Pronunciarte es tormenta,
Dejar de pronunciarte es morir.
¿Vivir en la tormenta?
¿Ser espada de fuego?
¿Ser dragón?
¿O asumir que soy espejo roto
con miles de reflejos,
todos, todos ellos tuyos,
pero roto al fin,
incapaz de
reflejarte por entero?
No te pido fe, porque fe en ti sí tengo.
Te pido un respiro.
Sopla tu aliento sobre mi persona,
sobre el hombre que soy
y la mujer que quiero ser.
Extiende tu mano
y bendice la inocencia
con que un día, niña aún,
creí que me llamabas por mi nombre.
Y permíteme volver a oír tu voz
llamarme a tu lado.
Dame oídos para
reconocer el cómo
y el cuándo
requieres mi servicio.
Dame paz sabiendo que lo hago
Dame paz sabiendo que lo hago
aun con
limitadas fuerzas y recursos.
No veas ya la
pequeñez de lo brindado
ni exijas ya la
perfección que no puedo entregar.
Y si no eres Tú
quien tanto pide
dame la luz que
me permita ver en el esfuerzo
la satisfacción
con que sonríes a tu esclava.
Detén mi mano –por
piedad-
y el látigo con
ella sujetada.
Dime, por favor,
que todo está bien.
Que sí me amas.
Y toma tú el
dolor que me sostiene
para que al fin
me dé permiso de caer,
confiando
plenamente en que estás Tú
con brazos
extendidos dispuesto a sostenerme.
Abraza a tu hija
Y dile que la
amas
cual niña de tus
ojos,
cual dulce consuelo de tus días,
cual dulce consuelo de tus días,
cual canto de
luciérnagas en noche sin estrellas.