Matatías y sus hijos se rebelaron en contra de los
extranjeros que les exigían seguir a otros ídolos y sacrificar a otros dioses.
No fueron los únicos. Hubo también quienes se rebelaron, pero fueron atacados
en día sábado. Como sabemos, el sábado es santo y no se realizan actividades,
por lo que no se defendieron: “Ellos se negaron a responder, a lanzar piedras o
a formar barricadas en sus escondites: «Muramos todos, decían, así nadie nos
reprochará algo; el cielo y la tierra son testigos de que ustedes nos matan
injustamente».” 1 Mac 2, 36-37
Matatías, sus hijos y aquellos que se les unieron “se
dijeron entre sí: «Si hacemos lo mismo que nuestros hermanos, si no nos defendemos
de los paganos para salvar nuestra vida y nuestras observancias, muy pronto nos
eliminarán de este país». Por eso tomaron ese mismo día esta decisión: «Si
alguien viene a atacarnos un día sábado, lo enfrentaremos y no nos dejaremos
aplastar como lo hicieron nuestros hermanos que murieron en sus refugios».” 1
Mac 2, 40-41
¿Está la ley por encima de la vida y la verdad? ¿O es
la vida y la verdad el espíritu de la ley? ¿Qué debo respetar, la ley o el
espíritu de la ley?
Me he estado escondiendo de Dios. Quisiera buscar que
algunas de las leyes, reglas, formas de actuar comunes en mi medio ambiente
cambien para dar vida al espíritu de la ley, pero implica dejar de lado algunas
leyes y señalar, lo que considero, son errores, y graves errores, serios
errores.
Así, el espíritu de la ley que alcanzo a percibir me
pide acciones que no estoy segura pueda realizar y que, aun pudiendo
realizarlas, no sé si quiero pasar por eso. Quizá sea más fácil, como lo fue
para muchos de los judíos de la época de Matatías, callarme la boca y no decir
nada: sacrificar lo que se me pida sacrificar y a quien se me pida sacrificar.
Guardar silencio es, generalmente, lo más sensato. Como dice el dicho: Dónde
manda capitán no gobierna marinero, y yo, lo tengo muy claro, no soy más que
marinero. Se requiere ser un capitán muy sensible para saber escuchar a un
marinero, y mi experiencia es que la sensibilidad de los capitanes suele estar
nublada por el puesto.
Mis oraciones no son buenos deseos ni son intenciones bonitas, son manifestaciones
de lo que creo, y por ende, busco a través de ellas dar sentido a mi vida tanto
en significado como en dirección.
Mas, ya no he tenido la fuerza para hacerlas con la
frecuencia de antes. Quiero esconderme de ellas y de… mi vida. Eso es lo que significa para mí esconderme de Dios: no escribir, no intentar vivir lo que escribo. Porque lo que escribo me señala un camino hacia la acción y la propuesta, lo cual suena bien en teoría, pero... implica enfrentar el
juicio de la ignorancia. ¿Y cuándo se ha visto que la ignorancia sea buen juez?
No suele serlo.
La verdad es que quiero darme por vencida. Quiero… al
igual que los judíos inconformes y no dispuestos a sacrificar a nadie: negarme
a seguir y dejar que me maten. Hablo en metáfora, claro. Nadie va a tomar una
espada y me va a matar literalmente. Pero…
Dejar que me maten equivale a no levantar la voz, y,
por ende, dejar de existir. Es no reflexionar sobre lo que sucede en mí y a mi
alrededor y no hablarlo, y dejar de existir. Después de todo, pienso, luego
existo. Hablo lo que pienso, luego existo. Hago lo que pienso, luego existo.
Lo curioso es que, a pesar de que alcanzo a darme
cuenta de que la muerte sería no pensar, no hablar, no decir, y que eso depende
de mí y no de ellos, me escuchen o no… les tengo miedo. El miedo surge porque…
bueno, Jesús también hablo y no le fue muy bien. No siempre nos va bien cuando
hablamos. No siempre nos va bien.
Además, mi experiencia me dice que no necesariamente me
va a ir bien porque ya habré sido juzgada incluso antes de empezar a hablar.
¿Qué puede decir alguien con un trastorno mental depresivo y ansioso? ¿Acaso no
el problema está en ese alguien y no en quienes están “bien”? ¿Qué puede
aportar una “enferma”? Los juicios, en este mundo, no son difíciles de
predecir.
Así que, quisiera darme el lujo de sentarme cómoda en
mi butaca del silencio, y dejar que se haga lo que sea con quien sea, como sea.
No es mi problema, después de todo. Y quisiera yo también lavarme las manos en
lugar de ensuciarme los pies recorriendo el camino que Jesús me señala como una
posibilidad para liberarme y liberar a otros de estigmas y sufrimientos a solas
y en silencio.
Y como quiero hacer eso, me he escondido de Dios. Cómo
si eso fuera posible, como si no me mantuviera despierta en las noches ni me
dejara con hambre durante el día. Como si la ansiedad de verdad pudiera desaparecer
con sólo ignorarla, sonreír, y decirle a todo el mundo que estoy bien.
Jesús, dame lo que sea que necesite para dejar de
esconderme de ti y de la verdad que me pides exprese. Dame el valor de hablar
con la verdad que vivo, y decir lo que tengo que decir. Dale a quienes me
escuchen oídos capaces de percibir no sólo palabras ni intenciones, sino
caminos y propuestas que, aunque pueden implicar un trabajo adicional, pueden
también significar una mejora personal y humana. Ayúdanos a no sentirnos
juzgados cuando lo que se busca es la mejora. No podemos mejorar sin juicio,
pero tampoco podemos avanzar cuando todo es juicio y sólo hay eso: juicio.
Que sea tu Palabra de Vida y Amor la que nos mueva,
Señor nuestro, Dios todo poderoso, Espíritu de Verdad, Hijo del Hombre, Dios
Vivo. Que sea tu Palabra de Vida y Amor la que nos mueva.
Te amo.
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