martes, 21 de diciembre de 2010

Salir del barco

La imagen de Pedro bajando del barco para caminar sobre las aguas al encuentro de Jesús, sólo para dar unos pasos, aterrorizarse y empezar a hundirse al tiempo que suplica a su maestro lo salve… Esa es la imagen de mi fe. 
Una fe pobre, aterrada. Una fe que sabe que Dios está ahí, y que lo escucha decir ven, pero que no sabe sostenerse sola y pide y pide y pide ayuda, y una y otra vez siente que no la tiene. Sabe que la tiene, pero siente que no. Ve a Dios, pero está cegada por el viento y el agua que se agita a su alrededor y que amenaza constantemente con sofocarla, con abatirla, con acabarla. Una fe que al dar dos pasos fuera de la barca se pregunta: ¿será real ese Dios que veo, o será un fantasma de mi imaginación? ¿Es esto una locura? ¿Estoy loca?  Y al preguntárselo rompe la magia, acaba con el milagro y empieza a hundirse, a quebrarse, a llorar porque sabe que ha perdido pie, porque sabe que si aquello en lo que ha apostado todo falla, no le quedará nada a qué aferrarse. El miedo es total porque ha salido ya del barco, y no hay vuelta atrás.  
Así que al verse hundirse grita y pide ayuda. Y ese Dios bueno en quien ha confiado se la da, y de las sombras de su imaginación surge algo real y concreto: una mano, una mano que la ayuda. Y el agitado mar de pronto ya no parece tan amenazador, tan terrible. Vuelve a sentir alivio, pero escucha con dolor la verdad reflejada en esa imagen de desesperación en que se ha dejado caer: hombre de poca fe.
Las últimas palabras hacen eco en su alma: poca fe. Sí, se dice a sí misma, eso soy: una fe pobre, escasa, débil. Lo sabe y le duele. Le duele porque implica que ese Dios grande y bueno y noble que tantas veces la ha salvado, aún no ocupa el lugar que merece en esta alma niña.
Así que hoy voy a pedirte, mi querido Dios, que le des a esta alma niña lo que sea que necesite para crecer en la fe. Porque mi querido Dios, ya no puedo regresar al barco. Ya no quepo en ese mundo pequeño de realidades escasas. Yo quiero caminar sobre las aguas y volar sobre los valles. Yo quiero vivir en esa fuerza que por un instante me sostuvo al salir de ese barco y que me permitió reconocer tu voz y verte frente a mi vida. Yo quiero respirar la magia de tu aliento, y quiero tener la fuerza para perdonar y ser perdonada. Yo quiero la gracia de tu presencia y la sabiduría de tu corazón. Yo quiero tomarte de la mano, pero no en angustia ni en desesperanza, sino en el diario caminar, y quiero que cada paso sea en la confianza de que estás ahí, conmigo, en mí.
Verás Dios mío, soy una fe ambiciosa. No sé si creer que soy digna de Ti es vanidad o soberbia. Si así fuere, perdona mi atrevimiento y enséñame a ser humilde en esta súplica: calla mis dudas, cambia mi corazón y permíteme vivir a tu lado y no sólo colgada de ti. No quiero que seas en mi vida sólo un salvavidas al que recurro cuando me ahogo en mis tormentas. Quiero saberme tan tuya y saberte tan mío, que aunque el suelo se hunda, yo siga en pie. Amen.




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