Abro mis ojos a
tu nombre
que pronuncio con
tímido temor,
pero sin miedo,
pues nunca creí
fuera posible
temer a quien se
ama
amar lo que se
teme,
y tener la
certeza
de estar segura
en unos brazos
que jamás sostienen.
Más el misterio
del temblor
que me provocas
lo llevo a flor
de piel
y me soporta cual
columna
y raíz de mi
existencia.
De modo que abro
mis ojos a tu nombre
y me levanto con
ánimos de andar
caminos desiertos
de tus besos,
caminos ausentes
de tu aliento,
más no de tu
presencia
que siempre me
acompaña
como el latir en
sangre de dos almas
que no son pero
existen,
igual que existe
la distancia.
Abro mis ojos a
tu nombre
y veo el
horizonte cual promesa
total e
inalcanzable.
Como nubes
bañadas
de un sol que se
levanta.
Como rayos de
adiós y bienvenida
a una nueva
obscuridad.
Como colores
matizados que se funden
en todos los
suspiros emitidos
para llegar por
fin al rostro amado
cual brisa suave
en alas de oración.
Abro mis ojos a
tu nombre
y ciega de ti, recupero
la fe perdida
y vuelvo a ver mi
vida reflejada
en tu voz, suave
aleluya que me lleva
al encuentro de
esta infinita
y muy pequeña
alegría,
deseosa de crecer
en tu existencia y
en el saber que
amarte ha de bastar.
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