En una ocasión tomé un curso bíblico
en una iglesia católica. Al momento de abrir mi Biblia la señora que impartía
el curso empezó a cuestionarme, de manera nada agradable: ¡¿Por qué tienes esa
Biblia?! ¡¿De dónde la sacaste?! Desconcertada le dije que era una Biblia que
estaba en casa de mis padres y que mi mamá me dijo que yo podía quedarme. En la
primera hoja estaba escrito con puño y letra; esta Biblia es para la familia
Castro Lechuga.
Siguió su regaño: ¡¿Qué no sabes que
esa es una Biblia protestante?! Y no, no sabía... por algo estaba tomando un
curso, para aprender. Y tampoco comprendía qué la ofendía tanto. Aún hoy me
parece irrelevante y estúpida su actitud.
¡No vuelvas a traer esa Biblia aquí!
Terminó por decirme mientras me miraba con reproche. No recuerdo el nombre de
la señora en cuestión, pero sí recuerdo cómo me hizo sentir: pequeña, ignorante,
absurda, descubierta en mi pecado de no soy buena católica porque no sé, sucia
incluso, como si estuviera manchada por mi ignorancia, lastimada sin haberlo
merecido.
Recordé este incidente porque para introducir el poema de hoy quería
citar un versículo que me vino a la memoria, pero dado que lo mío es el contenido
y no los números, consulté el internet. La cita llegó de la Biblia Reina Valera,
justo la Biblia protestante que tenía en aquella ocasión en mis manos y que una
de las primas de mi mamá le había regalado en algún velorio a mi madre. Mi tía,
claro, era protestante y entre lágrimas y tristezas le regaló la Palabra a mi
madre confiando que Dios la podría reconfortar mucho más y mejor. Fue un gesto
hermoso, sin duda. Y dado que yo me quedé con esa Biblia y me acompañó en
lecturas tímidas pero deseosas de saber, no puedo más que agradecerlo hoy.
Con todo, mi primera reacción, casi automática, no fue la de
agradecimiento sino la de rechazar esa versión y buscar alguna otra. Una
versión católica, por supuesto. Así que fui por mi propia Biblia
Latinoamericana y al leerla me di cuenta de que la versión que realmente
deseaba usar era la de la Reina Valera:
“Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el
día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6, 34)
La Biblia Latinoamericana
dice: “A cada día le bastan sus problemas.”
Pero para mí, un
problema no es un mal. Un mal es lo que me cargo: una depresión y ansiedad que
puedo manejar, pero no voy a quitarme de encima, y que a ratos va a pegarme con
intensidades inevitables que me transformarán en un mar embravecido. Caminar
sobre las aguas ya de por sí es bastante imposible, pero hacerlo con un mar así…
furioso, agresivo, lastimero…
¡Qué fácil es
juzgarnos de cobardes cuando la salida que más se antoja es
simplemente dejarte llevar por ese mar a las profundidades de la paz!
Y entonces, me di
cuenta de que usar la cita protestante era lo adecuado. Porque Jesús dijo, “mi
carga es ligera” y cargar con estigmas de católicos, protestantes, ateos, agnósticos
o creyentes es colocarte encima una piedra y pretender que esa piedra te da la
razón.
A Pedro, la piedra
sobre la que se edificó la iglesia, se le eligió por perseverante, no por terco. Y la
instrucción fue clara: “Apacienta a mis ovejas”. En ningún momento le dijo
cárgalos de piedras para que todo sea diez veces más difícil.
“Babel es un mundo
de palabras en distintas lenguas y sentidos. Si quieres aprender a navegar el
mar de tus emociones, aprende a expresarlas con la mayor claridad que puedas
para que descubras detrás de esas sílabas el conocimiento que necesitas emplear
para salir a flote.”
Esta última cita fue mía y cito porque no soy yo quien
habla. Esa fue una de mis voces. Es la voz que dejo de escuchar cuando el canto
de las sirenas lo nublan todo y me invitan… no… me exigen dejarme caer. Tienen
la voz chillona de una señora incapaz de apaciguar sino completamente dispuesta
a hundirte en la vergüenza de ser tú y ser quién eres. Cuando eso sucede, he
aprendido a amarrarme a un poster y tratar con todas mis fuerzas de encontrar
la voz en mi interior que logre sacarme a flote.
Por eso hablar ayuda, y por eso también escribo... pero tenía mucho
tiempo sin escribir… Y cuando estoy así es fácil caer en la desesperación del grito... ¿Y quién quiere eso?
Esta vez voy a soltarme yo...
Ya no soy católica,
ni soy protestante… ni atea, ni creyente. Por hoy, sólo soy yo. Y definir qué es eso
que yo soy, será mal o quizá bendición de otro día. Hoy me basta haber logrado escribir.