“Sepan pues que, de generación en generación, los que
esperan en Dios no serán vencidos. No teman las amenazas de un hombre que va en
contra de Dios, porque su gloria terminará en la basura y en la podredumbre.
Hoy lo honran, pero mañana ya nadie lo conoce; volverá al polvo de donde salió
y nada quedará de sus proyectos.” 1 Mac 2, 61-63
Estas palabras pueden decirse de dos maneras: con fe y
convicción, y con resentimiento e incluso odio.
Exploremos la segunda opción. Podemos estar tan
lastimados, dolidos, enojados, frustrados, resentidos, que nos lamemos las
heridas mientras pensamos en la manera en que “somos mejores” que aquellas
personas que nos han herido: “su gloria terminará en la basura y en la
podredumbre”, nos decimos. Pensamos: “ese honor que todos le dan hoy y que a mí
se me niega, se convertirá en nada, porque el/ella es nada. Son personas
vacías, sin valor, sin valores, sin consideración y sin alma. Polvo, son polvo.”
Esta actitud es la que generalmente empleamos. Nos
lastiman y los “sin vergüenza” son ellos. No sólo somos mejores, sino que, si
está en nuestras manos, los obligaremos a someterse a nosotros y nuestra
voluntad. Unos párrafos antes de esta cita, se nos dice que Matatías y quienes
lo seguían: “…fueron organizando su ejército. Comenzaron después a descargar su
cólera sobre los renegados, y su furor sobre los que habían abandonado la Ley.
[…] Llevaron a cabo expediciones para destruir los altares y circuncidar a la
fuerza a los niños no circuncidados que encontraban en el territorio de Israel.”
1 Mac 2, 44-46
Así, seguir la Ley puede significar obligarnos y
obligar a otros a hacer lo que sea que interpretamos como “correcto”, sin
consideración de ningún tipo, sin tomar en cuenta absolutamente nada. De este
modo, nos convertimos en exactamente lo mismo que pretendemos combatir: seres humanos totalmente intolerantes.
Exploremos ahora la primera opción: la fe y
convicción. La cita nos dice: “Sepan pues que, de generación en generación, los
que esperan en Dios no serán vencidos.” ¿Quiere esto decir que no tendremos
derrotas, que siempre ganaremos, que estamos “a priori” en lo correcto? No. Claro
que no. Eso es ego.
Quiere decir que comprendemos que la derrota nunca es
absoluta. Precisamente por eso, nos damos el permiso de caer, de decir “ya no
puedo”, de darnos el tiempo de lamer nuestras heridas sin rumiar nuestras penas
y venganzas. Quiere decir que nos permitimos estar “vencidos” y al hacerlo, al
darnos ese permiso de llorar, sufrir, lamentarnos, enojarnos, gritar nuestras
penas, la derrota empieza a tener un sentido mayor porque aceptarla nos permite
asumir nuestras debilidades, nuestros defectos y nuestros errores. Y al
hacerlo, hemos ganado experiencia, humanidad y capacidad para
responsabilizarnos, no de lo que “los demás TIENEN QUE cambiar”, sino lo que
nosotros NECESITAMOS mejorar.
La cita nos dice: “No teman las amenazas de un hombre
que va en contra de Dios, porque su gloria terminará en la basura y en la
podredumbre. Hoy lo honran, pero mañana ya nadie lo conoce”. Y en lugar de
colocarnos en el lugar de quien recibe las amenazas, nos damos cuenta de que
necesitamos evitar convertirnos en la persona que emite las amenazas. Hay
coraje, sí. Hay pena, sí. Hay sufrimiento, sí. Lo que no podemos darnos el lujo
de hacer es asumir todo eso como un “permiso” para amenazar al ser, a nuestros
hermanos, a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros compañeros, a
nuestros amigos, vaya, ni siquiera a nuestros enemigos. Si lo hiciéramos, no
seríamos más que la misma basura y podredumbre que nos colocó en esta situación
de desesperanza. Si lo hiciéramos, perpetuaríamos el dolor, buscando provocarlo
en otros.
De modo que no hay que temer a las amenazas. Hay que temerle
a Dios. Temer lastimar al SER de otros. Temer convertirnos en personas que sólo
buscan honor y reconocimiento. Temer trabajar sólo para la apariencia del honor
y el reconocimiento. Porque si lo piensas realmente: no hay honor ni
reconocimiento más grande que ser amado y amar. Si recibo amor y soy capaz de
darlo, ya no tendrá importancia que te aplaudan o te alaben. Así que mejor
aprende a amar y aprende a recibir amor. Porque si hoy estás vencido y
lastimado, muy probablemente es porque no has sabido amar ni has sido capaz de
recibir amor. Buscas ganar, vencer, tener la razón. Y no se puede tener la
razón y amar. O se busca ganar, o se ama.
La cita nos dice: “Volverá al polvo de donde salió y
nada quedará de sus proyectos.” Y al hacerlo, nos muestra la salida de ese
lugar de tinieblas en el que nos hemos sumergido: La salida no es pretender
ganar, tener la razón, obligar a otros a reconocernos. La salida es reconocer
nosotros que, frente a Dios, frente al SER, frente al Amor y la Verdad y la
Vida, somos polvo. Que nuestros proyectos no pueden ser nuestra búsqueda de
gloria, sino la búsqueda de la gloria de Dios, del SER, del Amor y la Verdad y
la Vida.
Esto implica doblar la rodilla y someternos a la
voluntad de Dios, no a la nuestra. Implica dejar de pretender que los demás
sometan su voluntad a nuestras necesidades y lo que nosotros creemos es
verdadero y absoluto. Implica asumir la búsqueda de esos satisfactores por
nuestra propia cuenta. No implica elevar nuestro ego y decir que lo haremos por
nosotros mismos. No, claro que no. El ego siempre es una trampa.
Implica reconocer que más que necesitar que otros sean
comprensivos y solidarios, nosotros necesitamos convertirnos en la clase de persona
que pueda brindar apoyo y no sólo exija resultados.
Porque la realidad es esta: esas personas
desinteresadas, dispuestas a amarte tal y como sea que eres, dispuestas a
aceptarte tal y como eres, dispuestas a ayudarte y acompañarte en tus luchas y
pesares y dolores; no existen, o son tan escasas que no has logrado encontrarlas.
De modo que tendrás que hacerlo tú, y tendrás que hacerlo, antes que nadie,
contigo mismo. Tendrás que aprender a exigirte, con amor; a hablarte con
ternura, pero siempre con la verdad de por medio y nunca para permitirte el
lujo de vanagloriarte en tu desgracia. Tendrás que cambiar tu visión de las
cosas y aprender a ver la “Gloria” no como un “tener la razón, ganar o contar
con la aprobación de otros” sino como un aprendizaje logrado a partir del
reconocimiento de la derrota.
Por eso la cita nos dice: “Sepan pues que, de
generación en generación, los que esperan en Dios, no serán vencidos”. Quien ya
es polvo y vive arrodillado no puede perder. Sólo le queda ganar con cada
experiencia, con cada aprendizaje, con cada error, con cada voluntad sometida.
Sólo le queda aprender a amarse tal y como es, con defectos, errores,
incompetencias y limitaciones. Sólo le queda aprender a ser mejor, no perfecto,
no inalcanzable, no mejor que otros, sólo “mejor persona” que la que fue ayer.
Jesús, enséñame a doblar la rodilla, a someterme a la
pérdida total, a aceptar que no seré aceptada por quienes no quieren aceptarme,
a llorar mi dolor, y surgir del polvo de mis ineficiencias para levantarme con
el soplo de tu aliento y elevarme, no como lo hace la montaña, sino como lo
hace la arena: más allá de los límites de la percepción, donde Tú habitas.
Te amo.
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