martes, 9 de octubre de 2012

Tú no has caído del cielo

Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone
Sobre el alero del Templo, y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo
porque está escrito: A sus ángeles de encomendará y en sus manoste llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna.”Mateo 4, 5s
Al punto: a veces la vida se siente como pura “chingada”. No, por favor no cierres tus ojos ni tapes tus oídos. A las cosas se les dan el nombre que tienen, y el verbo chingar existe, por desgracia.
No hace falta definirlo mucho, ya lo hizo bastante bien Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad. Quedémonos con el resumen: “En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta.”
Y claro, ante una chingadera siempre hay una víctima: la chingada.
Lo chingado (o la chingada, da igual), describe Paz: “es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior”.
En palabras más simples: Nadie quiere ser chingado pues implica el fracaso más grande, el dominio total. Chingar es “herir, rasgar, violar –cuerpos, almas, objetos-, destruir”, nos dice Paz. De modo que si has de chingar o ser chingado, pues se antoja más lo primero que lo segundo. ¿No?
Claro que eso nunca se dice. No abiertamente, al menos. Pero esa vocecita interna que todos llevamos dentro –y que tiene como fin preservar, no nuestra (femenina) humanidad, sino nuestro preciado (y masculino) ego –ésa sí que lo dice.
Y a veces le creemos, y pensamos, “yo puedo con esto y más”. No pedimos ayuda ni guía ni nada. ¿Para qué? ¡Somos unos chingones! ¡Ja, faltaba más! Y todo va muy bien hasta que caemos –porque todo lo que sube tiene que bajar. Entonces sí que sentimos todo el rigor de las alturas que hemos visitado. Y la vida, que antes era divina y se antojaba plena, deja de ser bendición.
Y hay también aquellos que parecen haber nacido para ser chingados una y otra vez. Los eternos “buena gente” a quienes la vida parece lanzarles una chingadera tras otra. ¿Pues no que muy hijos de Dios? ¿Pues no que Dios te cuidará siempre y te dará lo que mereces? Y tú, que eres bueno, ¿por qué mereces entonces tanto sufrir? La víctima, aparentemente pasiva, aprovechará entonces toda pequeña ocasión para ejercer el pequeño poder que tenga en cuanto ámbito pueda. Y será bueno, sí, para “chingar quedito”. Porque no te engañes: no existen las víctimas cien por ciento pasivas. Toda víctima aprende también a ser victimario. Y así, todos participamos en este juego de chingar o ser chingados. Así vivimos, y así definimos nuestras relaciones.
Sí, a veces la vida se siente como pura “chingada”.
La vida, que es en realidad un Templo hecho para vivirse sin miedo, para caminar por ella con confianza y alegría, con disposición a dar el siguiente paso. Un paso más cerca a la libertad de espíritu, un paso más cerca a la comprensión de que somos Hijos de Dios, que es decir valiosos, significativos, humanos, abiertos, dispuestos a entregarnos y a arriesgar el alma sin perder el piso.
Pero demasiadas veces esa vocecita interna nos coloca por encima de todo lo que somos, nos eleva, nos lleva al alero del templo, a la situación extrema de creer que dar el siguiente paso nos hará ser unos chingones, y confundimos nuestra valía humana (verdadera fortaleza inquebrantable de Hijo de Dios), con la grandeza de ser más que otros, más que todos, más que las circunstancias, más que la vida misma.
Cuando Jesús escuchó esa vocecita interna, no cayó en la tentación de creerse ni más ni menos que eso que él era en ese momento: el Señor que tiene dominio sobre sus voces internas, sobre sus ideas, sobre lo que se dice a sí mismo; el humano que saber discernir entre lo que le hace bien a su alma y lo que le hace mal a su ser.
Y lo único que hizo, y que haríamos bien en hacer todos, es dominar su pensar y decirle: “no tentarás al Señor tu Dios”. En otras palabras: “guarda silencio, que aquí quién decide lo que me digo, Soy yo, y Yo Soy mucho más que mi ego”.
No hace falta chingar ni ser chingado. La vida no es un arriesgado alero, no es un extremo, no es una competencia ni un vértigo. Bájate del alero, de tu nube y pisa tierra. Da el siguiente paso. Hazlo con confianza, porque así sea un error o un acierto, no perderás valor ante los ojos de Dios. De modo que no hay nada que probar. No necesitas demostrarle a nadie, ni siquiera demostrarte a ti mismo, que eres un hijo valioso de esta vida. Ya tienes valor. Así de fácil.
La invitación está dada: vive la vida, que por mucho que a veces se sienta como pura chingada, ese sentir no es más que un espejismo. El vacío que está frente a ti se llama futuro. Y llevas en ti las voces correctas (ángeles) que te harán caminar y evitarán que tus tropiezos y fracasos se conviertan en heridas mortales. Tú no has caído del cielo. Eres sólo un hombre que hace su mejor y más grande esfuerzo, y en la medida en que lo creas y lo valores, lograrás más, porque dejarás ya de tener miedo.













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