sábado, 27 de junio de 2020

Levántate, dijo


Photo by Jeremy Bishop on Unsplash

Levántate, dijo.
Pero no pudo.
¡Levántate!, exigió.
Pero no pudo.
Un enorme hoyo parecía contenerla
y por más que se pusiera de pie
no lograba salir del letargo de las horas.
¡Levántate! ¡Levántate!
Y las palabras la sacudían
como lo hacen las olas violentas
de un mar embravecido
que en lugar de impulsarla hacia la orilla
la arrastran y azotan en un fondo arenoso
incapaz de brindar tierra.
Ella camina, bracea, da un paso
como quien busca impulsarse sólo para caer
revolcada por la fuerza de la sal
que parece emanar ya de su cuerpo.
El deseo es ya no intentarlo.
¿Y si me quedo inmóvil? ¿Y si permito que esta sal
se confunda del todo con mi cuerpo? 
¿Saldría a flote? ¿Sería acaso una pérdida total?
¿Sería verdaderamente perder el darse por vencida?
¿Hay algo que perder?
Decide entonces dejarse arrastrar a lo profundo.
Dejar que la sal de su cuerpo le permita flotar.
No tiene caso luchar contra una orilla
que no quiere recibirla.
Por hoy, el mar abierto
es quien está dispuesto a sostenerla. 
Y así, decide confiar en el descanso que tanto necesita.
No es ideal.
Tiene frío, su vientre está vacío y su cuerpo es piedra...
Pero esta piedra ha logrado flotar, se dice.
Cierra los ojos y se da permiso de soñar
que el agua salada puede ser descanso.
Y duerme.

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