerpo y tu alma es una carga más, y no una herramienta eficiente, cuesta mucho. ¿Te animarías a subirte a un auto en pobres condiciones físicas para tomar la autopista y hacer un viaje de ocho horas o diez o doce? Bueno, pues yo hago eso todos los días: viajes de ocho, diez o doce horas diarias de trabajo en un auto al que tengo que estarle revisando el aceite constantemente, tengo que cuidar su temperatura porque se sobrecaliente con facilidad, tengo que detenerme a cambiar la llanta, incluso he tenido que seguir adelante con llantas ponchadas. Y llego. Todos los días llego al final, completamente agotada, desanimada y triste. Gracias a Dios ya duermo más, imagina lo que llegó a ser casi no dormir bajo esas condiciones.

Por eso, la imagen de la princesa guerrera que llega al castillo de su Padre-Rey, por el que se esfuerza y lucha todos los días, por el que combate dragones y demonios y hechiceros y brujos, que dobla la rodilla y se rinde a sus pies, sólo para que el Rey la levante, le quite la espada, la armadura, y le pida que deje de cargar con toda esa fachada de fortaleza y sea, por un ratito, la niña necesitada de un abrazo, de un beso, de un “gracias por esforzarte tanto”… Esa imagen me acompaña y me da ánimo y me brinda paz y me permite pensar que vale la pena esforzarme por este SER maravilloso que es mi Padre, que es mi Vida, que es el Amor que tengo hacia mí y aquellas personas que amo.

Mi Padre me dice que todo vale la pena, que quizá el mundo no lo ve, pero Él sí, que su aliento me acompaña y su bendición está conmigo. Me dice que no tenga miedo y que hable de lo que necesito, porque no sólo lo necesito yo, lo necesitan muchas otras personas que no han logrado llegar al castillo. Personas que, como yo, sufren y tienen un peso enorme en el cuerpo y en el alma, y que necesitan ser vistas y reconocidas y aceptadas y amadas. Personas que no han tenido la fortuna de contar con mi imaginación o que ya han dejado de intentar imaginar nada a fuerza de enfrentarse a un mundo en el que lo único que importa es lo concreto, lo real y lo que puede verse. Y dado que la depresión, la ansiedad, los trastornos mentales, no pueden verse, terminan siendo señalados de flojos, tontos, tercos, negativos, absurdos y un montón de otras cosas que nadie quiere cerca porque a nadie sirven. Un mundo incapaz de recibirlas, abrazarlas, apoyarlas, comprenderlas. Un mundo en el que eres desechable si no eres eficiente, en los términos en que ellos comprenden la eficiencia, no en los términos en que la demuestras y la vas desarrollando por tu cuenta.

Un mundo “en competencia”, no de “competencias”. Quiero decir, enfocado a ganar-perder, perder-ganar, perder-perder, o ganar-ganar… pero nunca en acompañar, ayudar, apoyar el desarrollo del individuo, a partir de quién es y lo que puede hacer, no de quien me “conviene” que sea para “competir y buscar el resultado solamente”.

Hace tiempo hice un cuento que se llama “Escoge tus batallas”. Tiene siete partes, pero para mi la primera es la mejor. Cuando digo que es la mejor, no quiero decir que es necesariamente “buena”, aunque reconozco que creo que sí tiene valor. Para mí es la mejor porque… Les comparto la mejor parte de mi cuento de magia:

Nuestra princesa-guerrera está completamente derrotada y cansada, su Padre le recomienda escoger sus batallas: “No pretendas ganarlas todas. Escógelas, escógelas bien”, le dice. Ella quiere preguntarle: ¿Cómo sé qué batallas ganar y cuales dejar ir? Pero no se atreve porque…

«…adivinaba que su Rey, su Padre, le diría algo así como “escucha a tu corazón.” Y su corazón ya se había equivocado tantas veces, que escucharlo había dejado de ser una opción. Si le salía con esa frasecita hecha, la fantasía se iba a ir al carajo. Y hoy tiene ganas de soñar. Lo último que necesita es un balde de agua fría que le recuerde que el mundo no es un lugar fantástico, que sus monstruos y demonios son problemas reales que necesitan soluciones prácticas y no ilusiones, y que lo mejor que puede hacer es ponerse a trabajar en lugar de estar escribiendo pendejadas.

«Pero entonces su Padre, su Rey, se detuvo y la miró directamente a los ojos. Había adivinado sus pensamientos, y de golpe, la tomó de un abrazo y le susurró al oído. Mi niña, no son pendejadas. El mundo sí es un lugar fantástico y los monstruos y demonios sí pueden vencerse con la imaginación. No vuelvas a reducirnos a un cuento sin sentido. Tú y yo no lo somos. Soy tu Dios y tú mi hija, y si es así como necesitas que nos relacionemos, sea pues. Yo sé jugar el papel que mejor te convenga. Hoy soy tu Rey y tu Padre, vivimos en un castillo y has venido a contarme que te sientes vencida. Y yo puedo restaurar tu ánimo y puedo cambiar tu perspectiva. Y a pesar de que jugamos a ser lo que no somos, somos lo que jugamos a ser. No lo olvides: Tú eres mi hija y yo tu Padre. ¿Y qué padre no juega con sus hijos y los llena así del amor y la fortaleza que necesitan para enfrentar la vida? Vamos, no rompas la magia y sé la niña que eres. Mi niña, mi amor. »

Bendito sea Dios que me ha dado la capacidad de imaginar. Benditos sean mis padres que me enseñaron que ser un soldado, luchar por ideales y mostrar ética y valor. Gracias a las miles de historias de guerreros y luchas que alimentan mi imaginación y la de tantas personas. Gracias a Carl Jung, psicoanalista, que le dio sentido a todos estos mitos, leyendas y cuentos para descubrir en ellos caminos de realización, viajes al interior de la psiquis, estrategias de acción y posibilidades de respuesta, ante situaciones que parecen no tenerla. Gracias a Jordan Peterson, psicólogo clínico, que nos habla con la verdad y nos anima con ella: la vida es difícil, es dura y hay mucha soledad, pero se puede asumir responsablemente, lo cual no significa que cierres los ojos y digas cosas positivas hasta el cansancio. Eres un ser humano inteligente y capaz, y puedes, incluso en tus ineficiencias, aprender algo bueno y mejorar, aunque sea un poco. De modo que no subestimes lo que puedes lograr, y no te compares con nadie.

Bendito sea Dios Padre Todo Poderoso, Dios Hijo, Amigo y Compañero, Dios Espíritu Santo, Alivio, Paz y Dulzura. Te amo.



Escoge tus batallas: http://amidacastro.blogspot.com/2010/10/escoge-tus-batallas.html

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