lunes, 13 de mayo de 2019

Que sea tu Palabra

Photo by JJ Jordan on Unsplash

Matatías y sus hijos se rebelaron en contra de los extranjeros que les exigían seguir a otros ídolos y sacrificar a otros dioses. No fueron los únicos. Hubo también quienes se rebelaron, pero fueron atacados en día sábado. Como sabemos, el sábado es santo y no se realizan actividades, por lo que no se defendieron: “Ellos se negaron a responder, a lanzar piedras o a formar barricadas en sus escondites: «Muramos todos, decían, así nadie nos reprochará algo; el cielo y la tierra son testigos de que ustedes nos matan injustamente».” 1 Mac 2, 36-37

Matatías, sus hijos y aquellos que se les unieron “se dijeron entre sí: «Si hacemos lo mismo que nuestros hermanos, si no nos defendemos de los paganos para salvar nuestra vida y nuestras observancias, muy pronto nos eliminarán de este país». Por eso tomaron ese mismo día esta decisión: «Si alguien viene a atacarnos un día sábado, lo enfrentaremos y no nos dejaremos aplastar como lo hicieron nuestros hermanos que murieron en sus refugios».” 1 Mac 2, 40-41

¿Está la ley por encima de la vida y la verdad? ¿O es la vida y la verdad el espíritu de la ley? ¿Qué debo respetar, la ley o el espíritu de la ley?

Me he estado escondiendo de Dios. Quisiera buscar que algunas de las leyes, reglas, formas de actuar comunes en mi medio ambiente cambien para dar vida al espíritu de la ley, pero implica dejar de lado algunas leyes y señalar, lo que considero, son errores, y graves errores, serios errores.

Así, el espíritu de la ley que alcanzo a percibir me pide acciones que no estoy segura pueda realizar y que, aun pudiendo realizarlas, no sé si quiero pasar por eso. Quizá sea más fácil, como lo fue para muchos de los judíos de la época de Matatías, callarme la boca y no decir nada: sacrificar lo que se me pida sacrificar y a quien se me pida sacrificar. Guardar silencio es, generalmente, lo más sensato. Como dice el dicho: Dónde manda capitán no gobierna marinero, y yo, lo tengo muy claro, no soy más que marinero. Se requiere ser un capitán muy sensible para saber escuchar a un marinero, y mi experiencia es que la sensibilidad de los capitanes suele estar nublada por el puesto.

Mis oraciones no son buenos deseos ni son intenciones bonitas, son manifestaciones de lo que creo, y por ende, busco a través de ellas dar sentido a mi vida tanto en significado como en dirección.

Mas, ya no he tenido la fuerza para hacerlas con la frecuencia de antes. Quiero esconderme de ellas y de… mi vida. Eso es lo que significa para mí esconderme de Dios: no escribir, no intentar vivir lo que escribo. Porque lo que escribo me señala un camino hacia la acción y la propuesta, lo cual suena bien en teoría, pero... implica enfrentar el juicio de la ignorancia. ¿Y cuándo se ha visto que la ignorancia sea buen juez? No suele serlo.  

La verdad es que quiero darme por vencida. Quiero… al igual que los judíos inconformes y no dispuestos a sacrificar a nadie: negarme a seguir y dejar que me maten. Hablo en metáfora, claro. Nadie va a tomar una espada y me va a matar literalmente. Pero…

Dejar que me maten equivale a no levantar la voz, y, por ende, dejar de existir. Es no reflexionar sobre lo que sucede en mí y a mi alrededor y no hablarlo, y dejar de existir. Después de todo, pienso, luego existo. Hablo lo que pienso, luego existo. Hago lo que pienso, luego existo.

Lo curioso es que, a pesar de que alcanzo a darme cuenta de que la muerte sería no pensar, no hablar, no decir, y que eso depende de mí y no de ellos, me escuchen o no… les tengo miedo. El miedo surge porque… bueno, Jesús también hablo y no le fue muy bien. No siempre nos va bien cuando hablamos. No siempre nos va bien.

Además, mi experiencia me dice que no necesariamente me va a ir bien porque ya habré sido juzgada incluso antes de empezar a hablar. ¿Qué puede decir alguien con un trastorno mental depresivo y ansioso? ¿Acaso no el problema está en ese alguien y no en quienes están “bien”? ¿Qué puede aportar una “enferma”? Los juicios, en este mundo, no son difíciles de predecir.

Así que, quisiera darme el lujo de sentarme cómoda en mi butaca del silencio, y dejar que se haga lo que sea con quien sea, como sea. No es mi problema, después de todo. Y quisiera yo también lavarme las manos en lugar de ensuciarme los pies recorriendo el camino que Jesús me señala como una posibilidad para liberarme y liberar a otros de estigmas y sufrimientos a solas y en silencio.

Y como quiero hacer eso, me he escondido de Dios. Cómo si eso fuera posible, como si no me mantuviera despierta en las noches ni me dejara con hambre durante el día. Como si la ansiedad de verdad pudiera desaparecer con sólo ignorarla, sonreír, y decirle a todo el mundo que estoy bien.

Jesús, dame lo que sea que necesite para dejar de esconderme de ti y de la verdad que me pides exprese. Dame el valor de hablar con la verdad que vivo, y decir lo que tengo que decir. Dale a quienes me escuchen oídos capaces de percibir no sólo palabras ni intenciones, sino caminos y propuestas que, aunque pueden implicar un trabajo adicional, pueden también significar una mejora personal y humana. Ayúdanos a no sentirnos juzgados cuando lo que se busca es la mejora. No podemos mejorar sin juicio, pero tampoco podemos avanzar cuando todo es juicio y sólo hay eso: juicio.

Que sea tu Palabra de Vida y Amor la que nos mueva, Señor nuestro, Dios todo poderoso, Espíritu de Verdad, Hijo del Hombre, Dios Vivo. Que sea tu Palabra de Vida y Amor la que nos mueva.

Te amo.


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